Ingeniosa 'telaraña' Los indígenas trazaron rutas bien pensadas que guían a las que hasta hoy se usan.
Por EUGENIA IBARRA ROJAS
La platina sobre el puente que une San José con Alajuela, la autopista a Caldera, los derrumbes en la Braulio Carrillo y los puentes viejos son graves problemas para los ingenieros de hoy. Mientras, especialistas del pasado –arqueólogos e historiadores– se preocupan por descubrir rutas, caminos, trillos, vados y puentes precolombinos.
Así, lentamente, desde sus escondites bajo tierra o tras cenizas volcánicas, van saliendo esos rasgos de la antigua vida indígena.
La infraestructura indígena de antaño se compuso de trillos, caminos, calzadas, vados y puentes. La han estudiado distinguidos especialistas, como Juan Carlos Solórzano, Carlos Molina Montes de Oca y Claudia Quirós.
Los mejores sitios. El Instituto Geográfico Nacional, el Museo Nacional de Costa Rica y la Universidad de Costa Rica también se han interesado en esas rutas. Sus aportes han contribuido a reconocer los trazos que sobre valles y montañas formaron los pobladores antiguos. Algunos de los trazos fueron usados por los conquistadores desde el siglo XVI, y aún los recorremos.
Los indígenas construyeron sus redes viales sobre los terrenos más aptos para movilizarse con seguridad y conveniencia por el territorio. Su experiencia milenaria les posibilitó escoger los mejores sitios para vadear los ríos, levantar sus asentamientos y planear el acceso a ellos en época seca o lluviosa.
En pos de los viejos caminos. Es fácil imaginar cómo se formaba un camino. Las familias se visitaban entre sí, y los antiguos cazadores seguían a sus presas por valles y montañas. Pronto se marcaban sus huellas sobre la tierra formando trillos y caminillos. Con el uso cotidiano, la vegetación cedía al paso de hombres y animales, y la tierra se apisonaba. Poco a poco se convertían en distintas clases de rutas que se iban haciendo más complejas con el paso del tiempo.
Para seguir algunas rutas se usaban los ríos, como el San Juan, para dirigirse al Caribe, sus islas y costas; otras tenían un trayecto por mar, como la de Nicaragua al Valle Central.
Unas secciones de los caminos se mantenían de tierra, pero otras se aplanaban y se cubrían con piedras. Los lugares principales de los cacicazgos tuvieron sus caminos de tierra empedrados y conformaban calzadas. Las de Guayabo de Turrialba son un buen ejemplo de ellas, pero hubo muchas más.
El conocimiento de la existencia de esas rutas corría de pueblo en pueblo, formando parte de los mapas mentales de quienes podrían eventualmente emplearlas.
En la vida indígena del siglo XVI era indispensable transportar productos, asistir a ferias, a mercados, a ceremonias regionales y a fiestas. Los indígenas debían salir más allá de sus propios cacicazgos.
El uso continuo de algunas vías las convirtió en principales; por ejemplo, el camino colonial llamado “de las Mulas”, que conducía hasta Panamá. Otra ruta importante llevaba desde Choluteca (en la actual Honduras) al océano Pacífico de Nicaragua, y a Guanacaste, lugar donde se lo llamó “camino del Arreo” en el siglo XIX. Hoy se utiliza cuando la carretera Interamericana sufre algún problema.
Descubrir rutas desde las fuentes documentales es trabajo arduo pero entretenido; pueden venir explicitadas, mas, cuando no lo están, deben seguirse los pasos de la gente que va de un lado a otro, ver por dónde pasa, y cuándo y cómo lo hace.
En guerra y paz. Puede comenzarse a partir de la información brindada por los conquistadores y contrastarla siglo tras siglo con la de otras personas que se movilizaron por las mismas rutas. Como resultado, quedan trazadas las vías antiguas, como sobre papel carbón. De aquí nacen los mapas.
Los arqueólogos luego pueden tratar de constatar la existencia de tales caminos. Por ejemplo, la estudiante Carolina Cavallini investiga un camino que une áreas de Cartago con Guápiles.
Esa es otra antigua ruta intervertiente, mencionada en documentos españoles desde 1570. En el siglo XVIII todavía se usaba pues se lee que unas esclavas mosquitas se escaparon de Cartago para ir a Matina “por el camino del volcán”.
Algunos trazos de esas vías se unían con puentes de hamaca, armados con fuertes bejucos, para pasar sobre caudalosos ríos. En tiempos de guerra se cortaban para que no cruzaran los enemigos.
También, durante las guerras, en caminos fangosos, grupos de personas clavaban afiladas estacas de madera de pejibaye con las puntas hacia arriba para herir a quienes los perseguían. Otros trazos incluían el cruce de ríos en canoas; por ejemplo, el Paso de la Canoa para cruzar el río Reventazón.
Los caminos podían mantener su forma de trillo en algunas partes, tal vez en aquellas más alejadas de núcleos de población. Podían empedrarse cuando estuviesen más cercanas a algún asentamiento importante, o entre dos o más pueblos principales.
Así como hubo caminos paralelos a las costas, también hubo rutas que atravesaban las cordilleras. Por ejemplo, la de Talamanca se podía cruzar por diferentes pasos; uno de ellos todavía está, por Ujarrás (al norte de Buenos Aires), en la zona sur.
Pasos y puertas de entrada. En la actual provincia de Guanacaste, por lo menos dos rutas atravesaban hacia las partes bajas a las llanuras de los guatusos, en dirección al lago de Nicaragua y al río San Juan.
También se describe una ruta para ir por el volcán Barva hacia las llanuras del norte, todavía usadas en el siglo XIX.
De igual manera que, en América del sur, los corredores interandinos vincularon pueblos indígenas y pisos altitudinales diferentes, las rutas intervertientes de Costa Rica se emplearon para facilitar las comunicaciones entre diversos puntos locales, regionales y centroamericanos, así como entre distintos pisos ecológicos.
Todo ello influyó en la economía política indígena facilitando la circulación de productos diversos: de tierras altas a tierras bajas, y viceversa. Por ejemplo, la sal de las salinas del golfo de Nicoya era acarreada al Valle Central en el siglo XVI.
Además, los caminos fueron vías de transmisión de conocimientos, de noticias y de enfermedades contagiosas.
Con el desarrollo de las actividades indígenas hubo rutas que llegaban a un mismo punto formando nudos de caminos. Fue el caso de Térraba (en Paso Real) y de Tárcoles, cerca de La Candelaria. Si de aquí se tomaba hacia el norte, se llegaba al Valle Central; pero se alcanzaba la ruta a Panamá si se continuaba hacia el sur. En términos políticos, el pueblo que tuviera con-trol sobre esos puntos estaría en ventaja ya que podía acceder primeramente a bienes y a noticias de lo que acontecía en otras partes.
Así, es claro que el descubrimiento y el análisis de los caminos indígenas nos dan fe de la existencia de redes viales, “telarañas” que evidencian una compleja vida social, política y económica de los antiguos pobladores de Costa Rica, a lo largo y ancho de nuestro territorio.
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