El nudista inesperado
Tenía ganas de escribir esta historia hace tiempo, pero nunca podía encontrar el tiempo necesario ni el momento oportuno. Ahora que ya siento el frío de nuevo por estas latitudes, añoro el verano de nuevo y me vienen a la mente los buenos recuerdos estivales, como éste.
Los veranos en España son realmente magníficos. El país tiene playas para todos los gustos: pequeñas, grandes, urbanizadas, salvajes, cercanas, lejanas, con viento y sin él. Y por último, nudistas o no.
Como reza el dicho “Nunca digas de esta agua no has de beber”, me encontraba unos años atrás de vacaciones en Agosto. Acordamos con un grupo de amigos irnos a pasar unos días a alguna playa de Andalucía. Terminamos en Conil de la Frontera, un pueblo al lado del mar con una playa guapa y con mucho ambiente de noche. Nuestra rutina veraniega era muy simple: levantarse tarde, desayunar lo que podíamos y luego ir a la playa a seguir durmiendo y/o tomarnos algunas cañitas. Luego irnos a comer a algún chiringuito –más cañitas-para luego volver a la playa por más siesta o quizás, para un partido de voley con quien se apunte. Por la noche, a cambiarnos para ir a cenar y luego de marcha hasta las tantas. Y así, vuelta a empezar…
Esas son vacaciones, que no se diga más.
Luego de estar más de una semana en ese plan, resolvimos hacer algo de turismo por los alrededores: los pueblos blancos, Tarifa, Cádiz…todo a punta de coche, pescadito y cerveza. Parecíamos unos hippies errantes, ávidos de sol, música y relax.
Finalmente, el grupo se fue diluyendo hasta que quedamos mi amigo Ximo y yo. Después de pensar en distintas alternativas para continuar con las vacaciones, resolvimos ir bajando por la costa mediterránea hasta Valencia, alojándonos en campings para ahorrar, pero claro, siempre cerca de sitios con buena diversión nocturna.
Lo de los campings, fue un descubrimiento para este peruanito. Son zonas -repartidas por todo el país- en las cuales, alquilas por días o semanas una parcela para tu tienda de campaña, coche o caravana (con electricidad incluida) y tienes acceso a servicios comunes como los baños o duchas. Es como una especie de hotel al aire libre. O pensión, como se quiera.
Nos compramos una guía de campings en una gasolinera, y empezamos a trazar nuestra ruta rumbo hacia Valencia. Llamábamos por teléfono antes para preguntar si había sitios disponibles. Y con este simple pero efectivo plan, nos lanzamos a la carretera.
Todo anduvo bien por unos días hasta que llegamos a una zona en la que no encontrábamos parkings con espacios disponibles. Llamamos por teléfonos a casi toda la lista, pero nada. Estábamos en la semana alta de la temporada, era explicable. Hasta que de repente se nos apareció la Virgen: llamamos a uno y nos dijo que sí, que tenían sitio de sobra. Esto último nos sorprendió mucho teniendo en cuenta las fechas, pero no teníamos tiempo para dudas. Cogimos el coche y para allá fuimos.
Cuando llegamos, ante nuestro asombro e incredulidad, nos enseñaron un mapa del camping para que escogiéramos la parcela que quisiéramos. Nosotros seguíamos esperando encontrar el gato encerrado a todo esto -¿Por qué tenían sitios disponibles?- hasta que lo descubrimos cuando le señalamos una parcela del mapa a la encargada:
-No, de esa zona no. Esa está llena. Sólo podéis escoger de este lado, de la zona nudista.
¡Zona nudista! Mi colega y yo nos miramos por un momento antes de que los ojos se nos abrieran como platos y nos echáramos a reír. ¡Por eso había vacantes! Claro, sólo quedan las plazas nudistas y nosotros habíamos picado como pardillos. Eran como las 3 de la tarde y ni pensar en buscar otro parking a esas horas. Así pues, entre risitas, curiosidad y después que la encargada nos dijera que no habría problemas si no éramos nudistas, decidimos quedarnos.
Aparcamos y montamos la tienda de campaña. A nuestro alrededor, no veíamos nada raro. A esas horas, estaba todo el mundo en la playa (creo que su nombre era Vera, y estábamos en Almería). Así que, nos pusimos los bañadores, agarramos las toallas y fuimos rumbo hacía allí –el camping era el único camino posible a recorrer- a enfrentar a nuestro destino.
Después de un momento en la que subimos y bajamos algunas dunas, nos encontramos de repente con una escena propia del fotógrafo Spencer Tunick. Una playa llena de gente calata, en pelotas, en cueros, desnuda. Hombres, mujeres, niños, ancianos… ¡Todos sin ropa! Todo lo demás, era lo mismo que en cualquier playa: grupos jugando vóley, fútbol, paleta… gente corriendo de aquí para allá, niños haciendo castillos de arena, abuelos jugando a las cartas, etc.Pero, todos sin ropa. Así de simple.
¿Y ahora qué? Mi amigo, con una suficiencia impostada, me dijo: “Vamos al final de la playa, allá se puede estar con ropa”. Así pues, guiados por esta esperanzadora frase, echamos a caminar. Al poco rato, y luego de esquivar a tantos culos al aire, podía notar que la gente nos miraba.
Es que nosotros, éramos los raros.
Nunca me había pasado algo similar. La tensión se podía sentir, las miradas fulminaban. Éramos unos intrusos y nos lo hacían saber. Yo seguía caminando con la cabeza baja, pero seguía sintiendo el vacío circundante. Finalmente, después de caminar un buen trecho, y después de darnos cuenta que era inútil seguir caminando, que toda la playa era nudista (hasta el último rincón), resolvimos poner nuestras toallas en la arena, tumbarnos sobre ellas y tratar de pasar lo más desapercibidos posibles.
Echados en la arena, empezamos a hablar de la situación. Era realmente incómoda, pero no era nuestra culpa. Nos planteamos recoger todo y mandarnos mudar a otro sitio, pero la verdad, es que las posibilidades de ubicar otro camping cerca con vacantes, eran remotas.
Discutimos un buen rato, sin poder encontrar una solución a nuestro problema:
-Joder, lo único que nos queda es quitarnos el bañador, dijo Ximo
-Pues sí (Risas)
-Nada, a dormir. Además… ¿A que no hay huevos para sacarse el bañador, eh?
-….
Eso ya sonó a desafío. Y me piqué. ..Después de todo, ¿Por qué no?
Me levanté de la arena y con rapidez –al mal paso darle prisa- me quité el bañador. Mi amigo seguía con los ojos cerrados tumbado en su toalla. Me voy al agua, le dije. Y eso fue lo que hice en el acto. Me sumergí en las olas tibias del mediterráneo tal y como vine al mundo y de repente, me sentí parte de todo ese fantástico entorno. Como si antes de esto, hubiera ido a la playa de forma equivocada. La palabra que me viene a la mente al recordar esa sensación es: Comodidad.
Al volver, me encontré a mi amigo mirándome estupefacto y divertido:
-¡Qué cabrón! Ya me has jodido.
-Así es. Ahora el rarito de la playa eres tú. Tú mismo.
Mi amigo no tardó ni un minuto en quitarse el bañador y meterse al agua. Al volver, con una sonrisa de oreja a oreja, me suelta: “Esto es una pasada, tío”
Y que lo era.
Además de la comodidad (adiós bañador mojado) que uno siente, sorprende el poco estímulo sexual que puede uno sentir allí. El ver a tantas mujeres de tantas variadas edades sin nada que disimular u ocultar, y sobre todo, que uno también va también sin ocultar nada, es como jugar al póker con las cartas a la vista. No hay misterios, ni fantasías, ni ensoñaciones. Es lo último en lo que uno piensa. También uno se da cuenta de cómo las tías camuflan sus defectos con la ropa. Son unas artistas del engaño ;)
Para nuestra sorpresa (aún faltaba más por descubrir), delante nuestro había un hotel (nudista) y un restaurante (nudista también). La gente eso sí, a la hora de comer, se ponía un pareo encima y listo. Todo un mundo aparte, esto del nudismo.
Eso sí, no recomiendo correr por la playa sin ropa. La gravedad es una gran enemiga y el espectáculo no es agradable. Todo hay que decirlo, de verdad.
Llamamos por el móvil a nuestros amigos para que vengan. Se morían de la risa al oírnos contar donde estábamos y cómo habíamos llegado ahí, pero arrugaron todos. Prejuicios, prejuicios. Mi amigo Ximo y yo nos hicimos famosos con esta aventura en nuestro círculo de amistades. El finalmente, se quedó con la guía de campings y creo que llegó a ir nuevamente al poco tiempo con su novia. Yo quise hacer lo mismo con la mía, pero fue pasando el tiempo y el viaje quedó pendiente. Ahora los dos somos padres de familia y creo que esa época ya quedó atrás.
Pero como dijo Terminator: “I’ll be back”
Las fotos que se ven, son fotos reales de la playa Vera.
Los veranos en España son realmente magníficos. El país tiene playas para todos los gustos: pequeñas, grandes, urbanizadas, salvajes, cercanas, lejanas, con viento y sin él. Y por último, nudistas o no.
Como reza el dicho “Nunca digas de esta agua no has de beber”, me encontraba unos años atrás de vacaciones en Agosto. Acordamos con un grupo de amigos irnos a pasar unos días a alguna playa de Andalucía. Terminamos en Conil de la Frontera, un pueblo al lado del mar con una playa guapa y con mucho ambiente de noche. Nuestra rutina veraniega era muy simple: levantarse tarde, desayunar lo que podíamos y luego ir a la playa a seguir durmiendo y/o tomarnos algunas cañitas. Luego irnos a comer a algún chiringuito –más cañitas-para luego volver a la playa por más siesta o quizás, para un partido de voley con quien se apunte. Por la noche, a cambiarnos para ir a cenar y luego de marcha hasta las tantas. Y así, vuelta a empezar…
Esas son vacaciones, que no se diga más.
Luego de estar más de una semana en ese plan, resolvimos hacer algo de turismo por los alrededores: los pueblos blancos, Tarifa, Cádiz…todo a punta de coche, pescadito y cerveza. Parecíamos unos hippies errantes, ávidos de sol, música y relax.
Finalmente, el grupo se fue diluyendo hasta que quedamos mi amigo Ximo y yo. Después de pensar en distintas alternativas para continuar con las vacaciones, resolvimos ir bajando por la costa mediterránea hasta Valencia, alojándonos en campings para ahorrar, pero claro, siempre cerca de sitios con buena diversión nocturna.
Lo de los campings, fue un descubrimiento para este peruanito. Son zonas -repartidas por todo el país- en las cuales, alquilas por días o semanas una parcela para tu tienda de campaña, coche o caravana (con electricidad incluida) y tienes acceso a servicios comunes como los baños o duchas. Es como una especie de hotel al aire libre. O pensión, como se quiera.
Nos compramos una guía de campings en una gasolinera, y empezamos a trazar nuestra ruta rumbo hacia Valencia. Llamábamos por teléfono antes para preguntar si había sitios disponibles. Y con este simple pero efectivo plan, nos lanzamos a la carretera.
Todo anduvo bien por unos días hasta que llegamos a una zona en la que no encontrábamos parkings con espacios disponibles. Llamamos por teléfonos a casi toda la lista, pero nada. Estábamos en la semana alta de la temporada, era explicable. Hasta que de repente se nos apareció la Virgen: llamamos a uno y nos dijo que sí, que tenían sitio de sobra. Esto último nos sorprendió mucho teniendo en cuenta las fechas, pero no teníamos tiempo para dudas. Cogimos el coche y para allá fuimos.
Cuando llegamos, ante nuestro asombro e incredulidad, nos enseñaron un mapa del camping para que escogiéramos la parcela que quisiéramos. Nosotros seguíamos esperando encontrar el gato encerrado a todo esto -¿Por qué tenían sitios disponibles?- hasta que lo descubrimos cuando le señalamos una parcela del mapa a la encargada:
-No, de esa zona no. Esa está llena. Sólo podéis escoger de este lado, de la zona nudista.
¡Zona nudista! Mi colega y yo nos miramos por un momento antes de que los ojos se nos abrieran como platos y nos echáramos a reír. ¡Por eso había vacantes! Claro, sólo quedan las plazas nudistas y nosotros habíamos picado como pardillos. Eran como las 3 de la tarde y ni pensar en buscar otro parking a esas horas. Así pues, entre risitas, curiosidad y después que la encargada nos dijera que no habría problemas si no éramos nudistas, decidimos quedarnos.
Aparcamos y montamos la tienda de campaña. A nuestro alrededor, no veíamos nada raro. A esas horas, estaba todo el mundo en la playa (creo que su nombre era Vera, y estábamos en Almería). Así que, nos pusimos los bañadores, agarramos las toallas y fuimos rumbo hacía allí –el camping era el único camino posible a recorrer- a enfrentar a nuestro destino.
Después de un momento en la que subimos y bajamos algunas dunas, nos encontramos de repente con una escena propia del fotógrafo Spencer Tunick. Una playa llena de gente calata, en pelotas, en cueros, desnuda. Hombres, mujeres, niños, ancianos… ¡Todos sin ropa! Todo lo demás, era lo mismo que en cualquier playa: grupos jugando vóley, fútbol, paleta… gente corriendo de aquí para allá, niños haciendo castillos de arena, abuelos jugando a las cartas, etc.Pero, todos sin ropa. Así de simple.
¿Y ahora qué? Mi amigo, con una suficiencia impostada, me dijo: “Vamos al final de la playa, allá se puede estar con ropa”. Así pues, guiados por esta esperanzadora frase, echamos a caminar. Al poco rato, y luego de esquivar a tantos culos al aire, podía notar que la gente nos miraba.
Es que nosotros, éramos los raros.
Nunca me había pasado algo similar. La tensión se podía sentir, las miradas fulminaban. Éramos unos intrusos y nos lo hacían saber. Yo seguía caminando con la cabeza baja, pero seguía sintiendo el vacío circundante. Finalmente, después de caminar un buen trecho, y después de darnos cuenta que era inútil seguir caminando, que toda la playa era nudista (hasta el último rincón), resolvimos poner nuestras toallas en la arena, tumbarnos sobre ellas y tratar de pasar lo más desapercibidos posibles.
Echados en la arena, empezamos a hablar de la situación. Era realmente incómoda, pero no era nuestra culpa. Nos planteamos recoger todo y mandarnos mudar a otro sitio, pero la verdad, es que las posibilidades de ubicar otro camping cerca con vacantes, eran remotas.
Discutimos un buen rato, sin poder encontrar una solución a nuestro problema:
-Joder, lo único que nos queda es quitarnos el bañador, dijo Ximo
-Pues sí (Risas)
-Nada, a dormir. Además… ¿A que no hay huevos para sacarse el bañador, eh?
-….
Eso ya sonó a desafío. Y me piqué. ..Después de todo, ¿Por qué no?
Me levanté de la arena y con rapidez –al mal paso darle prisa- me quité el bañador. Mi amigo seguía con los ojos cerrados tumbado en su toalla. Me voy al agua, le dije. Y eso fue lo que hice en el acto. Me sumergí en las olas tibias del mediterráneo tal y como vine al mundo y de repente, me sentí parte de todo ese fantástico entorno. Como si antes de esto, hubiera ido a la playa de forma equivocada. La palabra que me viene a la mente al recordar esa sensación es: Comodidad.
Al volver, me encontré a mi amigo mirándome estupefacto y divertido:
-¡Qué cabrón! Ya me has jodido.
-Así es. Ahora el rarito de la playa eres tú. Tú mismo.
Mi amigo no tardó ni un minuto en quitarse el bañador y meterse al agua. Al volver, con una sonrisa de oreja a oreja, me suelta: “Esto es una pasada, tío”
Y que lo era.
Además de la comodidad (adiós bañador mojado) que uno siente, sorprende el poco estímulo sexual que puede uno sentir allí. El ver a tantas mujeres de tantas variadas edades sin nada que disimular u ocultar, y sobre todo, que uno también va también sin ocultar nada, es como jugar al póker con las cartas a la vista. No hay misterios, ni fantasías, ni ensoñaciones. Es lo último en lo que uno piensa. También uno se da cuenta de cómo las tías camuflan sus defectos con la ropa. Son unas artistas del engaño ;)
Para nuestra sorpresa (aún faltaba más por descubrir), delante nuestro había un hotel (nudista) y un restaurante (nudista también). La gente eso sí, a la hora de comer, se ponía un pareo encima y listo. Todo un mundo aparte, esto del nudismo.
Eso sí, no recomiendo correr por la playa sin ropa. La gravedad es una gran enemiga y el espectáculo no es agradable. Todo hay que decirlo, de verdad.
Llamamos por el móvil a nuestros amigos para que vengan. Se morían de la risa al oírnos contar donde estábamos y cómo habíamos llegado ahí, pero arrugaron todos. Prejuicios, prejuicios. Mi amigo Ximo y yo nos hicimos famosos con esta aventura en nuestro círculo de amistades. El finalmente, se quedó con la guía de campings y creo que llegó a ir nuevamente al poco tiempo con su novia. Yo quise hacer lo mismo con la mía, pero fue pasando el tiempo y el viaje quedó pendiente. Ahora los dos somos padres de familia y creo que esa época ya quedó atrás.
Pero como dijo Terminator: “I’ll be back”
Las fotos que se ven, son fotos reales de la playa Vera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario