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jueves, 5 de febrero de 2015

Pueblos Originarios de Argentina

Aún recuerdo aquella tarde de primavera...

Una de esas primeras tardes de primavera que no dudaban en re-

cordarte el invierno anterior. A pesar de que era niño, aún recuer-

do aquella tarde acompañando a papá y a mamá, a caminar por

San Telmo. Solíamos ir cada tanto, cosa que yo disfrutaba mucho.

Perderme entre esas ferias llenas de chucherías, extranjeros, calles

empedradas y sahumerios de incienso de algún stand hippie que

vendía sus trenzas y pulseras. Así me pasaba tardes enteras inven-

tando aventuras y jugando a explorar y a investigar aquel mundo

fascinante, mientras mis padres compraban curiosidades y regalos.

Aún recuerdo aquella tarde de primavera, cuando mi aventura me

llevo a aquel refugio. No recuerdo bien la calle, si era San Lorenzo,

o avenida Independencia, era muy chico, pero nunca logre olvidar-

me del lugar. Caminando por aquellas angostas veredas revisando

vitrina por vitrina llegue al frente de aquella casona antigua. Por

fuera tenia el mismo aspecto que el resto de las casas de antigüeda-

des, una puerta larga alta, pesada, con herrajes macizos y broncea-

dos y un picaporte algo oxidado y abandonado, que invitaba entrar.

Recordaba la vos de mama que me pedía que no me alejara, pero

no creí que hubiera ningún problema. Entre.

Una larga galería me recibió. Tenue, las penumbras ocupaban la

mayor parte del lugar, a pesar que afuera eran las tres de la tarde. En

aquel ambiente, muebles antiguos, vasijas más altas que yo, rocas

extrañas y mascaras de madera, eran mucho más impresionantes

y causaban más impresión, que en las vitrinas de los locales que

ahora quedaban en la calle. Un escalofrío corría por mi cuerpo de

hombre de 10 años de edad, pero la curiosidad y las ganas de saber

que era todo eso eran más fuertes que mi miedo.

No se si fue la penumbra del lugar, si habrá sido el fuerte olor a co-

sas antiguas o los nervios que tenia, pero había perdido la noción

del tiempo, creo que estaba en una especie de trance. Aquel lugar

lleno de cajas de madera viejas apiladas, que tenían escrito en sus

rótulos lugares que no sabía siquiera que existían, me impedían

abandonar aquella casa. Por suerte no lo hice, por suerte decidí

quedarme en aquel extraño y curioso lugar.

Fue en ese momento cuando apareció. Al principio era solo una

sombra. Una sombra gorda por cierto, que venía murmurando

algo. No sabría decir que, pero me imagino que pregunto quien

andaba en su casa. La sombra rápidamente salió a la luz. Allí lo

vi. Un hombre grande, que podría ser mi abuelo tranquilamente, medio pelado, de barba gris y de mirada humilde y cariñosa que se

escondía detrás de unos redondos y grueso anteojos.

-¿Quien anda ahí? pregunto con algo de emoción en la vos.

-Disculpe señor es que estaba perdido- respondí. -estaba medio

desorientado y confundí su casa con un local más- Dije con algo de

miedo. El hombre no parecía molesto.

-No, por favor, hijo, no tenés que pedir disculpas ¿Cómo te lla-

mas?

-Me llamo Jerónimo, pero mi mamá me dice Jere.- respondí.

-Bueno Jere, es un gusto, mi nombre es Alberto y mi mamá me de-

cía Alberto- Con una carcajada me dio una palmada en el hombro

y me invito a pasar.

-Bienvenido a mi casa, me pone muy contento tu visita. Hace mu-

cho que nadie me venia a ver. Todos esos locales de la calle ofrecen

tantas cosas que ya a nadie le interesa escuchar los cuentos que un

viejo tiene para contar.

Un dejo de tristeza se escapo por el brillo del cristal de sus lentes.

Sin embargo rápidamente se incorporo y volvió la sonrisa a su ros-

tro. Con algo de timidez pregunte:

-¿De quién son todas estas cosas? ¿Son suyas?- Mi pregunta nueva-

mente le generó gracia.

-No Jere, no es mío todo esto. ¡Va! Mejor dicho, no es solo mío, es

tuyo, de tus padres y de todas aquellas personas que caminan por

la calle. Todas estas piezas y reliquias son parte de nuestro patri-

monio, el cual me dedique a buscar por todo el país. Estas piezas

habían sido robadas, vendidas, intercambiadas, mal cuidadas. En

fin estaban en peligro por eso me dedique a buscarlas, protegerlas

y ponerlas a disposición para todos aquellos que las quieran ver.

-Pero esto acá esta todo sucio Alberto. ¿No hay nadie que se dedi-

que a cuidarlas?

-Esto, hace algunos años atrás, era un hermoso museo. Mucha gen-

te se acercaba y lo visitaba, se interesaba en las historias que cada

una de estas piezas contaban, en cada mito y en cada leyenda.

Aquellos visitantes colaboraban con este humilde museo y así se

mantenía con el apoyo de todos. Las escuelas venían, así como las

familias, y tanto viejos como niños se iban fascinados de aquí pen-

sando, imaginando como es la vida en los rincones de nuestro país

o como fue.

-¿Y qué paso con ese museo? ¿No vinieron más esos niños y viejos?

-Es una buena pregunta Jere. No se que paso, pero un mal día, los

visitantes no se conformaron con aprender de todas estas cosas

que aquí vez. Un mal día los visitantes empezaron a querer lle-

varse a su casa estas piezas y objetos. Empezaron a querer com-

prarlas, a ofrecer dinero y como no entendían cuando les decía

que no hacia falta que las compren porque ellos eran los dueños

de todo esto, me trataron como un viejo loco. Así poco a poco se

lleno de casas que vendían antigüedades de todo tipo, muchas

de esas antigüedades tenían que estar aquí, pero ofrecían mucho

dinero por ellas así que seguramente estarán adornando el living

de alguna casa.

-Alberto eso es muy triste, pero a mi también me gustaría tener

algunas de estas piezas en mi casa. -Una nueva carcajada se des-

prendió de los labios de Alberto.

-¿Ya merendaste Jere? Por que me parece que tenemos mucho para

charlar y no me gustaría hacerlo con la panza vacía. Vení acompá-

ñame, te voy a contar por que es importante que estas cosas estén

aquí y no en tu casa.

Así empezó aquella tarde, que aun ahora, 40 años después recuer-

do como si fuera ayer. Así fue como entendí el pasado de mi pueblo

y hasta donde llegan mis raíces. Entendí que es el patrimonio, mi

patrimonio, mejor dicho, nuestro patrimonio. ¿Ya merendaron? Les

pregunto por que les tengo que contar una larga historia. No me

gustaría que tengan la panza vacía. Vengan acompáñenme que hay

mucho para charlar.

Ver completo en www.enseñarlapatagonia.com.ar/node/174



Guillermo Fernando Cámara
Teléfono Celular 342-5045816

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