¿PUEDEN LOS PADRES SE AMIGOS DE SUS HIJOS ADOLESCENTES?
Lo tienen difícil, aunque no imposible. Pero ¿por qué esta dificultad? Por la propia esencia de la amistad. Todo el mundo sabe que los amigos se asemejan en lo que quieren y en lo que sienten. Es propio de los amigos el querer y el no querer las mismas cosas, y alegrarse y dolerse con lo mismo. Y salta a la vista que la amistad entre adultos y adolescentes es difícil, puesto que, en principio, ni quieren las mismas cosas ni se alegran por los mismos motivos...
Creemos, sinceramente, que es un error que los padres se empeñen en ser "amigos" de sus hijos (y además habría que buscar otro término para calificar esta relación aparentemente amistosa entre padres e hijos). Una cosa es tener una vía fluida de comunicación, en ambas direcciones, basada en la mutua confianza, y otra cosa muy distinta es intentar atribuirse las cualidades intrínsecas de la amistad, que son privativas de los iguales. Y lo peligroso, si optamos por el segundo supuesto, es que nos exponemos a hacer el ridículo más completo. Veamos, si no, el siguiente caso. Un padre comentaba risueño: "Puede estar seguro, doctor, que mi hijo me tiene por su mejor amigo», y explicaba cómo él iba a las discotecas y frecuentaba los mismos lugares en donde se reunía el hijo con su grupo. Llamaba la atención el atuendo del padre, ya que (quizá para mejor acomodarse a las circunstancias) vestía el buen hombre con prendas extremadamente juveniles, impropias de su edad. Cuando entrevistamos por separado al chico, éste nos suplicó: «Doctor, convenza a mi padre a que actúe como un padre, que es lo que necesito de verdad... ¡los amigos ya sé buscármelos yo!"
Los adolescentes sienten admiración por los adultos que son coherentes en su comportamiento habitual. El adulto necesita tener prestigio entre los adolescentes, porque la admiración es una vía necesaria para acercarse al chico. Pero ello no es suficiente. Se necesita, también, saber adaptarse al mundo de los adolescentes (sin llegar a mimetizar sus formas diferenciales) y respetar su manera de ser.
No obstante, el adulto que quiera intentar ser amigo de un adolescente puede seguir adelante y nadie le impedirá el avance. Pero tiene que seguir unas determinadas reglas de juego. Así, la clave para conseguir la amistad entre padres e hijos está en la confianza. Fiarse de los hijos es una condición necesaria para que a su vez ellos se fíen de los padres y les hablen de cuestiones de tipo personal. No existe auténtica amistad sin credibilidad: cada uno de los dos amigos tiene que creer en el otro y fiarse de él. Veamos algunas ideas para favorecer este encuentro amistoso con el hijo adolescente. Hay que dedicar tiempo al joven. Sin prisas. Tiempo para hacer algo juntos y para conversar sobre lo que hacen, creando situaciones o aprovechando las que ya existen para convivir más estrechamente con el hijo. Por ejemplo: estudiar juntos un segundo idioma o acompañar al hijo a los partidos del deporte que practica. La amistad requiere que las personas se conozcan entre sí como personas. Y una forma de conocerse más íntimamente puede ser, por ejemplo, contando algunas preocupaciones personales al hijo y pedirle su opinión. Deben ser, por supuesto, temas al alcance del adolescente y que no conciernan a áreas inapropiadas de intimidad. Es lícito, por ejemplo, hablar de problemas del trabajo, de dificultades financieras o de salud (sin ser demasiado agobiantes), pero no se justifica hablar de conflictos conyugales o de atracciones sexuales.
Lo importante es facilitar un ambiente en el que el chico sepa que puede hablar de todo con libertad, tanto con su padre como con su madre, sin temor al efecto que ello pueda causar en quien lo escuche. También hay que respetar su intimidad y sus silencios, sin pretender entrar en temas que el chico prefiera no hablar con sus padres. No hay que presionar. Hay que dejar tiempo al tiempo, estando los padres, eso sí, siempre receptivos por si el joven busca, por fin, el diálogo.
Creemos, sinceramente, que es un error que los padres se empeñen en ser "amigos" de sus hijos (y además habría que buscar otro término para calificar esta relación aparentemente amistosa entre padres e hijos). Una cosa es tener una vía fluida de comunicación, en ambas direcciones, basada en la mutua confianza, y otra cosa muy distinta es intentar atribuirse las cualidades intrínsecas de la amistad, que son privativas de los iguales. Y lo peligroso, si optamos por el segundo supuesto, es que nos exponemos a hacer el ridículo más completo. Veamos, si no, el siguiente caso. Un padre comentaba risueño: "Puede estar seguro, doctor, que mi hijo me tiene por su mejor amigo», y explicaba cómo él iba a las discotecas y frecuentaba los mismos lugares en donde se reunía el hijo con su grupo. Llamaba la atención el atuendo del padre, ya que (quizá para mejor acomodarse a las circunstancias) vestía el buen hombre con prendas extremadamente juveniles, impropias de su edad. Cuando entrevistamos por separado al chico, éste nos suplicó: «Doctor, convenza a mi padre a que actúe como un padre, que es lo que necesito de verdad... ¡los amigos ya sé buscármelos yo!"
Los adolescentes sienten admiración por los adultos que son coherentes en su comportamiento habitual. El adulto necesita tener prestigio entre los adolescentes, porque la admiración es una vía necesaria para acercarse al chico. Pero ello no es suficiente. Se necesita, también, saber adaptarse al mundo de los adolescentes (sin llegar a mimetizar sus formas diferenciales) y respetar su manera de ser.
No obstante, el adulto que quiera intentar ser amigo de un adolescente puede seguir adelante y nadie le impedirá el avance. Pero tiene que seguir unas determinadas reglas de juego. Así, la clave para conseguir la amistad entre padres e hijos está en la confianza. Fiarse de los hijos es una condición necesaria para que a su vez ellos se fíen de los padres y les hablen de cuestiones de tipo personal. No existe auténtica amistad sin credibilidad: cada uno de los dos amigos tiene que creer en el otro y fiarse de él. Veamos algunas ideas para favorecer este encuentro amistoso con el hijo adolescente. Hay que dedicar tiempo al joven. Sin prisas. Tiempo para hacer algo juntos y para conversar sobre lo que hacen, creando situaciones o aprovechando las que ya existen para convivir más estrechamente con el hijo. Por ejemplo: estudiar juntos un segundo idioma o acompañar al hijo a los partidos del deporte que practica. La amistad requiere que las personas se conozcan entre sí como personas. Y una forma de conocerse más íntimamente puede ser, por ejemplo, contando algunas preocupaciones personales al hijo y pedirle su opinión. Deben ser, por supuesto, temas al alcance del adolescente y que no conciernan a áreas inapropiadas de intimidad. Es lícito, por ejemplo, hablar de problemas del trabajo, de dificultades financieras o de salud (sin ser demasiado agobiantes), pero no se justifica hablar de conflictos conyugales o de atracciones sexuales.
Lo importante es facilitar un ambiente en el que el chico sepa que puede hablar de todo con libertad, tanto con su padre como con su madre, sin temor al efecto que ello pueda causar en quien lo escuche. También hay que respetar su intimidad y sus silencios, sin pretender entrar en temas que el chico prefiera no hablar con sus padres. No hay que presionar. Hay que dejar tiempo al tiempo, estando los padres, eso sí, siempre receptivos por si el joven busca, por fin, el diálogo.
Ver en http://www.proyectopv.org/2-verdad/puedenserpadres.htm
¿Y que puede pasar con un docente?
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