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miércoles, 2 de noviembre de 2022

DESCOLONIZAR

DESCOLONIZAR
No es que sea más fácil hablar, desde la Historia, de aquel tiempo que uno vivió, como niño, como adolescente y como joven. En tono de de broma fraternal un compañero solía decirme: “Vos también estuviste allí”, casi sobre cualquier tema que tocábamos en el aula. Y no se confundía, porque tengo la tendencia a colocarme como observador y narrador, de lo poco o mucho que pude presenciar y, naturalmente, cuando puedo y debo, busco a legítimos observadores que narraron los distintos procesos de la Historia, porque suelen relatar veraz-mente y mucho mejor si se lo constatan mediante el o los métodos de investigación histórica, cuyos procedimientos también son aplicados a mis propios recuerdos. El tema importante, hoy en día, es que hace apenas diez años o poco más, hablar de Malvinas resultaba entrar en una charla respetuosa, con el tema, de parte de los alumnos. Hoy ya no ocurre eso y el desinterés es lo que marca la costumbre, con algún episodio rayano en la falta de respeto, claro que esto fue observado en un solo lugar, que, justamente, se caracteriza por no importar ningún tipo de respeto y mucho menos dignidad del otro. Aunque ello no tiene que ser motivo de permisividad, sobre el genuino impulso de aquellos que llegaron a las islas en medio de su servicio militar obligatorio. 


 Un panteón incómodo. La guerra de Malvinas y el ideario patriótico en la Argentina posdictatorial Federico Guillermo Lorenz (IDES/ CONICET)

“Introducción 

Entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, Argentina y Gran Bretaña se enfrentaron en la guerra de Malvinas. Apropiándose de un viejo anhelo popular,1 la Junta Militar -en el poder desde el golpe de estado de 1976- planificó y ordenó un desembarco que produjo la recuperación de las islas para la soberanía argentina. Deslegitimados por la crisis económica y las denuncias por violaciones a los derechos humanos, los militares en el poder lograron un amplio consenso con la medida. Este fue tan efímero como la presencia argentina en las islas, que culminó en junio de 1982 con la rendición ante las fuerzas británicas. Sin embargo, el impacto de esta guerra fue muy profundo. El final del régimen militar más sangriento de la historia argentina fue indudablemente precipitado por esta derrota. De este modo, el período posdictatorial argentino presenta una particularidad en relación con el Cono Sur: Malvinas fue una guerra conducida por un gobierno ilegítimo, responsable de gravísimas violaciones a los derechos humanos, y en tanto que derrota catastrófica, una herida al orgullo nacional que imprimió particulares tiempos y características a la retirada de las Fuerzas Armadas del poder.

 Las guerras son situaciones que ponen a los estados y a sus habitantes en diálogo acerca de sus identidades sociales y sus ideas de nación. Aún cuando se trate de una victoria (aunque esta pueda ser tan costosa que se vuelve traumática, como para Francia fue la Primera Guerra Mundial), el conflicto bélico redefine las relaciones entre los individuos y sus sociedades. Una derrota acentúa estas tensiones. El fracaso en la guerra de Malvinas colocó a la sociedad argentina en esa encrucijada, con el agravante de hallarse bajo un gobierno militar y en un momento en el que, producto del descrédito castrense, comenzaban a conocerse las atrocidades cometidas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional, sobre todo como consecuencia de un relajamiento en los controles a la prensa, las actividades de denuncia del movimiento de derechos humanos y la creciente presión de sectores como el sindicalismo.

 A las noticias sobre fosas comunes clandestinas y testimonios de violaciones a los derechos humanos que llegaban desde el exterior se añadieron, desde junio de 1982, los testigos del estrepitoso fracaso militar en el Atlántico Sur. Con este contexto, me propongo reflexionar acerca de los desafíos que estas circunstancias impusieron al culto patriótico republicano imperante en la Argentina aún durante la dictadura, y cómo este es aún hoy funcional a aquellos sectores que reivindican el papel de las fuerzas armadas durante la última dictadura militar. Este sistema de valores y creencias anclado en la idea de la nación y sus símbolos fue compartido por regímenes dictatoriales y democráticos, por movimientos revolucionarios o partidos institucionalizados. En esa ambigüedad radica la posibilidad, aún hoy, de que los perpetradores de crímenes de lesa humanidad permanezcan impunes, amparados por la idea de servicios realizados o deberes cumplidos en nombre de la patria. 

El análisis se concentrará en quienes ocuparon la conducción del estado en el quinquenio que va entre 1982 y 1987, en tanto principal emisor de los emblemas que se pusieron en juego durante y después de la guerra.2 Una guerra en la memoria Las guerras cumplen para las naciones, un papel central en la construcción de sus identidades colectivas. Los líderes y combatientes en las luchas por la Independencia se transformaron en los héroes y próceres que marcaron la escolaridad de decenas de miles de argentinos, al punto que vuelven a ser objeto de debate hoy, con la (re) emergencia de fenómenos de historia de divulgación. 


En el caso del panteón nacional decimonónico argentino, este fue construido por una elite –política, cultural- que fue capaz de arbitrar elementos para difundir una versión de la historia que se transformó también en modelo de virtudes cívicas. En los relatos históricos nacionales las instituciones militares cumplen un papel central. Los oficiales victoriosos, los caídos en combate, pasan a engrosar las filas de los venerables alojados en los panteones nacionales. Son punto de partida y modelo para los que continuarán y garantizarán el sentido de su sacrificio. Si el primer impulso a estos valores estuvo anclado en el sistema de educación pública, el servicio militar obligatorio, una vieja institución en la Argentina (se había implementado en 1904) fue el segundo hito en la vida de los jóvenes varones: al llegar a sus dieciocho años, eran sorteados para realizar la conscripción en alguna de las tres fuerzas. Mediante la implementación del servicio militar obligatorio se buscó dar cohesión a la nueva república, reforzar el papel del Estado e inculcar una serie de valores nacionales y sociales a los jóvenes. 

Desde el punto de vista simbólico, estos soldados ciudadanos eran herederos y actores de una religión cívica que construía una escala de valores cívicos en base a las virtudes militares y que contribuía a delinear la auto representación de la nación.3 Estos “cultos laicos” cumplían una función pedagógica, en tanto “celebrar a aquellos ciudadanos que habían cumplido con su deber era exhortar a otros a cumplir con el suyo”.4 Si el panteón argentino está poblado de militares exitosos (José de San Martín es el “padre de la Patria”), la consolidación del Estado nacional, durante la segunda mitad del siglo XIX, proporcionó nuevos modelos a seguir: los veteranos de la guerra del Paraguay (1865-1870) y los “expedicionarios al desierto” (1879-1881). “Dos guerras” 

Los soldados de la guerra con Gran Bretaña de 1982 fueron movilizados a partir de esa matriz histórica y cultural. Muertos, fueron recordados del mismo modo, y aunque en agudas situaciones de olvido y marginación, oficialmente también. Pero, ¿cómo incorporar a los caídos en Malvinas y a sus sobrevivientes al Panteón nacional? La guerra, en este sentido, presentó varios costados espinosos. Uno de ellos fue que el desembarco había contado con un importante, masivo y diverso apoyo social, que el desprestigio de la dictadura posterior a la derrota y las violaciones a los derechos humanos que comenzaron a ser denunciadas públicamente convirtieron en un incómodo recordatorio de los vínculos civiles con el gobierno de facto. En los dos meses y días que duró el conflicto, se organizaron en todo el país redes de apoyo a los soldados en las islas, que enviaban encomiendas con alimentos y abrigo, recogían donaciones y organizaron la escritura de cartas a los combatientes en el frente. 

Más allá de los jóvenes convocados a los regimientos, millares de hombres que habían pasado por el servicio militar obligatorio se presentaron como voluntarios. La idea de una reivindicación nacional desdibujó la imagen de que era una dictadura la que encabezaba la lucha contra Gran Bretaña. Aún entre las comunidades argentinas en el exilio, donde existía el espacio para cuestionar duramente al gobierno militar, la recuperación del archipiélago produjo un verdadero cataclismo, un “terremoto”, pues las Fuerzas Armadas en el poder se habían apropiado de una bandera central al bagaje ideológico de muchos de los emigrados políticos argentinos, que ante el dilema de un gobierno represor que se reivindicaba antiimperialista optaron por apoyar la lucha contra Gran Bretaña mientras continuaban denunciando las atrocidades de la dictadura.5 Pero este matiz era sólo posible en el exilio. En un país sometido a una severa censura y autocensura por más de seis años era poco menos que irrelevante, aunque sectores aislados enarbolaron consignas como “las islas Malvinas son de los trabajadores, no de los torturadores” y “las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”. 

La derrota puso en evidencia un dato que durante la guerra había sido irrelevante por prácticamente desconocido: que buena parte de los oficiales y suboficiales que habían combatido en una guerra “legítima” habían participado a la vez en lo que estaba pasando de ser “guerra contra la subversión” a ser considerado “guerra sucia”. Para el gran público, los “héroes de Malvinas” habían devenido torturadores y secuestradores. Comenzaron a circular los cuestionamientos hacia las Fuerzas Armadas, no sólo por el fracaso frente a los británicos, sino por la represión interna: desde un primer momento, la rendición en Puerto Argentino puso en un pie de igualdad lo que para los oficiales de Ejército, Marina y Fuerza Aérea eran dos conflictos en los que las instituciones a las que pertenecían habían combatido, con características y finales distintos pero equiparables en una carrera militar. 

Para Alfredo Astiz, oficial de la Marina con un resonante protagonismo en la represión ilegal, se trataba de una continuidad en su carrera militar: ”Yo estuve en cuatro guerras. Y en más de treinta combates. Estuve en la guerra contra la subversión, estuve infiltrado en la línea enemiga con los chilenos, cuando decían que no había guerra, estuve en las Malvinas y estuve de observador en Argelia. Ésta es mi quinta guerra. Quedarme callado, haber aguantado todo este tiempo sin decir nada, es mi última guerra”… 

 https://cdsa.aacademica.org/000-034/733.pdf

ACTIVIDADES: Puedes usar el texto o buscar las respuestas en Internet.


 1) ¿Las Malvinas estaban en poder de los argentinos hasta la guerra con los ingleses? 

2) ¿Por qué las Malvinas son argentinas aunque las gobierne Gran Bretaña? 

3) ¿Si la Argentina es grande por qué queremos un pedacito más de tierra y nos importan tanto esas islas?

 4) ¿Por qué la dictadura militar decidió desembarcar en las Malvinas? 

5) ¿Cómo se planificó la guerra con Gran Bretaña? 

6) ¿Por qué si la dictadura era mala la gente salió a la calle a apoyar la acción en Malvinas? 

7) ¿Todos los militares que peleaban en la guerra eran iguales? ¿Qué diferencia hay entre los dictadores y los soldados? 

8) ¿Por qué el 2 de abril no hay escuela? 

9) ¿Qué pasa ahora con las Malvinas?


10) ¿Qué pasó con los isleños después de la guerra?

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