ANTAGONISMOS
¿Existe algún tipo de antagonismo entre la Filosofía y la Historia? No creo que las cuestiones inconclusas entre Filosofía e Historia pasen por esos parámetros, pero tenemos opiniones de algunos Filósofos, respecto a la (diversa) metodología de la Historia. Cosa que es aceptable, pero ello no implica ningún antagonismo. Es posible que este planteo le resulte extraño a personas que no se encuentren familiarizados con los escritos de este blog, de los últimos dos años. Aprovecho para explicar que, existe en este blog, una brecha de un año sin escritos, que tiene que ver con la pandemia y el lugar que me tocó, para pasarla y las condiciones, ya que me encontraba con un dispositivo muy antiguo y una conexión de internet muy precaria (creo que en todo ese tiempo logré acceder a una o dos computadoras, que me prestaron y solo para actualizar algunos trámites, por lo que no podía ponerme a escribir).
A poco de llegar, al lugar donde me desempeñé, de acuerdo a lo que dice mi título, como profesor de historia, egresado de la Universidad Nacional del Litoral, me encontré con una negación total a tratar temas de Historia en un área de sociales. Se me decía ¡Basta de Historia! (por parte de las dos personas que fueron coordinadoras del área). Pero se sumaba una especie de antagonismo con la Historia, por parte de una persona que funcionaba, como suplente en Filosofía, sin que se explicase, porque el inicio de la Filosofía o de la Historia, en un determinado período, no pueden sustentar ningún antagonismo. Pero se querían mostrar como combatientes de una determinada posición, que no puede ser vinculada a problemas reales entre Filosofía e Historia, o al menos no tiene el menor grado de racionalidad.
Luego surgieron las otras problemáticas, digamos de posición política y, como mi anarquismo no les servía, para plantear problemas de antagonismo, decidieron otorgarme una supuesta filiación, política, que tampoco se sustenta en nada y por lo tanto solo es propia de la demencia del que la pensó.
Podríamos pensar que son nostálgicos de la lucha de clases, desde el punto de vista de los terratenientes, o de las clases altas porteñas. Y debo indicar que tengo varios escritos ridiculizando a los sectores de esos pueblos patagónicos, que se creen herederos de familias provenientes de Belgrano R, en la ciudad de Buenos Aires. Pero tampoco pueden demostrar ese origen. Mucho menos los que provienen de otras provincias. No creo recordar ningún enfrentamiento real entre inmigrantes y criollos, sacando esos desopilantes intentos de algunos que creen en ese injerto de marxismo y populismo, que supimos aguantar, con los fundamentos democráticos que seguimos sosteniendo, porque los anarquistas no creemos en una lucha de clases,o en un derrocamiento del Estado, pero si nos preparamos para una posible desaparición del Estado, tal y como lo conocemos hoy, por razones totalmente diferentes a los afanes de algunos, ya que los problemas ecológicos aumentan y son totalmente reales.
Por todo ello, me pareció interesante aportar un análisis reciente de los estudios teóricos sobre las verdades o mentiras de ese antagonismo clasista que sustentan, que no tiene nada que ver con mi postura política, que cree en un agotamiento en el sentido, que ya expliqué en este mismo escrito. Tampoco creo, que ese intento de antagonismo, venga de la mano de mi paso por la Universidad Pública, porque cualquiera puede cursar y recibirse, incluso los que debimos estudiar y trabajar, para pagarnos nuestros propios gastos, porque mis padres no lo hicieron. Pero les dejo el análisis mencionado.
Análisis de clase, movimientos sociales y antagonismo: saliendo de la parálisis teórica
Introducción
El campo académico de las ciencias sociales y el pensamiento social contemporáneo desde hace ya por lo menos cuatro décadas ha consolidado dos tendencias teóricas: la pérdida de centralidad y la secundarización de la importancia de las clases sociales y la separación neta de los fenómenos de movilización social del análisis de clases. La reducción del potencial explicativo de la teoría de las clases sostenido por algunos que hablan de la “muerte de la clase”2 se suele convertir en una suerte de veto conceptual cuando se aborda la problemática de los movimientos sociales y la acción colectiva. Si la perspectiva del análisis de clase se encuentra en franco retroceso en general, con respecto a los movimientos sociales se encuentra en una situación de divorcio teórico. Las duras inercias de los paradigmas establecidos tienden a naturalizarlos como conceptos alternativos o directamente enfrentados.
No vamos a hacer una historia de esta desgraciada desavenencia entre “hermanos separados al nacer” sino puntualizar los núcleos conceptuales en que se funda y señalar algunas sendas de superación recuperadora de la perspectiva de clases para el análisis de los procesos de movilización colectiva desafiante3.
El hiato teórico que separa la analítica de las clases de la de la acción colectiva y los movimientos sociales comienza tempranamente en los años ’60 de la mano de la irrupción de los movimientos por los derechos civiles, el pacifismo, el ecologismo, el feminismo y las contraculturas juveniles expresadas con una potencia inusitada en el Mayo Francés. En los capitalismos avanzados se percibe un desplazamiento de grandes colectivos consistentemente homogéneos en condiciones materiales de vida y organizativamente consolidados (partidos, sindicatos, grupos de intereses empresariales) como protagonistas principales de la política y los procesos de cambio. La movilización social y los conflictos ya no caben en el lecho de Procusto explicativo de la lucha de clases, y comienzan a buscarse categorías de otro tipo (“género”, “nación”, “etnia”, “subculturas urbanas”) para entender los nuevos desafíos al orden social. La aparición de demandas o aspiraciones que no se corresponden con posiciones fijas en la estructura económica reclaman algún otro espacio conceptual donde inscribirlas y darles sentido (identidad, cultura, subjetividad) y las emergentes categorías de acción colectiva y “nuevos movimientos sociales” intentan dar respuesta a este nuevo escenario.
Hasta dentro mismo del diversamente inabarcable pensamiento marxista se sienten tendencias a la atenuación de la dimensión clasista del análisis de los procesos sociales y políticos de lucha y movilización. Para algunos (Offe, 1988) los movimientos están lejos de reemplazar a las clases pero tienen su importancia para explicar una nueva fisonomía del conflicto social y político en las democracias del capitalismo avanzado. Para otros (Kärner, 1983) más cercanos a las tradiciones del marxismo, hay que cavar una fosa teórica y tratar los nuevos fenómenos contestatarios (ecologistas, feministas, contracultura, etc.) como universos paralelos al de las clases sociales. Desde las fábricas y los lugares de trabajo la lucha de clases canónica sigue sobredeterminando al resto4, a riesgo de reducir la clase a un concepto atrapado en la sociología del trabajo y de la empresa.
Frente a la vasta tradición marxista de criterio estructuralista, comenzaron a desarrollarse un gran número de investigaciones y nuevos conceptos que fueron dando forma al campo disciplinar específico de la sociología de los movimientos sociales y la acción colectiva. El señero trabajo de Smelser de 1965 introduce la cuestión en la sociología americana típicamente funcionalista proponiendo una formalización teórica general para abordar el comportamiento colectivo. Después Touraine hará lo propio para la sociología europea en el marco de las teorías de la sociedad posindustrial poniendo en juego conceptos como actor, identidad y acción histórica. La explícita escotomización o relegamiento de la cuestión de clase opera desde el nacimiento mismo de estas teorías. La tradición neoutilitarista e instrumentalista americana y la tradición culturalista y expresivista europea alimentan a partir de los años ’80 el campo de estudios de la acción colectiva. Ambas tradiciones hacían profesión de fé de categorías analíticas que se planteaban como competitivas o alternativas a las de clase. La irrupción de los trabajos de Charles Tilly y Sidney Tarrow contribuyeron a especializar y focalizar aún más el campo temático a través de conceptos como movilización de recursos, estructuras de movilización y oportunidades políticas. En los años ´90 los americanos (Snow, Benford y otros) desarrollan la teoría de los enmarcados interpretativos buscando abordar los componentes simbólicos y culturales que quedaban fuera de la matriz instrumentalista. En los últimos años de la mano de la internacionalización y estandarización de la producción en las ciencias sociales se opera una convergencia y una normalización de enfoques y metodologías5 que tienden a la híperespecialización del objeto de estudios y con ello también profundizan la omisión de la relación entre lucha, movilización y condiciones materiales de vida.
Otra fuente más reciente de depreciación del análisis de clases se manifiesta en la importancia que asume la cuestión actual del populismo potenciado enormemente por las experiencias de gobiernos latinoamericanos caracterizados por liderazgos fuertemente personalistas, movilización de masas, decisionismo plebiscitario, fuerte apoyo plebeyo y polarización política. La problemática de las clases queda excluida del análisis acusada de economicismo, estructuralismo, objetivismo anacrónico, y es sustituida por el análisis del discurso, las articulaciones hegemónicas y contrahegemónicas, la formación de identidades populares, etc. Como nunca en América Latina el protagonismo político recae en la movilización, la organización y la acción que transita por carriles alejados de las instituciones o de los formatos convencionales de poder (sindicatos, partidos). Las irrupciones de masas y los movimientos sociales en sus complejas y diversas formas y orientaciones mantienen el tenor principal de la dinámica de la escena política donde las clases sociales ya no juegan un papel relevante ahora localizado en el discurso y el antagonismo político.
Aunque en el campo académico de nuestro país las influencias de estos paradigmas se hacen de manera híbrida, y dónde los enfoques marxistas más clásicos conservan un espacio significativo, un elemental inventario de la producción académica sobre el último gran ciclo de movilización contestataria desatada con la crisis del 2001 muestra diversos déficits en términos de problemática de las clases.
El contrapunto piquetes / cacerolazos, asambleas / organizaciones de desocupados, escraches / cortes de ruta, vecinos porteños / excluidos del conurbano, e incluso ahorristas / trabajadores, recorre los trabajos que se han producido, inscribiendo los análisis casi “obviamente” en una problemática de clases, separando la movilización de las clases populares de las clases medias. Pero los análisis que relacionan las prácticas de organización y lucha con las condiciones de vida material se limitan a las clases populares: está muy bien documentada la hipótesis de la territorialización del conflicto a partir de los procesos de desindustrialización (“la nueva fábrica es el barrio”) y la influencia de los ex trabajadores sindicalizados y de la cultura del trabajo en la emergencia de estas nuevas formas de organización, lucha e identidad (universalidad de la nominación como “trabajadores desocupados”). En cambio, a la hora de analizar los movimientos de asambleas barriales y los cacerolazos vemos que los tópicos que han ocupado la mayor parte del interés analítico en los movimientos son las formas de subjetividad, los nuevos lazos sociales y las producciones discursivas que se generan en ellos, adoptando una autonomía respecto de las condiciones materiales de vida que resulta abiertamente desclasante.
El campo académico parece haber operado también de manera clasista. Solamente las clases populares parecen acreedoras de un enfoque que las relacione con sus condiciones de vida y con las coerciones económicas, simbólicas y sociales a las que están expuestas, mientras las clases medias permanecen exentas de tal cadena que las une a la tierra –es decir, a los otros hombres– y pueden elevarse hacia la política levitando plácidamente en su “subjetividad”.
Otra debilidad manifiesta es la atribución clasista basada exclusivamente en las locaciones geográficas: los barrios donde afincan los movimientos de desocupados o se reúnen las asambleas constituyen un criterio de atribución de clase muy expuesto a la falacia ecológica. Así, luego de dar por sentado el carácter de clase media por el barrio, el análisis de las formas de lucha, organización y subjetividades parecen prescindir de las diversas mediaciones por las condiciones sociales y materiales de existencia.6
Otro sesgo que delata insuficiencia analítica en relacionar la movilización con las condiciones materiales es la saturación de investigación sobre el fenómeno asambleario y la casi ausencia de estudios de los movimientos de ahorristas estafados7 condenados a un insólito ostracismo sociológico que, en cierta medida, se explica justamente porque los focos del análisis se concentraban en los aspectos más lejanos a los intereses materiales.
En los trabajos de campo sobre ahorristas y asambleístas una de las primeras cosas que se mostró fallida es el análisis estático de correspondencias entre atributos socioeconómicos (ocupación, educación, ingresos, ahorros) y la participación en la movilización. Muchos de nuestros entrevistados eran francamente inclasificables en términos de las categorías estándar: figuras como “empresarios desocupados”, “desocupados empresarios” (que no es lo mismo que la primera), obreros con plazos fijos en dólares, jubilados bonistas, profesionales “changarines” pluriempleo, empleadas domésticas líderes de movimientos de ahorristas, consultores de empresas a favor del “Que se Vayan Todos”, jubilados escrachando bancos, etc. Las nomenclaturas posicionales estandarizadas de asignación de lugares de clase chocaban con una inusitada diversidad. Ni hablar cuando se trataba de identificar las definiciones de los intereses en juego de los actores y las prácticas o estrategias con que explicaban sus apuestas a la movilización y la lucha.
La sorprendente heterogeneidad entre movimientos y dentro de cada uno de ellos desafiaba los análisis clasistas: una misma base social estaría adoptando formas colectivas bastante disímiles y hasta luchando por demandas y aspiraciones enfrentadas (por ejemplo, ahorristas versus asambleístas), o sectores sociales con posiciones estructurales diferentes estarían compartiendo las mismas prácticas como participantes de un mismo movimiento (trabajadores manuales entre los ahorristas y empresarios entre los asambleístas).
Aquí aparece un punto crucial para nuestro tema: la necesidad de separar los movimientos-acción colectiva clasistas o “de base clasista” y el análisis clasista de los movimientos-acción colectiva que se mezclan confusamente muchas veces. Se suele suponer distraídamente que uno lleva al otro y que el análisis clasista debe justificar los soportes de clase de los movimientos, demostrando que los emplazamientos políticos y culturales entran en correspondencia con posiciones estructurales. Este planteo lógicamente concluye que un análisis clasista no debería usarse para analizar movimientos que son heterogéneos e inconsistentes desde el punto de vista posicional. La diversidad posicional de clases esterilizaría el análisis. Propongo partir de la hipótesis contraria: los condicionamientos clasistas están presentes y gravitan con fuerza no a pesar sino a través de estas diversidades.
Seguimos viviendo en sociedades clasistas, es decir, sociedades donde los procesos de diferenciación entre individuos y entre grupos no pueden separarse de antagonismos y conflictos que despliegan relaciones de fuerza y de sentido en torno a las condiciones materiales de vida. La subteorización de la relación movimientos sociales/clases conspira contra las chances de alcanzar una inteligibilidad “enclasante” de la movilización8. A partir de estas limitaciones podemos plantear una primera serie de preguntas orientadoras: ¿cómo captar el elemento clasista en el desarrollo de la organización, la acción y la identidad de colectivos movilizados? ¿Cuáles son los puntos ciegos tanto de la teoría de las clases como de las teorías de la acción colectiva?
https://www.redalyc.org/journal/124/12453261007/html/
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