Buenos Aires se ha vuelto caprichosa y se reúsa a cambiar su traje gris por el traje floreado primaveral. Cuando se levanta de buen humor sacude en lo alto su mantel albiceleste, pero como es algo poco frecuente, su gente aprovecha esos destellos de color en busca de un espacio verde que invite a dejar relucir el romanticismo.
Se trata de un momento de inspiración de almas que se reconocen, un instante de libertad donde la esencia del amor se apodera de esos corazones perdidos en una ciudad que esconde mucho más de lo que deja ver.
Fue así que sin rumbo fijo y dejándonos perder por esas "… tardecitas de Buenos Aires que tienen ese que se yo…"
[1], casi como un experimento, aprovechamos que la ciudad se vistió de primavera y salimos en busca de una nueva historia.
Las manos de los amantes se rozan mientras caminan. Sus miradas se esquivan. Se encuentran. Se miran, sonríen. Vuelven a esconder sus ojos detrás de la timidez. Una mano atrevida se posa sobre una pierna que permanece inmóvil de la sorpresa. Lentamente, otra mariposa de cinco dedos se acerca a la más osada y la toca. Se entrelazan, se miman. Los cuerpos conversan hasta que la respiración se hace una y el juego se sella en un beso tierno que se prolonga hasta el momento que la sonrisa decide salir a gobernar la cara de los enamorados.
La noche cayó y mientras las almas seguían allí como si el tiempo no hubiera pasado, "…medio bailando y medio volando…"
[2], emprendimos la vuelta con la ilusión intacta de que presenciamos el comienzo de alguna historia, que se abren nuevas ventanas hacia la esperanza. Sólo hay que dejar fluir y animarse a descubrir los aires románticos que nos brinda esta caprichosa ciudad porteña y dejarse llevar por esos "…locos que inventaron el amor…"
[3].
[1] (Balada para un loco, Tango 1969. Música: Astor Piazzolla. Letra: Horacio Ferrer)
[2] (Balada para un loco, Tango 1969. Música: Astor Piazzolla. Letra: Horacio Ferrer)
[3] (Balada para un loco, Tango 1969. Música: Astor Piazzolla. Letra: Horacio Ferrer)
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