El entonces mandatario radical demostró que la política no es incompatible con la honestidad. Un día como hoy terminó siendo desalojado de la Casa de Gobierno por la Infantería de la Policía Federal y se fue en un taxi a la casa de su hermano Ricardo. Tras él, se abría una nueva etapa que muchos observaron como una salvación pero que terminó siendo una tragedia.
28 de Junio, 2021
La honestidad de Illia no era la que predominaba cuando el gobernaba.
La honestidad de Illia no era la que predominaba cuando el gobernaba.
Colaboración: José Miguel Bonet, desde Mburucuyá
El caso de Arturo Illia, de cuyo derrocamiento hacen 55 años, quizás sea el más elocuente en cuanto a ese mecanismo de reconocimiento tardío. Era un estadista y a eso se sumaba la honestidad, lo pintaban como anacrónico, concentrado sobre un rasgo escurridizo en la política, el de la honradez. Reconocimiento, vale decirlo, estéril para el devenir –porque ya no se puede volver atrás- y poco rendidor en términos de las lecciones de la historia cuando no media una revisión expresa de comportamientos.
La admisión de que se debió haber actuado de otra forma con él no es lo que abunda. Desde luego que habría que haberlo justipreciado mejor hace 58 años, no ahora con intención museológica o inocua corrección política.
Contra lo que mucha gente cree, en gran parte porque del populismo machacó durante años con la concepción binaria de la historia, el golpe de 1966 no tuvo sólo dos actores, el que entró con la infantería a la Casa Rosada y el que salió de ella en un taxi, destituido manu militari. Las cosas fueron un poco más complicadas, como por ejemplo, el papel desestabilizador que cumplió el peronismo y la prensa.
La evidencia está en los archivos. A fin de junio, en el preciso momento en que el general Juan Carlos Onganía juraba como nuevo presidente, Perón recibía en Puerta de Hierro al periodista Tomás Eloy Martínez, enviado de la revista Primera Plana, y le decía: "Para mí, éste es un movimiento simpático porque se acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido al país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos. Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará.
Como prueba del apoyo peronista al golpe, lo habitual ha sido recordar que importantes dirigentes, como el metalúrgico Augusto Vandor, asistieron a la jura del nuevo dictador en la Casa Rosada. Sin embargo, la palabra del líder parece ser más elocuente que los gestos políticos de aquel dirigente sindical luego rebelde, que terminaría sus días asesinado por una célula guerrillera. Lo que publicó Primera Plana el 30 de junio de 1966 está reproducido en el sitio.
El historiador Felipe Pigna
Dice Perón: "Simpatizó con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Como argentino hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del Gobierno Illia. La corrupción, como el pescado, empezó por la cabeza. Illia usó fraude, trampas, proscripciones; interpretó que la política era juego con ventaja; y en política, como en la vida, todo jugador fullero va a parar a Villa Devoto. El hombre que acabó con eso, por supuesto, tiene que serme simpático, pero no sé si también lo será en el futuro. El defecto del actual gobierno es no saber exactamente lo que quiere, pero la cosa va a ser cuando desate el paquete, porque ellos tampoco saben lo que hay allí".
Prosigue el general Perón desde Madrid
"Argentina, cuando trabaja, equilibra en seis meses lo estructural y en dos años resuelve todos los problemas económicos. En economía no hay milagros. En economía, la misión fundamental del gobierno es dar posibilidad a la gente para que se realice. El gobierno anterior fracasó porque intentó gobernar sin concurso popular. Pero para eso hace falta grandeza, olvido de las pasiones. Yo ya estoy más allá del bien y del mal. Fui todo lo que se puede ser en mi país, por eso puedo hablar descarnadamente. No tengo interés en volver a Argentina para ocupar cargos públicos. Quiero, claro, volver a la patria, pero sin violencias".
No hace falta advertir que los reproches de Perón a Illia por haber gobernado, a su juicio, "sin concurso popular". Perón no se quejaba en aquella entrevista de la proscripción legal del peronismo, impuesta por las Fuerzas Armadas y acatada por todos los partidos políticos, sino porque según él Illia gobernaba sin el pueblo.
El rumor de un golpe militar era cada más fuerte en el primer semestre de 1966. Quizás la frase que mejor refleje el estado de ánimo de algunos políticos la pronunció Enrique de Vedia: "El gobierno se merece un golpe, pero el país no". El expresidente Arturo Frondizi fue más contundente que De Vedia, cuando afirmó sobre los rumores de un golpe: "Lo que está por ocurrir es mucho más que un evento de esa naturaleza, ya que un golpe de Estado equivale a un cambio de hombres en el gobierno, mientras que lo que se avecina en mi país es una revolución nacional, que no será concretada exclusivamente por las Fuerzas Armadas, sino juntamente con todos los sectores de la vida nacional."
Y días más tarde, cuando asumió Onganía, declaró: "Esta revolución ha nacido con los objetivos establecidos por las nuevas generaciones. La historia secreta de la revolución", contada por la revista Atlántida en agosto de 1965, señala la responsabilidad del golpe en "los ocho conjurados", los jefes del Ejército más activos que provocaron la ruptura institucional, y eso, analizado décadas más tarde, no es enteramente cierto. Faltan: Perón (y sus memorándums); Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio; el nacionalismo clerical; los empresarios; jerarcas de la CGT, entre otros.
Historiadores
Varios historiadores sostienen que el del 28 de junio de 1966 fue el golpe más injustificado de la historia. Incluso visto desde el lado de sus ejecutores. Uno de los militares que entró al despacho presidencial aquella madrugada para desalojar al presidente constitucional, el coronel Luis César Perlinger, se arrepintió en forma pública y pidió disculpas.
El peronismo, en cambio, pese a que muchos de sus dirigentes se suman hoy a las mayorías que exaltan la honestidad de Illia, no revisó de modo formal su papel. Repiten muchas veces que en 1963 ganó el voto en blanco. En realidad, el voto en blanco fue altísimo, pero llegó al 18 por ciento. Illia ganó con el 25 por ciento de los votos y los colegios electorales lo consagraron luego por mayoría absoluta. Su gobierno recogió en parte los planteos de la central obrera, llevó adelante medidas estatistas, incrementó el gasto e impuso controles de precios, pero no pudo evitar el acecho de las protestas motorizadas por José Alonso desde la propia CGT, en sintonía con el desafío trazado por Perón. Siguieron los paros imprevistos y las tomas de fábricas. Médico de pueblo, el presidente Illia no respondió en forma enérgica, con represión, sino de manera parsimoniosa, ante lo cual la oposición comenzó a estigmatizarlo como ineficiente. El número de octubre de la revista Panorama trae en la tapa la foto de una tortuga que se desliza sobre el mapa de la República Argentina: "Al cabo de dos años en el poder, la inocente tortuga creada por la malicia popular, simbolizaba para la opinión pública la imagen de la gestión seguida por el gobierno del presidente Arturo Illia". "Lentitud", "Indecisión", "Inmovilismo", "Ineficiencia", "Vacío de autoridad", eran palabras, conceptos, que repiqueteaban hasta el cansancio por la mayoría de las redacciones. La fama le valió el apodo peyorativo de tortuga y esto derivó en el famoso episodio de las tortugas plantadas en la Plaza de Mayo, con los ojos de hoy una risueña acción de impacto mediático, pero en aquella época una movida muy hostil de descalificación.
Derrocamiento
A las 10 de la mañana del martes 28, Pistarini tomó la decisión de terminar con la presidencia de Arturo Umberto Illia. Previamente, relevó al comandante del Cuerpo II, general Caro, al enterarse que ese fin de semana había mantenido una reunión con los dirigentes peronistas Tecera del Franco, Serú García y su hermano Armando Caro, legislador salteño.
El general Carlos A. Caro era cercano a los radicales y su detención -más el rumor de que Illia pensaba utilizar la cadena nacional para presentar su renuncia "al pueblo" y no "a los militares"- adelanta en dos o tres días la fecha del golpe (como predecía el semanario Confirmado de diciembre de 1965).
Las radios fueron tomadas por tropas del Ejército, lo mismo que los puntos neurálgicos del país. En la madrugada, en su tercera edición, La Nación publicó: "Para asegurar la tranquilidad pública ocupa el Ejército diversos lugares estratégicos"; "El Comando en Jefe informó que el doctor Illia ofreció la renuncia" cosa que nunca lo pensó ni lo hizo y "Habrían emplazado al Poder Ejecutivo las fuerzas armadas". El miércoles 29 los matutinos anunciaron que el teniente general Juan Carlos Onganía prestaría juramento como jefe del Estado, y en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, el mayor Ramón J. Camps leyó un comunicado que anunciaba que "las fuerzas armadas vienen a ocupar un vacío de autoridad".
El acto de asunción de Onganía fue presenciado por decenas de representantes políticos, empresariales, sindicales, militares y diplomáticos. Parecía no faltar nadie. Estuvo hasta el general Edelmiro J. Farrel, el expresidente de facto entre 1944 y 1946, de quien Perón fue su vicepresidente.
El presidente Illia terminó siendo desalojado de la Casa de Gobierno por la Infantería de la Policía Federal y se fue en un taxi a la casa de su hermano Ricardo, en la localidad bonaerense de Martínez. Tras él, se abría una nueva etapa que muchos observaron como una salvación que terminó siendo una tragedia. Illia demostró que la política no es incompatible con honestidad, en estos días mucho lo extrañamos don Arturo.
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