Clase 4: Esclavos y afrodescendientes en la etapa colonial
Desde el siglo XVI las potencias europeas poblaron el nuevo continente con mano de obra esclava traída desde África en las peores condiciones y puesta a trabajar sin ningún tipo de derecho o reconocimiento. En 1685 los ingleses y franceses reglamentaron la esclavitud al sancionar el primer Código Negro que establecía las prohibiciones y sanciones aplicables a todos los esclavos que desobedecieran a su amo. Declaraban al esclavo como un bien una cosa de la cual su propietario podía disponer libremente, los consideraban incapaces de decidir y suscribir contratos por sí mismos y de tener posesiones y, entre otras cosas, les prohibían beber alcohol, portar armas, reunirse y huir de las plantaciones. Como castigos establecían azotes y muerte para los fugitivos y capturados. Los códigos negros de la Corona española eran apenas más blandos: establecían que los propietarios debían brindar instrucción religiosa, alimentarlos y vestirlos adecuadamente y prohibían las mutilaciones físicas como castigo. A lo largo de aproximadamente tres siglos hombres, mujeres y niños - provenientes mayoritariamente de Mozambique y de la región centro-occidental de África - fueron capturados y vendidos; entre 25 y 30 millones de personas fueron deportadas, sin contar el número de muertos en los navíos, las guerras y las razzias. Se estima que, entre 1492 y 1870, unos 12 millones de africanos fueron introducidos como esclavos a América; el mayor porcentaje se registró entre comienzos del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando ingresaron alrededor de seis millones. La mayor parte de ellos fue trasladado a las regiones tropicales y subtropicales – la zona caribeña, amplios valles de México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil - caracterizadas por economías de plantación o monocultivo que requerían una mayor cantidad de mano de obra. En una sociedad estratificada y rígida como la de la América colonial, en la cual la posición social estaba determinada a priori por el lugar de nacimiento y color de la piel, la población negra ocupaba el último peldaño de la pirámide social. La corona española intentó, durante todo el período colonial, reglamentación mediante, evitar que los negros convivieran con los indígenas o se mezclaran íntimamente con los blancos. Todos los cabildos de América dictaron disposiciones prohibiendo a los esclavos portar armas, andar de noche sin licencia de sus amos, entrar en los mercados indígenas o en propiedades privadas y dedicarse al comercio. Como sostiene Mellafe (1987), el ideal de la política social española en los primeros tiempos de colonización fue evitar el mestizaje de la población, fomentando que los blancos se casasen con blancas, los indios con indias y los negros con negras. En la realidad esto no sucedió. Por el contrario, los tres grupos étnicos fundamentales se mezclaron profusamente hacia arriba y hacia debajo de la pirámide social, formando un complejo mosaico que los mismos españoles llamaron castas y que se convirtió en una de las principales características identitarias de la sociedades latinoamericanas. La población africana y afrodescendiente en el actual territorio argentino entre la etapa tardo-colonial y fines del siglo XIX.
Apenas siete años después de su segunda fundación, en 1587, se produjo el primer desembarque de africanos esclavos en Buenos Aires. A partir de ese momento se convirtió en una especie de centro distribuidor de esclavos. Desde allí se los vendía y se los llevaba a los distintos puntos del virreinato. Las ciudades de Córdoba, San Miguel de Tucumán y Salta eran mercados importantes. Hacia fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX la población africana en las provincias que conforman el actual Estado argentino era sumamente cuantiosa, superando en creces a la población blanca e india. En el Río de la Plata, 3 de cada 10 habitantes era de “raza” negra. La mayoría de ellos se dedicaba a los trabajos domésticos de la ciudad y en ocasiones eran alquilados como artesanos o enviados a la calle a vender diversos productos (empanadas, velas, escobas) para, de esta manera, generarles un ingreso a sus amos. Esto se debe a que en la Argentina prácticamente no existieron plantaciones de tipo intensivo como en otras regiones de Sudamérica y Centroamérica, basadas en la explotación del trabajo esclavo “De todos los estratos sociales, los más bajos e inferiores, denominados malas razas o malas castas , eran los de mayor pigmentación negra, resultando los negros puros ubicados en el último peldaño social. Cuando los grupos minoritarios blancos se percataron de la imposibilidad de detener o evitar la proliferación de castas y el empuje ascensional de éstas, intensificaron las medidas discriminatorias segregacionistas […] Una reiterada presencia y repetición de ordenanzas y leyes prohibitivas limitaba todas las posibilidades y aspectos de la vida de los negros o de todos los individuos de color quebrado […]
Algunas de tales limitaciones llegaban hasta imponer el tipo de vestimenta y alimentación, a negar la mayoría de los oficios en el grado de maestros y hasta a prohibir que fueran enterrados en ataúdes”. Rolando Mellafe, La esclavitud en Hispanoamérica. para exportar azúcar, café y algodón entre otros productos. Sólo en ámbitos rurales se utilizó a los esclavos para la agricultura, siendo ésta de características extensivas. Los esclavos pasaban por distintos procesos de identidad durante el tráfico transatlántico; al ser esclavizados en la zona de origen recibían un nombre cristiano otorgado por los esclavistas portugueses, que eran los mayores traficantes; los nombres más usuales eran Juan, Antonio, María, etc. Con ese nombre llegaban a Buenos Aires o Montevideo y al ser comprados le sumaban el apellido de su primer amo. En caso de ser revendido le cambiaban el apellido, imponiéndole el apellido del nuevo amo, más que un apellido era una indicación de propiedad. Las investigaciones históricas más recientes llevadas a cabo, entre otros, por Marta Goldberg, Silvia Mallo, Raúl Fradkin, o Gabirel Di Meglio dan cuenta que los esclavos fueron aprendiendo a usar parte de las normas del sistema colonial, impuestas sobre ellos, para defenderse, por lo cual fue frecuente el hecho de que hicieran denuncias y reclamos ante la justicia del Cabildo contra sus amos. Un típico reclamo era el comprar la libertad a un precio justo. Esto se entiende porque una de las formas de liberación de la esclavitud era la manumisión, la compra del estado de su propia libertad. Contrariamente a la imagen hegemónica, asentada en el imaginario social, que niega o desconoce la presencia afro en Argentina, las investigaciones dan cuenta de un altísimo porcentaje de población negra en todo el territorio, entre fines del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, por ejemplo: Tucumán: 64 %; Santiago del Estero y Catamarca: 54 % cada una; Salta: 46%, Córdoba: 44%, Buenos Aires: 35%. No obstante estos números, la presencia real de la población afro ha sido invisibilizada, mal recordada e incluso negada. “Cuando niños, todos hemos cantado en nuestro colegio la Marcha de San Lorenzo mirando subir la bandera en actos patrios, pero nadie nos dijo que fue escrita por un músico Afro-argentino, hijo de esclavos, llamado Cayetano Silva; tampoco cuando se jugaba a la ronda-catonga nos dijeron que no era un juego sino un baile ritual africano. Quizás estos ejemplos sirvan para empezar reconstruir con la imaginación una Buenos Aires de cultura africana que se olvidaron de contarnos que existió, aunque reconocerlo nos resulte un ejercicio casi imposible para el intelecto; pensar que una parte de su población (cerca del 35 %) era de otro color de piel, que hablaba otras lenguas, que tenían su música, sus barrios, sus templos, sus edificios de reunión con sus plazas a sus lados para los bailes; que tenían sus propias religiones, capillas, sacerdotes, comidas, cementerios, médicos, días de fiesta, autoridades electas y ceremonias públicas; que tenían sus alimentos, gastronomía, formas de cocinar, de hacer y usar platos y ollas, su arquitectura doméstica, sus juegos y hasta un idioma común que permitía comunicarse entre sí a los provenientes de diferentes culturas de África –la llamada lengua bozal-, es algo que por cierto rebasa nuestra capacidad de imaginar. Más tarde tuvieron sus diarios, periodistas, literatura, poesía, música, bailes, hasta escribanos y dos diputados”. Schávelzon Daniel, Buenos Aires negra. Desde el siglo XIX, por lo tanto, al compás de las ideas evolucionistas de la época, se construyó la idea de Argentina como una nación homogénea y blanca, alimentada por el mito fundante del “crisol de razas” que se erigió como consecuencia del aluvión inmigratorio llegado, principalmente, de distintas regiones europeas.
Una serie de factores permite explicar que existió un decrecimiento demográfico de la población de origen africano: 1) la altísima participación de este grupo en las primeras líneas de fuego durante todas las guerras – tanto las de la independencia como las guerras civiles entre unitarios y federales y la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza (1865-1870) - , 2) el cese del tráfico esclavista, 3) las bajas tasas de natalidad y altas tasas de mortalidad debido a las desfavorables condiciones de vida, 4) el proceso de mestizaje con tendencia blanqueadora y 5) la dilución del grupo dentro de la masa inmigratoria de origen europeo a partir de las últimas décadas del siglo XIX. No obstante ello, la cultura de la negritud, aunque invisibilizada, está inserta en nuestra memoria colectiva y profundamente enraizada. A partir de la década de 1990 comenzó a vivenciarse un proceso de re-visibilización del aporte e identidad africana en la historia argentina. En un contexto que privilegia el multiculturalismo, el Censo de 2010 incluyó una pregunta sobre afrodescendencia lo cual significó un gran paso para que la sociedad civil reconozca su existencia. “Podría decirse que los Afroargentinos están experimentando una suerte de rereclasificación, en la que por primera vez participa su voluntad consciente de “Nuestro lenguaje aún está plagado de términos africanos: la mujer es una mina (grupo étnico africano), la música popular urbana es el tango (de tangó: bailar, en Congo), los zapatos aún para algunos son los tamangos, nuestro servicio doméstico es la mucama (por otro gtrupo étnico africano), comemos puré de zapallo (Mansilla decía que era comida de esclavos), el estómago de la vaca es el mondongo (grupo étnico africano Kumbundu, se les daba de comer a los esclavos) y comemos sandía (traída de Africa para los esclavos en el siglo XVII) y achuras (se les daba a los perros y lo aprovechaban los esclavos); a los niños se les canta el arroró, el quilombo es la palabra que en toda América indica los asentamientos de cimarrones (Afros huídos al monte), nos golpeaban el marote, comemos maní, tenemos el pelo mota, los ladrones y pungas van en cafúa por bobos, de donde los saca mongo; y hay mucho más: ganga, bochinche, milonga, bingo, bombo, bengala, matungo, malambo, zamba, tambo, colimba, yapa, ñato, tata y mandinga son del mismo origen” . Schávelzon Daniel, Buenos Aires negra. recuperación identitaria pero que cuenta también con la simpatía y solidaridad de un sector creciente de la sociedad mayoritaria. El término afrodescendiente -consensuado por los activistas negros que participaron de la conferencia de Durban en 2001- como categoría de identificación, expresa una identidad política latino americana resignificando el término “negro”, que todavía presenta vínculos con la historia colonial” (Kleidermacher, 2011: 7) Bibliografía y sitios sugeridos: Se recomienda el visionado del capítulo “Buenos Aires negra. La población invisible” que integra el ciclo documental Arqueología urbana de Buenos Aires, producido y proyectado por Canal Encuentro.
http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8113/1662 El canto del Tambor. Capítulo 1/4. Canal Encuentro: https://youtu.be/lM4x2qPAtxw Argentina también es afro: las conquistas de la libertad. Canal Encuentro: https://youtu.be/I4bpsCNtcwk Entrevistas capitulares: Ezequiel Adamovsky y el mito de la Argentina blanca. https://youtu.be/m9xI8PtT-so Conferencia: “La ruta del esclavo en el Río de la Plata: su historia y sus consecuencias”. https://unesdoc.unesco.org/permalink/PN-dbd2df91-60e4-4c68-a242-fbbd2cc2eeb7 Museo Virtual de la Cultura Afroargentina del Tronco Colonial (Sitio de Facebook) https://www.facebook.com/groups/118908035385172/ Bibliografía citada y utilizada Di Meglio, Gabriel. Historia de las clases populares en Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2012, Tomo 1. Kleidermacher, Giselle. “Africanos y afrodescendientes en la Argentina: invisibilización, discriminación y racismo”, en La Revue, 2011. Loango, Anny Ocoro. “La negritud más allá del color: usos, significados y apropiaciones de la categoría afrodescendiente en la Argentina.” Novos Rumos Sociológicos, 2016, vol. 4, no 5, p. 182-197. Mallo, Silvia y Telesca, Ignacio (eds.), “Negros de la patria”. Los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, SB Paradigma Indicial, 2010. Mellafe, Rolando. La esclavitud en Hispaonamérica, Buenos Aires, Eudeba,1987. Schávelzon, Daniel. Buenos Aires negra. Arqueología histórica de una ciudad silenciada. Buenos Aires, Emecé, 2003.
http://www.unnoba.edu.ar/wp-content/uploads/2020/05/CLASE-4.pdf
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