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miércoles, 15 de mayo de 2019

REFLEXIÓN EN CIENCIAS SOCIALES

REFLEXIÓN EN CIENCIAS SOCIALES
Es indudable que las Ciencias Sociales al encontrarse tan próximas unas de otras en algún momento se tocan, sea por el uso prestado de metodologías o por ingresar unas en el campo de otras, cosa que es muy común. Tal vez lo sea menos en relación a la búsqueda de la reflexión, pero se entiende el interés en la misma. Es un hecho que el aporte en enfoques, en métodos e incluso en fuentes opero en la Historia como un flexible que sirve de conexión en el discurso en torno a una determinada época, cosa que lo torna menos monótono y mas interesante, con lo que se observa menor dureza en ella y, por lo tanto, menos tendencia hacia tonterías nacionalistas o raciales. Todo ello colabora, no tanto en el logro de la verdad, porque ninguna ciencia social es terminante, sino con la facilidad para que sectores mas amplios logren comprender todo el espectro.
Lo mismo debe ocurrir en las otras ciencias, siguiendo un pensamiento critico el aporte metodológico y de enfoques suele ser positivo, sacando del análisis algunas trampas o posturas originadas en celos, que desvíen de intenciones genuinamente apegadas al altruismo pensado en el mejoramiento general de las Ciencias Sociales.
Pierre Bourdieu y la perspectiva reflexiva en las ciencias sociales
Angela Giglia
Doctora en antropología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencia Sociales de París; profesora-investigadora en el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Resumen
El artículo examina los escritos de Bourdieu en donde el tema de la reflexividad se encuentra más presente y donde más se fusiona con los intereses y las preocupaciones que son propias de la antropología y su afán por asumir como objeto el propio trabajo antropológico. En particular El oficio del sociólogo, El campo científico (1968), y el último curso al College de France, significativamente titulado Science de la science et reflexivité. El objetivo es evidenciar la utilidad de la perspectiva reflexiva propuesta por Bourdieu para promover una antropología consciente de su modus operandi y capaz de valorar su propia posición dentro de las ciencias sociales y del campo académico en general.
Abstract
The article examines the writings of Bourdieu in which the theme of reflexiviness is all-present and where it is more intermingled with interests and concerns pertaining to anthropology and its eagerness to assume anthropological work itself as its object; in particular El oficio del sociólogo, El campo científico (1968), and his last course at the College de France, with the significant title of Science de la science et reflexivité. The aim is to make evident the use of the reflexive perspective proposed by Bourdieu to promote an anthropology which is conscious of its modus operandi and is able to value its own position within the social sciences and the academic field in general.
Je sais que je suis pris et compris dans le monde que je prends pour objet
PIERRE BOURDIEU
INTRODUCCIÓN
En las dos últimas dos décadas el debate antropológico internacional ha estado dominado por el tema de la reflexividad, entendida como aquella postura que critica la "autoridad etnográfica" frente a los riesgos de mistificación y de dominación cultural implícitos en la práctica de la antropología, dada la "naturaleza no recíproca de la interpretación etnográfica" (Clifford, 1996: 159). Como es sabido, este debate ha tenido lugar sobre todo en Estados Unidos, a partir del auge de la antropología interpretativa de Geertz, de sus críticos y de sus epígonos "posmodernos", animados por una actitud autocrítica acerca de su propia práctica de la escritura etnográfica, y concentrados más sobre los resultados académicos del trabajo de campo (el texto etnográfico) y su forma de producción (la descripción etnográfica), que sobre sus condiciones sociales de producción en sentido amplio (desde las premisas teóricas y metodológicas, hasta las operaciones concretas que hacen posible la producción de los materiales de investigación y la interpretación). Se ha llegado hasta posiciones muy extremas, tales como la llamada "antropología dialógica", que disuelve la posibilidad de una escritura autónoma del texto antropológico —y con ella la legitimidad misma del antropólogo como autor individual— y propugna una escritura a cuatro manos, donde el texto es el resultado de un proceso de participación que se quiere "no autoritario" entre el antropólogo y su informante.1
Mucho antes que estas preocupaciones se afirmaran en el seno de la antropología estadounidense, otros autores ofrecieron contribuciones muy importantes a la reflexión critica sobre la práctica científica en antropología.2 Una de estas contribuciones, probablemente la más elaborada, pertenece a Bourdieu, quien escribió sobre la reflexividad desde sus trabajos más tempranos hasta sus últimas clases al College de France, pocos meses antes de su muerte (Bourdieu, 2001).
En este artículo me propongo rastrear el interés de Bourdieu por la reflexividad, en algunos escritos donde se encuentra más presente y donde más se fusiona con los intereses y las preocupaciones propias de la antropología, así como su afán por asumir el propio trabajo antropológico como objeto. No pretendo llevar a cabo un excursus exhaustivo, operación imposible que llevaría a examinar la obra entera de Bourdieu, sino simplemente realizar en tres partes un recorrido selectivo. En primer lugar, veremos cómo propone el tema de la reflexividad en una de sus primeras obras, el Oficio del sociólogo, como una "operación fundacional" dentro de la construcción de una perspectiva sociológica original; en segundo lugar, expondré cómo la perspectiva reflexiva se concreta necesariamente en el estudio del mundo de los intelectuales y de las formas sociales de producción del conocimiento, a partir del ensayo El campo científico (1968); para finalmente reseñar el tema de la reflexividad tal como se encuentra plasmado en su último curso del College de France, significativamente titulado Science de la science et reflexivité,3 en particular en las páginas dedicadas a la práctica científica como "habitus" y a la "objetivación del sujeto de la objetivación". El propósito es evidenciar la utilidad de estas ideas de Bourdieu para promover una antropología consciente de su modus operandi capaz de valorar lúcidamente su posición en las ciencias sociales y el campo académico.
De la serie: Alto, mujeres trabajando, 1999 / Roxana Acevedo
LA CUESTIÓN DE LA REFLEXIVIDAD COMO "OPERACIÓN FUNDACIONAL"
El estudio crítico —y autocrítico— de las condiciones de producción del conocimiento en las ciencias sociales, ha sido uno de los intereses más continuos de Bourdieu, se podría decir una de sus obsesiones.4 El concepto de reflexividad es uno de los pilares conceptuales que le permiten elaborar un enfoque cuya característica principal es el haber sido pensado desde sus orígenes para escapar al doble riesgo del objetivismo, por un lado, y del subjetivismo por el otro. Loïc Wacquant, uno de sus intérpretes más agudos, sostiene que "lo más inquietante de su obra es su perseverante afán de trascender varias de las perennes antinomias que socavan la estructura interna de las ciencias sociales, a saber, el antagonismo aparentemente insuperable entre los modos de conocimiento subjetivista y objetivista, la separación entre el análisis de lo simbólico y el análisis de lo material, en fin, el divorcio persistente entre teoría e investigación empírica" (1995: 15). La reflexividad es justamente concepto clave para operar la superación de las dicotomías de una forma radical. La elaboración de una posición que permite superar los opuestos reduccionismos, aunada a la vastedad de sus aplicaciones en ámbitos concretos de la realidad social (del lenguaje escolástico al campo del arte, de las estrategias matrimoniales a los marginados de la Francia urbana, de las instituciones académicas al estudio de las diferencias en los gustos, etc.), producen un resultado que no tiene igual en la producción sociológica del último medio siglo, que se puede comparar sólo con la producción de los padres fundadores: Comte, Marx, Weber, Durkheim.
La preocupación por estudiar las condiciones de producción del conocimiento sobre lo social, se evidencia desde sus primeros trabajos sobre el sistema escolar,5 y encuentra su primera formulación exhaustiva en El oficio del sociólogo (1968). En este libro, escrito con Passeron y Chamboredon, encontramos por primera vez planteados en forma sistemática los conceptos fundamentales de "ruptura epistemológica" y de "construcción del objeto". Aquí Bourdieu sostiene la necesidad de que las ciencias sociales tomen la distancia con respecto al sentido común y los discursos corrientes (y dominantes), ya que lo específico de su conocimiento debe construirse abiertamente "en contra" de ese mismo sentido común. Realiza así una operación fundacional de la ciencia social (comparable por su envergadura a la que realizó Durkheim en Las reglas del método sociológico, en 1895) en la medida en que la separa drásticamente de todo lo que pueda semejarse al "saber inmediato".
Para ser científico el objeto de las ciencias sociales debe construirse operando una ruptura con las "prenociones" de Durkheim, con las representaciones del sentido común y las relaciones más aparentes entre las cosas. "El hecho se conquista contra la ilusión del saber inmediato" (1968: 27). Apoyándose en Durkheim, Mauss, Weber y Marx, entre otros, Bourdieu sostiene que "el descubrimiento no se reduce nunca a una simple lectura de lo real, aun del más desconcertante, puesto que supone siempre la ruptura con lo real y las configuraciones que éste propone a la percepción" (1968: 29, cursivas nuestras).6 En suma, el verdadero objeto científico nunca está simplemente "dado", nunca es evidente, como quisiera la postura "objetivista". Siempre es el resultado de una construcción que se debe elaborar en contra del sentido común y de las trabas que continuamente éste introduce en el proceso de definición y elaboración de nuestras problemáticas.7 Destaca el interés por el papel que desempeña el lenguaje en la transmisión y reproducción del sentido común, con respecto al cual se tiene que tomar distancia, y el tema consecuente de la "vigilancia epistemológica". Sostiene Bourdieu que
el lenguaje común en tanto tal pasa inadvertido, encierra en su vocabulario y sintaxis toda una filosofía petrificada de lo social siempre dispuesta a resurgir en palabras comunes o expresiones complejas construidas con palabras comunes, que el sociólogo utiliza inevitablemente. Cuando se presentan ocultas bajo las apariencias de una elaboración científica, las prenociones pueden abrirse camino en el discurso sociológico sin perder por ello la credibilidad que les otorga su origen: las precauciones contra el contagio de la sociología por la sociología espontánea, no serían más que exorcismos verbales si no se acompañaran de un esfuerzo por proporcionar a la vigilancia epistemológica las armas indispensables para evitar el contagio de las nociones por las prenociones (1968: 37, cursivas mías).8
De una manera muy elocuente, la importancia capital que este tema reviste para Bourdieu se encuentra reflejada en el propio lenguaje. Mediante el uso de metáforas que evocan una guerra contra calamidades mortales ("las armas para evitar el contagio"), Bourdieu recalca que el rechazo de las prenociones debe llegar hasta sus últimas consecuencias, porque se trata de una cuestión de vida o muerte para las ciencias sociales. En suma, de la efectividad de la ruptura y de la vigilancia constante para no recaer en el sentido común, depende la existencia misma de las ciencias sociales como ciencias dignas de este nombre. Si lo que hay que vigilar se encuentra en nuestro mismo modo de pensarlo, desde el comienzo la tarea se anuncia muy ardua. ¿Cómo "defenderse" de las palabras que son el vehículo de los conceptos que usamos para pensar? Para Bourdieu no se trata de profesar una suerte de introspección permanente, con tintes más o menos íntimos y/o narcisistas, lo cual representaría una caída al subjetivismo. Se trata de reconocer las condiciones generales del trabajo científico, en cuanto trabajo institucionalizado, social e históricamente producido y reproducido, que se realiza en lo que Bourdieu denominaría "campo científico". Desde sus más tempranas formulaciones, el tema central de la "objetivación del sujeto de la objetivación" no es propuesto en términos individuales y personalistas, sino en términos relacionales, con vista al campo de fuerzas en el que el sujeto particular —el científico como ser individual— forzosamente opera. Dicho con las palabras de su última formulación, "lo que se trata de objetivar no es la experiencia vivida por el sujeto del conocimiento, sino las condiciones sociales de posibilidad, y por lo tanto los efectos y los límites, de dicha experiencia e inclusive del acto de objetivación" (2001: 182).
En suma, la postura reflexiva se vincula con la adopción de una "mirada relacional" sobre los fenómenos, que por un lado pone de manifiesto los nexos entre los objetos y sus contextos (los campos), y por el otro, vincula el quehacer científico con su propio campo de producción, y de esa manera lo objetiva como producto histórico. De tal forma que la reflexión sobre la metodología que usamos o el terreno que elegimos, implica considerar críticamente nuestra colocación en el campo científico, y el campo mismo como objeto, si es que queremos ganar "un grado superior de libertad" con respecto a las constricciones propias de la actividad científica (2001: 176).
UN OBJETO INCÓMODO, MÁS IMPRESCINDIBLE: EL CAMPO CIENTÍFICO
Después de El oficio, Bourdieu publicó El campo científico (1976),9 análisis lúcido del funcionamiento del mundo académico, al que considera como un campo entre otros dentro de su "teoría de los campos".10 Como cualquier otro, el campo científico es atravesado por luchas internas entre los actores que apuntan a acumular el capital propio del campo, la "autoridad científica". Como en un juego de cartas, los actores se mueven en el campo inspirados por su "sentido del juego", el habitus, conjunto interiorizado de disposiciones para actuar, que de forma irrefleja toman en cuenta la diferente "posición objetiva" que cada actor ocupa en el campo.11 Para incrementar su capital, los investigadores deben actuar tomando en cuenta los rasgos específicos de su campo de juego, el principal de los cuales consiste en que "la lucha por la autoridad científica [...] debe lo esencial de sus características al hecho de que los productores tienden [...] a no tener otros clientes posibles que sus competidores" (2000: 18).12 Por lo tanto, lo que importa y se busca incrementar es el reconocimiento de los pares. El capital científico "es el producto del reconocimiento de los competidores (un acto de reconocimiento aporta tanto más capital, cuanto más quien lo realiza es el más reconocido, y por lo tanto más autónomo y dotado de capital" (2001: 111). La noción de campo científico (campo de fuerzas entre posiciones en competencia por el capital propio del campo), permite efectuar una ruptura con respecto a la idea de "comunidad científica", que alude a una supuesta homogeneidad constitutiva del medio intelectual, una "noción admitida como obvia que se ha vuelto mediante la lógica de los automatismos verbales, una suerte de designación obligatoria del universo científico" (2001: 91). Por lo tanto, hablar de campo significa romper con la idea de que los sabios forman un grupo unificado y homogéneo.
Contra las evidencias del sentido común, Bourdieu demuestra que hasta las decisiones en apariencia más desinteresadas o más audaces (por ejemplo el situarse en una posición de "continuidad" o de "subversión" con respecto a los paradigmas dominantes; el adelantar o no la publicación de ciertos resultados; el seguir haciendo investigación después de haber conseguido una buena posición institucional) se comprenden a partir de las lógicas que mueven a los actores en el campo, y de sus estrategias para aumentar y conservar el capital acumulado. Llama la atención por su agudeza, la manera como da cuenta, a partir de una visión relacional, de aquellas propensiones que suelen atribuir a factores estrictamente individuales, tales como la idiosincrasia personal o la etapa en el ciclo de vida. Propensiones como la de científicos que emprenden investigación original en edad avanzada, y otros que se estancan o se dedican a asuntos administrativos o de dirección académica, Bourdieu las remite a las posiciones de los actores dentro del sistema y a sus relaciones recíprocas. Los que más invierten en investigación son los que poseen más capital científico.
La disminución con la edad de la cantidad y de la calidad de las producciones científicas, que se observa en el caso de las "carreras promedio" [...] sólo se torna completamente inteligible si se comparan las carreras medias con las más altas, que son las únicas que conceden hasta el final los beneficios simbólicos necesarios para reactivar continuamente la propensión hacia nuevas inversiones, retardando así continuamente la desinversión (2000: 31).
Con la misma mirada desencantada, Bourdieu da cuenta de las opuestas inclinaciones hacia la "reproducción" del orden científico o hacia su "subversión", como otras tantas posiciones "políticas" dentro del juego de poder propio del campo. Por lo tanto, la conservación o la subversión con respecto a los paradigmas científicos establecidos, no denotan otra cosa más que luchas por el establecimiento del consenso en torno a ciertas creencias, sean ellas las mismas, dominantes o nuevas, en busca de reconocimiento. Queda así de manifiesto el fundamento totalmente histórico de la ciencia, junto con la ausencia de cualquier fundamento absoluto o metafísico. "La ciencia no tiene nunca otro fundamento más que la creencia colectiva en sus fundamentos, que produce y supone el funcionamiento mismo del campo científico" (2000: 43). En palabras de antropólogo, la ciencia es una cosmovisión entre otras, o más bien un campo de cosmovisiones en competencia las unas con las otras.
La cuestión de la autonomía de la ciencia está planteada en términos radicales, casi paradójicos. La ciencia verdaderamente autónoma no se preocupa por ser neutral, mientras que la falsa ciencia de los doxósofos (doxa: "opinión" para los antiguos griegos) que califica sin más de "sabios aparentes y sabios de la apariencia" (2000: 46), se muestra dependiente de la necesidad de mantener una apariencia de independencia. Los científicos dependientes del campo del poder
no pueden legitimar ni la apropiación que operan por la constitución arbitraria de un saber esotérico inaccesible al profano, ni la delegación que demandan arrogándose el monopolio de ciertas prácticas o de la reflexión sobre sus prácticas, sino a condición de imponer la creencia de que su falsa ciencia es perfectamente independiente de las demandas sociales que ella no satisface, y porque afirma, al mismo tiempo, su firme rechazo a servirlas (2000: 46).
A partir de El campo científico Bourdieu se consagra como un autor sumamente incómodo, independientemente del lado del que se lo quiera mirar.13 Su crítica no escatima dardos para la "sociología oficial" que se autoproclama "de oposición" y que define como "ciencia falsa V 155 destinada a producir y mantener la falsa conciencia" (2000: 53), protagonizada por los intelectuales menos autónomos científicamente y más dependientes del campo del poder. Su juicio tan severo sobre la "sociología oficial" se entiende plenamente si se toma en cuenta la que Bourdieu considera como la posición específica de las ciencias sociales con respecto al campo del poder. Para él, la autonomía de las ciencias sociales es más difícil de conseguir (y de mantener), porque lo que está en juego es el poder para definir e imponer la visión legitima del mundo social. En Science de la science (2001), Bourdieu regresa sobre este punto reivindicando la legitimidad de una ciencia social que tome posición sin hipocresías en las luchas por el poder.14 En este texto Bourdieu regresa sobre la condición específica de las ciencias sociales, sosteniendo que éstas
y en especial la sociología, tienen un objeto demasiado importante (que interesa a todo el mundo, empezando por los más poderosos), demasiado ardiente para poderlo dejar a su discreción, para abandonarlo únicamente a su ley, demasiado importante y demasiado ardiente desde el punto de vista de la vida social, del orden social y del orden simbólico, para que le sea otorgado el mismo nivel de autonomía de las otras ciencias y para que les sea concedido el monopolio de la producción de la verdad. Y de hecho todo el mundo se siente con derecho de inmiscuirse en la sociología y de entrar en la lucha en torno a la visión legítima del mundo social, en la que el sociólogo también interviene, pero con una ambición totalmente especial, que se otorga sin problemas a todos los otros científicos, pero que en su caso tiende a aparecer monstruosa: decir la verdad, o peor, definir las condiciones en las que se puede decir la verdad (2001: 170, cursivas nuestras).15
LA PRÁCTICA CIENTÍFICA ENTRE "SABER CON EL CUERPO" Y "OBJETIVACIÓN DEL SUJETO DE LA OBJETIVACIÓN"
En Science de la science et reflexivité, que reúne las clases de su último curso del Colegio de Francia (2000-2001), Bourdieu retoma y amplía los temas del "viejo artículo", como él mismo lo define, sobre El campo científico, y reanuda la reflexión sobre el conocimiento científico y sus formas de producción. En este libro aparecen por primera vez unidos, desde el título, el tema de la reflexividad y el de la ciencia de la ciencia. Se pone de manifiesto de esa manera la relación entre las dos problemáticas, ya que la reflexividad —como esfuerzo por "objetivar el sujeto de la objetivación"— no puede realizarse plenamente sin una reflexión desencantada en torno a los principios y a las condiciones de funcionamiento de la ciencia social en su totalidad. No se puede pensar sobre el trabajo de este o aquel científico sin hacer una ciencia del campo científico, llámese "sociología de la sociología" o "antropología de la antropología", en suma: una "ciencia de la ciencia". Cualquier objeto, y más aún el propio trabajo científico tomado como objeto, debe ser visto de manera relacional. "Sólo una teoría global del espacio científico, como espacio estructurado según lógicas, al mismo tiempo generales y específicas, permite comprender verdaderamente tal o cual punto en dicho espacio, tal laboratorio o investigador particular" (2001: 68).
Para mostrar cómo no se debe hacer investigación, pone el ejemplo de los estudios de laboratorio (entendidos aquí en el sentido francés de equipos de investigación institucionalizados), asimilándolos a las "monografías de aldea' (monographie de village), típico producto de la antropología francesa ortodoxa, quienes "tomaban como objeto unas micro unidades sociales supuestamente autónomas (si es que se ponía la cuestión), unos universos aislados y circunscritos que se pensaba que fueran más fáciles de estudiar porque los datos se presentaban de alguna manera ya listos a esa misma escala (con los censos, los catastros, etc.). El laboratorio, pequeño universo cerrado y separado, que propone protocolos listos para el análisis, carnets de laboratorio, archivos, etc., parece, de la misma manera, necesitar de un mismo enfoque monográfico e idiográfico" (2001: 68). Pero el análisis no puede limitarse a lo que pueden hacer los laboratorios, o a las monografías de aldea. Estas unidades no se hallan aisladas, y sus principios explicativos se encuentran forzosamente afuera de ellas, "en la estructura del espacio al interior del cual se encuentran insertos" (2001: 68).
Una parte importante del trabajo de "objetivación del sujeto de la objetivación" consiste en considerar el trabajo científico como un "habitus", conjunto de disposiciones que se vuelven "automáticas", incorporadas, de las que no somos conscientes a menos que realicemos un acto explícito de objetivación. En cuanto práctica, la producción del saber científico se acerca por un lado, al arte, y por el otro, a la idea de "saber incorporado", en el sentido literal de "saber con el cuerpo", es decir, conjunto de prácticas inconscientes y automáticas que pasan por y se inscriben en el cuerpo, que hace precisamente que haya cosas que no se conocen con el intelecto sino "con el cuerpo". Recuerda cómo muchos importantes autores, entre ellos Polani, ya se han mostrado conscientes de que
los criterios de evaluación de los trabajos científicos no pueden ser completamente explicitados [...]. Siempre hay una dimensión implícita, tácita, una sabiduría convencional que es puesta en operación en la evaluación de los trabajos científicos. Este dominio práctico es una suerte de "connaisseurship" (arte de conocedor) que puede ser comunicado por el ejemplo y no por preceptos (contra la metodología) y que no es diferente con respecto al arte de individualiza una buena pintura y determinar su época y autor, sin estar necesariamente en condición de articular los criterios que ese arte pone en operación (2001: 79).
Forma parte del rigor metodológico el asumir aquello que se escapa de la explicación racional para inscribirse dentro de la "experiencia" que no es posible medir ni reducir a palabras.16 La dificultad de transmitir lo esencial de la práctica científica, como conjunto de operaciones imposibles de codificar y formalizar de manera completamente exhaustiva, y que necesitan ser aprendidas mediante el ejemplo concreto, hace de la ciencia algo comparable a la cocina o a la alquimia. El trabajo científico se acerca a la labor del artesano, en cuyas bodegas —como dice un dicho que remonta a la época medioeval— los aprendices, en lugar de recibir una enseñanza verbal tenían que "robar el oficio", esto es, apoderarse de él únicamente observando trabajar al artesano. De allí la importancia de la "teoría de la práctica", ya que
la práctica es siempre subestimada y subanalizada, mientras que para comprenderla habría que emprender mucha competencia teórica; paradójicamente mucha más que para comprender una teoría. Hay que evitar reducir las prácticas a la idea que tenemos de ellas, cuando nuestra experiencia de ellas es puramente lógica. Ahora bien, los estudiosos no saben necesariamente, a menos de tener una teoría adecuada de la práctica, investir en sus descripciones de sus prácticas la teoría que les permitiría darse y dar un verdadero conocimiento de esas prácticas (2001: 81).
Si por un lado Bordieu exalta la importancia de comprender los aspectos prácticos de la práctica científica, por el otro, nos recuerda las características privativas de la ciencia. "El campo científico es —como otros— el espacio de prácticas lógicas pero con la diferencia que el habitus científico es una teoría realizada, incorporada. Una práctica científica posee todas las propiedades reconocidas a las prácticas más típicas, como las deportistas o artísticas. Pero eso no impide que sea también la forma suprema de la inteligencia teórica." En suma,
el arte del sabio se separa del arte del artista por dos diferencias mayores: por una parte, la importancia del saber formalizado que es controlado al estado práctico, gracias justamente a la puesta en forma y fórmulas, y por otra, el papel de los instrumentos que, como decía Bachelard, constituyen un saber formalizado hecho cosa. En otros términos, un matemático de veinte años puede tener veinte siglos de matemáticas en su espíritu, en parte porque la formalización le permite adquirir bajo la forma de automatismos lógicos, vueltos automatismos prácticos, los productos acumulados de invenciones no automáticas" (2001: 82-83).
Lo mismo pasa con los instrumentos del trabajo científico, que son "ellos mismos concepciones científicas condensadas y objetivadas en aparatos que funcionan como un sistema de constricciones, y el dominio práctico que evoca Polani, se da mediante una incorporación tan perfecta de las constricciones del instrumento que se hace cuerpo con él, se hace lo que él espera que se haga, siendo él quien manda: es necesario haber incorporado mucha teoría y otras tantas rutinas prácticas para estar a la altura de las demandas de un cyclotron" (2001: 83).17
En las paginas de Science de la science et reflexivité,el esfuerzo por llevar a cabo su propia objetivación del sujeto de la objetivación, culmina en un esbozo de autoanálisis, en el cual, sin la menor auto complacencia y sin ninguna confesión que no sea "muy impersonal", Bordieu se ubica a sí mismo en el medio académico francés desde sus primeros pasos como "filósofo normalista" en los sesenta, y da cuenta de ciertas elecciones "impertinentes", como sus tempranas experiencias etnológicas y su llegada a la sociología desde una formación filosófica.
SEGUIR PENSANDO A PIERRE BOURDIEU PARA REPENSAR LA ANTROPOLOGÍA
Como intelectuales sabemos bien que se puede seguir pensando en un mismo tema durante toda la vida, sin por esto llegar a agotar los argumentos o tener que repetirse, simple y llanamente. Es lo que ha hecho magistralmente Pierre Bourdieu con la problemática de la reflexividad, trabajada y retrabajada durante más de treinta años, mediante una labor que refleja su gran capacidad de penetración y articulación en los problemas.18
Desde hace algunas décadas los antropólogos somos conscientes del reto que implica la ruptura con las prenociones del sentido común y los objetos dados por descontados. Desde cuándo las monografías etnográficas entraron en crisis como productos científicos ortodoxos, frente a los cambios drásticos que afectaban a las sociedades en vía de descolonización, tuvimos que aprender a ir "más allá de la comunidad" (Boissevain-Friedl, 1970)19 y a contextualizar nuestros objetos dentro de procesos sociales de alcance cada vez más amplio. Sin embargo, la tentación del encierro en ámbitos subrepticiamente concebidos como autónomos, sigue siendo muy fuerte, más aún cuando nos vemos obligados a recortar temas antropológicos —es decir temas pertinentes para la antropología— en terrenos cada vez más complejos, donde el "otro" se presenta con disfraces insólitos y cambiantes.20
La dificultad por ubicar objetos y escala de análisis pertinentes, el tener que manejar dimensiones multilocales del trabajo de campo, el uso de viejas técnicas asociado al de nuevas tecnologías, constituyen otros problemas cuya comprensión tiene que ver con la coyuntura actual de las ciencias sociales y la posición de la antropología.
Siguiendo a Bourdieu, intentemos objetivar esta posición de la antropología en el campo de las ciencias sociales. Su lugar se asemeja mucho al que ocupa la sociología dentro del campo científico, esto es, un lugar incómodo, relativamente menos autónomo y más expuesto al riesgo de injerencias desde afuera. Es difícil que un antropólogo le diga a un politólogo o a un filósofo cómo hacer su trabajo. En cambio, es muy común que ellos expresen sus juicios en torno a cuestiones como las motivaciones de los actores, sus valores, sus estrategias frente a ciertas cuestiones, etc. Es cada día más fácil encontrar no sólo a los sociólogos o a los politólogos hablando sobre la cultura, sino también, y cada vez más, a arquitectos, geógrafos, urbanistas y economistas. Cuando hablan de la cultura, las otras ciencias sociales se sienten "autorizadas" para hablar, considerando que lo que dicen es perfectamente legítimo, aun cuando no es el resultado de la aplicación de enfoques teóricos y metodológicos específicos. Al contrario, cuando los antropólogos abordamos temas de otras disciplinas, en general lo hacemos "desde el punto de vista de la antropología", casi justificándonos por algo que implícitamente concebimos como una "intrusión". Mientras, es más difícil que las otras disciplinas, al hablar sobre fenómenos culturales, que especifiquen que lo hacen desde un punto de vista inevitablemente parcial, como es el punto de vista de cada disciplina...
tlas de México y el Nuevo Mundo agregó una foto nueva al álbum LIBROS DE ANTROPOLOGÍA.
(pdf) RESPUESTAS. POR UNA ANTROPOLOGÍA REFLEXIVA, por Pierre Bourdieu y Loïc J. D. Wacquant. Traducción del francés por Heléne Levesque Dion. México: Editorial Grijalbo; 1995, 196 p.
https://archive.org/…/bourdieu_-respuestas-por-una-…/page/n3
https://ia902800.us.archive.org/…/bourdieu_-respuestas-por-…

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