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jueves, 1 de agosto de 2024

San Martín y un cambio de estrategia.



En 1814 cuando San Martín ocupó el cargo de general en jefe del Ejército del Norte, advirtió que los intentos de terminar con la resistencia realista en el Perú por el Norte llevarían a una guerra de desgaste, lo cual diezmaría los pocos recursos económicos y humanos con los que contaba la Revolución. Entonces elaboró un plan para atacar y libertar Lima, corazón del poderío español en Sudamérica, que consistía en cruzar la cordillera de los Andes primero, para reforzar la revolución chilena y unir los recursos materiales y humanos del Río de la Plata y Chile, y luego navegar por el océano Pacífico en dirección al virreinato del Perú y acabar con la resistencia española en el sur del continente. Para ejecutar su plan, solicitó el cargo de Gobernador Intendente de Cuyo, jurisdicción que comprendía las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis. El 9 de septiembre de 1814, San Martín llegaba a la ciudad de Mendoza con un objetivo muy claro: armar un ejército profesional bien pertrechado que le permitiera derrotar a los realistas y lograr definitivamente la independencia americana.
“La patria no hará camino, por este lado del norte que no sea una guerra defensiva y nada más. Pensar en otra cosa, es empeñarse en echar al pozo de Ayrón, hombres y dinero. Ya le he dicho a Ud. mi secreto: Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar allí con los Godos, apoyando un gobierno de amigos, sólido, para concluir también con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima. Ese es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no estemos en Lima la guerra no se acabará” (Carta de San Martín a Rodríguez Peña, del 22 de abril de 1814).
Ya siendo gobernador y con el apoyo incondicional del Cabildo de Mendoza, San Martín comenzó los preparativos de su campaña libertadora. El reclutamiento de soldados fue muy intenso. A principios de 1815, San Martín dispuso que todos los hombres que tuvieran entre 15 y 45 años de edad, debían alistarse en los cuerpos cívicos. Un año después, el 12 de enero de 1816, ante la necesidad de reclutar más hombres, dispuso en un bando que los amos de esclavos debían proporcionarle al gobierno todos aquellos que tuvieran entre 14 y 45 años y encargarse de proveerles de uniformes. Los esclavos eran los que mayormente trabajaban en las siembras, las estancias y las viñas, de manera que esta política afectó a varias de las industrias locales. Para atenuar el impacto, el 13 de septiembre de 1816, el gobierno citó a todos los propietarios de esclavos y les anunció que el Estado los recompensaría económicamente en cuanto fuera posible, pero que sus esclavos serían liberados y pasarían a forma parte del Ejército Libertador.
Para el adiestramiento de los soldados, San Martín requirió un campo de gran extensión cerca de la ciudad, que se convertiría en el Campamento del Plumerillo. Para levantar los cuarteles debió utilizar maderas, tirantes, adobes y peones. Luego fue solicitando al Cabildo caballos y mulas, cueros (para envolverle los pies a los soldados), alimento para el ganado que llevarían a pie, monturas, carretas (para trasladar armamentos y municiones), yerba mate, papel, bolsas de lanilla (para municiones), tabaco, piedras pómez (para lustrar las armas y pulir el interior de los cañones), aguardiente (para disminuir el frío nocturno) y otros elementos. Y como antídoto del mal de las alturas que provocaba cefaleas, náuseas y trastornos del sueño, conocido entonces como la puna o el soroche, San Martín reunió miles de cebollas. El 28 de diciembre de 1816, San Martín dice: “la cebolla ha probado muy bien contra la puna. No hay en proveeduría, urge acopiar cuanta hubiere en Mendoza”. Ante la dificultad de reunir los recursos materiales necesarios para la campaña, el general, en su rol de gobernador, tomó medidas económicas estableciendo nuevos impuestos y una serie de políticas específicas como la del oficio del 10 de mayo de 1816, que ordenaba encontrar diez peones que debían ser costeados por los vecinos de Mendoza con el objetivo de emplearlos en la elaboración de pólvora. San Martín necesitaba explotar al máximo los recursos locales, debido a que no podía esperar demasiado del poder central ubicado en Buenos Aires. Sin embargo, esta situación cambió a partir del 9 de julio de 1816, fecha en la que asumió Juan Martín de Pueyrredón como director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Cabe destacar que toda la comunidad mendocina se sumó a los preparativos de la campaña libertadora, cuando el ejército repartió en cada uno de los hogares millares de cortes de camisas y ropas destinadas a vestir a los soldados de los diferentes cuerpos para que fueran cosidas en el menor tiempo posible,. Las mujeres cosieron incluso de noche, a la luz de las velas, a fin de poder cumplir con esta misión. Un grupo de damas mendocinas pidió una audiencia con José de San Martín, en la que le entregaron sus alhajas para la compra de armamento y le expresaron todo su apoyo. Además, Remedios de Escalada, esposa del general, junto a sus amigas cosió y bordó la bandera de los Andes. El bordado del sol, se realizó con las perlas de un collar de Remedios.
El 5 de enero de 1817 se realizó en Mendoza una gran ceremonia a la que acudió toda la población mendocina. Las calles estaban adornadas con arcos florales y colgaduras de colores, así como también los balcones y fachadas de los edificios de la plaza principal. Poco antes de las diez de la mañana, las bandas militares anunciaban la llegada de las tropas que venían desde el Campamento de El Plumerillo. El ejército penetró en la ciudad por la calle de la “Cañada”, actual Coronel Díaz. A la cabeza marchaba el general Soler y la Virgen del Carmen, elegida patrona y generala del Ejército de los Andes. Detrás de la imagen llevada en andas, desfilaban San Martín, el nuevo gobernador de Cuyo, Toribio Luzuriaga, los miembros del Cabildo, autoridades eclesiásticas y vecinos. Durante la ceremonia, se escuchaba la música de las bandas militares y las campanas de todas las iglesias. Cuando las tropas llegaron al altar levantado en la plaza, el canónigo Dr. José Lorenzo Guiraldes realizó una misa en la que bendijo el bastón de mando y la bandera bordada por las damas. El general en jefe entregó el bastón a la Virgen del Carmen y enarboló la bandera de los Andes. Luego, una salva de 21 cañonazos saludó a la gloriosa insignia. Después, San Martín se dirigió a sus soldados y con voz firme anunció: “Soldados: ésta es la primera bandera independiente que se bendice en América”. Y los soldados respondieron: “¡Viva la Patria!”. Y San Martín replicó: “Soldados: ¿Juráis sostenerla muriendo en su defensa como yo lo juro?”. Y en un grito unánime respondieron: “¡Lo juramos!”. Luego siguieron otros 25 cañonazos.
En los días siguientes, partieron las diferentes columnas del ejército andino. El 25 de enero de 1817, el general San Martín, dejó la ciudad junto a su estado mayor después de enviarle una nota de agradecimiento al Cabildo y despedirse de su esposa y de su hija Mercedes de tan solo 6 meses de edad. La ciudad quedó desierta tras la partida del Ejército y los familiares de los soldados acudieron a las iglesias a rogar a Dios por la vida de sus seres queridos.
Para ilustrar algunos de los elementos que tuvo que llevar San Martín en su campaña libertadora, compartimos la imagen de un par de chifles que le pertenecieron al Libertador. Un chifle, es un recipiente hecho con cuerno (asta) de buey o toro que se utiliza como cantimplora para contener líquidos. En su fabricación, el cuerno era secado y limpiado. Su extremo mayor o base era cerrado con una pieza de madera o plata, y en el más angosto se realizaba una pequeña abertura donde se colocaba una espita (canuto) y una tapa. El par de chifles del general San Martín, está realizado con plata y su cuerno labrado con hierros candentes: Y la parte superior, posee una llave que pende de una cinta. Los mismos se exhiben actualmente en la sala permanente Pasos de Libertad

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