Etnicidad son las prácticas culturales y perspectivas que distinguen a una comunidad dada de personas. Los miembros de los grupos étnicos se ven a sí mismos como culturalmente diferentes de otros agrupamientos en una sociedad, y son percibidos por los demás de igual manera.7 ago 2000
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Etnicidad, raza y equidad en América Latina y el Caribe
Si nos fijamos con detenimiento, podremos notar la variedad de ETNICIDADES que nos rodean, incluso es un tema que bien puede ser tratado, cómo tema de investigación en el aula.
ELIZABETH JELÍN
Género, etnicidad/raza y ciudadanía en las sociedades de clases Realidades históricas, aproximaciones analíticas
La igualdad es una preocupación que, implícita o explícitamente, ha estado y continúa estando en el centro de las luchas sociales. Los debates académicos y políticos sobre el tema se han preguntado si lo central es la igualdad de oportunidades o de resultados; si se refiere a la expansión de los derechos de ciudadanía o a los mecanismos de compensación y redistribución frente a la concentración y la polarización producidas por la economía capitalista de mercado; si tiene que ver con el capital humano o con las estructuras sociales; si se trata de una cuestión de capacidades o de oportunidades; incluso si se requiere una revolución social para lograr la igualdad social o puede haber procesos de reforma gradual. Estos debates no son solo teóricos; tienen consecuencias directas para las luchas y las demandas sociales en distintos niveles y en diferentes lugares alrededor del mundo.
Durante las últimas décadas, el paradigma económico neoliberal e individualista, al desechar las estructuras sociales y la función central de las instituciones, ha puesto el énfasis en las capacidades individuales, en el esfuerzo y el logro personal como motores del bienestar, aludiendo solo de un modo tangencial a las desigualdades sociales. Esta perspectiva también tomó como ideal y como supuesto el funcionamiento autorregulado del mercado, una suposición que ya había sido criticada y descartada hace décadas por Karl Polanyi. El acento estuvo puesto en el plano de los individuos, y fue una ideología (o una utopía) dominante durante un tiempo, por encima de interpretaciones ancladas en estructuras sociales y en relaciones de poder, ya sean locales o globales. De ahí que en estas décadas se haya hablado más de pobreza que de desigualdad y que las políticas sociales –allí donde se implementaron– hayan estado orientadas hacia la reducción de la pobreza más que hacia la redistribución de la riqueza. También que se haya opacado, si no perdido, el lenguaje de clases y de lucha de clases, así como el rol del Estado como regulador, más allá de la implementación de políticas compensatorias –en particular, las políticas sociales focalizadas–.
Esta dominación neoliberal coincidió con una explosión de las demandas sociales por el reconocimiento de la diversidad, que generaron cambios en los marcos interpretativos y en las políticas de reconocimiento, centrados en la celebración de la diversidad, el multiculturalismo y la diferencia. Sin duda, es más que una cuestión de coincidencias. Las afinidades entre el individualismo neoliberal y la exaltación de la diversidad –entendida como diferencia y no como desigualdad– son destacables. Los enfoques analíticos siguieron estos cambios y prestaron más atención a la diferencia cultural y a los reclamos por reconocimiento que a las desigualdades estructurales y a los reclamos por los recursos.
Este artículo aborda los vínculos entre las desigualdades estructurales y las diferencias sociales. Como sostiene Rogers Brubaker, las diferencias ancladas en diversas categorías adscriptas –en particular, género, etnia y raza; también ciudadanía– no están intrínsecamente vinculadas a la desigualdad; ser diferente no implica necesariamente ser desigual. La relación entre diferencia y desigualdad es contingente, no necesaria; es empírica, no conceptual. Y el grado y la manera en que la desigualdad está estructurada a lo largo de las categorías varían ampliamente según el tiempo y el contexto1.
Sin embargo, los vínculos no son simples: las categorías sociales de la diferencia se construyen histórica y culturalmente, y su importancia puede variar en el tiempo y el espacio; una vez establecidas, tienen una influencia cabal en la producción y reproducción de las desigualdades.
No es mi intención presentar y discutir las diversas perspectivas y enfoques que se han desarrollado para abordar estas cuestiones. Mi objetivo es más limitado y concreto: analizar los vínculos entre las diversas dimensiones de las desigualdades sociales y, de manera más específica, discutir la contribución de algunos pensadores latinoamericanos al análisis de estos vínculos. La producción y reproducción de múltiples desigualdades han sido el foco de atención de los debates intelectuales a lo largo del desarrollo histórico de las sociedades latinoamericanas. Enraizados en las tradiciones académicas y en las discusiones teórico-conceptuales, estos debates se desarrollaron en la interacción, el diálogo y la participación activa de intelectuales y activistas en la dinámica de la acción social y política, en la medida en que los y las intelectuales de la región que formulan teorías, modelos e interpretaciones también son protagonistas activos en los escenarios de acción pública y de lucha, antes que investigadores encerrados en torres de marfil.
Luego de una discusión inicial de las múltiples desigualdades, enmarcadas en el binomio desigualdades/diferencias, el texto se remonta varias décadas atrás, a la realidad y los análisis desarrollados en América Latina a mediados del siglo xx. En aquel entonces, la preocupación central de los analistas y los gobernantes era la cuestión del desarrollo capitalista. Este artículo recupera someramente este contexto histórico, para presentar la manera en que los analistas de la época discutieron e interpretaron la relación entre (lo que ellos consideran que era) la dimensión central de las desigualdades sociales –la clase social– y otras dimensiones y divisiones sociales, sobre todo el género, la raza y la etnicidad. La sección final retoma estas discusiones fundacionales como punto de partida para debatir las conceptualizaciones contemporáneas de los vínculos en tres desigualdades y diferencias.
Una nota adicional: el ejercicio consiste en leer obras escritas en los años 60 y 70 del siglo xx desde la perspectiva del siglo xxi, mirando hacia atrás con preguntas y marcos interpretativos del presente. El riesgo de anacronismo es incuestionable. Es injusto pedir a los analistas de aquella época que respondan a los problemas que planteamos hoy. El riesgo alternativo es acaso más grave: pensar que todo lo que se hace en el presente es completamente nuevo y original, que las maneras de conceptualizar y analizar las desigualdades sociales en el pasado son obsoletas y han sido superadas. Desde este lugar, sería innecesario prestar atención al pensamiento y a las elaboraciones de hechos en el pasado. Me cuento entre quienes afirman que reinventar la rueda es suicida para el desarrollo del conocimiento.
Desigualdades múltiples
La existencia de «desigualdades múltiples», es decir, múltiples dimensiones de estratificación y categorización social es, hoy en día, parte del sentido común de las ciencias sociales. Sin embargo, la multiplicidad no significa que todas las dimensiones son intercambiables, o que pueden ser tratadas de manera análoga. En primer lugar, es necesario señalar una diferenciación importante entre las dimensiones definidas analíticamente y los criterios y categorías que los actores sociales construyen y utilizan en su práctica cotidiana, en sus relaciones interpersonales y en sus luchas por el poder. Desde la perspectiva de los actores en los escenarios sociales, las categorías utilizadas para diferenciarse de los otros o identificarse con ellos se construyen a través de sus experiencias, en las situaciones concretas en que se encuentran. Estas categorizaciones son contingentes y empíricas; no puede haber una lista predeterminada de dimensiones. Que una dimensión se problematice y se haga visible, que otra no se utilice de manera explícita en los marcos de interpretación de la acción, que haya diversas regularidades y combinaciones de categorías y temas: todo esto forma parte de las preguntas de investigación y las respuestas se revelarán en el proceso de indagación. Desde una perspectiva analítica o etic, por otro lado, las dimensiones y categorías son instrumentos que sirven para ordenar y explicar qué lleva a los actores a actuar como lo hacen, incluso cuando no es visible o explícito para ellos mismos.
En el nivel estructural, la preocupación por las desigualdades pone a las clases sociales en el centro de la atención. Este ha sido y sigue siendo el núcleo del pensamiento social en relación con las dinámicas de la desigualdad y los mecanismos de su producción y reproducción –sea la explotación o el acaparamiento de oportunidades–. Tanto en el análisis de la estructura de las actividades productivas y los mercados laborales cuanto en la evaluación de sus resultados en forma de distribución del ingreso, la noción de clase social, muchas veces olvidada, resulta significativa y productiva. El objetivo en nuestro caso es develar cómo se entrelazan la estructura de clases y las diferenciaciones y categorizaciones sociales basadas en diversas dimensiones culturales y sociales, en general adscriptas, tales como etnia, «raza», género, edad, nacionalidad, religión o lengua. Las categorías y las categorizaciones operan desde afuera –los «otros» (grupos, instituciones) definen los límites, los derechos y los beneficios derivados de la pertenencia–; en el mismo movimiento definen la desvalorización y la discriminación de los excluidos. También operan desde el interior, a través de los sentimientos subjetivos, la autoidentificación y la concreción de prácticas culturales2. En función de sus luchas políticas, además, los actores pueden desarrollar categorizaciones sociales que funcionan como identificaciones estratégicas que los ayudan a definirse a sí mismos y a sus oponentes.
Los vínculos entre las posiciones y relaciones estructurales en los sistemas sociales, por un lado, y las categorizaciones adscriptas establecidas culturalmente, por el otro, son contingentes y cambian con el tiempo. Además, la manera en que estas categorizaciones operan en relación con la clase y las desigualdades no es generalizada o universal; hay especificidades para cada dimensión. Mientras que la etnicidad puede llevar a la constitución de comunidades más o menos cerradas, segregadas y a menudo discriminadas por otros, las categorías de género atraviesan todas las clases sociales y todas las comunidades culturalmente definidas.
En el análisis social contemporáneo, el aspecto multidimensional de las desigualdades y de las categorizaciones sociales se aborda a través de la noción de «interseccionalidad». Derivada de las perspectivas feministas relacionadas con la ubicación de las desigualdades de género en un marco más amplio, esta noción alude al hecho de que el género, la etnia y la clase operan de manera simultánea en el proceso de generar y manifestar las desigualdades3. El corolario de esta afirmación es una advertencia metodológica: cualquier análisis de las desigualdades será incompleto si no se tienen en cuenta las múltiples dimensiones del fenómeno. Como advertencia metodológica, no hay nada para oponerse o rebatir. En un nivel analítico o teórico, sin embargo, esta afirmación no dice mucho sobre la naturaleza de los vínculos entre las desigualdades de género y las otras dimensiones. ¿Cómo teorizar o generalizar sobre la manera en que interactúan las distintas dimensiones? ¿Cuáles son sus patrones de interacción? La conceptualización que propone este artículo toma como punto de partida la centralidad de las desigualdades estructurales relacionadas con la clase, y observa sus vínculos con diversas categorizaciones sociales y diferencias socialmente construidas, considerando que cada una de estas categorizaciones (las distinciones categoriales de Charles Tilly) tiene su propia dinámica.
El contexto: América Latina después de la Segunda Guerra Mundial
A mediados del siglo xx, América Latina experimentó un rápido proceso de urbanización y migración rural-urbana, la expansión de la educación, los procesos de industrialización, el crecimiento de la población, etc. –todos ellos signos de la «modernización», que tuvo efectos importantes en la redistribución y reestructuración de las desigualdades sociales4–. Hubo varios procesos específicos, aunque para nuestro propósito es suficiente resumir sus consecuencias sobre las desigualdades. Como concluye Rosemary Thorp al referirse al periodo de posguerra en la región, mientras que las cifras de crecimiento fueron impresionantes y la historia institucional muestra cambios radicales en muchas áreas, la industrialización y la sustitución de importaciones se insertaron en, y reforzaron, el sistema social y económico preexistente, extremadamente desigual. Aun los esfuerzos de la reforma agraria no modificaron esencialmente el panorama de pobreza y exclusión. Las mujeres y los grupos indígenas permanecieron relativamente desposeídos y las tendencias del mercado de trabajo urbano crearon nuevas desigualdades5.
En este periodo, las preguntas centrales que se formulaban las ciencias sociales de la región ponían la mira en el tipo de desarrollo capitalista que se estaba gestando. La consideración de las desigualdades estaba anclada en estas preocupaciones: la marginalidad, las discrepancias urbano-rurales, el campesinado, el trabajo asalariado y otras formas de trabajo, las burguesías y oligarquías nacionales, la formación o ausencia de clases medias, etc. La formación de una sociedad de clases, con un fuerte énfasis en el pasaje hacia el mérito y la estratificación anclada más en las características adquiridas que en las adscriptas, estaba en el horizonte.
La dinámica de creación de desigualdades combinaba varios procesos simultáneos que, según el pensamiento de la época, correspondían a los diferentes «momentos» de los procesos delineados desde el punto de vista teórico: por un lado, el acaparamiento de recursos por medio de la expoliación y la acumulación primitiva, tanto en referencia al origen de la fuerza de trabajo exigida por el desarrollo capitalista como a la privatización de la tierra para la expansión de la agricultura mercantil, con el desplazamiento de los pueblos originarios y campesinos y la prevalencia del trabajo semiservil en las minas y haciendas; por otro lado, la explotación dentro del propio sistema capitalista y el acaparamiento de otros recursos, en especial de las oportunidades de acumulación de conocimientos y saberes a través de la expansión educativa orientada hacia las clases medias.
El eje analítico explicativo estaba centrado en el mercado de trabajo como la fuerza detrás de la estructura y la distribución de las desigualdades. Las posiciones en el mercado de trabajo podían estar asociadas a otras dimensiones: la etnicidad entrelazada con el sector económico (por ejemplo, un campesinado con fuertes componentes indígenas en el sector rural), una clase obrera asalariada naciente conformada sobre la base de la inmigración europea, o el predominio de mujeres de origen rural en el servicio doméstico urbano. La estructura de clases sociales (con todas las especificidades «locales» necesarias) estaba en el centro; las otras dimensiones de la desigualdad se articulaban con las dinámicas de clase, pero no las determinaban. Estos otros criterios de categorización social, en especial la etnicidad y la raza, podían ser analizados, pero por lo general eran considerados como «herencias» o presencias diacrónicas del pasado. Por su parte, quienes interpretaban los procesos sociales en clave de modernización pensaban que estas categorías adscriptas se disolverían en la medida en que el mérito y el logro desplazaran al origen como el anclaje más importante para la definición de las oportunidades sociales.
¿Cuáles eran estas otras categorías de desigualdades que, además de la clase social, merecían alguna atención? Por un lado, la composición étnica y racial de la población y la inserción de grupos no blancos en las posiciones más bajas de la estructura social, y el origen inmigratorio europeo (especialmente mediterráneo) de la clase obrera. La atención a las dimensiones étnicas y raciales tenía antecedentes en los pensadores sociales de la región, como José Carlos Mariátegui en Perú y Gilberto Freyre en Brasil. Las cuestiones de género y el lugar subordinado de las mujeres en la estructura patriarcal, sin embargo, resultaban más novedosos, con poca o ninguna tradición en el pensamiento social latinoamericano, aunque pensadoras y activistas mujeres lo problematizaron de manera progresiva a lo largo de todo el siglo. Las diferencias y desigualdades espaciales eran también significativas, vistas siempre de manera dinámica como parte del proceso de urbanización.
En ese periodo, las desigualdades en el plano internacional se interpretaban en términos de relaciones entre centro y periferia. El desarrollo capitalista en América Latina era «periférico» y el objetivo básico consistía en comprender sus desafíos, originalmente en el pensamiento de Raúl Prebisch y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Luego serían interpretados en términos de «dependencia»6. La comprensión de las desigualdades en la perspectiva del sistema mundial7 aún estaba en un futuro lejano. Esta línea continúa en nuestro enfoque entrelazado multiescalar, en el que los patrones de desigualdad combinan procesos en diferentes niveles, desde el local hasta el global. Dentro de este marco, cuando se observa la escena internacional, la pertenencia a una comunidad política, transmitida por el lugar de nacimiento y una ciudadanía formal otorgada por un Estado nación, tiene que ser introducida como una dimensión categorial fundamental que configura y determina las desigualdades más profundas en las oportunidades de vida en el mundo contemporáneo8...
https://www.nuso.org/articulo/genero-raza-ciencias-sociales/
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