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viernes, 19 de enero de 2024

LOS PROFESORES COMO INTELECTUALES (TRANSFORMADORES)












Los profesores como intelectuales Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje Henry A. Giroux Ediciones Paidós Barcelona, 1990 Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos


 4. LA SUPERACIÓN DE OBJETIVOS DE CONDUCTA Y HUMANÍSTICOS Por Henry A. Giroux Entre los educadores se ha desatado un encendido debate sobre el tema del desarrollo de objetivos de curso. La intensidad y la naturaleza de ese debate han estado condicionadas por la experiencia de la mayoría de profesores de enseñanza media y secundaria, que han sido testigos de cómo sus sistemas escolares oscilaban pendularmente desde el movimiento humanístico de los sesenta, de objetivos “abiertos”, hasta ir a parar al movimiento conductista de los setenta, cuyo objetivo básico sería el de “demostrar las cosas con certeza”. Contemplados retrospectivamente, ambos movimientos han arrojado cierta luz sobre la problemática complejidad de planificar el curso, llevarlo a la práctica y evaluarlo. Pero, en último término, ninguno de esos movimientos ha proporcionado un modelo teórico para el desarrollo de objetivos de curso que equilibre convenientemente la necesidad de certeza y exactitud con otros modos de aprendizaje y valoración.

 En este capítulo me propongo examinar las deficiencias de las dos principales “escuelas”1 que en la actualidad dominan el pensamiento educativo de las clases dirigentes acerca del desarrollo de los objetivos de curso, Además, en estas páginas quiero proponer un nuevo enfoque pedagógico que permita a los educadores desarrollar objetivos de curso que aclaren la relación existente entre metodología del aula y contenido y sus respectivas bases valorativas. 
Se da por sentado que, a través del examen de esta última relación, se esclarecerá la compleja interacción entre las escuelas y el orden social en general. Es de esperar que esto convenza a los educadores para que cuestionen muchos de los supuestos de “sentido común” que de manera acrítica configuran el diseño y la evaluación de sus cursos. 
Además, este capítulo desplaza el centro de gravedad del actual debate sobre los objetivos de curso desde una perspectiva basada en la alternativa estricta –“o esto o lo otro”– para situarlo en la validez de las diferentes escuelas de objetivos, ofreciendo un nuevo enfoque que ayudará a los educadores a determinar qué tipos de objetivos son preferibles para desarrollar diferentes conjuntos de metas pedagógicas interrelacionadas. 

A primera vista, las escuelas humanista y conductista proponen objetivos que se mueven en dos planetas pedagógicos en gran parte diferentes, con escaso o ningún espacio para el diálogo sobre sus respectivas diferencias. En lugar de mirar más allá de los parámetros categóricos de sus principales presupuestos, ambas escuelas aparecen empeñadas en la defensa a ultranza y poco crítica de sus axiomas teóricos centrales.2 En parte, el contraste entre ambas escuelas se ve acentuado por las importantes críticas que iluminan sus respectivas limitaciones, así como sus diferentes enfoques del desarrollo de los objetivos de clase. Por ejemplo, muchos críticos han hecho notar que, si bien es comprensible la exigencia de exactitud y certeza por parte de los defensores de la escuela de los objetivos conductistas, su interés por el conocimiento de aspectos triviales, su énfasis exageradamente cognitivo y su rechazo del valor del significado personal resultan inquietantes.3 Por otra parte, los partidarios de la escuela de objetivos humanistas a menudo se descubren a sí mismos desarrollando cursos carentes de certeza y claridad de dirección. 

 1 El término “escuelas”, tal como se usa en este capítulo, no debería sugerir posiciones teóricas fijas y rígidas entre los dos movimientos analizados o los numerosos movimientos marginales que adoptan posturas en el tema de la fijación de objetivos de curso. Los diversos movimientos representan escuelas en el sentido de que sus miembros comparten los presupuestos centrales. No es necesario decir que, si bien es cierto que efectivamente existen diferencias entre los miembros de las escuelas respectivas, esas diferencias pesan menos que las coincidencias que los unen. Una ojeada interesante al tema de los objetivos humanísticos y de conducta en las escuelas nos la ofrece Leonard Gardner, “Humanistic Education and Behavioral Objectives: Opposing Theories of Educational Science”, School Review (mayo de 1971), 376-394. Véase también David R. Krathwohl y David Payne, “Defining Educational Objectives”, en Educational Measurement, comp. por Robert L. Thorndike, Washington, D.C., ACE, 1971, págs. 17-45.
 2 Un ejemplo notorio de esto podemos encontrarlo en W. James Popham, “Probing the Validity of Arguments against Bebavioral Goals”, Behavioral Objectives and Instruction, comp. por Robert J. Kibler y otros, Boston, Allyn y Bacon, 1970, págs. 115-116.

 En defensa de la posición de los objetivos de conducta, Popham afirmó lo siguiente: “Aunque sea parte interesada en la controversia, me gustaría que la posición que yo suscribo recibiese un apoyo unánime. Mire usted, los demás están equivocados. Dar la propia adhesión a un principio filosófico erróneo es algo malo, y a mí me disgusta ver a mis amigos revolcándose en el pecado”. 3 Michael W. Apple, “The Adequacy of Systems Management Procedures in Education and Alternatives”, en Perspectives on Management Systems Approaches in Education, comp. por Albert H. Yee, Englewood Cliffs, NJ., Educational Technology Publications, 1973, págs. 97-110; véase también Maxine Greene, “Curriculum and Consciousness”, en Pinar, Curriculum Theorizing, pág. 304. 

4 articulan normalmente en torno a enunciados de intenciones confusos y tentativos, el valor de los cuales continúa siendo generalmente un misterio tanto para profesores como para estudiantes.4 La posición claramente antagónica de ambas escuelas ha empujado a muchos educadores que buscan un enfoque viable para el desarrollo de objetivos de curso a adoptar una postura indecisa entre el “o esto o lo otro” que termina reproduciendo el mismo problema que, según se supone, debería haber resuelto. El buen sentido parece sugerir que, si cada una de las escuelas se decidiese a entablar un diálogo serio con la otra, un diálogo que buscase una síntesis de sus posiciones respectivas, se podría desarrollar una tercera posición cualitativamente diferente. Este último enfoque parece realizable, pero fracasa estrepitosamente cuando se distingue entre el buen sentido y el sentido común. Lo que se necesita no es tanto un diálogo entre ambas escuelas como la disponibilidad por parte década una de ellas para reflexionar críticamente sobre las deficiencias del propio enfoque. El resultado de tal enfoque no debería ser tanto una actitud de diálogo como la metamorfosis hacia una nueva posición, en la que el diálogo sea sustituido por la autocrítica y la fuerza teórica. El punto de partida para este enfoque podría ser la consideración de las ideas que comparten ambas escuelas porque todo parece indicar que son estas ideas comunes las que les impiden superar los estrechos supuestos pedagógicos que sirven para diferenciar tan netamente ambas posiciones. Ambas escuelas coinciden en los puntos siguientes: una noción truncada de la función de la enseñanza escolar; la defensa tácita de un punto de vista que niega la importancia de los modelos teóricos y del conflicto teórico; y la incapacidad de tomar en serio el capital cultural de un estudiante como punto de partida de las actividades de aprendizaje. Por otra parte, ambas escuelas han fracasado en la empresa de examinar las funciones latentes de la instrucción escolar, a pesar de que tales funciones afectan a los objetivos del currículum formal.

5 El resultado final ha sido un callejón sin salida teórico entre aquellos educadores que se identifican con las posiciones humanista o conductista. Cada una de las ideas comunes a ambas escuelas van a ser analizadas brevemente más adelante. Y lo que es más importante aún, esas ideas compartidas serán analizadas no sólo por los problemas que las mismas plantean, sino también por la dirección a que apuntan al ayudar a los profesores a construir un modelo y un lenguaje más ceñidos y flexibles en el desarrollo y puesta en práctica de los objetivos de curso. Enseñar a los estudiantes a leer, a escribir y a comprender el marco conceptual de un determinado curso ha sido definido a menudo por los educadores como una tarea técnica.

6 En el sentido en que aquí se usa, el término “técnico” se refiere a la definición aplicada en las “ciencias exactas”. Técnico se refiere a una forma de racionalización con un interés dominante puesto en modelos que promueven la certeza y el control técnico; el término en cuestión también sugiere un cierto énfasis en la eficacia y en las técnicas de procedimiento que desconocen las cuestiones más importantes de los fines. Por ejemplo, a menudo pasan por alto cuestiones como éstas: “¿Por qué hacemos lo que hacemos?” O, “¿por qué hay que aprender este conocimiento?” “¿Por qué se utiliza este estilo pedagógico en concreto para transmitir información en el aula?” “¿Por qué esta forma de evaluación?” Mientras que los conductistas han evitado generalmente las cuestiones relativas a los fines, los humanistas las han reducido a la inmediatez del marco del aula y han dejado de “prestar apoyo a la propensión de los estudiantes a sobrepasar lo meramente dado, a abrirse paso a través de las experiencias de la vida diaria”...7 

 ...Si estas palabras de Fromm se toman en serio, la preocupación por el conocimiento se hace viable en términos pedagógicos sólo cuando tal conocimiento es comprobado con un fin explícito en la mente. Lejos de ser determinista, la importancia de este punto de vista radica en que aclara la necesidad que tienen los educadores de desarrollar objetivos que ayuden a los estudiantes a analizar la compleja influencia recíproca y las tensiones sociales que se suscitan entre cuestiones concernientes a los medios y los fines. 
Tal análisis capacitaría a los estudiantes para encauzar sus propias vidas cuando se ven enfrentados con el problema de la acción preguntándose a sí mismos: “¿Cuál es la justificación moral de esta acción?” La perspectiva basada en la distinción de conocimiento directivo y conocimiento productivo ofrece un posible enfoque de este tema. Otro macroobjetivo igualmente importante es el que gira en torno al esfuerzo de hacer explícito el currículum oculto. Por currículum oculto se entiende aquí aquellas normas, valores y creencias noexplícitamente afirmados que se transmiten a los estudiantes a través de la estructura subyacente de una determinada clase. 

Numerosos trabajos de investigación sugieren que lo que los estudiantes aprenden en la escuela está configurado más por el currículum oculto y por el patrón subyacente de relaciones sociales en el aula y en el conjunto de la escuela que por el currículum formal.17 Por otra parte, el currículum oculto a menudo se cruza e interfiere en las metas explícitamente formuladas del currículum formal y, más que promover el aprendizaje efectivo, lo vicia. En semejantes condiciones, la subordinación, el conformismo y la disciplina sustituyen al desarrollo del pensamiento crítico y de las relaciones sociales productivas como la característica principal de la experiencia de enseñanza escolar.

18 El currículum oculto no puede eliminarse enteramente, pero sus necesidades estructurales pueden identificarse y modificarse para crear condiciones que faciliten el desarrollo de métodos y contenidos pedagógicos que contribuyan a que los estudiantes se conviertan en sujetos activos en el aula y dejen de ser simples objetos receptivos. Cuando estudiantes y profesores tomen conciencia de cómo ha actuado tradicionalmente el currículum oculto, ambos grupos podrán desarrollar una comprensión de sus diversos componentes y efectos y trabajar para formarse nuevas ideas acerca del mismo. Una vez que el currículum oculto se convierta en algo obvio, estudiantes y profesores se mostrarán más sensibilizados para reconocer y alterar sus peores efectos y podrán trabajar para construir nuevas estructuras, métodos y relaciones sociales en las que las normas y los valores subyacentes del aula contribuyan a promover más el aprendizaje que la adaptación. Un tercer macroobjetivo gira en torno al esfuerzo de ayudar a los estudiantes a desarrollar una conciencia crítica y política. Esta posición posee una larga historia de defensores y puede encontrarse en los escritos de los antiguos griegos. Para éstos, la prueba definitiva de un sistema educativo era la cualidad moral y política de los estudiantes que lo seguían. Iglitzin, comentando el concepto que tenían los griegos de la política y la educación, afirma que “la concepción griega del pensamiento político giraba en torno a la idea de que los conceptos de educación, virtud y participación política están todos ellos íntimamente relacionados entre sí. De esta manera, la educación en el sentido griego ha de incluir los gozos y las responsabilidades de una plena participación cívica”.

19 El desarrollo de un macroobjetivo que trate de perpetuar una conciencia política crítica entre los estudiantes descansa en un supuesto compartido entre otros por Kant, quien afirma que la juventud “debe ser educada no para el presente, sino con vistas a un futuro mejor para el género humano, es decir, con vistas a la idea de humanidad”.

20 Las implicaciones políticas de la observación de Kant deberían ser claras. Lo decisivo es que este objetivo no significa una acentuación del contenido político en el sentido más literal del término; más bien sugiere que a los estudiantes se les ha de proporcionar una metodología que les permita otear más allá de sus vidas privadas en busca de una comprensión de los fundamentos políticos, sociales y económicos de la sociedad en general. En este contexto, el término “político” significa estar en posesión de un instrumental cognitivo e intelectual que posibilite una participación activa en esa sociedad...

 (PDF) Los Profesores como Intelectuales, Giroux Academia.edu https://www.academia.edu › Los_Profesores_como_In...

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