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sábado, 26 de agosto de 2017

RELATOS Y UN CUENTO

RELATO: EL SALTO, por guillofca Charlando con un viajero Peruano-Canadiense (que de por sí es muy raro y más aun por sus profesiones: Antropólogo y Arqueólogo), que tenia decidido viajar por la RN 16 en el norte argentino y dado que había tomado confianza en mis indicaciones, por haberlas seguido en una caminata y por la similitud profesional, me consulta sobre lo que podría ver desde la ruta (sin adentrarse al campo): podré observar Parques Nacionales y/o Provinciales? (Preguntó esperanzado). Ante la negativa: al menos veré gauchos? No creo, pero si gente pobre y sencilla de los de pata en el suelo, le respondí: que también son de cultura gaucha, como este servidor, pero no responderán a la imagen estereotipada que traen la mayoría de los extranjeros sobre el gaucho. Viendo su cara de desazón me acordé que hace mucho tiempo, para mis 7 u 8 años, pasando unas vacaciones en el campo de unos clientes de mi padre tuve mi primer encuentro con un cebú, mientras paseaba a caballo por el monte del Chaco Santafesino. Ese animal introducido dos o tres generaciones antes, en época de celo es bastante territorial y agresivo. Puede que veas algún Cebú le dije, para animarlo. Y pasé a contar la historia: Mientras paseaba con un caballo muy experimentado en monte, planicie y río, pero fuerte, ágil y veloz, nos topamos con un soberbio ejemplar de Cebú, que actuó como dueño del monte e intentó atacar al caballo con sus poderosos cuernos, mientras este se lucía en esquive y fintas tras un arbusto. Luego alzó sus patas delanteras y con un relincho se lanzó a una loca carrera entre los árboles y saltando arbustos, que terminó en un salto magistral sobre un alambre de púas que separaba un terreno arado del monte. Y pude dejar de sentir el ruido de esa locomotora de carne, cuernos y pezuñas a mis espaldas. Cuando el caballo volvió sobre sus pasos y se paseó triunfante a dos metros del alambre, pude observar la furia del Cebú que re-soplaba y pateaba la tierra con desesperación. En el terreno arado se encontraban las personas que me alojaban en su casa, haciendo labores de siembra y vieron el final de la carrera. Ellos ya sabían que yo era un jinete aceptable, pero limitado en maniobras y me preguntaron: desde cuando sabes saltar? Sigo sin saber les dije, mientras agregaba: Fue el caballo! Pero él tampoco sabe me indicaron. Cuando el amigo Peruano-Canadiense me cortó diciendo: Fue el instinto! http://www.elhacendado.galeon.com/carne3.htm http://www.diarionorte.com/article/125284/la-ruta-16-eje-de-la-integracion-regional-mejora-en-el-chaco-pero-desnuda-su-deterioro-en-salta https://www.parquesnacionales.gob.ar/areas-protegidas/region-noreste/parque-nacional-el-impenetrable/ http://m.lacapital.com.ar/senales/memorias-la-forestal-la-rebelion-el-chaco-santafesino-n414196.html http://guiafitness.com/deportes/la-equitacion

RELATO: CHOIQUES por guillofca
En uno de mis viajes por el país encontré a un camionero, descendiente de ancestros alemanes del Volga. Este hombre parco y tranquilo, ya había asimilado parte de la cultura de la tierra, porque se trataba de la tercera generación de su etnia en estas tierras. El camionero de Olavarría recibiría en uno de sus viajes, antes de conocerme, una lección gratuita de un compañero de trabajo, pero la enseñanza no refería a su trabajo, sino se trataba de cultura, de la genuina, la de la tierra. Antes debemos decir, que estas personas llegadas a nuestro país en las últimas décadas del Siglo XIX son de los pocos inmigrantes con auténticos antecedentes en el laboreo extensivo de la tierra, de los muchos que llegaron y pasaron por el Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires, previo paso por la Aduana, donde consignaron, en una amplia mayoría, sus profesiones de ciudad (Carpinteros, zapateros, herreros, hojalateros, deshollinadores y sigue la lista, que no viene a cuento en este escrito). De lo que se deduce, que nuestros pueblos originarios o sus descendientes mestizos: los gauchos, les enseñaron a esos nóveles agricultores y ganaderos los pormenores del oficio. Pero este no era el caso, o, mejor dicho esta es la excepción, que confirma la regla.
En el viaje que nos conocimos charlamos de muchos temas y luego de un tiempo, al saber mi profesión me relató un hecho, que paso a contarles, como me acuerdo, porque no tomé notas debido a lo espontáneo de la situación: "…Me contrataron para transportar "gaviones de piedra", para apuntalar deslaves en el camino más allá de Aluminé en la Provincia de Chubut: ¿Conoce la zona? (me preguntó y le respondí que había pasado por ese lugar). Bueno, como no conocía el lugar, ni el camino, ni tenía experiencia en rutas de ripio de la cordillera, me asignaron un guía mapuche (nunca me dijo el nombre y yo muy cansado, por el viaje de 800 kilómetros, no pregunté), trabajamos haciendo viajes unos días, comíamos y dormíamos en fondas y pensiones, porque era parte del trato y luego de un tiempo se terminó el trabajo. En el último viaje, ya llegando a Aluminé, que era el lugar donde nos separaríamos, encontramos un grupo de charabones de choique (ñandú de Darwin, o, ñandú petizo, o, ñandú de la cordillera), aparentemente sin madre, porque se encontraban solos al costado del camino. Paré el camión y me bajé. De un salto mi compañero estaba en mi trayectoria hacia los choiques y, muy enojado, me dijo que ya habíamos comido suficiente en la fonda antes de partir, que no necesitaba matar los charabones. Le contesté que no, que pretendía subirlos al camión y llevarlos al campo propiedad de mi familia, en Olavarría. Me dijo que no, que no lo intente y llevó su mano a la cintura, donde yo sabía que tenía un cuchillo o facón corto, cubierto con un cinturón ancho. Le pedí que se tranquilice y le reiteré que no pensaba matarlos. Igual morirán, en el viaje o en tú campo respondió, agregando, que no son animales de las planicies y que el cambio de vida los mataría…
El hombre, mientras hablaba demostraba una profunda intriga y admiración de la actitud de su compañero, por el tono y la postura, se había dado cuenta que el originario hablaba muy en serio y me dijo, que no le había quedado más remedio que subir al camión, sin los choiques, que pidió disculpas a su compañero y le dijo que continuara hasta su lugar, pero sentía esa necesidad de contar la experiencia y preguntar si conocía el motivo, porque él era un hombre de campo devenido en camionero, que hubiese cuidado muy bien a los choiques, porque sabía, desde muy pequeño tratar con animales. Sumado a la constancia de lo tranquilo que se había manifestado el mapuche en todo el tiempo que estuvieron juntos trabajando. No entendía, o, le costaba entender. En ese momento salí de la somnolencia de largos días durmiendo unas pocas horas en lo profundo de la noche y le dije lo único que se me ocurrió: "Pasa que es parte de su cultura, vinculada a la tierra, a la madre tierra, que cuida de sus hijos y para él (con mucha razón acoté), estabas por matar sin motivo a los animales, porque es cierto, que no podrían soportar el viaje en la caja del camión, o donde los ubiques, porque morirían de calor".
Cuando bajé de su camión, en las afueras de Olavarría, para seguir viaje hacia Santa Clara del Mar, para descansar de cuatro meses de viajes, ya sonreía calmado en su intriga, porque recordaba relatos de sus abuelos, sobre antiguos habitantes de Rusia, que se parecían mucho y me agradeció la información, prometiendo contarle a sus hijos la experiencia, con el nuevo enfoque aprendido en un viaje con un mapuche y luego, con un viejito de barbas (para esa época todavía no era el "viejo loco", o, nadie me había bautizado, como tal).
El viejito de barbas, pocos minutos antes de conocer al camionero.

CUENTO: TRES DÍAS, por guillofca

En una isla pequeña, que los habitantes de Chom Chom usaban, como lugar de esparcimiento y que fuese declarada área natural protegida,  una pareja de torcazas vivía feliz criando a su polluelo nacido en la primavera y ya muy próximo a volar. Ya se habían acostumbrado al ruido, escándalos, suciedad, depredación de los espacios verdes, usurpaciones, roturas y todas esas cosas, que los humanos acostumbran a nombrar usando términos ingeniosos (como vandalismo), pero ya saben que no hacen otra cosa, no actúan. En ese estado de cosas el día domingo, un grupo de tres adolescentes armados con gomeras se dedicaron durante treinta minutos a tirotear el nido. Los padres, seguros de la construcción y de la protección que esta le brindaba a su polluelo volaron uno al norte y el otro al sur, unos diez a quince metros, para atraer los piedrazos. La última en dejar el nido había sido la paloma, lo que originó que sufriera un golpe en el ala. Percatados de ello, los monstruos, con formas humanas, se cebaron en ella y finalmente la derribaron. Ya en el suelo la pisaron y dejaron totalmente aplastada. El día lunes, un adulto, acompañado de un menor, que casualmente integraba el anterior grupo, se dedicó a terminar la tarea, sabiendo donde se encontraba el nido. La lluvia de proyectiles motivó al macho, que había quedado al cuidado del polluelo, para usar la misma táctica dejando el nido. Durante una hora se dedicaron los humanos a seguirlo, por un reducido espacio, mientras el mayor le enseñaba a tirar mejor al más pequeño, hasta que lograron derribar al macho. El cuerpo del palomo quedó tirado a unos veinte metros de su nido. En este quedó el polluelo y pasó la noche en el lugar. A la mañana siguiente intentó volar, como había visto hacerlo a sus padres en numerosas oportunidades, pero él no la tuvo, ya que un error de cálculo o de madurez lo precipitó a tierra, cerca de una carpa que alojaba a varios adolescentes, sin relación con los honderos anteriores. Estos buenos chiquilines se encargaron de matar al polluelo con unos veinte o treinta golpes de una caja de cartón. En el proceso había perdido una de las patas y parte de un ala. Eso se llama humanidad, pero no es extraño, porque en ese lugar vive un personaje apodado “Comilón Borga”, quien se ganara el mote de chico, comiendo y aspirando tierra, luego se acostumbró a la “aspiración” de otras cosas y reflexionó que se encuentra en su legítimo derecho a quedarse como dueño de la isla, porque era el de mayor aspiración del pueblo de Chom Chom. Durante un tiempo hizo, como que trabajaba, vendiendo artículos alimenticios, cuando tenía ganas, mientras desarrollaba o intentaba desarrollar otro negocio. Como no le gusta mucho el trabajo y ya no contaba con el auxilio de todas sus neuronas, por el tema de las aspiraciones, se dedicó a vender-compartir estas. El deplorable estado de su cerebro originó, que los miembros de su generación lo abandonaran y tuvo que buscar nuevas compañías adolescentes, para sus aspiraciones, en plena vigencia de unos supuestos derechos conculcados; con lo que concuerda, con un familiar suyo, que, por otras razones o aspiraciones, cuenta con el mismo resultado cerebral; se dedicó a corromper menores, con su capacidad o fuerza aspiratoria y es la causa y origen (nunca total y plena, porque tiene competidores) de la aplicación funcional de la palabreja “vandalismo”, que se comenzó a utilizar en épocas del Imperio Romano, por las incursiones de un, supuesto, pueblo bárbaro denominado Vándalos, cabe pensar en quienes son los vándalos y qué cargos detentan los que utilizan hoy la palabra.
SIN FINAL O CON FINAL ABIERTO, porque se trata de un cuento del género de no cuento latinoamericano. 

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