Un
héroe llamado Caciquillo, Charrúa
Hay
una biografía india de José Artigas que todavía no pudo entrar a
los textos de enseñanza. Y sin embargo es en esa relación con los
charrúas donde están las claves para entender su vida y su
revolución.
Los
eruditos se niegan a reconocerlo;, les da vergüenza, porque los
indios son despreciables; y les da tristeza, porque es feo quedares
solos, habiendo admitido que el Jefe de los Orientales no es de aquí;
que venía de visita al sur y estaba siempre, deseando volver a casa,
para estar rodeado por su gente, aliviado y seguro, en medio de los
desiertos del Lejano Norte.
No
voy a referirme en esta nota a "la vida suelta" de Artigas
(¡que va de sus 14 años hasta los 32!); sucede en la Sierra, lugar
misterioso, más allá del río Negro; un vasto territorio al cual no
podían llegar los habitantes de Montevideo y donde eran desconocidos
el alfabeto y la medicina alópata.
Es
innegable que Artigas cruzó la línea de las culturas y convivió
con los charrúas y recibió de ellos una formación que, por
momentos lo hace superior y absolutamente inexplicable en medio de
sus coetáneos de Montevideo.
Me
propongo contar hechos concretos, sucedidos entre 1805 y 1815; todos,
irrefutablemente documentados.
La
estancia de Artigas
El
día 14 de febrero de 1805, el comandante del norte, el coronel
Francisco Javier de Viana resolvió conceder "el uso y propiedad
de un terreno a don José Artigas".
Por
ese acto solemne, le donó el "rincón entre el arroyo Valentín
que desagua en el Arapey Grande y las puntas de la cuchilla que sale
al Daymán y hace rincón con otro arroyo llamado de Las Cañas, que
nace del propio Arerunguá y contiene en si, seis leguas de fondo y
una y media de frente" (sin excepción, los nombres geográficos
citados se mantienen toda vía).
Esta
estancia descomunal, más grande que el departamento de Montevideo,
tiene 105.000 hectáreas de superficie y fue formalmente escriturada
a nombre de Artigas. Constituye la única fortuna que tuvo en toda su
vida y lo transforma en uno de los terratenientes con mayor extensión
de tierra, en la Banda Oriental. (1).
Y
sin embargo, algo rechina.
Resulta
absurdo, que de pronto, Artigas haya decidido ser estanciero en un
lugar imposible, en medio de la Sierra inhabitable. No tenía
posibilidades, ni codicia suficiente para plantearse el negocio cruel
de los pioneros.
El
hecho es muy raro. No conozco ejemplos de donaciones semejantes,
hechas en ese tiempo.
Pero
se puede explicar: la adquisición increíble recae (precisamente,
sugestivamente) sobre la zona donde merodee ¡a nación charrúa; en
Arerunguá, en el ángulo que forman los arroyos Valentín y Cañas,
están los últimos potreros donde una tribu nómade puede
sobrevivir.
Arerunguá
(palabra clave para entender la historia de este país). será, en
toda la trayectoria pública de Artigas (de 1811 a 1820), el centro
de su acción; es de allí, exactamente, que parte el federalismo,
cuando su fundador se ha quedado solo, sin ejército oriental y en
medio del desierto.
A
esa situación desesperada Artigas le llama orondamente: estar "en
centro de mis recursos".
No
conozco ningún estudio histórico que coloque la capital de Artigas
en su verdadero lugar.
Carta
a Manuel Artigas, llamado el Caciquillo
En
la primavera de 1945, yo tenía 23 años y estaba con Maneco Flores
Mora, en Buenos Aires, trabajando como ayudante de investigador del
Archivo Artigas.
Edmundo
Narancio, que era el jefe de misión, encontró entonces una carta de
Artigas, absolutamente extraordinaria, que hicimos microfilmar y
remitimos a Montevideo.
Esa
carta, dirigida a un indio charrúa que hablaba español pero que no
sabía leer (circa setiembre del 1812) dice: "Cuando tengo el
gusto de hablar al noble cacique don Manuel Artigas, lo hago con toda
la satisfacción que me inspiran sus dignos pensamientos. Yo estoy
seguro de estar siempre con vos, así como vos debés siempre contar
conmigo.
Nada
habrá capaz de dividir nuestra unión y cuando los enemigos se
presenten al ataque, nos verá el mundo ostentar nuestra amistad y la
confianza que mantenemos.
Yo
estoy convencido de tus buenos sentimientos; por ellos y por las
demás condiciones que te adornan, será siempre un amigo tuyo y de
los que te siguen, tu padre, Artigas". (Grafía actualizada por
mí).
En
su formidable libro "La independencia del Uruguay" (2)
Narancio agrega esta nota que, asombrosamente, no ha despertado la
menor reacción:
"Por
razones que ignoramos, en el Archivo Artigas, tomo décimo, pp 185
-186, se publica el documento de (Baltasar) Vargas a Sarratea
remitiendo copia del texto citado) pero se omite la carta de Art¡gas
al cacique indio, de obvio interés" página 88).
Parecería
que nuestra historia oficial no quiere indios metidos en la
revolución, y los borra.
Los
más grandes historiadores "demuestran" muy seguido que el
Jefe de los Orientales peleó contra los charrúas.
Los
papeles dicen que Artigas jamás atacó a la nación charrúa, aún
cuando tuviera órdenes concretas de hacerlo.
Los
robos de caballada
No
todas las repeticiones son fruto del azar inescrutable. Cada vez que
Artigas está en una situación comprometida a su contrincante le
sucede la misma desgracia: le roban los caballos. Es la pérdida peor
y la más difícil de infligir.
Un
ejército de esa época no puede pelear, ni moverse, si esta falto de
cabalguras; y lo que es peor: no puede comer, porque alcanzar y
voltear una vaca chúcara era tarea reservad a los grandes jinetes.
Cuando
Artigas era un oficial de blandengues (policía montada de la
frontera norte) un coronel de nombre Rocamora sitúa un batallón
numeroso en Arerunguá, en Salto, cerca de Tacuarembó. Pretende
ejercer la policía del lugar contra los contrabandistas de ganado y,
más precisamente, contra los indios infieles, minuanes y charrúas.
Artigas
clama ante sus superiores, en cartas sucesivas, pidiendo que se
desplace hacia la frontera, esa vigilancia situada en los mejores
potreros, algo inaguantable para los charrúas que viven allí,
cazando bichos sin dueño.
Pero
fue inútil.
Visto
que el militar no cejaba en su empeño, una noche los caballos del
ejército del señor coronel, desaparecen. Es un hecho asombroso.
Se
investiga a fondo y resulta, leyendo el expediente, primero que el
jefe militar despojado queda en muy mala posición, se le ve como
incapaz; y segundo: que el charrúa que robó la caballada a vista y
paciencia de la guardia es, justamente, un indiecito joven, llamado
Manuel Artigas, el Caciquillo.
Ocho
años después, en 1812, se producen las famosas desavenencias de
Artigas (jefe oriental) con Sarratea (prohombre de Buenos Aires) y el
entredicho culmina frente a Montevideo, que está sitiada por los
patriotas.
Son
tres las fuerzas de la revolución emancipadora que convergen sobre
la plaza defendida por los españoles, pero tales fuerzas están
divididas: Rondeau en el Cerrito de la Victoria, aguantando solo el
asedio; Sarratea, que viene del litoral con un batallón numeroso y
artillería; y Artigas con los pocos orientales que le van quedando,
porque el porteño lo debilitó de a poco, quitándole oficiales y
tropa.
Sucede
entonces lo inesperado: durante la noche del 16 de enero de 1813 a
Sarratea le roban milagrosamente, 2.700 caballos y 700 bueyes,
llevándoselos a vista y paciencia de su guardia militar.
La
agresión, aunque incruenta, es intolerable.
La
relación empeora de tal modo que el 2 de febrero Artigas es
declarado traidor de la patria y ambos jefes están al borde de la
guerra.
Entonces
vuelve a suceder lo imposible: al ejército porteño le roban los
pocos caballos y los pocos bueyes que le quedaban. El porteño queda
de a pie, es decir, absolutamente perdido.
"A
eso de las dos de la mañana, tuve aviso de que habían sorprendidos
los dragones que cuidaban los 300 caballos del cuarto escuadrón, por
una partida numerosa del señor Artigas que se los llevaba; además
arreaban los bueyes..." -así da cuenta Nicolás de Vedia, un
oriental inteligente, servidor de los porteños y agrega: "También
se me avisa que los caballos pertenecientes al señor coronel y otros
oficiales, también han sido llevados..." (3).
Observo
nueve indicios coincidentes:
1)
No está al alcance de ningún gaucho arrear 2.700 caballos y 700
bueyes sin un relincho, sin una espantada, pisando con pies de seda,
en medio de la noche, bajo las narices de la guardia enemiga. Esa
obra de arte, es cosa de indios sutiles. (Era común que los infieles
vinieran a las afueras de Montevideo a realizar demostraciones
circenses, basadas en su dominio sobre los caballos).
2)
Pero hay más. No está al alcance de nadie, mover esa animalada sin
dejar huellas. Y lo cierto es que al día siguiente, el ejército
porteño no pudo localizar lo sustraído.
3)
El único camino que ese arreo inmenso pudo seguir, es el rastro que
día a día se traían de una mimas estancia, para abastecer al
ejército sitiador. La tierra del camino de las tropas está tan
pisoteada, que es imposible para el mejor rastreador, leer las
huellas.
4)
Y sucede, como está probado, que es de la estancia "La Calera",
de García de Zúñiga, de donde vienen las vacas de consumo para el
ejército de Rondeau y está probado que es allí donde está,
secretamente acampada, la tribu charrúa, cuyo cacique es el
Caciquillo.
5)
Cuatro días después del robo maestro, Artigas le escribe a García
de Zúñiga, en clave: "No olvide usted de decirme algo de esos
señores que usted ha alojado allí".
6)
A la semana siguiente, en otra carta con el mismo destino dice
Artigas: "Hago un deber mío, disculpar delante de usted los
perjuicios que pueden habérsele inferido durante nuestra mansión
(estadía) en esas inmediaciones" (4).
7)
Después de la desaparición de la segunda tanda de bichos, Sarratea
dura en su altísimo cargo 9 días. Buenos Aires lo destituye y
nombra jefe de las fuerzas orientales a don José Artigas.
8)
Entonces, Artigas y los charrúas se incorporan al sitio de
Montevideo.
9)
El curita Muñoz, que lleva un diario del sitio, consigna: "Llegaron
hoy los charrúas; fue preciso hacerlos acampar a tres leguas de
distancia por su conducta incivil, aunque su jefe, el Caciquillo, don
Manuel Artigas, muy tratable" (5).
La
marcha secreta
No
supe nunca que las hazañas memorables de los charrúas reconocidos.
Hubo 500 jinetes que derrotaron sistemáticamente a los porteños,
hasta hacer inexpugnable la provincia oriental, frente a las
pretensiones de Buenos Aires, y esa es, en buena medida, la causa más
admirable de la independencia de este país; y sin embargo...
Nadie
explica cómo pudieron los orientales derrotar a Sarratea para
incorporarse victoriosamente al segundo sitio de Montevideo o cómo
lograron derrotar a Dorrego cuando corrió locamente hacia Arerunguá,
para deshacer al Jefe de los federeles y se encontró aislado; y por
eso resultó deshecho en Guayabos.
Pero
lo que menos aclaran los señores redactores de la historia en uso,
es "la marcha secreta".
La
historiografía científica uruguaya (siempre infiel con los
infieles) no dice nada del destino insólito que Artigas le dio a su
huida, cuando abandona el sitio de Montevideo (20 de enero de 1814) y
se transforma en un desertor.
Sin
charrúas, nadie podrá explicar nunca por qué el Jefe de los
orientales abandona a su gente (aun a su hermano) y se quita el
uniforme y se va solo, en medio de la noche, vestido de gaucho,
llevando una chuza y así atraviesa todo el país (del día 1 al 24,
hace 400 kilómetros en tres días) para situarse en las cercanías
de Arerunguá, en las costas del Tacuarembó chico, y afincado allí,
en ese inhóspito lugar del Lejano Norte, proclama una y otra y otra
vez: "estoy en el centro de mis recursos", "estoy en
el seno de mis recursos".
Mucho
menos se puede explicar que desde esa zona, en medio de un desierto,
rodeado de indios analfabetos, haya difundido una nueva idea: el
federalismo, que resultó incontenible, y que se impuso, hasta ahora,
en esta parte del mundo; aún a costa del sacrificio que implicó
nuestra secesión.
Artigas,
caso único en la revolución americana, contaba con una formidable
caballería ligera, los charrúas.
Sólo
así se entiende la desesperación porteña por conseguir la invasión
de una potencia extranjera. No tenían otra.
Artigas
era invencible en el Lejano Norte y los incendiaba.
(1)
Carlos Maggi, "Artigas y su hijo el Caciquillo", Ed. Fin de
siglo, Montevideo, 1992, pág. 27
(2)
Colección independencia de iberoamérica, José Andrés Gallego,
director coordinador; Demetrio Ramos, director de la Colección, Ed.
MAPFRE, Madrid.
(3)
Carlos Maggi, op. cit., pág. 147
(4)
Idem, pág. 144
(5)
Idem, pág. 151
Carlos
Maggi
El
País
9
de enero de 1994
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