SOBRE
LA HISTORIA DE PROCESOS
(en
relación con algunas críticas que escuché este año 2014)
Los
invito a leer este trabajo de la Doctora María
Fernanda G. de los Arcos, “Renovación
Historiográfica e Inercias de Nomenclatura”, que
es Profesora
– investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana –
Iztapalapa en el Área de Historia y Cuerpo Académico Heurística y
Metodología.
“...Tanto
Lucien Febvre como Marc Bloch estudiaron la política. El primero de
ellos situó su estudio del Franco Condado “en época de Felipe
II”, hizo biografías individuales como la de Martín Lutero, pero
llevó sus indagaciones al ámbito de la ciencia social, rechazando
la historia relato considerada como una representación de rasgos
aparentes bajo los cuales subyace la verdadera realidad. En cuanto a
Marc Bloch, tan conocido por sus estudios de economía rural y por
haber ocupado la cátedra de historia económica de la Sorbona, no es
necesario recordar que antes de todo ello elaboró una tesis sobre el
fenómeno de los reyes taumaturgos, en la que analizaba esa modalidad
de poder-propaganda atribuido a algunos monarcas de ciertas entidades
europeas, obra que es considerada pionera justamente de algunas
tendencias hoy vigentes en la nueva historia política (Le Goff 1995,
157-165).
El
proceso de renovación del análisis del pasado no modificó siempre
los objetivos de estudio en cuanto a los sectores de la actividad
humana, pero opuso a la historia fáctica el interés por las
estructuras sociales, económicas y de poder, por las mentalidades,
la geohistoria, la distribución, el uso y la lucha por el espacio,
el aprovechamiento de los recursos, los cambios climáticos, el medio
ambiente en general, las colectividades, las mayorías, etc. Hizo
presente la necesidad de utilizar una ingente cantidad de fuentes
variadas, criticadas y contrastadas, en rechazo al llamado “documento
único”. Frente a la historia-relato se opuso la historia-problema.
Es decir se vio a la historia como una ciencia social y se la situó
en fructífero contacto con sus congéneres.
No
desapareció el interés por lo político, sino que por el contrario
se dispone de interesantes obras sobre estructuras de poder, como se
hace patente al examinar, tanto dentro como fuera del estricto núcleo
de Annales, la obra de Fernand Braudel, de Pierre
Vilar, de los mencionados Marc Bloch y Lucien Febvre, así como las
de Marc Ferro, Robert Mandrou, Pierre Goubert y el mismo Lawrence
Stone. Lo mismo se puede decir de Cristopher Hill, Rosario Villari,
Eric Hobsbawn, Witold Kula, José Antonio Maravall, etc. Lo que se
rechazaba era la visón que reducía la política al exclusivo juego
de unos cuantos individuos. Junto con Julliard conviene repetir la
pregunta de si se puede pretender explicar una sociedad en su
globalidad sin tener en cuenta ni comprender las verdaderas
relaciones de poder que se dan en su seno. De ahí ese interés por
analizar el poder como parte de la totalidad, como un fenómeno que
mantiene una relación causa-efecto con el resto de las
manifestaciones del grupo, en sus distintos niveles de actividad y
comportamiento, puesto que se ejerce sobre mayorías y minorías.
Al
confundir el contenido con el continente lo que se rechazó fue una
forma o modalidad a la que desafortunadamente se tildó de “historia
política”. Para no caer en tan denostada visión, muchos asuntos
propios de ella pasaron a ser tratados dentro de la “historia
social” o de la llamada historia total o global. Todo ello, como se
decía, sin que la vieja historia desapareciera, como tampoco
desapareció la historia literaria, ni la filosofía de la historia,
tan combatida por algunos, ni mucho menos el culto al documento
solemne y especial. El artículo de Jacques Julliard aparecido en
1974 hacía una serie de proposiciones que con el tiempo se han
convertido en realidad: procurar que la historia política tuviera un
desarrollo similar al experimentado hasta entonces por las más
renovadas ramas de la historia, como la demografía histórica, la
historia económica, las mentalidades, etc. De modo que se consagrara
al fenómeno del poder, su naturaleza, comportamiento, ejercicio,
etc. Un estudio de estructuras, de colectividades, que usara métodos
comparativos, que no desdeñara la cuantificación en aquellos
fenómenos que fuera posible aplicarla, una historia que se
mantuviera en contacto con las ciencias sociales, en discusión,
adquisición de métodos, revisión continua de objetivos y
procedimientos de indagación, pero, al mismo tiempo, una historia
globalizante que conllevase como principio básico el carácter
social del poder y la relación de lo concerniente al control
organizativo grupal con los variados aspectos y sectores de la
actividad humana. Una historia que privilegiara la larga duración y
que tendría que basarse en un concepto amplio de política que
huyera de la visión tradicional que encajonaba a ésta en el ámbito
de los profesionales del ejercicio gubernamental, que confundía poder
de facto con poder de iure, que
hacía radicar el ejercicio del poder casi exclusivamente en la
maniobra o en el acuerdo instantáneo. Una historia que privilegiara
el análisis de la larga duración, el estudio de las medidas de las
transformaciones de las estructuras en la diacronía, el seguimiento
del desarrollo de los procesos (Julliard 1979, 137-157)...”
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