INTRODUCCIÓN. CIUDAD Y CIUDADANÍA
LUCÍA ÁLVAREZ ENRÍQUEZ
INTRODUCCIÓN1
La cuestión de la ciudadanía ha dado lugar a fuertes debates e interesantes
controversias en la entrada del siglo XXI. Esto es así debido a que numerosos fenómenos de orden político-social del mundo contemporáneo han
propiciado nuevas realidades donde la ciudadanía se ha desplazado de sus ejes
tradicionales y ha abierto nuevos ámbitos de expresión. Esto ha acontecido principalmente, desde las últimas décadas del siglo pasado, con el advenimiento de la
economía global y la expansión de los regímenes neoliberales. El nuevo marco
mundial generado por estos fenómenos ha dado lugar al menos a dos dimensiones
particulares de la ciudadanía antes no claramente manifiestas: una en el ámbito
mundial, transnacional y otra en el terreno local, en particular en el que refiere a
las realidades urbanas.
La tradición más hegemónica y vigente de la ciudadanía indica que ésta es una
condición de los individuos que se expresa en la relación Estado-sociedad. Refiere
a la existencia de un orden jurídico-formal que exalta la condición legal e igualitaria de los individuos ante la ley, reconoce su pertenencia a una comunidad política representada por el Estado-nación y la vigencia de un régimen de derechos
que resguarda su carácter de miembros de dicha comunidad. En lo sustantivo,
desde la Revolución francesa de 1789 hasta nuestros días, la noción de liberal se
ha mantenido, extendiéndose por más de dos siglos, con el Estado-nación como
garante y protector de los derechos ciudadanos.
1
Este libro y el seminario que le dio origen fueron realizados gracias al financiamiento del
Proyecto PAPIIT núm. IN 301314-2, “Construcción de ciudadanía en la ciudad de México”, de la
UNAM.
10 LUCÍA ÁLVAREZ ENRÍQUEZ
Pese a la persistencia de esta tradición, los cambios en la vida económica y social de fines del siglo XX, y de manera muy particular el advenimiento de la globalización y el posicionamiento de las ciudades como centros nodales de este nuevo
orden, han puesto en cuestión algunos de sus referentes estructurales y más significativos: el Estado-nación, en primer lugar, como garante obligado de la ciudadanía y como depositario de la comunidad política; el acceso a la condición
ciudadana mediante el reconocimiento legal y la membresía a esta entidad; la
acreditación y la construcción de derechos mediante procesos jurídicos formales,
entre otros.
Las nuevas condiciones de las ciudades y su función estratégica en el mundo
global así lo atestiguan. Hoy las ciudades no sólo son los centros de poder económico y político, también son los sitios de confluencia de las grandes poblaciones
y de numerosas migraciones; actualmente concentran a escala mundial más de
60% de la población y, debido a los movimientos migratorios y al crecimiento
poblacional, se calcula que cada día se añaden 185 mil habitantes a la población
urbana, razón por la cual las ciudades son el virtual receptáculo de la sociedad
del siglo XXI.
Las ciudades contemporáneas figuran como enclaves duales, divididos y desintegrados, en donde se concentran y coexisten las poblaciones más privilegiadas y las más desfavorecidas; condensan lo mejor y lo peor de la sociedad: sirven
de conexión con las redes globales, pero internamente generan fuertes desconexiones con las actividades locales y los distintos sectores de la sociedad. Atraen
a sectores de elite, profesionalizados y especializados, pero también a grandes
grupos de inmigrantes pobres; las grandes oleadas migratorias suceden en estos
espacios porque ellos son el locus de las oportunidades económicas y concentran
un alto porcentaje de las oportunidades de trabajo (Taylor, 2010).
En las grandes urbes operan fuerzas globales como la inversión inmobiliaria,
que reorganiza los usos de los territorios urbanos; las marcas y las firmas que homogeneizan el consumo y los modos de vida; el redireccionamiento de la acción
estatal. Son espacios regulados principalmente por las fuerzas del mercado o
intereses económicos específicos, y la reorganización territorial que hoy se vive es
el resultado de ese proceso, donde mercantilizar el espacio, aumentar productividad, hacer competitivas sus actividades, reducir el Estado y agrandar mercados,
son vertientes de un mismo impulso y de una misma visión. Por ende, las grandes
ciudades hoy disputan espacios de liderazgos de distintas naturalezas (financieros, económicos, de servicios, culturales) y producen una nueva geografía social
(Portal, 2010).
INTRODUCCIÓN. CIUDAD Y CIUDADANÍA 11
En la urbe del nuevo siglo se presentan elevados niveles de concentración de
la renta y el poder que generan inminentes ámbitos de pobreza y exclusión, procesos de depredación del ambiente; contribución al cambio climático y aceleración de las migraciones y de la urbanización; la segregación social y espacial, y la
privatización de los bienes comunes y del espacio público.
En estas condiciones, la ciudad se convierte en un ámbito de disputa y reclamo por nuevos espacios y mejores condiciones de vida. El derecho a la ciudad
es enarbolado por distintas minorías y sectores desfavorecidos, dejando ver el cúmulo de conflictos y contradicciones que representa la ciudad. Conjuntamente
con los grandes inversionistas y los inmobiliarios —que reclaman privilegios
espaciales, financieros y económicos—, las mujeres, los desempleados, los jóvenes y los grupos étnicos generan demandas por el espacio social y el espacio público, por los bienes urbanos y el empleo. De aquí emerge una pregunta más que
pertinente: ¿de quién es la ciudad?
Las ciudades, como locus de la sociedad contemporánea, se han convertido
en sitios privilegiados para la renegociación de la ciudadanía gracias a que en
ellas se hace el negocio de la sociedad moderna, incluyendo el de la transnacionalización: se disputan los recursos, los bienes, los capitales, los nuevos poderes,
los nuevos proyectos urbanos y también las visiones de ciudad.
Las nuevas demandas con respecto a la ciudad han hecho surgir nuevas formas de ciudadanía y demanda de derechos, que tienen en el lugar su principal
foco de atención. La ciudad como espacio de inversión y realización del capital y
como espacio de oportunidades de trabajo, sitio de asentamiento, reconocimiento de culturas y ejercicio de capacidades. En los intersticios de las fuertes polaridades de la ciudad moderna surgen iniciativas de la sociedad civil a través de
las cuales se cuestionan los procesos globalizadores en diversos planos, buscándose generar formas de pertenencia, nuevas propuestas de desarrollo urbano y
estrategias diversas de sobrevivencia. Todo ello impacta en la construcción de muy
variadas formas de ciudadanía que promueven nuevas modalidades de apropiación de lo producido, en el seno de los propios parámetros de la sociedad global
neoliberal.
De este modo, las grandes transformaciones de las sociedades urbanas han
generado cambios profundos en la concepción de ciudadanía: los procesos ligados a la globalización, de acuerdo con Holston y Appadurai (1996), han dado
lugar a fuertes incertidumbres y cuestionamientos sobre aspectos sustantivos de la
ciudadanía que parecían estables: cuál es la comunidad de lealtad, cuáles son
los ámbitos de inclusión, dónde está la ubicación del poder soberano, cuáles son las
prioridades del derecho y el rol de las identidades culturales.
12 LUCÍA ÁLVAREZ ENRÍQUEZ
El papel estratégico de las ciudades ha abierto una brecha para el replanteamiento de la ciudadanía al dimensionar de manera distinta el papel del Estadonación en la constitución de las pertenencias y la negociación de los derechos.
Las dimensiones formal y sustantiva de la ciudadanía encuentran su correlato de
manera diferenciada en el Estado-nación (el reconocimiento de la pertenencia
individual) y en la ciudad (lo relativo al ámbito civil, político, socioeconómico y
cultural), respectivamente. En la teoría, el acceso completo a los derechos depende de la ciudadanía formal (reconocimiento de igualdad ante la ley), mientras
que en la práctica el acceso a los derechos depende de la ciudadanía sustantiva
y la vigencia efectiva de los derechos sociales, económicos y culturales: es decir,
del acceso a los recursos. Existe un reconocimiento de derechos sustentado legalmente y, al mismo tiempo, un reconocimiento de derechos adquiridos mediante las
prácticas sociales (Chatterjee, 2008:296).
Así, de acuerdo con Saskia Sassen, podemos reconocer al menos dos dimensiones en las que la ciudadanía se reformula en el marco de la experiencia urbana:
a partir del reconocimiento de un proceso de desnacionalización de la ciudadanía
que remite a una “ciudadanía global”, “transnacional”, y a partir del reconocimiento de un proceso de construcción de una ciudadanía posnacional, que remite a una
“ciudadanía local o urbana”.
La complejidad de la vida urbana contemporánea desdibuja el vínculo tradicional entre el ciudadano y el Estado-nación, ante lo estratégico de los conflictos urbanos entre los ciudadanos y el capital global (Sassen, 2013:599), donde el
Estado-nación aparece de manera tangencial. Todo esto remite también, entre
otras cuestiones, a la añeja contradicción en el liberalismo entre capitalismo y
democracia, entre igualdad formal y desigualdad social (Turner, 1993).
A partir de estos reconocimientos surgen muy variadas preguntas acerca de la
ciudadanía, tanto en el plano político-ideológico como en el analítico, que son algunas de las cuestiones relevantes en los textos de este libro; principalmente: ¿cuál es
el ámbito en el que debe formularse actualmente la cuestión de los derechos y la
institución de la ciudadanía: el Estado, la sociedad global, la ciudad?; ¿cuál es hoy
la comunidad política de pertenencia?, y ¿cuáles son las nuevas modalidades de
ciudadanía y de construcción de derechos que emergen desde los distintos procesos y actores urbanos?
Un acercamiento a posibles respuestas para estas cuestiones sustantivas es lo
que nos brindan los trabajos que conjunta este volumen. En ellos se abordan de manera particular diferentes dimensiones y formas de expresión del fenómeno ciudadano en las grandes metrópolis del mundo actual. De acuerdo con sus contenidos
y con las formas de abordaje de la ciudadanía, distinguimos aquí seis núcleos principales de reflexión.
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El primer núcleo lo constituye un solo trabajo, presentado por Carlos San Juan,
quien explora tres dimensiones de la principal tendencia que muestran las ciudades contemporáneas en torno al desarrollo del mercado inmobiliario y a la ola
especulativa: la creación de un medio ambiente propicio para este desarrollo,
las modificaciones paralelas que lo acompañan: en democracias, formas de gobierno y políticas, y finalmente, el papel y la relevancia de las conflictividades y
nuevas movilizaciones sociales generadas por este vendaval especulativo.
El segundo conjunto de trabajos se ubica en el planteamiento de nuevas formas
de relación y cooperación entre Estado y sociedad que atienden, a veces de manera coordinada y a veces en forma negociada, las demandas y los asuntos ciudadanos
en la ciudad. En este grupo se inscriben los trabajos de Joan Subirats y Fabio Velásquez. En el primer caso, con una reflexión de carácter más teórico acerca de las
nuevas formas de abordaje de la relación entre la ciudad y lo urbano, y sobre el
espacio urbano como construcción social, que deriva en una problematización de
las prácticas de innovación social protagonizadas por actores ideológicamente diferenciados y contrapuestos, como las instituciones neoliberales y las iniciativas ciudadanas en el marco de las ciudades españolas. En el segundo caso, la reflexión
se encamina al análisis de la relación entre los gobiernos locales de las últimas dos
décadas y la ciudadanía en la ciudad de Bogotá, poniendo de relieve tanto la
acción ciudadana como las diversas políticas de participación ciudadana de estos
gobiernos, que conducen al encuentro de las prácticas institucionales y la movilización social.
El tercer grupo de trabajos refiere al tema de la distribución de los recursos y
bienes urbanos y a las políticas públicas que regulan esta distribución de manera
desigual en las ciudades neoliberales. Abordan esta problemática desde distintos
ángulos los trabajos de Gian Carlo Delgado, Ana Rosas Mantecón y Patricia Ramírez Kuri, quienes ponen de relieve el uso del agua, de la infraestructura cultural y del espacio público, respectivamente. Mediante un estudio del metabolismo
urbano —consumo de energía y producción de desechos— en las ciudades contemporáneas, Gian Carlo Delgado repara en el caso específico del agua tanto a
escala planetaria como en el ámbito regional, para aterrizar en el análisis específico de esta problemática en la ciudad de México y sus implicaciones en el medio ambiente y la ciudadanía. Ana Rosas Mantecón destaca la importancia de
la cultura para la regulación de la convivencia en las urbes y pone de relieve los
casos de ciudades avanzadas en políticas culturales con este cometido (Bogotá
y Medellín); ancla su estudio, sin embargo, en la ciudad de México, donde identifica políticas culturales restrictivas que se traducen en una desigual distribución
de la infraestructura cultural y, por tanto, en un desigual acceso ciudadano a este
14 LUCÍA ÁLVAREZ ENRÍQUEZ
bien. Por su parte, Patricia Ramírez Kuri aborda el tema del papel de las políticas
públicas en el espacio público urbano, reconociendo a éste como espacio común
y espacio de ciudadanía, pero también como espacio de conflicto. Su análisis se
centra en la función de los gobiernos urbanos como promotores de espacios
públicos incluyentes, integradores y democráticos, y en mostrar las fuertes contradicciones de las políticas gubernamentales del gobierno de la ciudad de México a este respecto.
Un cuarto núcleo de reflexión se aboca a la recuperación de nuevas y distintas
modalidades de construcción de ciudadanía que tienen lugar en la ciudad neoliberal. En esta perspectiva, Monika Dowbor y José Szwako hacen referencia al
fenómeno de las ciudades brasileñas (cerca de 300) en el año 2013, que sacó a
la calle a nutridas poblaciones para exigir y reclamar diversos recursos públicos
y protestar por los altos gastos de la Copa Mundial. Estas expresiones se analizan bajo la óptica de repertorio de acción y repertorio de organización, y se caracterizan por adoptar la modalidad de movimientos autónomos, independientes,
horizontales y no partidarios, pero con nexos institucionales. Cristina Sánchez
Mejorada, por su parte, expone las nuevas estrategias de la organización vecinal en
la ciudad de México ante la agudización de los problemas urbanos; esto ocurre
en un momento claramente neoliberal del desarrollo urbano, que genera mayor
conciencia en las organizaciones sociales y vecinales, de adscripción territorial,
al considerar que tienen derecho a intervenir en el destino de sus lugares de residencia y de su entidad. El tema del derecho a la ciudad es puesto de relieve por
estos actores de las clases medias urbanas, extendiendo así el ámbito de expresión
de este derecho. Lucía Álvarez recupera igualmente el contexto de la ciudad neoliberal y el papel estratégico de las ciudades globales como espacios que han abierto una brecha para el replanteamiento de la ciudadanía, para hacer hincapié en
las nuevas modalidades de los sectores populares de la población y, en particular,
del movimiento urbano popular en función del acceso y gestión de los bienes urbanos. Menciona la importancia de que estos actores hayan aprovechado las
grietas del sistema neoliberal para generar espacios autogestionados y construir
ciudadanía.
El quinto grupo de trabajos se centra en poner de manifiesto y analizar la
emergencia de nuevos actores y espacios de ciudadanía en las grandes ciudades.
De este modo, Sergio Tamayo aborda la problemática relación ciudad-ciudadanía en el mundo actual, para explicar la formación de espacios ciudadanos, escenificados por actores sociales y urbanos que se erigen en protagonistas en torno
a un programa político y a demandas concretas. Esto se da al mirar a la ciudad
desde la perspectiva política, entendida ésta tanto como política institucional como
INTRODUCCIÓN. CIUDAD Y CIUDADANÍA 15
en su carácter transgresivo y contestatario (política informal). Para este autor “se
trata de mirar a la ciudad desde prácticas y relaciones de poder que reconfiguran
prácticas y proyectos de ciudadanía que disputan la hegemonía de la ciudad”.
Pedro Pírez analiza el derecho a la ciudad desde la óptica de la democracia de la
ciudad, es decir, desde “la capacidad de la configuración y funcionamiento urbano de incorporar de manera equitativa a todos los grupos sociales que en ella
residen”. Esta aproximación cobra forma a través del análisis de las prácticas de
dos tipos de actores claramente diferenciados de la ciudad de Buenos Aires: los
sectores populares (insolventes) y los sectores medios (solventes), para distinguir
entre la existencia de las demandas de ciudadanía y las demandas desde la ciudadanía. A su vez, Marta Lamas recupera el tema de la ciudadanía de las mujeres
en la ciudad de México, asumiendo la postura de Rian Voet en el sentido de que
“en lugar de ver la ciudadanía como el medio para obtener derechos, deberíamos
ver los derechos como uno de los medios para lograr una ciudadanía igualitaria”;
analiza el camino hacia la construcción de ciudadanía de un grupo de trabajadoras sexuales callejeras como un largo proceso de reflexión, organización e incidencia para obtener el reconocimiento de sus derechos laborales. Esta autora
valora este proceso como parte del derecho a la ciudad. Y nuevamente Ana Rosas Mantecón rescata en su texto, ya mencionado, la emergencia de actoras femeninas en la ciudad de México, en el marco de la apropiación de espacios de cultura
en el Centro Histórico; en este caso expone las prácticas novedosas de dos grupos populares de mujeres: barrenderas y policías.
Finalmente, en un sexto núcleo de reflexión, tenemos el trabajo de Alejandra
Leal Martínez, quien centra su atención en los discursos sobre la ciudadanía y el
ser ciudadano en la ciudad neoliberal, donde se contraponen la vigencia de la ciudadanía liberal y la ciudadanía de los excluidos. La autora destaca la relevancia
de los contenidos y del vocabulario que refiere a la ciudadanía reconocida formalmente en la ciudad de México como aquella que resalta las prácticas y los valores cívicos y, desde ese lugar, desconoce y descalifica a los sectores informales,
que no los comparten o ponen en práctica, como ciudadanos. Para ilustrar estas
concepciones confrontadas, ejemplifica con los comerciantes ambulantes en el
Centro Histórico de la ciudad y los franeleros2
en las colonias de clase media.
Cabe destacar que el presente volumen es producto del seminario internacional “Construcción de ciudadanía y nuevos actores en grandes ciudades”, que
tuvo lugar en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, en el mes de octubre de 2014. El seminario como el libro
2
Personas que gestionan de manera informal el estacionamiento en la calle.
16 LUCÍA ÁLVAREZ ENRÍQUEZ
se enmarcaron en el proyecto PAPIIT de investigación: IN 301314-2 “Construcción
de ciudadanía en la ciudad de México”, financiado por la Dirección General de
Asuntos del Personal Académico (DGAPA), de la UNAM, 2013-2015. Por este
motivo, hago un reconocimiento a este apoyo sustantivo y extiendo mi agradecimiento a la institución.
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TRABAJADORAS SEXUALES CALLEJERAS CONSTRUYEN CIUDADANÍA 325
A los cronistas novohispanos les sorprendió sobremanera que los indios no
tuvieran a las rameras segregadas en barrios, calles y casas especiales, y que éstas
se confundieran con las buenas mujeres. Todos los estudiosos actuales que revisan
crónicas y códices afirman algo significativo: no había espacios especiales para
la prostitución, ni lugares particulares o casas específicas para su trabajo (Moreno de los Arcos, 1966; Dávalos, 2002). Cada mujer vivía donde le apetecía. Sahagún (1956), quien trata con más extensión el asunto, describe a la prostituta
como: “[…] andadora o andariega, callejera y placera, ándase paseando, buscando vicios, anda riéndose, nunca para y es de corazón desasosegada” (tercer tomo:
129). De ahí en adelante, durante el Virreinato, hubo “tolerancia” y convivencia.
Por siglos fueron figuras típicas en nuestras ciudades, y de tolerarlas como mujeres de la mala vida la política moderna ha decidido desaparecerlas. En la ciudad
de México, la calle Cuauhtemotzin —que luego se llamó Fray Servando Teresa de
Mier—, junto con La Merced, la calle del 2 de Abril, Las Vizcaínas, San Juan
de Letrán y Santa María La Redonda, formarían la gran zona roja del centro.
Salvador Novo, en su incisivo ensayo “Los prostíbulos y la decadencia de la
conversación”, criticó la medida, además de defender a las prostitutas y denunciar
la falta de protección del Estado: “Triste destino el de estas trabajadoras no asalariadas que ahora ejercen sin título y sin garantías: dispersas, perseguidas, románticas, el noble servicio que otrora floreció, competentemente organizado, en los
burdeles” (Novo, 1979:78).
Tal vez el caso más escandaloso de persecución fue el que promovió el llamado “Regente de hierro”, Ernesto P. Uruchurtu,11 quien administró la ciudad durante 14 años en los cuales desmanteló la “zona roja”, además de cerrar las casas
de citas, como la de “La Bandida” en la calle de Durango o la de “La Malinche”
en Xola.12
A partir de los años setenta, con la administración del presidente Echeverría
se reinstaló el comercio sexual en las calles de la ciudad de México y las mujeres
volvieron a “pararse” en las esquinas. Sin embargo, desde 1977, con la creación
del Fideicomiso del Centro Histórico, la política urbana conducida por el GDF
—en asociación con los corporativos empresariales— ha tomado a la gentrificación como su eje, facilitando que el capital privado desplace a ambulantes y
trabajadoras sexuales de los espacios abandonados de la política social. La remo11 Uruchurtu encabezó la Jefatura del Departamento del Distrito Federal, cuando ese cargo
dependía de la Presidencia de la República, durante los gobiernos de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. En 1966 se vio obligado a renunciar debido a fuertes
presiones en su contra. 12 Según me comunicó Carlos Monsiváis durante una entrevista en 2003.
326 MARTA LAMAS
delación del Centro como un lugar seguro, con espacios de consumo para familias de clase media, es ya una realidad; y la compra y reutilización de edificios que
antes servían como hoteles de paso ha forzado a reubicarse a quienes ofrecen
trabajo sexual en la calle. Así se ha ido diseñando una geografía moral donde se
privilegia el proceso de segregación espacial. De ahí que, al no cambiar las condiciones sociales que producen pobreza y delincuencia, una política de “limpieza
urbana” se convierta en una política de “limpieza social” (Hall y Hubbard, 1996).
La especulación inmobiliaria es más fuerte en los Centros Históricos, y los gobiernos municipales de varias entidades federativas están privilegiando la política de desplazamiento de las trabajadoras pobres.
Aunque esta reducción de los espacios empieza a despertar la participación
política de los grupos marginados, la situación no es muy promisoria. En la ciudad de México, aun cuando el gobierno ya otorgó el permiso de permanecer en
la calle con las licencias de trabajadoras no asalariadas, todavía falta que las distintas delegaciones formalicen su reconocimiento y definan los lugares donde
las trabajadoras se puedan “parar” para ofrecer sus servicios. Así, mientras las
trabajadoras sexuales reivindican que “La calle es de quien la trabaja”, el avance
gentrificador cierra los lugares a donde ellas llevaban a los clientes. Tampoco hay,
por supuesto, ninguna propuesta legislativa para regular distintas formas de organización del trabajo, lo que les permitiría —al menos— rentar departamentos
sin el riesgo de ser acusadas de “lenocinio” o de “explotación de la prostitución”.13
Ese limbo legal las obliga a luchar por cambios legislativos que les autorice a desarrollar formas de organización del trabajo en locales cerrados.
Por todo lo expuesto, y por todos los problemas que implica la hipocresía
legal, las trabajadoras que ya obtuvieron sus licencias siguen movilizadas. Ellas son
un claro ejemplo de agencia,14 alimentada por la organización y el trabajo político que han venido acrecentando junto con Brigada Callejera. Resulta complicado hacer coincidir procesos de identificación social y política con procesos de
individuación subjetiva, sin embargo estas activistas lo han logrado. Los grupos
Mujeres Libres y Ángeles en Busca de la Libertad han iniciado su proceso de constitución como cooperativas, con el objetivo de ganar espacios donde llevar a cabo
el intercambio sexual mercantil. Si bien su conquista de las licencias significa el
inicio de una política de derechos y reconocimiento —lo cual les otorga identidad
13 La legislación no prohíbe la prostitución, sino obtener beneficio de la prostitución ajena.
La redacción de tal delito dificulta el trabajo en locales cerrados. En la actualidad si varias compañeras rentan un departamento, quien firme el contrato puede ser acusada de lenona. Para una
crítica de la legislación actual, véase Torres, 2014. 14 En el sentido de “capacidad de hacer y de actuar”.
TRABAJADORAS SEXUALES CALLEJERAS CONSTRUYEN CIUDADANÍA 327
pública y legal ante los demás y, sobre todo, ante ellas mismas— de ninguna manera les garantiza que la calle se conserve como un lugar donde ofrecer su trabajo.
Indudablemente, al luchar por sus derechos laborales como uno de los medios
para lograr una ciudadanía igualitaria estas trabajadoras han obtenido un sentido de realización personal y política. Sin embargo, frente al riesgo de ser desplazadas de sus calles tienen que continuar enfrentando la nefasta política que
intenta expulsarlas de sus espacios. Esta batalla requiere buscar alianzas con otros
sectores de la sociedad, para lo cual hay que armar un nuevo discurso cuyo objetivo principal sería el cambio de perspectiva cultural respecto a la llamada
prostitución. Y un adversario poderoso es, evidentemente, el discurso abolicionista en boga.
Originalmente el abolicionismo significó “la ausencia del involucramiento
del Estado en el registro, otorgamiento de permisos o inspección de las trabajadoras sexuales” (Day, 2010:821). Hoy el abolicionismo pretende erradicar totalmente la compraventa de servicios sexuales, con un discurso que califica toda
forma de comercio sexual como violencia hacia las mujeres. Esta postura se articula con la política neoliberal y pretende cristalizar formas de “limpieza moral”
en el combate a la trata. Esto ha hecho que las prácticas arraigadas del comercio
sexual sean abordadas con lo que Elizabeth Bernstein (2012) califica como el
“giro carcelario” de la política neoliberal. Bernstein encuentra que en la tendencia a reformular discursivamente el comercio sexual como “tráfico de mujeres”
se alienta una política punitiva: cada vez más se recurre a medidas judiciales y se
exige el encarcelamiento no sólo de los padrotes, sino también de los clientes
(2012:240).
Los abolicionistas asumen el imperativo punitivo neoliberal, y buscan ampliar y fortalecer la intervención del Estado. Cuando la política pública se desplaza de los factores estructurales a los hombres delincuentes (clientes, padrotes y
traficantes) no se acaba con el negocio, únicamente lo desplaza a la clandestinidad.15 Bernstein documenta cómo el nuevo discurso abolicionista sobre “las
víctimas que hay que salvar” le ha servido a la estrategia carcelaria contemporánea de la agenda económica neoliberal, y ha producido lo que Löic Wacquant
denomina una “remasculinización del Estado” (2012:410) al facilitar un control
creciente sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres. Estos señalamientos nos
obligan a una reflexión más crítica sobre las condiciones estructurales que enfrentan las trabajadoras sexuales y que determinan su vulnerabilidad ante la violencia económica y el despojo.
15 Ésa es la frustrada experiencia del modelo sueco. Véase Kulick, 2003.
328 MARTA LAMAS
Con este breve panorama he querido mostrar que las trabajadoras sexuales,
tradicionalmente excluidas del reconocimiento legal a su oficio, se han convertido en nuevos actores políticos en la ciudad de México. Hace tiempo Chantal
Mouffe señaló que la radicalización de la democracia pinta como la única alternativa viable para extender los principios de igualdad y libertad a un número
cada vez mayor de relaciones sociales, y que para lograrlo se requiere de la identidad política de ciudadano/a (Mouffe, 1992).
Desde su capacidad de autodeterminación, y desafiando el estigma y la discriminación, estas trabajadoras han puesto en práctica una inédita modalidad de
construcción de ciudadanía en la ciudad de México. Es probable que el ejemplo
de lo ocurrido cunda en otras entidades de la República, vía más juicios de amparo. Ojalá también en esas entidades se den experiencias de formación política
como se hizo con el largo y consistente proceso de las integrantes de la Red Mexicana de Trabajo Sexual. La persistencia activista de las trabajadoras que resignificaron el estigma y que hoy son reconocidas como no asalariadas, responde
en gran medida a la reflexión crítica y al debate colectivo que han venido dando
acompañadas de Brigada Callejera. En ese debate se han tocado varias cuestiones: desde la importancia del activismo hasta un cuestionamiento del orden
socioeconómico y una dura crítica a la concepción gubernamental sobre el trabajo sexual. Por eso, desde el convencimiento de que la promoción de la libertad
social se arma sobre el respeto a la libertad individual, el “derecho a la ciudad”
del que habla Lucía Álvarez (2014) cobra presencia entre estas trabajadoras. En
este sentido, con la apropiación de un imaginario de derechos, estas trabajadoras
sexuales se han convertido en sujetos políticos que reclaman una ciudadanía igualitaria. La trama del proceso tiene otros elementos que no incluyo por cuestiones
de espacio,16 pero lo relatado ejemplifica el valiente despliegue de una forma de
construcción de ciudadanía que, al politizar una identidad estigmatizada, abre
nuevos frentes de acción y resistencia.
16 El trasfondo del proceso se dio en un contexto que ha contrapuesto el paradigma abolicionista, que considera que la explotación, la denigración y la violencia contra las mujeres son
inherentes al trabajo sexual y, por lo tanto, habría que abolir dicha práctica con el paradigma “reglamentarista” que plantea que tal actividad tiene un rango de formas variadas de desempeño que
deberían regularse, reconociendo derechos laborales y ofreciendo otras opciones laborales, vía la
capacitación (véase Lamas, 2014a y 2014b).
TRABAJADORAS SEXUALES CALLEJERAS CONSTRUYEN CIUDADANÍA 329
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AdSense
jueves, 18 de mayo de 2023
INTRODUCCIÓN. CIUDAD Y CIUDADANÍA
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