Puede existir una tendencia, en algún lugar apartado, que implique una negativa consistente y permanente al cambio. Recuerdo que en la época de la colonia, en lo que luego sería el Virreinato del Río de la Plata se decía de las normas y leyes: "Acato, pero no obedezco". Y es posible que esa idea subyacente siga operando en lugares mucho más pequeños y cerrados, sin considerar que hace varios siglos que transitamos caminos independientes. Puede llegar a pensarse que se trate de una tendencia separatista de alguna minúscula, apartada y olvidada región, pero no debe tratarse de ese caso. Es real que puede existir en algunos un rechazo a tratar Historias Nacionales, pero debe tratarse de una falencia vinculado con lo cognitivo en la primer formación profesional o puede ser que alguno de los formadores de formadores no haya querido iniciar a sus alumnos en caminos complicados, que necesitan de muchas lecturas de autores diferentes, de investigación, no solo bibliográfica, sino en base a fuentes reales de investigación, como puede ser la contenida en archivos históricos públicos y todo ello sin mencionar otras formas de recabada de información, como las fuentes orales, las filmo gráficas en cualquiera de sus variables, las que se mantienen en archivos privados, que son de más difícil acceso. Puede tratarse de una molesta piedra en el zapato, o, la creencia que se alcanzó determinado grado en el conocimiento que no necesita de permanente compulsa con los avances de una Ciencia, que parece no tenerlos, pero que los tiene, mucho más de lo que generalmente se cree.
SOBRE LA HISTORIA DE PROCESOS
(en relación con algunas críticas que escuché este año 2014 y que seguí escuchando en 2015)
Los invito a leer este trabajo de la Doctora María Fernanda G. de los Arcos, “Renovación Historiográfica e Inercias de Nomenclatura”, que es Profesora – investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa en el Área de Historia y Cuerpo Académico Heurística y Metodología.
“...Tanto Lucien Febvre como Marc Bloch estudiaron la política. El primero de ellos situó su estudio del Franco Condado “en época de Felipe II”, hizo biografías individuales como la de Martín Lutero, pero llevó sus indagaciones al ámbito de la ciencia social, rechazando la historia relato considerada como una representación de rasgos aparentes bajo los cuales subyace la verdadera realidad. En cuanto a Marc Bloch, tan conocido por sus estudios de economía rural y por haber ocupado la cátedra de historia económica de la Sorbona, no es necesario recordar que antes de todo ello elaboró una tesis sobre el fenómeno de los reyes taumaturgos, en la que analizaba esa modalidad de poder-propaganda atribuido a algunos monarcas de ciertas entidades europeas, obra que es considerada pionera justamente de algunas tendencias hoy vigentes en la nueva historia política (Le Goff 1995, 157-165).
El proceso de renovación del análisis del pasado no modificó siempre los objetivos de estudio en cuanto a los sectores de la actividad humana, pero opuso a la historia fáctica el interés por las estructuras sociales, económicas y de poder, por las mentalidades, la geohistoria, la distribución, el uso y la lucha por el espacio, el aprovechamiento de los recursos, los cambios climáticos, el medio ambiente en general, las colectividades, las mayorías, etc. Hizo presente la necesidad de utilizar una ingente cantidad de fuentes variadas, criticadas y contrastadas, en rechazo al llamado “documento único”. Frente a la historia-relato se opuso la historia-problema. Es decir se vio a la historia como una ciencia social y se la situó en fructífero contacto con sus congéneres.
No desapareció el interés por lo político, sino que por el contrario se dispone de interesantes obras sobre estructuras de poder, como se hace patente al examinar, tanto dentro como fuera del estricto núcleo de Annales, la obra de Fernand Braudel, de Pierre Vilar, de los mencionados Marc Bloch y Lucien Febvre, así como las de Marc Ferro, Robert Mandrou, Pierre Goubert y el mismo Lawrence Stone. Lo mismo se puede decir de Cristopher Hill, Rosario Villari, Eric Hobsbawn, Witold Kula, José Antonio Maravall, etc. Lo que se rechazaba era la visón que reducía la política al exclusivo juego de unos cuantos individuos. Junto con Julliard conviene repetir la pregunta de si se puede pretender explicar una sociedad en su globalidad sin tener en cuenta ni comprender las verdaderas relaciones de poder que se dan en su seno. De ahí ese interés por analizar el poder como parte de la totalidad, como un fenómeno que mantiene una relación causa-efecto con el resto de las manifestaciones del grupo, en sus distintos niveles de actividad y comportamiento, puesto que se ejerce sobre mayorías y minorías.
Al confundir el contenido con el continente lo que se rechazó fue una forma o modalidad a la que desafortunadamente se tildó de “historia política”. Para no caer en tan denostada visión, muchos asuntos propios de ella pasaron a ser tratados dentro de la “historia social” o de la llamada historia total o global. Todo ello, como se decía, sin que la vieja historia desapareciera, como tampoco desapareció la historia literaria, ni la filosofía de la historia, tan combatida por algunos, ni mucho menos el culto al documento solemne y especial. El artículo de Jacques Julliard aparecido en 1974 hacía una serie de proposiciones que con el tiempo se han convertido en realidad: procurar que la historia política tuviera un desarrollo similar al experimentado hasta entonces por las más renovadas ramas de la historia, como la demografía histórica, la historia económica, las mentalidades, etc. De modo que se consagrara al fenómeno del poder, su naturaleza, comportamiento, ejercicio, etc. Un estudio de estructuras, de colectividades, que usara métodos comparativos, que no desdeñara la cuantificación en aquellos fenómenos que fuera posible aplicarla, una historia que se mantuviera en contacto con las ciencias sociales, en discusión, adquisición de métodos, revisión continua de objetivos y procedimientos de indagación, pero, al mismo tiempo, una historia globalizante que conllevase como principio básico el carácter social del poder y la relación de lo concerniente al control organizativo grupal con los variados aspectos y sectores de la actividad humana. Una historia que privilegiara la larga duración y que tendría que basarse en un concepto amplio de política que huyera de la visión tradicional que encajonaba a ésta en el ámbito de los profesionales del ejercicio gubernamental, que confundía poder de facto con poder de iure, que hacía radicar el ejercicio del poder casi exclusivamente en la maniobra o en el acuerdo instantáneo. Una historia que privilegiara el análisis de la larga duración, el estudio de las medidas de las transformaciones de las estructuras en la diacronía, el seguimiento del desarrollo de los procesos (Julliard 1979, 137-157)...”
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En otras palabras la Enseñanza de la Historia por medio del seguimiento del proceso histórico, no es la mejor manera, no es la única, no puede ser tomada como la técnica por excelencia, pero es la que más se aproxima, si tenemos en cuenta las salvedades que nos aportan los autores en el artículo anterior, que es importante que se lea completo, incluso, para aquellas personas que no son Profesores o Profesoras de Historia, pero que les gusta opinar (y mucho) de cuestiones que no conocen, que no leyeron, que no manejan y, que, por todo ello solo se trata de charlatanería coloreada con un falso progresismo (de ese del estilo Steiner, que ya analizamos), que puede ser tomada como una necesidad de llenar el silencio, como si eso fuese posible, siempre y cuando entendamos el silencio, como una parte del discurso (en este caso del discurso que se quiere atacar).
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