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jueves, 23 de mayo de 2024

TRASHUMANCIA Y SEDENTARISMO

Está claro que en el caso de los grupos Collas que se movieron por la frontera y cambiaron de país, tiene que ver con la posibilidad o no, de contar con agua.


MONOGRÁFICOS
Movilidad y sedentarismo
Convergencia de dos conceptos divergentes a partir de la arqueología

https://doi.org/10.7203/metode.13.22791 

 01/06/2022Anna Bach Gómez
Las comunidades humanas se han asentado de forma más o menos permanente en entornos geográficos y climáticos muy diversos. Buena parte de las evidencias arqueológicas que nos han dejado los humanos muestran las estrategias adoptadas en aspectos de movilidad, estructuración de redes de intercambios y en las evidencias de pertenencia a un entorno que rápidamente se convierte en espacio que gestionan y se apropian. En este artículo se hace una valoración global en torno a la realidad arqueológica y al potencial analítico de este registro, a partir de casos de prehistoria reciente y en relación con las evidencias de movilidad y nomadismo desde una perspectiva global y a partir de ejemplos del Próximo Oriente.

Palabras clave: arqueología, movilidad, nomadismo, sedentarismo, redes, propiedad.

Introducción
A lo largo de la humanidad se han identificado dos modos de vida aparentemente opuestos. Uno se asocia a un tipo de vida móvil de carácter nómada e itinerante y el segundo caso corresponde a un tipo de vida más estable y permanente, definido como sedentario. El estudio de sus evidencias se ha abordado desde la arqueología a partir de varias perspectivas, la más próxima de las cuales es la arqueología de la movilidad o del paisaje. Estos trabajos, que se complementan con otros influidos por la biología, la etnoarqueología y la antropología, han permitido documentar y secuenciar fenómenos migratorios e, incluso, abordar qué hace que las comunidades humanas se organicen y viajen a lugares desconocidos no solo por necesidad sino también por la inquietud de explorar.

El registro arqueológico –centrado en la caracterización de los asentamientos, los estudios de demografía y densidad de las ocupaciones– es diverso y con niveles de conservación muy desiguales. Eso ha llevado a una identificación y descripción binaria entre la expansión hacia nuevos territorios, los objetos que circulan a través de las redes de intercambio o la identificación de los grupos de población nómada cazadora-recolectora y población asentada.

Movilidad y proceso de hominización
Las evidencias de vida móvil se identifican desde los inicios de los seres humanos en contextos arqueológicos prehistóricos, y las sociedades nómadas o trashumantes todavía están presentes, en la actualidad en varios puntos de la tierra. La propia necesidad de buscar recursos básicos para la subsistencia ya incluye actividades que conllevan movilidad y estacionalidad en un territorio, partiendo de la definición de movilidad como la capacidad de moverse de un lugar a otro (Barnard y Wendrich, 2008). Movilidad muy documentada en hallazgos singulares como las huellas de Laetoli. En este yacimiento de Tanzania se descubrieron en los años setenta del siglo XX las huellas de tres individuos de la especie Australopithecus afarensis y ya en 2016 huellas de dos nuevos individuos (Site S). Estas han sido datadas en el Plioceno, hace unos 3,7 millones de años, utilizando la técnica del potasio-argón, y la interpretación vigente es la de un grupo en movimiento, con estructura poligínica, formado por un macho dominante y varias hembras con crías.


Figura 1. La movilidad de los seres humanos ha quedado documentada en hallazgos arqueológicos como los del yacimiento de Laetoli, en Tanzania. En la imagen, modelos creados a partir del escáner dimensional de las huellas de los homínidos de Laetoli en comparación con huellas modernas./ Fuente: Raichlen et al. (2010)

Estas evidencias de bipedismo (Figura 1) se centran en permitir el desplazamiento en posición erguida, con modificaciones en la morfología de la cintura, pelvis y cadera y se asocian a un ahorro energético por adaptación morfológica y biomecánica1. La movilidad de las diversas especies de homínidos es evidente por el registro osteológico fósil recuperado, que muestra una ocupación prácticamente global del planeta entre 20.000 y 10.000 años antes de nuestra era (ANE). Grupos poco extensos que tienen en común unas estrategias muy adaptadas en recolección y actividad cinegética2. En este sentido, y esto también es aplicable a poblaciones más recientes, las evidencias de patologías, estriaciones dentarias, inserciones musculares y los patrones primitivos de movimiento muestran las diferencias entre grupos y entre individuos en las estrategias de subsistencia básicas y en la diversificación en el consumo de alimentos.

El registro arqueológico del Paleolítico ya pone de manifiesto la complejidad de los asentamientos, tanto en cueva como al aire libre, y las intermitencias de frecuentación de estos a partir del uso estacional, itinerante e incluso compartido a lo largo de los diversos momentos climáticos (Burke et al., 2017). La presencia de estructuras de combustión, estructuras de sostenimiento o algún fondo de cabañas y pocos entierros al final del periodo muestran comunidades con gran capacidad de movilidad y adaptación en contextos de inestabilidad climática a largo y medio plazo.

Los últimos cazadores-recolectores y el caso del Natufiense
Es muy conocido que el número de testimonios de campamentos, de estaciones de caza y de puntos de control de paso se incrementa durante la mejora climática (Allerød)3 y el corto episodio frío y seco (Dryas III o Dryas reciente), entre el 12000 y el 9500 ANE. De todas las regiones, el Levante norte del Mediterráneo presenta la concentración más significativa de yacimientos.

Existe una mayor permanencia de las poblaciones en el territorio que frecuentan y esta se materializa por la ocupación recurrente de lugares de agregación durante milenios junto a lugares con una ocupación mucho más efímera.

En un contexto ambiental árido, yacimientos de inicios del Epipaleolítico como Karaneh IV, en Jordania, o Ohalo II, en Israel, situados junto a lagos y humedales muestran que son perfectamente aptos para ocupaciones durante todo el año. Mientras que el hallazgo de once inhumaciones individuales en ‘Uyun al-Hammam, en Jordania, con objetos de acompañamiento, fauna y manipulaciones posdeposicionales evidencia la voluntad de agregación tanto de los espacios de vida como de muerte.

El hábitat de estos últimos grupos de cazadores y recolectores del Levante mediterráneo (actual Palestina, Israel, Jordania y Líbano), denominados natufienses por el yacimiento epónimo de Wadi al-Natuf (Palestina), se define como campamentos estables, donde se conservan restos de estructuras de habitación o cabañas con unas características esenciales marcadas por las plantas ovaladas o circulares. Estas muestran en su interior buena parte de los acondicionamientos domésticos de grupos en proceso de sedentarización. La presencia de hogares o estructuras de combustión, cubetas y silos de almacenamiento o un extenso instrumental de molienda y trituración permiten proponer unidades de habitación muy estructuradas que parecen funcionar autónomamente. Este es el caso de Ain Mallaha (Israel), Wadi Hammeh 27 (Jordania) o Hayonim (Israel).

Se trata de estructuras de planta de tipo circular, de 2 a 8 metros de diámetro y que están semiexcavadas con la presencia de estructuras de sostenimiento de cubierta de tipo perecedero mediante agujeros de poste, y delimitaciones formadas por alineaciones de piedras que hacen de zócalo o base. En general, lo que encontramos son pequeñas agrupaciones de unidades domésticas, que forman concentraciones que pueden llegar a 500 metros de extensión. Si bien perdura la discusión sobre el verdadero sedentarismo de estas poblaciones, el análisis detallado de las construcciones con más inversión de trabajo, mobiliario pesado y sobre todo el análisis de los recursos naturales explotados por estos grupos natufienses permite hablar de campamentos estables, con evidencias de refacciones y reformas dentro de las casas, si bien, en conjunto, de corta duración. Yacimientos como El-Wad, Nahal Oran, Jericó, El-Khiam (Israel-Palestina), Wadi Tumbaq 3 (Siria) y, ya en el valle medio del Éufrates, Mureybet o Abu Hureyra (Siria) son un ejemplo. Otras evidencias más alejadas se encuentran en los Tauro, en Körtik Tepe (Turquía), y en los Zagros, en Zawi Chemi y Shanidar (Kurdistán iraquí), estos asociados en una lenta marcha hacia la sedentarización en la que se introduce un nuevo agente: la domesticación de las especies vegetales4.

La relación entre las innovaciones constructivas, una nueva organización social identificada tanto en los cambios en las prácticas de entierro (cuidado en los entierros, presencia de ajuar foráneo y primeras agrupaciones funerarias) como en la intensificación de los intercambios locales a través del control de las áreas de captación, la circulación de objetos5 y el saber tecnológico compartido han llevado a algunos investigadores a proponer nuevas formas de relación tanto con el control del espacio como en la estructuración de la unidad doméstica de habitación (Bar-Yosef y Valla, 2013).

El proceso de neolitización y las nuevas movilidades
La aparición de nuevas formas de relación con el entorno tiene lugar en el marco de un proceso de larga duración donde la domesticación vegetal entorno del 11000 ANE y la animal, iniciada en el 8700 ANE convergen con numerosas novedades tecnológicas, como la aparición de la cerámica en el 7000 ANE, todas ellas con fenómenos de difusión y movilidad de ideas, productos y personas desiguales.

La concepción de que la domesticación vegetal implica necesariamente un patrón de asentamiento estable, y por tanto sedentario, no siempre tiene evidencia arqueológica. Los yacimientos de este momento se estudian desde el punto de vista de la transformación diacrónica de los procesos pero también en función de las zonas originarias donde se documenta el cereal en estado salvaje6, los yacimientos que presentan evidencias de domesticación morfológica de las semillas o de los que muestran una cultura predoméstica.

Estas actividades, con sus procesos de arritmias, desaceleración y pausas, son poco conocidas en el Próximo Oriente, pero sí que tienen su investigación pionera en la difusión del package neolítico hacia Europa, ya sea por vía marítima o terrestre continental. Desde los trabajos puestos en marcha por Ammerman y Cavalli-Sforza (1984) o Guilaine (2000-2001) con numerosas aportaciones y matices de producción científica más posterior, hay que señalar que los trabajos más recientes se han focalizado en la introducción de modelos matemáticos tanto a partir de las dataciones radiométricas como de las evidencias que permiten identificar intermitencias, fronteras y áreas foco de nuevos cambios tecnológicos y sociales, como por ejemplo el surgimiento del megalitismo (Figura 2).


Figura 2. Modelo estándar de difusión del Neolítico basado en la secuenciación por fases elaborado por Michael Rasse a partir de la actualización de las propuestas de Torsten Hägerstrand (1953). Estas se pueden desglosar en estadio inicial donde se documenta por primera vez una innovación asociada a la manipulación de especies vegetales o animales o una innovación tecnológica y social, y otro estadio de expansión, seguido por un estadio de saturación y surgimiento de nuevos focos de innovación y difusión. / Fuente: Elaborada a partir de Rasse (2008)

A lo largo del Neolítico se produjeron importantes ajustes en la economía de subsistencia, que implicaron un aumento de la ganadería y la movilidad. Así mismo, los nuevos datos permiten documentar cada vez más los cambios significativos en el paisaje y en las redes de intercambio y comunicación durante el Neolítico cerámico. Los poblados también se incrementan, si bien son más dispersos y agrupados en yacimientos de dimensiones más pequeñas. Estos se caracterizaban por la regularidad y el orden en el patrón de construcción de las casas, pero con poca planificación y organización cuidada de la ocupación. Los yacimientos relativamente raros y grandes del Neolítico tardío, como por ejemplo Sha’ar Hagolan (Israel) y Sabi Abyad (Siria), pueden ser, de hecho, palimpsestos de ocupaciones más pequeñas a lo largo del tiempo (Akkermans, 2013). No todos los asentamientos se convirtieron en poblados con largas secuencias de uso. En la alta Mesopotamia se han localizado varias ocupaciones efímeras y de corta duración. Los campamentos utilizados esporádicamente y de forma itinerante también se documentan en cuevas y zonas de actividades al aire libre en entornos y zonas áridas.

Asentamientos como este proporcionaron instalaciones de muchos tipos no solo a sus poblaciones sedentarias, sino también a los pastores de los entornos de las estepas circundantes. En el propio yacimiento de Sabi Abyad se propone la existencia de un almacenamiento comunal que implicaba una redistribución destinada en parte en una población nómada. La presencia de sellos y negativos de sellos indica la necesidad de marcar los productos en un claro contexto de redistribución entre grupos poblacionales de origen diverso.

Esta capacidad organizativa asociada a la gestión del excedente biótico o abiótico está claramente relacionada con el concepto de excedente pero también con el de identidad y territorialidad, fenómeno clave en los últimos grupos culturales neolíticos como son el Halaf y el Obeid.

Los poblados se convierten, pues, en centros de producción, almacenamiento, intercambio y distribución, y escenarios de todo tipo de compromisos sociales. Coetáneamente se documentan pequeñas estaciones o campamentos con evidencias de asentamiento episódico, en el Kowm (Cauvin, 1990) y otras zonas marginales en el centro y el este de Siria o Jafr Basen y Bishri Hills, en Jordania (Fujii, 2020), claramente estacionales y asociados a grupos nómadas. Esta última área geográfica ha permitido llevar a cabo uno de los estudios diacrónicos más interesantes, que muestra la existencia de campamentos itinerantes desde inicios del Neolítico hasta la Edad del Bronce avanzado (Figura 3).

Se producen también importantes ajustes en la economía de subsistencia, que implican un aumento de la ganadería, la trashumancia y la movilidad (Porter, 2012). Estos y otros trabajos muestran que la trashumancia pastoral se implementó de forma desigual. Y que, por ejemplo, en el caso del sur de Jordania empezó a inicios de la neolitización, más de un milenio antes del hecho climático conocido como el evento del kiloaño 8,2, que tradicionalmente se había apuntado como el momento de los primeros indicios de este fenómeno.

Nomadismo y trashumancia y su papel en las formaciones estatales
El crecimiento urbano asociado a una distribución del territorio y de los recursos hídricos llevó a un mayor contraste, en el registro arqueológico, entre los grupos sedentarios respecto a los nómadas. Los procesos de aglutinación de población del cuarto y tercer milenio ANE ponen en evidencia dos grandes zonas con un control agroecológico diferenciado: la Mesopotamia del norte, con una fase de aglutinación de población que sigue modelos muy desiguales de formación estatal y expansión territorial (Uruk), y presenta una mayor diversidad de yacimientos más efímeros y emplazados a los pies de los principales pasos naturales, y una zona sur donde la concentración humana permite hablar del surgimiento de las primeras ciudades y donde también tiene lugar la trashumancia como práctica ganadera dadas las condiciones ecológicas de la baja Mesopotamia (Szuchman, 2009). La definición de zonas de incertidumbre en el registro arqueológico muestra claramente la existencia de conflictos porque las poblaciones más estables y las nómadas tienen que compartir el territorio y pactar la gestión, en un momento clave para la definición del acceso a la propiedad pri
vada como la entendemos en la actualidad.

https://doi.org/10.7203/metode.13.22791

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