El desarrollo del pensamiento geográfico no constituye un proceso lineal,
sin solución de continuidad (ladrillo sobre ladrillo), ni una sucesión
de paradigmas claramente definidos (planos de ruptura). Ha seguido
un camino de transiciones, rupturas y permanencias, como ocurre en la gran
mayoría de las ciencias. En los recursos instrumentales, por el contrario, los
cambios son tajantes en muchos casos, a consecuencia de la obsolescencia de
los medios de captura, análisis y representación de la información geográfica:
la lectura de los sextantes y portulanos del Medioevo, por ejemplo, tiene muy
poco que ver con el procesamiento de las imágenes satelitales de la geografía
de hoy.
En todo caso, el estudio de la geodiversidad siempre ha sido una constante, en
virtud de que le confiere sentido y propósito a la disciplina. Recientemente,
sin embargo, el concepto se emplea, junto al de biodiversidad, para intentar
abarcar la complejidad del mundo natural [Serrano y Ruiz, 2007], pero sigue
siendo imposible obviar la diversidad cultural del espacio geográfico, por
demás, un tema de arraigada tradición desde las primeras civilizaciones.
Asentamientos humanos, lugares, regiones, territorios, paisajes, geosistemas,
zonas, no son hoy meras diferenciaciones corográficas aisladas, sino
complejos territoriales, dinamizados e interrelacionados por múltiples flujos
y redes a distintas escalas espaciales y temporales.
En efecto, el espacio
geográfico actual no puede estudiarse, sino como una entidad en constante
movimiento, múltiple-diferenciada, desigualmente interrelacionada, percibida
y utilizada por la sociedad en el transcurso histórico. En este sentido, estudiar
la geodiversidad, representa un reto del mundo contemporáneo.
Si bien el concepto de espacio puede ser entendido como categoría abstracta,
universal y permanente, su valoración como construcción social cambia en el
tiempo. Los espacios concretos, substantivos, se transforman, pero mantienen
elementos del pasado, porque son espacios históricos. El lugar, por ejemplo, no
se aprecia actualmente de la misma forma como se entendía hace un siglo, pero
mantiene una localización -específica, relativa, vivencial o selectiva- sólo que
ahora asociada a una dinámica espacial mucho más globalizada y acelerada. Lo
mismo puede decirse de otros conceptos tradicionales como territorio, posición
o región.
La geografía, tal como la conocemos en el presente, está precedida por un extenso
pasado de saberes cosmográficos, cartográficos y corográficos, que se prolonga
hasta la segunda mitad del siglo XIX. Un saber que no puede catalogarse
de científico, si aceptamos que la ciencia es una creación de la modernidad,
pero muchos de sus temas son recurrentes en el devenir de la disciplina.
Entre 1870 y la Primera Guerra Mundial (1914-1918), esos conocimientos se
institucionalizan académicamente en Europa, producto de la concurrencia de
diversos acontecimientos, entre los que se cuentan: a) la sistematización del
acervo geográfico, según los marcos de filosofías naturalistas e historicistas,
b) el dominio imperial europeo sobre el resto del mundo, y d) la demanda
de formación geográfica en los sistemas educativos, bajo los impactos de los
nacionalismos decimonónicos.
Diversos autores sostienen, en consecuencia, que la geografía representa
un conocimiento milenario, de un largo pasado, pero de una historia
institucional relativamente reciente [James, 1972; Claval, 1974; Vilà, 1983;
Ortega Valcárcel, 2000]. Durante ese período, de casi medio siglo, dos
viejos problemas, las relaciones hombre-ambiente y la diferenciación de la
superficie terrestre, se actualizan como los grandes objetos de la geografía
moderna [Capel, 1981]. El primero, signado por el determinismo ambiental,
sufre posteriormente un desplazamiento hacia perspectivas historicistas y
O 20 Oregionales, de acuerdo al posibilismo geográfico, tesis que se torna dominante
hasta la década de los años 50 del siglo pasado.
No existe un claro acuerdo respecto al nacimiento de la geografía moderna,
pues numerosos académicos lo sitúan en la primera mitad del siglo XIX, con
los trabajos de Humboldt y Ritter, y algunos en el siglo XVIII, cuando se
desata el nudo entre historia natural, historia humana e historia divina [Quaini,
1981].
Es un tema inscrito en la periodización de la historia de la ciencia
europea. No obstante, la institucionalización de la geografía, no desconoce
su densa trayectoria, ya que la descripción y explicación de los hechos
geográficos en sus distintos momentos, forman parte de la construcción del
proyecto científico de la disciplina.
Durante las décadas de los años 50 y 60 la geografía comienza a transitar otros
rumbos bajo el manto filosófico de las corrientes neo-positivistas y, a partir
de los años 70, sigue preferentemente los caminos de las filosofías críticas y
humanistas.
Las corrientes neo-positivistas rescatan los modelos geométricos
del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, por lo que también se le conoce
como la tradición espacial, sucesora de la antigua tradición corográfica. Las
dos últimas corrientes son pensamientos emergentes, aunque encuentran tanto
raíces críticas entre geógrafos anarquistas, como lazos intelectuales con la
geografía posibilista, respectivamente. Nuevas y viejas ideas se entrecruzan,
de múltiples formas, para explicar y comprender procesos y relaciones en
espacios geométricos, sociales y existenciales.
Una reconocida y reciente obra define la geografía como la ciencia que
explica los procesos de interacción de la sociedad con el medio ambiente y
las estructuras regionales y espaciales resultantes de esas relaciones [Haggett,
2001]. Sin duda, la definición recoge lo substantivo de las tradiciones
científicas de la disciplina, pero desatiende preocupaciones emergentes.
Desde mediados del siglo XX, tres son los enfoques teórico-metodológicos
que encauzan fundamentalmente el desarrollo de esta ciencia: a) cuantitativos
o analíticos, b) socio-espaciales o críticos y c) humanistas o subjetivos. Es
notable, sin embargo, el movimiento de los focos de interés hacia las ciencias sociales y el humanismo. La definición de Haggett, no logra cubrir, entonces,
el pluralismo de las últimas décadas. El análisis crítico de las desigualdades
socio-espaciales, la valoración cultural del ambiente, el simbolismo territorial
y la relación local-global, son, entre otros, nuevos temas de discusión en la
estructura teórica de la disciplina.
Las tradiciones geográficas -pensamientos que logran mantenerse en la
conciencia y práctica disciplinaria- y los pensamientos emergentes -aquellos
asociados a la post-modernidad- conforman las plataformas fundamentales
de la cultura geográfica.
Es precisamente esa cultura, la que evita que las
geógrafas y los geógrafos, se extravíen en el océano de información impresa,
audiovisual y electrónica del mundo contemporáneo. En otras palabras,
permite interrogantes y respuestas pertinentes, en torno a los problemas del
espacio geográfico, principal compromiso de la disciplina con la sociedad.
¿Cómo hacer sostenibles las relaciones entre progreso económico y
aprovechamiento de los recursos naturales?, ¿Por qué unas regiones se desarrollan
más que otras?, ¿Cómo intervienen las nociones de espacio y tiempo en los
modelos de desarrollo?, ¿Cuáles son las fortalezas y debilidades de la diversidad
territorial en el desarrollo de la sociedad?, ¿Cómo entender la relación entre
iniquidad social y heterogeneidad territorial?, ¿Cómo avanzar en una cultura
del territorio? Este tipo de preguntas son mejor argumentadas teóricamente,
cuando se sitúan en los contextos del pensamiento geográfico reciente.
La experiencia docente en los cursos de teorías y métodos de la geografía en
la Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela, persuadió a los autores de
la necesidad de una síntesis didáctica que contribuyera a descifrar las tramas,
innovaciones, e incluso paradojas, que se observan en el desarrollo del
pensamiento de la disciplina. Esquivando complejidades epistemológicas y
eruditas, se pretende con este texto, un acercamiento crítico y no sesgado a las
construcciones conceptuales de la geografía moderna y las teorizaciones de la
geografía contemporánea. Se espera que estas páginas motiven lecturas más
profundas y exposiciones más extendidas, imprescindibles en todo caso, para
descifrar las claves del pensamiento geográfico en su recorrido histórico.
Tiempos del pensamiento geográfico
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