Inclusión sin "dramatización"
Varias veces en este foro y en otros lugares dije que es buena la dramatización, pero que no conviene transformarla en "lo cotidiano". La dramatización es buena, cuando jugamos roles, por un rato, cuando nos ponemos en el territorio del otro y tratamos de educar la mirada desde la óptica del otro. Pero no debemos olvidar que ejercemos una función docente, donde se supone, que tenemos algo, que consideramos importante, para transmitir, para enseñar y aprender del mismo proceso de enseñar. Eso nos aporta el método de ensayo-error. Pero si no estamos abiertos al cambio de poco, o, nada, sirve que lo apliquemos. Es inútil que tomemos el juego de roles, como la constante. A lo largo de mi carrera y, en algún momento, le comenté a un colega, que pretendía terminar la misma en un pueblo muy pequeño (de menos de 2.000 habitantes) y este entendió, que me refería a cumplir, con mi formación inicial, pero más allá de la anécdota graciosa, es lo que me propongo hacer, no porque pretenda transformarme en un campesino, sino, porque entiendo que debemos poner toda nuestra atención, todo nuestro caudal mental y de trabajo en los lugares en donde es más necesario. Pero nunca me disfrazaría de algo que no soy, como he podido comprobar en algunos casos, donde algunos pretenden ser severos custodios de la pureza educativa y otros se observan y se visten como revolucionarios, sin darse cuenta que solo transmiten una idea errónea de personas vestidas como psico-bolches (vieron esas personas, con rulos o no en la cabeza, que usan pequeños lentes y faldas o pantalones amplios, que simulan parecer más intelectuales), que pueblan nuestras escuelas de falacia.
Lo anterior viene a cuento, por esas señoras gordas (y me refiero a personas de mentes gordas), que se visualizan como guardianes de antiguas y trasnochadas costumbres, que opinan que las planificaciones no se terminan, porque no alcanzan los tiempos, mientras dejan hacer estropicios a los ganapanes, de los que hay muchos en esta profesión y luego pretenden "meterle la mano en el bolsillo" al que trabaja en serio. Que no es lo mismo que ser serio, como me dijo hace poco alguien, pero pretendiendo, que carecía de gracia, o, que no disponía de "buen humor", que es otra forma de refrendar lo del "viejo loco".
El problema es nuestro y debemos enfrentarlo, somos nosotros los que fallamos y hacemos fallar al sistema, o, si lo prefieren a las instituciones. Es nuestra forma de pensamiento obtuso jerarquizado a niveles propios de personas de mentes estrechas y mezquinas, que creen que la avaricia es una virtud, o, que en lugar de "jugar" a Robín Hood, como pretenden los psico-bolches, prefieren a los Hood Robín, como dice el pensador bonaerense, respecto a los que le roban al pueblo, para darles más a los ricos. El simple hecho de escamotear la posibilidad de aprendizajes adaptados al tiempo y espacio, como pude comprobar en los cuartos años, que les comentaba en otras de mis participaciones, es algo que no pudo haber existido, sin la participación de muchas personas de mentes obtusas y no digo "con poco compromiso con la educación", como se acostumbra en esta zona, sino de esos vivillos, que se mimetizan en "papeles", que no tienen nada que ver, con lo que realmente son.
¿Cómo evaluamos sin evaluarnos? En primer lugar debemos aprender a evaluarnos según el método de ensayo-error (y en esto no considero a los vivillos avarientos, o, de otra laya), para luego poder evaluar a nuestros alumnos, o, para que nadie se enoje a los estudiantes, pero con la misma consistencia, que usamos en nuestras clases, que nace de la premisa que no todos somos iguales, que no existen grupos iguales, aunque algunos sean parecidos (mellizos, pero no gemelos). Para ello disponemos de muchos dispositivos de evaluación y su utilización depende de la conciencia del docente en relación a las necesidades de cada grupo y de cada individuo. Todos nos permiten flexibilidad, si se encuentra en nuestras premisas básicas científico pedagógicas, adaptadas a lo didáctico. Siempre podemos hacer correr la vara de la meta en uno u otro sentido, pero siempre es mejor en el sentido del esfuerzo, de la no especulación, que tiene que ver con el equilibrar la balanza de las dificultades en un mismo grupo atendiendo a la singularidad, que no nos aleja de la pluralidad de acciones. Una cosa es el planteo de la multiplicidad de causas, que derivan en una pluralidad de consecuencias, que nos aportan las Ciencias Sociales o de la Educación y otra pretender, que los dispositivos deben servirnos fríamente, para evaluar a todos por igual, cuando sabemos que en esencia no son iguales, que cada uno tiene su propia personalidad, su singularidad, que es la expresión de su familia y del entorno en el que vive y, por lo tanto, los contenidos operaron de manera diferente en su cosmovisión, que no es más que la forma en la que interactuamos, con el mundo y con el cambio, o, con lo nuevo, sin que ello sea novedoso.
A la justicia la presentan con los ojos vendados y con una balanza en la mano, pero no es para medir la inversión sobre "manolitos" (por el personaje de Mafalda). Es para medir el impacto de nuestras propias acciones, o, de nuestra propia acción educativa. En otras palabras, no evaluamos (o no debemos evaluar), solo debemos tener conciencia de que nos, que significa: nosotros, nos evaluamos y extraemos conclusiones, que nos sirven para aprender e investigar, porque no existe Educación de calidad, excelencia, eficacia y eficiencia, que no investigue, que no tenga por postulado la propia superación, por la cual, nos encontraremos, en el mejor de los casos en posición de favorecer a nuestros alumnos o estudiantes, con una carga o cultivo humano traducido en contenidos con enfoque hacia la diversidad y la inclusión educativa.
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GUILLERMO FERNANDO CÁMARA
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Los Sauces 274 - Choele Choel - Provincia de Río Negro - RA
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