AdSense

miércoles, 11 de octubre de 2023

HISTORIA DE LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA

POSIBLEMENTE UNO DE LOS MÁS PRESTIGIOSOS HISTORIADORES ARGENTINOS

Una semblanza de Tulio Halperin Donghi:
La renovación historiográfica y su impacto en las asignaturas de Historia Argentina en el Departamento de Historia de la UNMDP, 1985-2014

Desde el fallecimiento de Tulio Halperin Donghi a finales del año pasado, han aparecido diversos recordatorios, obituarios, semblanzas y reconocimientos en distintos medios del ámbito de la producción historiográfica y de divulgación. Anuarios, revistas especializadas y secciones culturales de diarios de alcance nacional han detallado y analizado en forma pormenorizada la mayor parte de sus obras y del legado de sus escritos, tanto en las obras colectivas que dirigió, como en las tantas ideas que volcó no sólo en sus charlas y conferencias sino también en más de veinte libros y cientos de artículos académicos. [1]

Lo que sigue es apenas una breve reflexión, que tratará de tomar en consideración una reseña de los cambios y transformaciones que se dieron a partir de la irrupción de algunas de las obras de Tulio Halperin Donghi en los programas de las asignaturas de Historia Argentina en el Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades de la UNMDP.

Treinta años atrás, con el retorno de la democracia a nuestro país, la UNMDP inició el proceso de normalización de sus distintas facultades y departamentos de acuerdo a las disposiciones del Gobierno Nacional[2] . Esto provocó profundas modificaciones específicamente en el Área de Historia Argentina. Donde, pese a no modificarse el Plan de Estudios vigente desde principios de los 80, la llegada de nuevos docentes a través de los concursos públicos, produjo la incorporación de obras de autores hasta entonces desconocidos tanto por los graduados recientes como por los estudiantes habituados a las obras y métodos del viejo revisionismo que había imperado durante la Dictadura Militar.

El impacto más importante se produjo en la asignatura Historia Argentina II[3] a partir del año 1986, cuyos contenidos mínimos estaban fijados a una periodización que iba desde los años 1810 a 1880 y en la que la introducción del libro Revolución y Guerra[4] apareció a primera vista como una obra extremadamente compleja, con una terminología muy específica y de difícil lectura. Los primeros acercamientos por parte de los estudiantes a estos trabajos no resultaron sencillos, pero lentamente se comprendió la dinámica y estructura política de este libro con su representación de escenarios de larga, mediana y corta duración.

Quienes en cursados posteriores comenzamos a trabajar en dicha asignatura, durante varios años comprendimos cada vez más claramente, aquella definición que diera Raúl Fradkin respecto a que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, al encontrar permanentemente nuevas ideas e interpretaciones en cada relectura obligada en los inicios de cada curso[5] . Lo mismo sucedió con artículos posteriores como “La expansión ganadera”[6] y mucho más con Guerra y Finanzas[7] . En estas dos obras se destacaba claramente la descripción del rol del Estado por parte de Halperin quién remarcaba las diferencias interpretativas existentes hasta ese entonces con respecto a los grandes marcos teóricos sobre su accionar. En su mirada quedaba claro que las herramientas de la intervención estatal no siempre eran en favor de hacendados y terratenientes y también mostraba que muchas veces las acciones administrativas enunciadas no tenían la más mínima posibilidad fáctica de implementarse y llevarse adelante debido a la permanente escasez de los recursos económicos.

Con el tiempo, también se modificaron hábitos y costumbres en cuanto a los dictados de los trabajos prácticos de la misma asignatura al poder utilizar los documentos seleccionados en Proyecto y Construcción de una Nación[8] (generalmente utilizando también su introducción más conocida como “Una Nación para el Desierto Argentino”) en donde se podían contrastar las ideas expresadas por Halperin, con discursos y escritos de los protagonistas de la época. Lo que constituyó una novedad para los habituales trabajos prácticos que solían consistir en verificaciones de lecturas a través de extensos fichados que no permitían casi ninguna interacción entre docentes y estudiantes.

Las lecturas de Halperin Donghi fueron acompañadas también por la incorporación de otras obras clásicas o recientes de autores como John Lynch (1996), Harry Ferns (1992), José Carlos Chiaramonte (1986), Hilda Sábato (1989), Roberto Cortés Conde (1979) y Ezequiel Gallo (1983). Las cuales obligaban a reflexionar en términos de una larga o mediana duración de los acontecimientos, incorporando numerosas herramientas de las ciencias sociales principalmente de la economía, la sociología y la ciencia política.

Esto nos permite reafirmar lo expresado por Roy Hora (2014) respecto a que la obra de Halperin dejó tres grandes marcas. En primer lugar, en cuanto a la comprensión de la Revolución de Mayo y la transformación de la sociedad que emergió tras romper vínculos con España. En segundo lugar, como base para discutir el rol del Estado en el devenir histórico de los siglos XIX y XX. Y en tercer lugar, con referencia a la notable persistencia de las tradiciones políticas surgidas durante la Organización Nacional. Sobre este último aspecto resaltaba en particular, el posicionamiento de una tendencia liberal que se mantuvo hostil al pluralismo político. Este aspecto sería clave en la utilización de las obras de Halperin Donghi como disparador para los grandes debates que posteriormente abarcaron las asignaturas de Historia Argentina dedicadas al estudio del Siglo XX.

Primero en Historia Argentina III, y posteriormente, en las modificaciones de planes que involucraron a la Historia Argentina del siglo XX, aparecieron como ineludibles dos trabajos claves para la comprensión de los procesos económicos y sociales de larga duración en nuestro país. “Canción de otoño en primavera” ayudaba a discutir las causas del declive del boom agroexportador y de la Argentina Moderna a partir de la Primera Guerra Mundial y luego, a mediados de la década del 90, “La larga agonía de la Argentina Peronista”[9] se transformaba en una de las obras de interpretación sobre el peronismo que generó más debates y controversias.

Previo a la aparición de esta obra, Tulio Halperin Donghi realizó su primera visita a la UNMDP, donde había pasado de ser un autor desconocido, a ser considerado el principal referente de los historiadores académicos. Sus trabajos eran parte esencial de las bibliografías de varias asignaturas y seminarios, y también el punto de partida de las argumentaciones de los distintos estudios y proyectos de investigación que se habían iniciado a fines de los años 80 como parte de una importante transformación del perfil docente de la propia Facultad de Humanidades.

Con el desarrollo de los postgrados, la Maestría en Historia de la Facultad de Humanidades, iniciada en el año 1992, lo tendrá como uno de sus docentes visitantes y el curso dictado se centró, en lo que en ese momento era su principal foco de atención, el siglo XX y dentro de él, la década de 1930. Siempre dispuesto a brindar su conocimiento y experiencia, no tuvo reparos en participar, (fuera de las actividades previstas), en una conferencia abierta a toda la comunidad universitaria organizada por el Centro de Estudiantes, o en dedicar algunas horas a escuchar los distintos proyectos de investigación que se desarrollaban en los Departamentos de Historia, Letras y Geografía de manera incipiente.

Como señalamos, a partir de 1995 apareció y se incorporó casi automáticamente en las distintas asignaturas del área de Historia Argentina, “La larga agonía de la Argentina Peronista” (Halperin Donghi, 1994), considerado y utilizado como un texto que intentaba abarcar algunas reflexiones respecto a la historia reciente de nuestro país. Surgido como una iniciativa del Club de Cultura Socialista para celebrar los treinta años de otro de sus artículos, “La Argentina en el callejón”. Este nuevo libro llevó a Halperin Donghi a dar un salto cuantitativo y cualitativo, no solo en cuanto a evaluar su obra anterior, sino también al realizar una profunda reflexión en torno a los cambios o continuidades que se habían operado en la sociedad argentina luego de la etapa fundacional del peronismo, y también en lo que consideraba era la agonía y la etapa final del mismo.

Como señalamos, a partir de 1995 apareció y se incorporó casi automáticamente en las distintas asignaturas del área de Historia Argentina, “La larga agonía de la Argentina Peronista” (Halperin Donghi, 1994), considerado y utilizado como un texto que intentaba abarcar algunas reflexiones respecto a la historia reciente de nuestro país. Surgido como una iniciativa del Club de Cultura Socialista para celebrar los treinta años de otro de sus artículos, “La Argentina en el callejón”. Este nuevo libro llevó a Halperin Donghi a dar un salto cuantitativo y cualitativo, no solo en cuanto a evaluar su obra anterior, sino también al realizar una profunda reflexión en torno a los cambios o continuidades que se habían operado en la sociedad argentina luego de la etapa fundacional del peronismo, y también en lo que consideraba era la agonía y la etapa final del mismo.

Este trabajo, ejemplificador con respecto a su costumbre de revisar los procesos históricos desde las perspectivas de la larga duración, permitía realizar un cierre cronológico de la asignatura, integrando, en una rápida mirada, una profunda reflexión respecto a los hechos sucedidos a lo largo del siglo XX y sus perspectivas presentes.

Para esto Halperin recurrió a una clave de interpretación que tomaba como eje del debate político del siglo XX los alcances y significaciones de la reforma de la Ley Electoral introducida en 1912. La consideraba el objeto de discusión central respecto a los intentos de los gobiernos populistas por permanecer en el poder y a su permanente cuestionamiento por parte de los sectores conservadores desde su aprobación hasta la etapa del fraude en la década del treinta y de como la falta de resolución de esta trama había llevado a la aparición del peronismo en la década del 40.

Esta componenda es la que había generado un esquema de crisis política permanente. Pero peor aún, después de 1955 ninguno de los actores políticos y sociales que accedieron a los sucesivos gobiernos civiles y militares, había podido desentrañar el terrible dilema de resolver la forma de cuestionar las decisiones mayoritarias, sin tener que realizar procedimientos de abstención, prohibición de participación, exilios o encarcelamiento de los principales dirigentes políticos y sociales. Desde su perspectiva, se produjo así un permanente conflicto de legitimidades, donde se sugería que el marco electoral era, en el mejor de los casos, una irrelevancia y peor aún, un obstáculo para el surgimiento de las nuevas fuerzas democráticas que debían aparecer a partir de la caída de Juan Perón.

Estas interpretaciones se sumaban entonces, a la utilización por parte de los distintos docentes que se sucedieron o alternaron en el dictado de la Historia Argentina del siglo XX, a los trabajos de Murmis y Portantiero (1971), Juan Carlos Torre (1989) y Daniel James (1990), para tratar de comprender el impacto del peronismo y sus vínculos con la historia política y social. Estos autores compartían la idea que la década de 1930 había sido clave en cuanto a delinear los destinos de lo que sucedería en los años siguientes, centrando los distintos puntos de discusión, en interpretaciones con respecto a las disyuntivas de “ruptura y continuidad”.

En su desmenuzado análisis del amplio espectro de sectores involucrados dentro de este complejo devenir, cobraban mayor significación, los componentes originales que habían descripto acertadamente en su trabajo Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero (1971). Marcando los grupos constituyentes de las alianzas hegemónicas que habían dado lugar al encuentro coyuntural de militares, pequeños y medianos comerciantes, industriales, arrendatarios rurales y obreros sindicalizados, para ponerlos principalmente en la perspectiva de mostrarlos como actores racionales y organizados que superaran las interpretaciones realizadas inicialmente por Gino Germani (1965).

Señalar este camino y este recorrido era entonces la principal tarea a desarrollar por parte de las asignaturas correspondientes y en esto, el esquema mostrado por Halperin Donghi, respecto definir su experiencia en la vida nacional a través de la clave de crisis política, remitía a las interpretaciones de larga y mediana duración donde se sumaban los aportes de la sociología, la ciencia política y la economía. “La larga agonía” se transformaba así, en una de las herramientas claves para interesar a los estudiantes en los estudios comparativos entre distintos autores y sus diversas combinaciones posibles, ya que tal como señala Eduardo Miguez (2015), en la obra de Halperin Donghi, economía, sociedad y política se entrelazan en una explicación de esa misma crisis, que si bien no podía contribuir a resolver, al menos intentaba recurrentemente explicar.

Pese a que los acontecimientos políticos no siguieron el rumbo esperado ni pensado en ese momento, algunos pocos años más tarde, cuando se avizoraba que el ciclo iniciado por Carlos Menem llegaba a su fin, reflexionaba sobre estas cuestiones y la inevitabilidad de un reinicio del ciclo de crisis política. Y parafraseando a Jorge Luis a Borges, cuando decía que Buenos Aires como esencia de la Argentina era eterno como el agua y el aire, Halperin también se animó a predecir que “… yo creo que tanto el Radicalismo como el Peronismo remiten a esa frase. Los vamos a tener siempre…”[10]


Referencias bibliográficas

Armus, Diego y Healey, Mark (2015). Tulio Halperin Donghi.1926-2014. Hispanic American Historical Review .Volume 95, Nº 3, pp. 493-498.

Buchbinder, Pablo y Marquina, Mónica (2003). Masividad, heterogeneidad y fragmentación: el Sistema Universitario Argentino 1983-2007. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento.

Chiaramonte, José Carlos (2015). Tulio Halperin, una breve semblanza. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Nº 42, pp. 21-23

Chiaramonte, José Carlos (1986). Nacionalismo y Liberalismo Económicos. Buenos Aires: Editorial Hyspamérica.

Cortés Conde, Roberto (1979). El Progreso Argentino. Buenos Aires: Editorial. Sudamericana.

Ferns, Harry (1992). Gran Bretaña y la Argentina en el siglo XIX. Buenos Aires: Editorial Solar.

Gallo, Ezequiel (1983). La Pampa Gringa. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. Germani, Gino (1966). Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires: Editorial Paidós

Halperin Donghi, Tulio (1980). Proyecto y Construcción de una Nación. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

Halperin Donghi, Tulio (1994). La larga agonía de la Argentina Peronista. Buenos Aires: Editorial Ariel.

Halperin Donghi, Tulio (2005). Guerra y Finanzas en los orígenes del Estado Argentino. (1791-1850). Buenos Aires: Editorial Prometeo.

Halperin Donghi, Tulio (2007 a). La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires. En Halperin Donghi, Tulio. La formación de la clase terrateniente bonaerense.

Buenos Aires: Editorial Prometeo.

Halperin Donghi, Tulio (2007 b) Tulio Halperin Donghi y la formación de la clase terrateniente. Buenos Aires. Ed. Prometeo.

Halperin Donghi, Tulio (2014). Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Edición definitiva. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. Hora, Roy (2014). El país que Halperin Donghi enseñó a leer. Diario La Nación de Buenos Aires. 23 de noviembre.

James, Daniel (1990). Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina. 1946-1976. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Lynch, John (1996). Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Editorial Emecé.

Miguez, Eduardo José (2015). Tulio Halperin Donghi (1926-2014). Su influencia en la historiografía argentina. Anuario IEHS Nº 29&30 (2014-2015), pp.11-20.

Murmis, Miguel y Portantiero, Juan Carlos. (1971). Estudio sobre los orígenes del Peronismo. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Sabato, Hilda (1989). Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar. 1850-1890. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Sabato, Hilda (2015). Tulio Halperin Donghi: la pasión por entender. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Nº 42, pp. 13-20.

Torre, Juan Carlos (1989). Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. Desarrollo Económico, Vol. 28, N° 112 (Enero-febrero), pp. 525-548.

Wainfeld, Mario (1998). Diario Página 12. Buenos Aires. 20 de septiembre.


Daniel Reynoso es Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Se desempeña como profesor regular del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades de esa casa de estudios. Es Director del Grupo de Investigación Historia Social Argentina (HISA). Es autor de distintos libros, capítulos de libros y artículos sobre su especialidad.


Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

[1]Destacamos especialmente entre ellas las realizadas por Miguez (2015), Chiaramonte (2015), Sábato (2015), Armus y Hayley (2015) y Hora (2014).

[2]El Decreto Nº 154/83 dispuso la designación de rectores y decanos normalizadores a fin que los mismos dispusieran la reorganización de los claustros universitarios. Este decreto, que fue ratificado legislativamente por la Ley Nº 23.068, de 1984. Buchbinder y Marquina (2008:127).

[3]El Plan de estudios vigente era una reforma de principios del año 1983 por la cual los contenidos de Historia Argentina de veían principalmente en tres asignaturas anuales y correlativas entre sí: Historia Argentina I (1776-1810), Historia Argentina II (1810-1880) e Historia Argentina III (1880 – 1955). Este Plan fue modificado en el año 1991 donde se reemplazaron estas tres asignaturas por una Historia General Argentina y dos Historias Sociales (Área Historia Argentina siglos XIX y XX) que se dictaban en forma cuatrimestral. En la modificación del año 2003 actualmente en vigencia se modificaron nuevamente las asignaturas estableciéndose una Historia Argentina General I (1776 a 1912), una Historia Argentina General II (1912 a la actualidad) y una Historia Social Argentina sin periodización especificada.

[4]Halperin Donghi (2014).

[5]Halperin Donghi (2007a:171).

[6]Halperin Donghi (2007b).

[7]Halperin Donghi (2005).

[8]Halperin Donghi (1980).

[9]Halperin Donghi (1994)

[10]Wainfeld, Mario (20 de septiembre de 1998). Página 12, pp. 17-18

https://www.google.com.ar/url?sa=t&source=web&rct=j&opi=89978449&url=https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto/article/view/1475/4581&ved=2ahUKEwj0lMHV4e6BAxXppZUCHTokAJgQFnoECDAQAQ&usg=AOvVaw2kakPxNyaAnNr28gz6UiYG


Renovaci�n Historiogr�fica e
Inercias de Nomenclatura
por: Mar�a Fernanda G. de los Arcos [i]
UNIVERSIDAD AUT�NOMA METROPOLITANA


Historiograf�a


Cuando en las primeras d�cadas del siglo XX comenz� la gran obra de renovaci�n de la historiograf�a que ha caracterizado a los �ltimos setenta u ochenta a�os, entre otros supuestos que se tomaron como base, se estableci� un distanciamiento al menos te�rico con la llamada historia tradicional o vieja historia, a la cual se tild� de �pol�tica� con un sentido despreciativo que quer�a condensar el cansancio y la insatisfacci�n por lo que se consideraba una forma de abordar el pasado que pecaba de elitismo, ingenuidad, superficialidad y, por lo tanto, de complacencia en los aspectos m�s formales de lo jur�dico y lo institucional. Se puede considerar de entrada que lo que se criticaba tan severamente no era m�s que una forma de observar el fen�meno del mundo de las normas y las leyes limit�ndolas a sus aspectos exteriores, sin profundizar en el estudio de sus conexiones con la realidad social, sin tener en cuenta el an�lisis de sus causas, de los intereses e impulsos de los grupos de poder capaces de hacer emanar las determinadas leyes, ni tampoco las tensiones que se derivaban de su promulgaci�n y aplicaci�n y las consecuencias que pod�an tener en el conjunto de la sociedad y en sus diferentes sectores. Pero es imposible rechazar el peso del derecho en la historia y negar la importancia de su conocimiento, lo cual es reconocido por grandes autores de la llamada Escuela de los Annales y de la historiograf�a marxista. Pierre Vilar en Econom�a, Derecho, Historia enlazaba precisamente el fen�meno pol�tico que es el derecho, en las diferentes facetas de elaboraci�n, de apreciaci�n y realizaci�n de las normas, con los procesos generados por las consecuencias de su aplicaci�n dentro de las diversas actividades del grupo humano. En el estudio hist�rico el derecho puede contemplarse como una expresi�n de poder, as� como conjunto de s�ntomas que advierte de los valores que el grupo o grupos dominantes quieren imponer y de todo aquello que se refiere a su repercusi�n social, los grados de aceptaci�n y rechazo que provoca y los efectos ben�ficos o nocivos que las leyes pueden acarrear (Vilar 1983).



Pierre Vilar

Si bien todos est�n de acuerdo en que los grupos humanos se organizan a trav�s de diferentes tipos de relaciones estables, la vieja historia institucional tambi�n fue criticada en el mismo sentido y en aquellos casos en que no pretendiera ser algo m�s que descriptiva, mera presentaci�n de organigramas o biograf�as de sus altos dirigentes, sin mayor inquietud por explicar el sentido de las funciones de gobierno, administraci�n, regulaci�n, recaudaci�n o cualquier otra que tuviera; sin manifestar tampoco un inter�s suficiente por conocer las repercusiones que experimentara el sector social sobre el que actuaba, ni las circunstancias hist�ricas en que se ejerc�a el poder de facto. Lo que se criticaba en este caso igualmente no era tanto el objeto de estudio sino la forma en que se abordaba.

En contrapartida hoy se puede rechazar lo poco sopesado, lo excesivamente r�pido de la adjudicaci�n de los calificativos que se usaron para proceder al acoso y derribo de una historiograf�a cuyos m�todos se quer�an superar. En efecto, no fue muy afortunado hablar con desd�n de �jur�dica� ni de �institucional� ni de �pol�tica�, ya que ninguno de estos niveles de la organizaci�n social puede soslayarse en un an�lisis de conjunto de la actividad colectiva. Tampoco pod�a pensarse que al tratar de estos temas se tuviera forzosamente que caer en los errores de m�todo que con tanta justicia se criticaban. El mismo Fernand Braudel no vio la necesidad de explicar los fen�menos pol�ticos de una manera f�ctica como demostr� en El Mediterr�neo y el mundo mediterr�neo en la �poca de Felipe II. No me refiere al texto que compone la tercera parte de la obra, sino justamente a la segunda parte donde desarrolla las modalidades de la guerra, los imperios, los peque�os Estados, las autonom�as locales, las burocracias, etc. (Braudel 1976).



Braudel

Es tambi�n una obviedad recordar la importancia de conocer el funcionamiento de las instituciones para el periodo y el caso que se investiga, en primer lugar por la raz�n pr�ctica de permitir la b�squeda de fuentes pertinentes, bien se trate de documentaci�n escrita, bien de toda esa variedad de posibilidades que se engloba bajo el t�rmino de restos arqueol�gicos o de otros tipos de fuentes. Ser�a dif�cil que para un pasado no muy reciente se pudiera trabajar de otro modo. Las instituciones pueden ser estudiadas adem�s como estructuras de poder en s� y como parte de las estructuras generales de poder en una sociedad dada, como organismos que regulan y formalizan el funcionamiento de las relaciones pol�ticas, como campo de encuentro entre minor�as y mayor�as, escenarios de alianzas, choques, cooperaci�n o conflictos entre los grupos dirigentes, as� como entre ellos y las clases populares. Deben ser contempladas como espacios donde se desarrolla el ejercicio cotidiano de la pol�tica.

Por lo tanto lo que en el siglo XX se rechaz� de la vieja historiograf�a no fueron los temas ni las �reas de estudio sino los objetivos y los m�todos de trabajo, aquellos que algunas veces se han resumido como �historia positivista�. Tal vez ser�a mejor decir historia positivista de mala calidad ya que algunos de los llamados positivistas, como otros historiadores del siglo XIX, dejaron trabajos de gran utilidad, aunque no representen el tipo de labor que las generaciones que les sucedieron han querido y quieren realizar. No solamente se conservan grandes obras sino que tambi�n permanecen avances considerables en el terreno de la metodolog�a como los que se refieren a la cr�tica de fuentes. Hoy d�a se valora la labor de Seignobos, de Langlois y de otros. Pero tambi�n legaron una visi�n del quehacer historiogr�fico que fue rechazada por los que pretend�an convertir a la historia en una ciencia social y concretamente por los autores que desde la revista Annales a partir de 1929 representaron una nueva corriente, hoy d�a famosa, que preconiz� una ruptura con muchos aspectos de la historiograf�a decimon�nica, fundamentalmente aquella que recibi� el apelativo de f�ctica, y que pod�a ser considerada una sucesi�n no anal�tica de datos, fechas, personajes ilustres, biograf�as individuales, momentos estelares, descripciones formales de instituciones, leyes o principios del derecho, muchas veces en torno a un documento �nico, casi siempre solemne, y con un mayor inter�s hacia lo diplom�tico y la historia militar. Pero, repito, lo que se critic� no fue el campo de estudio sino la manera de abordarlo. Creo que hubo una confusi�n en la f�rmula que se emple� para el ataque --historia pol�tica-- y de ah� derivan ciertas confusiones, algunas de fondo, otras de problemas de nomenclatura que lejos de constituir simplezas derivan hacia serios inconvenientes.

Tanto Lucien Febvre como Marc Bloch estudiaron la pol�tica. El primero de ellos situ� su estudio del Franco Condado �en �poca de Felipe II�, hizo biograf�as individuales como la de Mart�n Lutero, pero llev� sus indagaciones al �mbito de la ciencia social, rechazando la historia relato considerada como una representaci�n de rasgos aparentes bajo los cuales subyace la verdadera realidad. En cuanto a Marc Bloch, tan conocido por sus estudios de econom�a rural y por haber ocupado la c�tedra de historia econ�mica de la Sorbona, no es necesario recordar que antes de todo ello elabor� una tesis sobre el fen�meno de los reyes taumaturgos, en la que analizaba esa modalidad de poder-propaganda atribuido a algunos monarcas de ciertas entidades europeas, obra que es considerada pionera justamente de algunas tendencias hoy vigentes en la nueva historia pol�tica (Le Goff 1995, 157-165).



Marc Bloch

El proceso de renovaci�n del an�lisis del pasado no modific� siempre los objetivos de estudio en cuanto a los sectores de la actividad humana, pero opuso a la historia f�ctica el inter�s por las estructuras sociales, econ�micas y de poder, por las mentalidades, la geohistoria, la distribuci�n, el uso y la lucha por el espacio, el aprovechamiento de los recursos, los cambios clim�ticos, el medio ambiente en general, las colectividades, las mayor�as, etc. Hizo presente la necesidad de utilizar una ingente cantidad de fuentes variadas, criticadas y contrastadas, en rechazo al llamado �documento �nico�. Frente a la historia-relato se opuso la historia-problema. Es decir se vio a la historia como una ciencia social y se la situ� en fruct�fero contacto con sus cong�neres.

No desapareci� el inter�s por lo pol�tico, sino que por el contrario se dispone de interesantes obras sobre estructuras de poder, como se hace patente al examinar, tanto dentro como fuera del estricto n�cleo de Annales, la obra de Fernand Braudel, de Pierre Vilar, de los mencionados Marc Bloch y Lucien Febvre, as� como las de Marc Ferro, Robert Mandrou, Pierre Goubert y el mismo Lawrence Stone. Lo mismo se puede decir de Cristopher Hill, Rosario Villari, Eric Hobsbawn, Witold Kula, Jos� Antonio Maravall, etc. Lo que se rechazaba era la vis�n que reduc�a la pol�tica al exclusivo juego de unos cuantos individuos. Junto con Julliard conviene repetir la pregunta de si se puede pretender explicar una sociedad en su globalidad sin tener en cuenta ni comprender las verdaderas relaciones de poder que se dan en su seno. De ah� ese inter�s por analizar el poder como parte de la totalidad, como un fen�meno que mantiene una relaci�n causa-efecto con el resto de las manifestaciones del grupo, en sus distintos niveles de actividad y comportamiento, puesto que se ejerce sobre mayor�as y minor�as.



Marc Ferro



Eric Hobsbawn

Al confundir el contenido con el continente lo que se rechaz� fue una forma o modalidad a la que desafortunadamente se tild� de �historia pol�tica�. Para no caer en tan denostada visi�n, muchos asuntos propios de ella pasaron a ser tratados dentro de la �historia social� o de la llamada historia total o global. Todo ello, como se dec�a, sin que la vieja historia desapareciera, como tampoco desapareci� la historia literaria, ni la filosof�a de la historia, tan combatida por algunos, ni mucho menos el culto al documento solemne y especial. El art�culo de Jacques Julliard aparecido en 1974 hac�a una serie de proposiciones que con el tiempo se han convertido en realidad: procurar que la historia pol�tica tuviera un desarrollo similar al experimentado hasta entonces por las m�s renovadas ramas de la historia, como la demograf�a hist�rica, la historia econ�mica, las mentalidades, etc. De modo que se consagrara al fen�meno del poder, su naturaleza, comportamiento, ejercicio, etc. Un estudio de estructuras, de colectividades, que usara m�todos comparativos, que no desde�ara la cuantificaci�n en aquellos fen�menos que fuera posible aplicarla, una historia que se mantuviera en contacto con las ciencias sociales, en discusi�n, adquisici�n de m�todos, revisi�n continua de objetivos y procedimientos de indagaci�n, pero, al mismo tiempo, una historia globalizante que conllevase como principio b�sico el car�cter social del poder y la relaci�n de lo concerniente al control organizativo grupal con los variados aspectos y sectores de la actividad humana. Una historia que privilegiara la larga duraci�n y que tendr�a que basarse en un concepto amplio de pol�tica que huyera de la visi�n tradicional que encajonaba a �sta en el �mbito de los profesionales del ejercicio gubernamental, que confund�a poder de facto con poder de iure, que hac�a radicar el ejercicio del poder casi exclusivamente en la maniobra o en el acuerdo instant�neo. Una historia que privilegiara el an�lisis de la larga duraci�n, el estudio de las medidas de las transformaciones de las estructuras en la diacron�a, el seguimiento del desarrollo de los procesos (Julliard 1979, 137-157).

�Una historia llamada �pol�tica� y una nueva historia pol�tica se confrontan sin m�s? Es posible que la cosa no sea tan simple, pero que en el fondo permanezca esa diatriba no extinguida. Desde los a�os setenta se ha establecido una corriente que se considera nueva, que tiene objetivos y m�todos propios, teor�a plasmada en escritos y un conjunto nutrido de participantes. Me voy a referir a ella predominantemente, si bien no se puede dejar de mencionar y comentar la existencia de otras corrientes, creo que algunas veces contrapuestas, que son confundidas por ciertas personas como �nicos representantes de una nueva historia pol�tica, con renovadas tendencias o con inquietudes de actualidad. Me refiero a la historia llamada de los �retornos�. Con esa denominaci�n se quiere significar una �vuelta�, un �regreso�, de algo que supuestamente hab�a sido abandonado. Tal se dice del sujeto, del individuo, del acontecimiento, del relato y de la misma historia pol�tica. Quisiera rese�ar algunos comentarios que al respecto ha hecho Jacques Le Goff sobre el tema de los pretendidos retornos:



Jacques Le Goff

En lo que se refiere a la historia pol�tica se�ala en efecto su vuelta pero bajo un forma �profundamente renovada� y opina que ese cambio se refiere �en primer lugar en cuanto al mismo concepto: historia pues de lo pol�tico y no de la pol�tica, historia cuyo concepto fundamental, pluridisciplinario, es el de poder. Noci�n que al mismo tiempo que asegura una especificidad de lo pol�tico muestra que la historia del poder no puede descuidar ni el poder econ�mico ni el prestigio social --no forzosamente ligado al poder econ�mico y a la riqueza-- ni el poder ideol�gico ni el poder de lo imaginario, etc...� (Le Goff 1995, 158).

La historia que en espa�ol se ha llamado f�ctica, y que supone una sucesi�n de acontecimientos encadenados y expuestos de manera superficial, no puede ocultar la importancia de ning�n tiempo hist�rico, sino la necesidad de dar a cada uno la dimensi�n que le corresponde en la explicaci�n hist�rica. Sin acontecimientos no se puede proceder a an�lisis correctos, pero tampoco lo ser�n si solamente se tiene en cuenta a los acontecimientos. Le Goff se�ala que �...los Annales condenaron un cierto tipo de historia f�ctica como hab�an condenado un cierto tipo de historia pol�tica� (Le Goff 1995, 159).

En cuanto al retorno de la biograf�a, es m�s que cierto que �sta no desapareci� y lo importante es la calidad que tenga, as� como partir desde el principio de que no ha de ser forzosa y �nicamente individual, ni tampoco de que en el caso de serlo su objeto de estudio recaiga nada m�s que en eminentes personajes. A trav�s de un ejemplo se puede contribuir, en la medida de lo razonable, al conocimiento de algunos aspectos de una �poca, un territorio, etc. En fin es un g�nero que no tiene por qu� ser abandonado y que puede ilustrar sobre el pasado siempre y cuando el estudio de la historia no se limite a biograf�as yuxtapuestas. El retorno del sujeto, se�ala Le Goff, est� relacionado con la vuelta del individuo, �el cual emerge no solamente frente a las estructuras y a los modelos abstractos sino tambi�n a los personajes colectivos de la historia social, grupos, categor�as, clases, masas, etc...� . Individuo y sujeto no es lo mismo, �pero si lo que est� en causa es el problema de los actores de la historia, la consideraci�n del sujeto obliga a salir del territorio propio del historiador para entrar en el del fil�sofo� (Le Goff 1995, 163). �Yo deseo pues que los historiadores est�n atentos a este retorno del sujeto en los territorios vecinos (Alain Touraine afirma su necesidad en el campo del soci�logo), pero que no busquen utilizar un concepto, un instrumento, la noci�n de sujeto en su propio campo que necesita otro utillaje conceptual� (Le Goff 1995, 164).


Alain Touraine

Con respecto al retorno de la narrativa, de la llamada �historia-relato�, Le Goff considera que la corriente historiogr�fica occidental ha tendido desde el siglo XIX a apartarse de ella. Esto no fue invenci�n de los innovadores que se encuadraron en Annales. El contacto de la historia con otras ciencias sociales no hizo m�s que alejarla de la literatura, mientras que toda vuelta a la historia-relato la distanciar�a de las ciencias sociales. Concluye Le Goff con algunas consideraciones: �la primera es que toda concepci�n historiogr�fica debe, me parece, recurrir de manera epis�dica, a secuencias narrativas, pero evidentemente esto no es lo que se puede llamar historia-relato. La segunda es que es importante darse cuenta de que la historia-relato no es m�s inocente que las otras formas de historia, pues procede tambi�n de hacer la historia, supone toda una serie de concepciones m�s o menos conscientes de historia cuyo resultado es tanto m�s temible ya que lo que no se dice es ignorado por el consumidor y a menudo por el mismo productor. La historia narrativa es probablemente la historia m�s inconscientemente ideol�gica�. Finalmente argumenta que �un retorno en fuerza de la historia narrativa, incluso bajo formas renovadas, a diferencia de los otros retornos que introducen importantes innovaciones en la reflexi�n hist�rica, comporta una grave amenaza de retroceso� (Le Goff 1995, 161).
�Se vuelve a presentar hoy la vieja confrontaci�n tan airada y aireada hace algunas d�cadas entre la historia-problema y la historia-relato? Un primer acercamiento cr�tico llevar�a a preguntarse si en realidad esto desapareci� alguna vez completamente. A lo largo de tantos a�os de renovaci�n de los estudios hist�ricos, paralelamente a la creaci�n de grandes obras y la labor de instituciones que trasformaron la disciplina, sigui� existiendo una cantidad importante de personas --y no forzosamente de espaldas al quehacer acad�mico-- que contin�a elaborando historia f�ctica, biograf�as de ilustres individualidades femeninas o masculinas, sin ir m�s all� de algo situado entre la creaci�n literaria y la informaci�n �hist�rica�, es decir de una somera o abundante recolecci�n de datos, pero a veces sin criticar, expuestos en forma narrativa, sin mayor comprobaci�n de su existencia y dando opiniones sobre ese magma indefinido que tampoco se preocupan por situar en los �mbitos de los �ndices de veracidad. Curiosamente muchos de ellos y otros que quer�an imitarlos, pensaron encontrar un firme apoyo cuando se hizo p�blico el famoso art�culo de Lawrence Stone que en espa�ol tom� el t�tulo de �El retorno de la narrativa�. En �l preconizaba una vuelta al estudio de lo pol�tico y una nueva valoraci�n del an�lisis cualitativo frente a lo que consideraba excesivo predominio de la cuantificaci�n. En efecto, hoy no se considera que haya ninguna superioridad per se en lo que refiere a cualquiera de estos dos tipos de an�lisis, sino que se cree conveniente combinar ambos para una mejor aproximaci�n a la realidad estudiada (Stone 1986, 96-120).

Desde los a�os setenta, al menos, se ha desarrollado un sector de los estudios hist�ricos, que se considera nuevo y al que se da el nombre de nueva historia pol�tica. El art�culo de Julliard fue preconizador y le siguieron otros de diferentes autores como el de Pierre Balmand, �Le renouveau de l�histoire politique�, publicado en 1990 en un libro cuya autor�a comparti� con Guy Bourd� y Herv� Martin, Les �coles historiques. Dos a�os antes hab�a aparecido el libro coordinado por Ren� R�mond llamado significativamente Pour une histoire politique. En 1993 el n�mero 9 de la revista Historia Contempor�nea, dirigida entonces por Manuel Tu��n de Lara y publicada por la Universidad del Pa�s Vasco, se consagraba a la historia pol�tica. Tu��n de Lara es otro de los autores en el que han confluido la formaci�n propia de la llamada escuela de los Annales y el marxismo para dar, en una obra ingente y valorada, pruebas muy significativas de la importancia que los estudios pol�ticos hab�an ido acumulando a lo largo de las d�cadas del siglo XX.

|sigue>
<<p�rrafo anterior|

En ese mismo a�o de 1993 se preparaba otra importante publicaci�n que recoger�a las actas del congreso A Historia a debate, celebrado en Santiago de Compostela, mientras que el libro de Fran�ois Xavier Guerra Del Antiguo R�gimen a la Revoluci�n hab�a sido ampliamente comentado, difundido y considerado como una obra de influencia. M�s reciente es la publicaci�n de otro volumen, Axes et m�thodes de l�histoire politique, donde se contin�a la l�nea de indagaci�n sobre diversos aspectos del fen�meno de la pol�tica en visi�n hist�rica: elecciones, partidos, asociaciones, opini�n p�blica, medios de comunicaci�n, guerra, ideolog�as, mentalidades, cultura pol�tica, instituciones, pensamiento, lecturas, s�mbolos, discurso, etc.



Ren� R�mond

Al igual que Ma. Cruz Mina, Pierre Balmand se�ala la importancia del grupo que se considera encabezado por Ren� R�mond al decir que los investigadores que trabajan en el terreno de la historia pol�tica en Francia forman una comunidad alrededor de algunos animadores decisivos, entre los cuales destaca Ren� R�mond, lo m�s a menudo en forma separada de otras familias de historiadores, en particular de Annales y de la Nouvelle Histoire. Julliard ya hablaba de ellos en 1974. Desde un punto de vista te�rico, en palabras de Balmand, parece que los miembros de esta comunidad comparten una cierta visi�n de los fen�menos hist�ricos, un cierto n�mero de rechazos y de preferencias que los hacen unirse en una misma senda epistemol�gica, fundamentada en primer lugar en la afirmaci�n de la autonom�a relativa de lo pol�tico y de darle lugar como factor de la historia. Por lo tanto el apelativo de �escuela� se les puede aplicar �en t�rminos de nebulosa m�s que de grupo r�gido, escuela con l�mites imprecisos m�s que capilla� (Mina 1993, 59-91; Balmand 1989, 363).

Este mismo autor considera que esta �escuela� es hoy muy activa y que ha sido justamente redinamizada por la presi�n de la cr�tica implacable que la historia pol�tica hab�a sufrido desde los a�os treinta. Situaci�n que empuj� a los historiadores de la pol�tica a llevar a cabo un largo combate, por una parte, dice Balmand, para desempolvar las pr�cticas de sus antecesores y operar un verdadero aggiornamento historiogr�fico y, de otra parte, para reconquistar en el seno de la disciplina hist�rica una legitimidad que hab�a sido contestada. Pero, reconquista no es restauraci�n, sino que tuvieron que efectuar una amplia mutaci�n para afrontar los m�ltiples desaf�os que se les lanzaba. La historia pol�tica se convirti� a su vez en una nueva historia, a su modo en una historia total (Balmand 1989, 364).

Esta corriente, que preconiza una profunda renovaci�n de la historia pol�tica, tiene su principales sedes en una conjunto de instituciones que son el Instituto de Estudios Pol�ticos de Par�s, la Fundaci�n Nacional de Ciencias Pol�ticas, el Instituto de Historia del Tiempo Presente y la Universidad de Par�s X Nanterre. Adem�s de diferentes obras cuenta con un �rgano de publicaci�n peri�dica que es Vingti�me si�cle Revue d�histoire fundado en 1984 y editado por la Fundaci�n Nacional de Ciencias Pol�ticas. Jean-Pierre Rioux ha destacado por su labor en este �rgano y entre los investigadores que se relacionan con el grupo se encuentran, adem�s de los mencionados Rioux y R�mond, Serge Berstein, Philippe Levillain, Jean-Jacques Becker, Jean-N�el Jeanneney, Jean-Francois Sirinelli, Michel Winock, Antoine Prost, Aline Coutrot, Pierre Milza y Jean-Pierre Az�ma, todos ellos participantes en Pour une histoire politique. Los temas de los diferentes cap�tulos de este libro son las elecciones, los partidos, la asociaci�n en pol�tica, la biograf�a, la opini�n, los intelectuales, las ideas pol�ticas, las palabras, religi�n y pol�tica, pol�tica interna y pol�tica exterior y la guerra.



Jean-Pierre Rioux

�sta como las dem�s obras mencionadas nos hablan de una proliferaci�n de trabajos que tratan diferentes temas y que suponen una asentada renovaci�n de la historia pol�tica. Ya en 1974 Jacques Julliard se preguntaba si el nuevo inter�s por lo pol�tico no era debido al fen�meno coet�neo de la poderosa acci�n y capacidad de injerencia de los Estados en �la programaci�n de grandes sectores de la actividad social�, todo ello junto con el desarrollo de los medios masivos de comunicaci�n: �no existe acontecimiento pol�tico por naturaleza sino por el eco que en una colectividad provoca; el conocimiento inmediato del acontecimiento modifica radicalmente su �ndole, cuando no la crea de pies a cabeza� (Julliard, 1979, 243; Nora 1979, 221-239). Balmand considera que el �regreso� de la historia pol�tica, se debe por una parte a factores ex�genos, propios de la evoluci�n de las reacciones y de los comportamientos con respecto a la dimensi�n de la historia pol�tica y por otra parte a factores end�genos, ligados a las metamorfosis de la producci�n historiogr�fica (Balmand 1989, 371). R�mond a su vez aclara que en la renovaci�n de la historia pol�tica han influido los procesos hist�ricos del siglo XX, la experiencia de las guerras --al ser inexplicables en su desencadenamiento por la �nica referencia a los fen�menos de �ndole econ�mica--, as� como el peso cada vez m�s evidente de las relaciones internacionales en la vida interna de los Estados, las intervenciones de los poderes p�blicos en los asuntos econ�micos, etc. Todo ello ha hecho abandonar la idea simplista de que el sector de la econom�a era el determinante en el comportamiento de los poderes. En definitiva el crecimiento de las competencias del Estado en muchos �mbitos adem�s del econ�mico (cultural, demogr�fico, ecol�gico, etc.) ha puesto de relieve toda la extensi�n del fen�meno pol�tico (R�mond 1988, 19-21).

Pero, se�ala R�mond, estos factores ex�genos no son suficientes para explicar estos cambios de tendencia en epistemolog�a, son tambi�n necesarias las �connivencias internas�. El �regreso� de la historia pol�tica no se hubiera efectuado si no hubiera habido igualmente una renovaci�n, la cual se ha dado por el cuestionamiento a la vez de las concepciones cl�sicas y de las pr�cticas tradicionales. No duda en afirmar que la conjunci�n de la presi�n exterior y de la reflexi�n cr�tica puede explicar que la historia pol�tica sea una de las ramas m�s activas y fecundas de la historiograf�a actualmente en Francia. Considera que esa historia pol�tica es otra muy diferente de la tradicional y que justamente las severas cr�ticas que se lanzaron a �sta �ltima fueron �saludables� ya que �el desaf�o fustig� la imaginaci�n y estimul� la iniciativa� (R�mond 1988, 19-23). Sirinelli por su parte no duda en poner a un art�culo el t�tulo de �El retorno de lo pol�tico�, en el que de entrada afirma que �la renovaci�n de la historia pol�tica es un hecho evidente�, pero para comprenderlo es preciso �evitar dos tipos de errores: actitudes triunfalistas y proclamas de rupturas decisivas. El talante marcial y la autocomplacencia no han sido nunca actitudes cient�ficas convincentes� (Sirinelli 1993, 25-35).

Entre las tendencias metodol�gicas de esa nueva historia pol�tica, adem�s del uso de la comparaci�n, de la cuantificaci�n y seriaci�n, se puede mencionar:

La afirmaci�n de la importancia de los estudios diacr�nicos, la cual ha quedado asentada, as� como la incorporaci�n de la teor�a de los tiempos, con una preferencia por las medidas de la larga duraci�n llevada al estudio de los factores de cohesi�n de las estructuras de poder en sus transformaciones, adaptaciones y rupturas. Para R�mond la historia pol�tica se desarrolla en una pluralidad de ritmos, ya que, en sus palabras, articula lo continuo y lo discontinuo, combina lo instant�neo y lo extremadamente lento: �Hay ciertamente todo un conjunto de hechos que se suceden a ritmo r�pido y a los cuales corresponden efectivamente fechas precisas: golpes de Estado, jornadas revolucionarias, cambios de r�gimen, crisis ministeriales, elecciones, decisiones gubernamentales, adopci�n de textos legislativos... Otros se inscriben en una duraci�n media cuya unidad son diez o m�s a�os: longevidad de los reg�menes, periodos de aplicaci�n de las modalidades de escrutinio, existencia de los partidos pol�ticos. Otros a�n tienen por unidad de tiempo la m�s larga duraci�n; si la historia de las formaciones pol�ticas se da m�s en la duraci�n media, en revancha la de las ideolog�as que las inspiran es propia de la larga duraci�n�. Igualmente �...la noci�n de cultura pol�tica, que ha pasado a ocupar en la reflexi�n y la explicaci�n de los fen�menos pol�ticos un lugar proporcional al vac�o que viene a colmatar, implica continuidad en la m�s larga duraci�n� (R�mond 1988, 30).

Al mismo tiempo que hay una mayor inclinaci�n por la historia contempor�nea y coet�nea, que se manifiesta incluso fuera del estricto �mbito de este grupo como muestra el cambio del subt�tulo de la revista Annales que desde el primer n�mero de 1994 pas� a ser Histoire, Sciences Sociales, se contin�a indagando el pasado con una m�s expl�cita inclinaci�n por lo pol�tico.


Revista Annales

La interdisciplinariedad. R�mond se�ala --como lo hizo Julliard en el art�culo mencionado-- que la renovaci�n de la historia pol�tica ha sido posible por el contacto con otras disciplinas particularmente como es obvio con otras ciencias sociales. La historia pol�tica es por naturaleza interdisciplinaria, no puede estar aislada, ya que es una ciencia con funci�n de encrucijada, es decir de establecer contactos entre todos los aspectos de la actividad colectiva y necesita el di�logo continuo con la sociolog�a, el derecho p�blico, la sicolog�a social, el psicoan�lisis, la ling��stica, las matem�ticas, la cartograf�a, la ciencia pol�tica, la antropolog�a pol�tica, etc. (R�mond 1988, 25).

Relaci�n con la historia total o global. R�mond reacciona contra el supuesto car�cter superficial de la historia pol�tica, que tendr�a fundamento, seg�n �l, si se utilizara una definici�n estrecha de lo pol�tico, ya que tal cosa lo aislar�a de otras dimensiones de la vida colectiva.

Una concepci�n ampliada de la pol�tica, mediante el empleo del concepto de lo pol�tico contrapuesto a la pol�tica. Se�ala Ma. Cruz Mina que R�mond justifica la noci�n de vida pol�tica por su imprecisi�n, por tener la ventaja de ofrecer un marco flexible y abierto a la investigaci�n. Mina recuerda a prop�sito la idea de indeterminaci�n de lo social expresada por Lucien Febvre (Mina 1993, 64) y se puede a�adir igualmente lo que Jacques Le Goff se�ala en torno a la necesidad de l�mites imprecisos con respecto a la historia de las mentalidades (Le Goff 1978, 81). Justamente el �ltimo cap�tulo del libro mencionado, Pour une histoire politique, se titula �De lo pol�tico� y viene firmado por Ren� R�mond. En �l se dice que las contribuciones que forman parte de la obra tratan de temas muy diversos pero que existe un rasgo que las acerca a todas y es la referencia a una misma noci�n, una preocupaci�n que comparten todos los autores: lo pol�tico. �Si lo pol�tico es un ente de raz�n como lo econ�mico y lo social, es tambi�n lo m�s concreto de aquello con lo que cada uno se encuentra en la vida, lo que interfiere en su actividad profesional y se inmiscuye en su vida privada. Se�ala que �con la excepci�n de un n�cleo restringido que le es inseparable, lo pol�tico es como uno de esos Estados cuya geograf�a no ha dibujado de antemano los contornos y en los que la historia no ha cesado de modificar los l�mites: lo pol�tico no tiene fronteras naturales�, y en consecuencia unas veces se dilata al extremo y otras se reduce. Ciertas situaciones ensanchan el campo de lo pol�tico como ocurre en �pocas de guerra, de crisis... (R�mond 1988, 380). Pero tambi�n, puesto que es capaz de comunicar y de convertirse en una suerte de recapitulaci�n de los otros niveles de la realidad, �lo pol�tico es una de las expresiones m�s altas de identidad colectiva: un pueblo se expresa por su manera de concebir, de practicar, de vivir la pol�tica tanto como por su literatura, su cine, su cocina. Su relaci�n con la pol�tica lo revela al igual que sus dem�s comportamientos colectivos� (R�mond 1988, 386).

La naturaleza social del objeto de estudio es un principio recurrente en las proposiciones de los diferentes autores. Lo pol�tico como fen�meno inseparable de lo social responde a aquello que justamente provoc� las m�s severas cr�ticas que recibiera la vieja historia: el pretender reducir el fen�meno pol�tico a individualidades descollantes, �lites o peque�os grupos sin tener suficientemente en cuenta el entorno social en el cual se desarrolla y act�a el poder. El an�lisis deb�a derivar hacia las actividades que se relacionan directa e indirectamente con la organizaci�n del grupo humano sometido al proceso de an�lisis. Si, como propone Julliard, se reconoce el principio de la naturaleza social del poder pol�tico, el campo de indagaci�n ha de combinar el estudio de las minor�as con el de las mayor�as para poder comprender los verdaderos recursos y fundamentos del poder, sus valores, sus mecanismos, las bases de la aceptaci�n o de rechazo, las instituciones, los principios del derecho, la elaboraci�n y las consecuencias de las leyes promulgadas, etc. Para distinguirse de la historia f�ctica, la historia pol�tica renovada deber� tender al conocimiento de los fundamentos socio-econ�micos de cualquier fen�meno ligado a la detentaci�n y al ejercicio del poder. Julliard en el tan citado art�culo de 1974 insist�a en la importancia de la aportaci�n del hoy desaparecido Nicos Poulantzas para pensar te�ricamente, desde una perspectiva marxista, las relaciones del poder pol�tico con las clases sociales y concluir que �Marxista o no, el historiador no puede desinteresarse del problema de la naturaleza social del poder pol�tico� (Julliard 1979, 254). Este principio se refleja igualmente en la concepci�n de �historia pol�tica desde abajo� que comenta Gil Pujol, para precisar: �Naturalmente, este enfoque no excluye en absoluto el anterior reconocimiento del peso de las acciones de protagonistas m�s visibles o prominentes, los grandes hombres o pol�ticos en general, un peso que ahora parece vindicado. Sucede que ahora se ampl�a ese reconocimiento al conjunto social y, desechando de modo bastante abierto las visiones estructuralistas, se indaga con especial inter�s entre el pueblo com�n, a quien adem�s se reconoce expresamente la capacidad de sentir la experiencia en sus propias vidas� (Gil Pujol 1995, 195-208).

Ren� R�mond apunta: �Se ha reprochado durante mucho tiempo a la historia pol�tica que no se interesara m�s que en las minor�as privilegiadas y descuidara al pueblo, a las muchedumbres, las masas, el n�mero, un reproche tal vez justificado en los tiempos en que los historiadores pol�ticos se acantonaban en la biograf�a de los notables, pero �lo hicieron alguna vez? El reproche no es v�lido seguramente contra una historia que pretende integrar a todos los actores --incluso los m�s modestos-- del juego pol�tico y que se da por objeto de estudio la sociedad global� (R�mond 1988, 29).

Un inter�s notorio por la cultura pol�tica. Se�ala el mismo Ren� R�mond que �Lo que se llama a veces cultura pol�tica y que resume la singularidad del comportamiento de un pueblo no es un elemento m�s entre otros del paisaje pol�tico: es un poderoso revelador del ethos de una naci�n y del genio de un pueblo� (R�mond 1988, 387). Una relaci�n por lo tanto con la cultura pol�tica que es destacada por Prochasson cuando pone de relieve el inter�s por el estudio de las representaciones, los mitos, lo imaginario, la ligaz�n entre ideas y mentalidades y el papel de los intelectuales. Prochasson habla incluso de una �despolitizaci�n� de la historia pol�tica (Prochasson 1995, 209-215). Lo prueba igualmente el hecho de que dos de los colaboradores de Pour une histoire politique, Jean-Pierre Rioux y Jean-Fran�ois Sirinelli, editaron m�s tarde un libro que pretend�a seguir los pasos de aquel invitando al trabajo en el campo de la historia cultural (Pour une histoire culturelle). Son varios los art�culos que en este m�s reciente volumen se relacionan justamente con fen�menos que se estudian dentro del �mbito de la historia pol�tica: �Mariana, objeto de cultura� de Maurice Agulhon, �La Revoluci�n francesa: �regenerar la cultura? de Antoine de Baecque, �Violencia y consentimiento: la �cultura de guerra� del primer conflicto mundial� de St�phane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, �La historia de la pol�tica cultural� de Philippe Urfalino y desde luego �La cultura pol�tica� de Serge Berstein. Precisamente en este �ltimo art�culo se plantea que la cultura pol�tica se inscribe en la renovaci�n de la historia pol�tica, operada bajo la inspiraci�n de Ren� R�mond. La clave de lo ben�fico de este empleo de elementos de la cultura pol�tica es precisamente que esta rama de la historia proveer�a de �m�ltiples par�metros� que en lugar de conducir a una explicaci�n un�voca permitir�an adaptarse a la complejidad de los fen�menos humanos ( 371). Sirinelli plantea que �la cultura pol�tica es probablemente el �mbito en el que los avances deseables resultar�n m�s fecundos. Existe, en efecto, entre lo pol�tico y lo cultural, una amplia zona de contacto y de �smosis, que leg�timamente se puede llamar cultura pol�tica. Los valores y creencias de una sociedad, particularmente, est�n en copropiedad entre la pol�tica y la cultura, y aquellas que se unen en forma especial conforman una familia pol�tica y constituyen su cultura propia�. Como se ve la definici�n es suficientemente amplia y tal vez en apariencia bastante ambigua. Pero a continuaci�n define su contenido: �esta cultura pol�tica es el resultado de una alquimia compleja. Las grandes ideolog�as no constituyen m�s que uno de sus ingredientes, y en ella se amalgaman tambi�n, nutriendo y explicitando a la vez estos valores y estas creencias, una memoria espec�fica, compuesta de fechas clave, personajes se�eros y, en su caso, de textos can�nicos, un vocabulario propio y, a menudo, una sociabilidad particular, ritualizada o no: en otros t�rminos, la cultura pol�tica es, a la vez, una especie de c�digo y un conjunto de referentes formalizados en el seno de un partido o de modo m�s ampliamente difundido, en el seno de una familia o de una tradici�n pol�tica� (Sirinelli 1995, 30-31 ).



Revoluci�n Francesa

Hasta aqu� unos comentarios sobre una corriente historiogr�fica de las que se plantean el estudio del poder. Ma. Cruz Mina, que no escatima cr�ticas a los planteamientos de este grupo, habla de �otra historia pol�tica renovada� que, en su opini�n, es la que apareci� en Estados Unidos d�cadas atr�s y que en la misma Francia ha contado con representantes como el desaparecido Furet, Julliard, Nora y otros (Mina 1993, 81-91). Por su parte, Gil Pujol hace un recuento de los estudios centrados en la Edad Moderna europea, el cual reposa en directrices de investigaci�n que se podr�an trasladar a otras realidades. Recurre al planteamiento del historiador portugu�s Antonio Espanha quien de una manera gr�fica ha expresado que la historia pol�tica ha cambiado su n�cleo duro y central que era el Estado y el derecho oficial para crear una polvareda m�s perif�rica e inefable, la cual seg�n Gil Pujol, se caracteriza por presentar cuatro l�neas de indagaci�n. La primera es la historia de la familia, en cuyo seno se forman valores por transmisi�n de padres a hijos o por reacci�n de �stos en contra de lo recibido. La segunda l�nea es la historia pol�tica �desde abajo�, que ya ha sido mencionada, mientras que la tercera estudia la pr�ctica pol�tica a trav�s de cauces informales, lo que se podr�a llamar la cotidianeidad del ejercicio de los poderes. Junto con ella quisiera apuntar una tem�tica que hoy se trabaja con inter�s: la corrupci�n. La cuarta de estas l�neas se refiere a los revisionismos de las revoluciones Inglesa y Francesa, en cuyos campos una nueva relaci�n con la historia cultural lleva al an�lisis de los discursos, la separaci�n de texto y contexto, la pr�ctica del giro ling��stico, es decir algunos de los m�todos utilizados por Foucault. Es de destacar igualmente el peso de la microhistoria y la defensa de los estudios institucionales que se refuerzan, como se dec�a al principio, como una visi�n diferente y un renovado vigor (Gil Pujol 1995)



Revoluci�n Inglesa

Arriba | Bibliograf�a
NOTAS:
[i] Dra. Mar�a Fernanda G. de los Arcos |Arriba
Profesora � investigadora de la Universidad Aut�noma Metropolitana � Iztapalapa en el �rea de Historia y Cuerpo Acad�mico Heur�stica y Metodolog�a.

BIBLIOGRAF�A: Arriba
BALMAND, PASCAL
1889 �Le renouveau de l�histoire politique�. En, G.BOURD�-H.MARTIN, Les �coles historiques. Par�s :Seuil, 360-390
 
BERSTEIN, SERGE, PIERRE MILZA
1998 Axes et m�thodes de l�histoire politique. Par�s: PUF.
 
BRAUDEL, FERNAND
1976 El Mediterr�neo y el mundo mediterr�neo en la �poca de Felipe II. M�xico: FCE, 2 vols.
 
GIL PUJOL, XAVIER
1993 �La historia pol�tica de la Edad Moderna europea hoy: progresos y minimalismos�. Actas del Congreso Internacional A Historia a Debate. Santiago de Compostela: A historia a debate y los autores, vol. III, 195-208.
 
GUERRA, F.-XAVIER
1993 �Lugares, formas y ritmos de la pol�tica moderna�. Sociedad Y Estado, (Universidad de Guadalajara, Jalisco), no. 6: 9-22.
 
GARC�A DE LOS ARCOS, MAR�A FERNANDA
1992 �El misterio del peque�o n�mero o sobre la historia del poder: una aproximaci�n a la nueva historia pol�tica�. IZTAPALAPA (Universidad Aut�noma Metropolitana, M�xico), no. 26: 55-75.
 
GARC�A DE LOS ARCOS, MAR�A FERNANDA
1994 �Elementos y cohesi�n de las estructuras de poder: algunos problemas para el historiador�. IZTAPALAPA (Universidad Aut�noma Metropolitana, M�xico), no. 32: 107-122.
 
GARC�A DE LOS ARCOS, MAR�A FERNANDA
1995 �El �mbito de la nueva historia pol�tica: una propuesta de globalizaci�n�. Historia Contempor�nea (Universidad del Pa�s Vasco, Bilbao), no. 9: 37-57.
 
GONZ�LEZ, LUIS
1999 El oficio de historiar. Zamora: El Colegio de Michoac�n, segunda edici�n corregida y aumentada.
 
JULLIARD, JACQUES
1978 �La pol�tica�. En, J. LE GOFF-P. NORA, bajo la direcci�n de, Hacer la historia. Barcelona: Laia, vol. II : 237-257.
 
LE GOFF, JACQUES
1995 �Les retours dans l�historiographie fran�aise actuelle�. ACTAS...�Historia de debate�, vol. III:.157-165.
 
LE ROY LADURIE, ENMANUEL
1089 Entre los historiadores. M�xico: FCE.
 
MINA, MAR�A CRUZ
1995 �En torno a la nueva historia pol�tica francesa�. HISTORIA CONTEMPOR�NEA no. 9, pp. 59-91.
 
NORA, PIERRE
1978 �La vuelta del acontecimiento�. En Hacer la historia, vol. I, pp. 221-239.
 
PROCHASSON, CHARLES
1995 �Vingt ans d�histoire politique en France�. ACTAS...�Historia a debate�, vol. III, pp. 209-215.
 
R�MOND, REN�, ET ALTRI
1088 Pour une histoire politique. Par�s : Seuil.
 
RIOUX, JEAN-PIERRE - SIRINELLI, JEAN-FRANCOIS
1997 Pour une histoire culturelle. Par�s : Seuil.
 
SCHAUB, JEAN-FRANCOIS
1995 �L�histoire politique sans l��tat: mutations et reformulations�. ACTAS...�Historia a debate�, vol. III, pp. 217-135.
 
SERRANO �LVAREZ, PABLO
1999 �De la historia social a la historia cultural. Anotaciones metodol�gicas�. PERSPECTIVAS HIST�RICAS.HISTORICAL PERSPECTIVES. PERSPECTIVES HISTORIQUES, Centro de Estudios Hist�ricos Internacionales, M�xico, no. 4, enero-junio, pp. 11-27.
 
SIRINELLI, JEAN-FRANCOIS
1995 �El retorno de lo pol�tico�. HISTORIA CONTEMPOR�NEA no. 9, pp. 25-35.
 
STONE, LAWRENCE
1982 El pasado y el presente. M�xico: FCE.
 
TU�ON DE LARA, MANUEL
1973 Historia y realidad del poder. Madrid: Cuadernos para el Di�logo.
 
VILAR, PIERRE
1983 Econom�a, Derecho, Historia. Barcelona: Ariel.
 
VOVELLE, MICHEL
1989 La mentalidad revolucionaria. Barcelona: Cr�tica.

https://drive.google.com/file/d/1H6nLKsSqPx9bjpB31DwKWm5yxv1B7zJk/view?usp=drivesdk

HISTORIAE
Corrientes historiográficas II: la escuela de Annales
Herodoto Herodoto
hace 10 años


LA DECADENCIA DEL MODELO ACADÉMICO

A principios del siglo XX, se hacía evidente que las tendencias historiográficas del siglo XIX, como el positivismo o el historicismo, no eran válidas, que no eran un modelo que respondiera a los nuevas características socio económicas y políticas de la época. Estos antiguos parámetros de estudio historiográfico ya no decían nada, para la mayoría eran inútiles. La historia académica, es decir, la historiografía que impartían los profesores universitarios, empieza a desarrollar nuevas formas de enseñanza, a pesar de lo anclados que estaban en la historiografía del siglo XIX. Este antiguo método académico era muy arcaico, y no respondía a las nuevas necesidades que demandaba la Historia en el siglo XX, sobre todo después del impacto mundial que produjo la I Guerra Mundial.


UNIVERSIDAD ANTES

CREACIÓN DE LA REVISTA ANNALES: MARC BLOCH Y LUCIEN FEBVRE

Por esta clase de motivos, el sistema académico estaba en un proceso de clara decadencia. Marc Bloch y Lucien Febvre crearon en 1929 la revista Annales, la cual ha sobrevivido, adaptándose a los tiempos que vive, hasta la actualidad. La revista cuenta con cierta solidez ya en los años 40, aunque alcanza su consagración en los años 60 en Francia. Fue un proceso muy lento, que se consagró a finales de los 60, en mayo del 68, debido a los movimientos sociales de esa época. Lucien Febvre fue especialista en la era moderna, concretamente en el siglo XVI, mientras que Marc Bloch era medievalista. Ambos compartían su creencia de que la Historia necesitaba de los aportes de otras ciencias, como la antropología, la política, la sociología, para llegar con más objetividad al lector. A esto se le llama el carácter inter disciplinar de la Historia.

Ambos historiadores crean para esta escuela historiográfico lo que ellos llaman, el modo regresivo de estudiar la Historia. Me explico, a partir de los hechos ya conocidos que tenemos del pasado, se intenta hallar huellas y pistas para conocer datos de ese pasado que aun desconocíamos. También piensan que si se consigue que la Historia alcance una difusión sólida, se ayudará a que la Historia sea independiente y cumpla su correcta función social entre la ciudadanía. La escuela de Annales condena el uso de muchos datos sin sentido para el abuso de la Historia, a la vez que condenan el uso de la Historia política y diplomática sin el correcto contexto adecuado, que es lo que hacían las tendencias del siglo XIX. Esta escuela historiográfica también manifiesta que es imprescindible tener una nomenclatura propia del historiador, que se mueve en una fase de trabajo profesional y en otra para volcar sus investigaciones de cara al público en general, es decir, que el historiador debe tener dos caras: la cara profesional volcada al estudio y la investigación histórica, y la cara pública volcada a enseñar sus investigaciones a la ciudadanía.


Lucien Febvre

Marc Bloch

SEGUNDA GENERACIÓN: FERNAND BRAUDEL Y ERNEST LABROUSSE

Tras la muerte de Marc Bloch en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, será Febvre quien consolida la revista Annales. Conjuntamente, aquí empieza la labor de otros historiadores, fundamentales en la historiografía del siglo XX, como pueden ser Fernand Braudel y Ernest Labrousse. Estos historiadores fueron quienes trajeron a la escuela de Annales el mayor número de innovaciones y mejoras. Tras la muerte de Febvre, será Braudel el que tome la dirección de la revista, consiguiéndole una proyección y extensión internacional que nunca antes había conocido. Con el tiempo, si miramos atrás a la Historiografía del siglo XX, se comprende porque Braudel es considerado la figura más importante de la historiografía francesa hasta la década de los 80.


Fernand Braudel - 01

LABROUSSE

TERCERA GENERACIÓN: GEORGE DUBY Y JACQUES LE GOFF

Como todos bien sabemos, la década de los 60 es una época de una salvaje urbanización e industrialización, que viene rápida y explosiva después del largo letargo de las dos guerras mundiales, las entreguerras y la posguerra. En esta nueva época, acorde a los nuevos tiempos que se vivían, se desarrolla la historia económica, social y demográfica. Las figuras más importantes de esta tercera generación de la escuela de Annales son Jacques Le Goff, George Duby y Goubert (muerto recientemente, en 2012). Las temáticas con las que va a jugar la escuela de Annales son, entre otras muchas, los cambios económicos que supusieron las causas del cambio desde el feudalismo al capitalismo, las insurrecciones populares en general, el origen y los avances de la revolución industrial, o el avance de las clases más elitistas en el mundo.


duby_georges_1

72195400

jacqueslegoff

¿CUARTA GENERACIÓN?

La última y presente generación de Annales se inicia en 1989, con la caída del Muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética. Este importante cambio histórico origina diversas cuestiones y problemas, pues antes, en las décadas anteriores, el mundo se dividía en bloque soviético o bloque estadounidense, mientras que ahora se empieza a reflejar la necesidad de renovar los métodos y las técnicas de análisis e investigación historiográficas. A pesar de estos intentos de renovación que se preparaban, este cambio no es que suponga un rechazo hacia las tendencias historiográficas tratadas por la escuela en sus tiempos pasados. Más bien se trata de un diálogo abierto donde la hegemonía y el foco de atención no están tan centrados en el mundo europeo, el mundo occidental. Es decir, que los historiadores de la cuarta generación de Annales sienten fascinación por el mundo colonial, asiático e indio, tercer mundo, Sudamérica, y no tanto exclusivamente por la Historia de Europa.

Categorías: Historiografía

https://historiaeweb.com/2014/02/26/corrientes-historiograficas-escuela-annales/

A propósito de Lévi-Strauss: contra el prejuicio racial
Viernes 03 de julio de 2020, 20:15h







JUAN JOSÉ LABORDA
Consejero de Estado-Historiador.
445 artículos


Escribiré de Claude Lévi-Strauss (1908-2009), el sabio antropólogo, explicando su aportación como científico contra el racismo.
La UNESCO, entonces referente de las iniciativas favorables a la descolonización e independencia de países de África y Asia, entre otros, le encargó a Claude Lévi-Strauss un libro sobre las razas humanas. El entonces prestigioso antropólogo francés, celebrado por su obra de 1949 “Las estructuras elementales del parentesco” (en el que revolucionaba las teorías sobre el incesto en los humanos), escribió un libro que aniquiló para siempre cualquier justificación científica y moral del racismo. Se llamó “Raza e historia” (1952), y en ese libro el autor desmontaba las teorías pretendidamente científicas de la superioridad de los blancos sobre los seres humanos con otro color de piel. Dos décadas después, a petición de nuevo de la UNESCO, Lévi-Strauss profundizó sus reflexiones, gracias a sus nuevas investigaciones sobre grupos humanos de las selvas de Brasil, que se llamó “Raza y cultura”(1974).
Ante el resurgir de actitudes racistas, desde Estados Unidos, pasando por Europa, y llegando a la República Popular China (sorprendente por su intensidad contra las personas de piel negra en un país que proclama que África es un objetivo central de su diplomacia), los argumentos de Lévi-Strauss siguen siendo fundamentales contra el racismo.
Sus dos libros no fueron una condena del racismo desde la manera de pensar que hoy llamaríamos de “izquierdas”. Lévi-Strauss era judío, nieto de un notable rabino francés, militó en su juventud en el socialismo democrático de su país (la SFIO, la Sección Francesa de la Internacional Obrera), se exilió de Francia cuando ésta fue ocupada por los nazis, organizó en Estados Unidos la resistencia cultural al nazismo, junto con otros academicos e intelectuales que apoyaban, desde el primer día, al general De Gaulle (en su combate contra el gobierno proalemán del general Pétain), como fueron Alexandre Koyré, Jean Wahl, Jacques Maritain, Roman Jacobson, Gustave Cohen, Henry Lévy-Bruhl y el propio Lévi-Strauss, cuyo activismo resultó políticamente fundamental…

https://www.elimparcial.es/noticia/214690/opinion/a-proposito-de-levi-strauss:-contra-el-prejuicio-racial.html




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario