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lunes, 19 de febrero de 2024

LAS CACICAS

En relación con este tema se observa poco material bibliográfico, pero siempre exis -tieron y existen. Alguno puede creer que se origina en la colonia o posterior, en relación con vicios o trabajos trasumantes. Pero se encuentran dentro de las costumbres ancestrales, de la que se ocuparon poco los y las historiadoras (sin mencionar antropólogas y sociólogas), por las luchas más que centenarias que protagonizaron en Argentina, en América y en el Mundo.

Tuve la suerte de encontrarlas por todo nuestro país y puedo asegurarles, que es mucho más común de lo que piensan. Conversando con una compañera docente, cómo al pasar las menciono, en el celular y escribo cualquier cosa, en primera instancia y al corregir genero la sorpresa de la colega, porque le escribo que me había sentido emocionado al recordarlas. Supongo que la imagen  adusta del profe se derrumbó, pero nace del respeto a las personas.



Contexto histórico-social del cacicazgo
Parece conveniente dar algunos pormenores de lo que fue el cacicazgo. De acuerdo con algunos autores, antes de la conquista éste era “...hereditario, y pasaba de padres a hijos por orden de primogenitura y a falta de varón a la hija mayor, siempre que casara o estuviera casada con persona de igual categoría o nobleza” (Pastor, 1987, pág. 77).

Al tiempo que los españoles conquistaban la gran Tenochtitlan, la sociedad nahua estaba constituida por dos estamentos sociales: la nobleza, o pillis, y el común del pueblo, o macehuales. La primera se había constituido por medio de funciones heredadas y de matrimonios de las hijas de los señores de los calpullis. Por su parte, los sacerdotes, a la llegada de los españoles, formaban un estamento políticamente muy poderoso y de carácter muy cerrado. Las diferencias entre los dos estamentos sociales indígenas eran profundas y definitivas. Todo, en suma –nacimiento, educación, oficios, honores y hasta vestimenta– dividía perfectamente a estos dos sectores (Gibson, 1977; Broda, 1986; García, 2001; Pastor, 1987).

Cuando una niña nacía, ya tenía determinado su ambiente social. Generalmente, si era de la nobleza, la partera le daba la bienvenida con algunos rituales como el baño y el corte del cordón umbilical. Posteriormente, como lo vemos en fuentes como el Códice Mendocino, empezaba su educación a los tres años: se le enseñaba a utilizar el huso y la rueca, es decir, se le enseñaban los conocimientos generales de toda mujer.

Ya adultas, las mujeres principales tenían el respeto y obediencia del pueblo: gobernaban y mandaban como los señores. De ellas se exigía una serie de virtudes de acuerdo a su estatus social, tales como regir bien a sus vasallos, castigar justamente, poner leyes y dar órdenes. Aquellas que no cumplieran con estos deberes, arruinaban su gobernación (Gibson, 1977, pág. 73).

Al efectuarse la conquista, lo primero que resultó afectado fue la organización social indígena a nivel estatal y regional, y dentro de ella, la aristocracia se vio afectada: tlatoques y cihuapillis, sacerdotes y comerciantes.

El gobierno español, por su propia organización monárquica, consideró a la nobleza indígena como una clase social de enorme interés para las autoridades, ya que se dieron cuenta que ellos eran los que controlaban y representaban al pueblo. A través de ellos era fácil controlar el poder, ya que los españoles desconocían su religión, su tradición, su lengua. Así fue como el tecuhtli indígena tomó importancia debido a que los repartimientos, el control del tributo y la justicia no eran posibles sin él. Eso permitió su supervivencia durante la época colonial.

Entre las transformaciones significativas que trajo la llegada de los españoles estuvo el cambio del término tecuhtli (señor) por el de “cacique” (en el caso de la mujer, cihuapilli por “cacica”). Durante la colonia encontramos entre los indígenas la antigua nobleza, formada por caciques y principales, y la nueva aristocracia proveniente de los antiguos macheuales. Bueno

Las cacicas tuvieron iguales prerrogativas que los caciques varones, fueron reconocidas tanto por los indígenas como por los españoles, quedaron exentas del pago de tributos y tuvieron derecho a recibir tributos de sus cacicazgos, como señoras que eran de sus pueblos, conservando sus tierras y más aún, incrementando su propiedad territorial a base de “mercedes reales”. Las mujeres de sangre mestiza conservaron también todos los derechos de las cacicas indígenas, y se les reconoció el dominio sobre sus tierras.

Entre las concesiones sociales que las indias pretendían, además de las económicas, estaban el derecho de usar los escudos de armas, tener derecho a entierros solemnes, asiento separado en las funciones públicas y ser llevadas a sus casas solemnemente en el medio de transporte que quisieran, excepto en sillas de mano.

En la parte jurídica, al igual que los caciques varones, gozaban de un fuero especial, pues no podían ser aprehendidas por los jueces ordinarios, salvo por delito grave, y el tribunal que veía sus casos era la Real Audiencia. A lo anterior se añadieron otros privilegios como las pensiones que les otorgó la corona, señaladamente a las descendencias de los tlatoque indígenas.

Las Leyes de Indias tuvieron algunas consideraciones para con esta clase de mujeres, ya que les valieron el reconocimiento de sus derechos a los cacicazgos, con todos sus títulos y privilegios
Otro de sus singulares derechos fue el de utilizar caballo para transportarse y acudir directamente al rey con sus peticiones. Hubo dos derechos más que nos dan una imagen de ellas como damas de la Nueva España: uno fue vestirse a la usanza de los españoles, y el otro, el de titularse “doñas”, lo cual indicaba su dignidad de “grandes señoras” con nobles antepasados. En aquellos tiempos, ese título era tan importante que en los procesos judiciales y aun en el ingreso a instituciones se aducía como título de hidalguía el de ser llamados “don” y “doña”. Además, los reyes les concedieron escudos de armas, que ellas utilizaron para hacer valer sus derechos y que podían colocar en sus casas; en algunos casos, tenían el derecho a usar la vara de mando (García, 2001; Pastor, 1987).

El interés de conservar a la nobleza indígena durante la colonia exigió que se establecieran ciertas normas para proteger la sucesión. Se sabía que unos caciques lo eran por nombramiento de Moctezuma, en tanto que otros lo eran por herencia de padres y abuelos, y que algunos más lo eran por elección. Al consumarse la conquista, la cosa se complicó, ya que los encomenderos, así como los frailes, se tomaron la libertad de nombrar nobles ellos también. Esta nobleza indígena se conservó hasta la época independiente, ya que en ella se desconocieron la validez de títulos, escudos de armas y demás privilegios otorgados por los monarcas españoles. Los nobles indígenas desaparecieron como clase social. Esta serie de hechos fueron motivo posteriormente de diversos pleitos y litigios: es así como conocemos una serie de documentos que fueron producidos dentro del aparato administrativo colonial, elaborados en ciertos casos con fines precisos ligados principalmente a problemas de tenencia de la tierra o a los intentos de la nobleza antigua por recuperar sus privilegios.


De las numerosas mujeres que fueron titulares de cacicazgos, podemos mencionar a doña Isabel Moctezuma, doña Juana de los Ángeles cacica de Xochimilco, doña Juana de los Ángeles, hija de don Diego Tlilpotonqui Señor de Tepetlaoztoc, a doña María de Mendoza Austria y Moctezuma, a doña Mónica de Mendoza de Austria Moctezuma, a doña Ana María Moctezuma Cano y a la infanta Beatriz Cano, entre otras.

Como consecuencia de este análisis sistemático, la primera imagen a describir podemos localizarla en el Códice Cozcatzin (f.1v), perteneciente al siglo xvi y cuyo contenido es de tipo histórico-genealógico

https://www.amc.edu.mx/revistaciencia/index.php/ediciones-anteriores/15-vol-57-num-4-octubre-diciembre-2006/codices/41-mujeres-reales-mujeres-cacicas-un-analisis

LA CACICA MARÍA  (PATAGONIA)
 Introducción
1 El complejo de asentamientos coloniales conformados por el Fuerte San José y el Puesto de la Fuente (...)
2 Archivo General de la Nación (AGN), Sala X, legajo 2-3-15.
1En la segunda década del siglo XIX Península Valdés (provincia de Chubut) se había convertido en una suerte de Jardín de las Hespérides para la reproducción de ganado vacuno cimarrón. Este ganado fue introducido a partir de 1779 con la fundación del primer complejo de asentamientos coloniales establecidos en la península: El Fuerte San José y el Puesto de la Fuente,1 los cuales fueron destruidos por un malón indígena entre el 7 y 8 de agosto de 1810, al poco tiempo de producirse la Revolución de Mayo (Aragón 1810).2 Luego de este episodio, del que sólo habrían sobrevivido cinco individuos que se trasladaron al Fuerte Nuestra Señora del Carmen para buscar ayuda y relatar lo sucedido, los animales introducidos por los españoles comenzaron a pastar libremente. Sin embargo, la repentina abundancia de este recurso no pasó desapercibida para las poblaciones indígenas de la región ni para los comerciantes bonaerenses. Éstos últimos entre 1815 y 1825 organizaron numerosas expediciones a Península Valdés para explotar miles de cabezas de ganado bagual, lobos marinos y sal. Entre estos comerciantes se encontraba el galés Henry Libanus Jones, quien en 1824 formó una sociedad comercial junto a Luis María Vernet y otros hombres de negocios (Dumrauf 1991).

3 Archivo General de la Nación, Sala VII, Fondo Luis Vernet, Legajo 129, documento 84.
4 El análisis de la bibliografía ha permitido identificar al artículo de Llarás Samitier (1965) como (...)
2Al poco tiempo de establecer su base de operaciones en la costa y en el interior de la península, los comerciantes y los trabajadores percibieron que estaban siendo vigilados por los indígenas, quienes esperaban la llegada de su cacique. Cuando esta se produjo, no fue poca la sorpresa de Vernet al advertir que dicho cacique era en realidad una mujer. Conocida entre los criollos y europeos como María, se trataba de una líder de gran prestigio y poder entre los tehuelches, con quien Vernet debió negociar en duros términos la explotación de los animales a cambio mercancías y parte de su producción (Caillet-Bois 1948; Llarás Samitier 1965; Dumrauf 1991). Este encuentro sería el preludio de una posterior invitación para que la cacica visitara las Islas Malvinas y negociar la instalación de una factoría en Bahía San Gregorio (Vernet 1831;3 Fitz Roy 2016 [1839]; Llaras Samitier 1965; Álvarez Saldivia 2016), durante el período en que Vernet se desempeñó como gobernador de aquellas islas (1829-1831).4

3Indagando en la bibliografía y la documentación histórica, María podría llegar a ser el único caso registrado -al menos hasta el momento- de una mujer detentando una jefatura indígena en la Patagonia meridional. En líneas generales, existen muy pocos antecedentes de jefaturas en manos femeninas en el ámbito pampeano –patagónico (Palermo 1994; Haurie 1996; Sosa 2001; Castillo Bernal y Videla 2003; Videla y Castillo Bernal 2003; Bandieri 2014; Videla 2007; Arias y Méndez 2008, entre otros). Posiblemente María llegó a ocupar un lugar de liderazgo entre los tehuelches meridionales como resultado de prácticas consuetudinarias relacionadas al carácter hereditario del poder, al menos en el caso de su familia y su linaje (Nacuzzi 2005, 2008; Videla 2007). Sin embargo, ello no habría resultado suficiente para alcanzar el reconocimiento que tuvo entre sus pares.

4María supo entender los cambios que se estaban produciendo en la Patagonia de la primera mitad del siglo XIX de la mano del implacable avance del capitalismo internacional en la región. Entre otras cosas, organizó de forma sistemática el comercio activo con loberos y tripulaciones de todo tipo de embarcaciones que circulaban por la costa patagónica, entre las que podemos mencionar las que integraron la expedición hidrográfica al mando de los comandantes Pringle Stokes, Phillip P. King y Robert Fitz Roy. Fue precisamente la habilidad de María para relacionarse con marinos, exploradores, comerciantes y viajeros, uno de los principales aspectos que la han posicionado como un personaje singular y a la altura –en términos de estatus y poder- de renombrados caciques patagónicos.

5Numerosos autores han abordado en mayor o menor medida la historia de María y las características de su liderazgo durante su adultez, por lo que constituyen antecedentes ineludibles a la hora de aproximarse a su biografía (Llaras Samitier 1954, 1965, 1985; Rey Timas 1960; Martinic 1995; Haurie 1996; Sosa 2001; Castillo Bernal y Videla 2003; Videla y Castillo Bernal 2003; Bandieri 2014; Videla 2007; Arias y Méndez 2008; Álvarez Saldivia 2016; Mayorga 2016, entre otros). Sin embargo, es llamativa la escasez y la dispersión de referencias respecto a su familia y los primeros años de su vida. Muchos autores, basándose en los viajeros que tuvieron contacto directo con la cacica, argumentan el origen mestizo y/o extra patagónico de esta mujer, llegando a señalar Paraguay como su lugar de nacimiento. Precisamente, es alrededor de esta dispersión y confusión que concebimos este trabajo. ¿Es posible conocer el origen de María? ¿Por qué los cronistas y la historiografía niegan su origen patagónico? ¿Fue más fácil asociarla a un origen mestizo que a uno indígena en tanto su condición de líder? ¿Se dieron los argumentos suficientes para respaldar estos supuestos? ¿Cuál fue el contexto en el que creció y moldeó su personalidad hasta convertirse en una respetada cacica?

6Estos interrogantes dan cuenta de la necesidad de ampliar las fuentes de información investigadas y de una confrontación crítica entre diversos registros documentales para abordar la genealogía de María. Mis investigaciones sobre la estructuración de las relaciones interétnicas en el marco de la colonización española de la costa patagónica a fines del siglo XVIII (Alberti y Buscaglia 2015; Bianchi Villlelli y Buscaglia 2015; Buscaglia 2011, 2012a y b, 2015a, b y c, 2017; Buscaglia y Bianchi Villelli 2016, entre otros), han permitido reunir un corpus de información inédita relativa a la familia de la cacica y sus orígenes. Desde este punto de vista, presentaré argumentos a favor no sólo del origen tehuelche de María, sino de los vínculos que a fines del siglo XVIII su familia mantuvo con reconocidos marinos como Alejandro Malaspina y los establecimientos coloniales mencionados, especialmente con el de Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz (Imagen Nº 1). Se incluye también una breve discusión sobre dos caciques que fueron identificados por diversos cronistas como hermanos de María, buscando particularmente desentrañar la identidad de uno de ellos, la cual sigue siendo poco clara hasta el presente. Más allá de la genealogía de la cacica, se busca contribuir al conocimiento de las relaciones tanto intra como interétnicas, y los territorios de los tehuelches meridionales en la transición de los siglos XVIII a XIX.

7La reconstrucción biográfica de una figura histórica como María ha resultado un complejo desafío, no solo desde el punto de vista de la escasa disponibilidad, dispersión y contradicciones de las fuentes históricas relevantes al problema de investigación, sino también por el desequilibrio existente en la producción histórica y etnohistórica respecto a las poblaciones indígenas y el abordaje de las relaciones interétnicas en la costa atlántica de Patagonia meridional con respecto a Norpatagonia durante el período colonial, siendo considerablemente mayor en términos comparativos en esta última región (Gorla 1983; Irurtia 2002; Nacuzzi 2005; Luiz 2006; Davies 2009; Alioto 2011; Enrique 2011, 2012, 2018; Bandieri 2014, entre otros
https://journals.openedition.org/corpusarchivos/2915

ACTIVIDADES
1 - ¿Si decimos que las costumbres sociales o políticas entre los pueblos originarios se encontraban difundidas en toda América: Podemos incluir a las Cacicas?
2 - ¿Existieron cacicas en la Historia Argentina?
3 - ¿ Actualmente tenemos cacicas en Argentina?
4 - ¿Puede el machismo ser Ley Fundamental en la Historia Argentina de nuestros Pueblos Originarios antiguos o recientes?

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