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miércoles, 24 de enero de 2024

“UNA GUERRA POCO CONOCIDA”:



“UNA GUERRA POCO CONOCIDA”: REFLEXIONES EN TORNO A LA GUERRA DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA CONTRA LA CONFEDERACIÓN PERUANO-BOLIVIANA Y SU TRATAMIENTO HISTORIOGRÁFICO Mariana Inés Caputoa 

 RESUMEN El artículo analiza la Guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839) a través su tratamiento historiográfico. Mediante la lectura crítica de los libros y artículos temáticos editados en Argentina desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, se pretende alcanzar dos objetivos. Por un lado, dar cuenta del estado de conocimiento actual de esta guerra “poco conocida”, y por otro, examinar las narrativas de los historiadores, sus cambios y continuidades a la luz de las principales escuelas historiográficas. Se advierte que examinar los procesos de producción de conocimiento y problematizar el rol de los historiadores como agentes involucrados en la (re)construcción de los hechos es el puntapié inicial para develar los silencios y el complejo entramado de significaciones políticas, ideológicas y de poder que subyacen a la producción histórica. PALABRAS CLAVE: Guerra entre Confederaciones; Historiografía Argentina; Construcción de conocimiento; Libros; Antropología Histórica. Mariana Inés Caputo, Sección Etnohistoria, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Puán 480. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. 

86 INTRODUCCIÓN En los últimos años surgió, por parte de la Historia académica, un renovado interés por el estudio del rol de la guerra en la conformación de los Estados nacionales. Desde estos abordajes se postula como punto de partida que las luchas armadas no sólo caracterizaron el largo período del siglo XIX americano tras la crisis del orden colonial, sino que además fueron uno de los factores más determinantes y condicionantes del marco de contingencia en el que se desarrollaron los Estados (Pro Ruíz, 2012). De esta manera, los fenómenos militares recobraron la importancia que habían tenido en los comienzos de la disciplina, pero ahora integrados a las más diversas problemáticas y ponderados en sí mismos como objeto de estudio. Así, los investigadores buscan demostrar cómo estos hechos afectaron el funcionamiento social, prácticas económicas, relaciones interpersonales, actores sociales involucrados, entre otras dimensiones que definen los derroteros de una sociedad (Gelman, 2005; Rabinovich, 2015). No obstante esta atención, algunos acontecimientos bélicos se mantienen marginados de las producciones historiográficas o son abordados parcialmente como parte de procesos más amplios y generales. Este pareciera ser el caso del conflicto entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana, acaecido en el noroeste argentino y sur boliviano entre 1836 y 1839. 

Los pocos especialistas que escribieron sobre ese episodio visibilizaron el desconocimiento o menosprecio hacia esta guerra y su papel en la política del país, y por ello la bautizaron como guerra “poco conocida” (Basile, 1943; Pavoni, 1981; Sánchez, 2017). El siguiente trabajo pretende realizar un primer acercamiento a la producción académica y no académica argentina sobre la guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana con dos propósitos. Por un lado, dar cuenta del estado de conocimiento sobre este suceso y por otro, ahondar en sus narrativas al situarlas históricamente en relación a las distintas corrientes historiográficas y sus condiciones de creación.

 Ello permitirá comenzar a vislumbrar el lugar que la disciplina le dio al hecho, cuáles aspectos fueron destacados y cuáles silenciados. Con ese fin, se expondrán sintéticamente los sucesos socio-históricos del conflicto, para examinar, a la luz de los diversos contextos de producción, el conjunto de la bibliografía sobre los acontecimientos y reflexionar sobre la (re) construcción de conocimiento. Pero antes es pertinente presentar las fuentes de la investigación y los criterios de selección y análisis, subrayando las limitaciones a las que nos enfrentamos en la tarea. 

MATERIALES Y METODOLOGÍA La investigación se sostiene en la lectura crítica de fuentes, en nuestro caso, textos académicos y no académicos editados en Argentina que abordaron la Guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana. De ellos se destacan cuatro: dos íntegramente dedicadas a la contienda y otras dos que la desarrollaron en detalle aunque no fuera su propósito principal. Entre las primeras obras están Una Guerra poco conocida de Clemente Basile (1943) y Nación e identidad durante la guerra contra la Confederación PeruanoBoliviana (1836-1839) de Matías Sánchez (2017). Entre las segundas, Jujuy bajo el signo federal de Miguel Ángel Vergara (1938) y El Noroeste argentino en la época de Alejandro Heredia de Norma Pavoni (1981). Mas la bibliografía es escasa y se trata, en mayor medida, de capítulos de libros o artículos de revistas científicas. Pero en conjunto, las publicaciones datan desde 1877 hasta la actualidad. Por lo tanto, brindan un marco significativo para entender los procesos de producción historiográfica en la larga duración y para captar cambios y continuidades en las interpretaciones de los hechos. Para este artículo se seleccionaron aquellos escritos que han tratado la Guerra entre las Confederaciones a través de, por lo menos, un apartado especial dentro de la obra. No se tuvieron en cuenta aquellos trabajos publicados únicamente en páginas web ya que requeriría un procedimiento particular de abordaje. 

Del mismo modo, como el objeto de estudio está centrado a la historiografía nacional, solo se indagaron textos publicados en nuestro país1 . Con tales criterios, entonces, se delimitó un corpus de fuentes viable y confiable2 . El marco teórico-metodológico se cimienta en la noción de operación historiográfica de Michel de Certeau, que a pesar de ser revisada por diversos autores, es aún una referencia ineludible en los estudios de la historia de la historiografía por el potencial que ofrece para la interpretación y la crítica (Zeitler, 2015). Parte de considerar a la Historia como una práctica, ya que construye su conocimiento en la acción. El “hacer” involucra una serie de fases3 imbricadas entre sí que influyen en el proceso. A saber: el lugar social de producción, es decir, presiones y privilegios que establece la disciplina y sus instituciones en un contexto social particular que habilita ciertas narraciones y prohíbe otras; los procedimientos analíticos, o sea, las distintas técnicas que transforman la materia del pasado en Historia; y el proceso de construcción del texto mismo en la escritura, que coacciona los resultados de las investigaciones y oculta el proceso de su propia creación (De Certeau, 1985). Asimismo, el aporte se complejiza con el enfoque de Paul Ricoeur, que pone en diálogo las condiciones estructurales mencionadas con las representaciones e intereses individuales de los autores (Ricoeur, 2008; Zeitler, 2015). 

En este sentido, buscamos vincular lo escrito sobre la Guerra entre las Confederaciones con las corrientes historiográficas a las cuales adscriben 1 Eso no implica desconocer la importancia de los distintos ámbitos de producción de la Historia y el aporte de autores extranjeros, que en posteriores avances se prevé contemplar. Concordamos con Trouillot en que para comprender la narración histórica como un todo es necesario ver la pluralidad de lugares donde se produce la Historia, más allá de la academia y de una fragmentación nacionalista (2017). 2 Por cuestiones de accesibilidad, ya que algunos libros han tenido poca tirada y se encuentran desperdigados en distintas bibliotecas provinciales, hasta aquí se ha relevado el 90 % de la bibliografía. 3 El concepto de “fase” fue propuesto por Ricoeur para evitar equívocos de la sucesividad de las operaciones, y de la relación infraestructura-estructura, ya que las tres son bases una de la otras (2008). los sujetos y las escuelas dominantes de la época de generación de las obras. Para ello será necesario, aparte de estudiar el lugar social de producción en cuestión, reparar en sus instituciones, sus abordajes metodológicos y el espacio dado a las luchas armadas en el plano discursivo, como también la inserción de los historiadores en la disciplina y sus propios intereses. 

Al tratar con fuentes que no fueron escritas para responder a nuestros fines, debemos “leerlas entre líneas”, atendiendo a la información que dejan entrever sobre el proceso de producción de las narrativas y la que omiten o silencian (Nacuzzi, 2002). A partir de esos datos, podremos comparar similitudes y diferencias en las interpretaciones de la guerra estudiada, lo que posibilitará desenmascarar de manera primaria el ejercicio diferencial de poder que posibilita e imposibilita ciertos discursos, lo que habilita su cuestionamiento y el surgimiento de nuevas interpretaciones (Trouillot, 2017). 

 LA GUERRA ENTRE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA Y LA CONFEDERACIÓN PERUANO-BOLIVIANA Como se señaló antes, la Guerra entre ambas confederaciones se inscribió dentro de los procesos de formación de los Estados sudamericanos y enfrentó entre 1836 y 1839 a dos proyectos distintos. De un lado, uno integracionista, ideado y liderado por Andrés de Santa Cruz, prestigioso político boliviano y militar que pretendía cumplir la anhelada unidad latinoamericana de San Martín y Bolívar. De corta duración, la Confederación Peruana-Boliviana nació como una congregación de tres entidades políticas, el Estado Nor-Peruano, el Sud-Peruano y la República de Bolivia, sobre la base de un mercado interno que pretendía integrar los territorios históricamente unidos y que restableciera los viejos circuitos mercantiles (Méndez, 2000). Mas no contó con gran consenso y se vio debilitada por pujas internas y externas (Barragán, Lema Garret & Mendieta Parada, 2015). Por otro lado, un modelo más localista o nacional como el argentino, nacido con la intención de asentar un orden político federal estable. La Confederación Argentina, además de refrenar la sangrienta disputa contra los unitarios, buscó  regular las relaciones interprovinciales y garantizar las autonomías locales pero bajo supremacía de Buenos Aires y de Juan Manuel de Rosas, delegado de las relaciones exteriores desde 1835 (Salvatore, 1998). En el plano internacional, se caracterizó por perseguir la independencia política pero tuvo una fuerte dependencia económica con metrópolis como Gran Bretaña (Halperin Donghi, 1993). 

Asimismo Chile, cuyo proyecto de conformación estatal era similar al argentino, encontró en la Confederación Peruano-Boliviana una amenaza a la integridad nacional. En el caso trasandino el temor se debió esencialmente a motivos económicos, ya que ponía en jaque su predominio sobre el comercio del Pacífico. Aunque este trabajo no aborda la participación chilena por cuestión de espacio, es indispensable para entender el fenómeno. 

Chile fue el Estado que inició la contienda, promovida por su Ministro de Guerra Diego Portales, quien mantuvo contacto con Rosas pese a no establecer un tratado formal de común acuerdo. Además, fue el claro ganador del conflicto. En alianza con las élites comerciales peruanas que veían en Santa Cruz un intruso4 , lograron la victoria en la Batalla de Yungay, hecho que desembocó la caída del líder boliviano y el abrupto final de su proyecto político a comienzos de 1839 (Barragán et al., 2015). 

En cuanto a la declaración de guerra por parte de la Confederación Argentina, se esgrimieron varias causas. Entre ellas, las viejas disputas territoriales por la cuestión de Tarija5 o los vínculos políticos 4 Durante esos años se gestó en Perú un nacionalismo criollo, proyecto ideológico de la élite limeña opositora a la Confederación, que definía la peruanidad por la exclusión y desprecio hacia el indio. Así, Santa Cruz era tildado “intruso” más por su origen indio que por ser boliviano (Méndez, 2000). 5 Tarija fue una región disputada entre Argentina y Bolivia durante años. Quedó bajo las órdenes del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y en 1807 fue anexada a la Intendencia de Salta del Tucumán. En principio, apoyó las declaraciones independentistas, pero fue convertido en bastión realista y escenario de las guerras durante casi quince años. Liberado el Alto Perú en 1825, Salta reclamó sus derechos sobre ella. Sin embargo, triunfó en 1826 la facción de tarijeños que deseaba integrarse a la República Boliviana (Mata & Figueroa, 2005). Hasta 1839, los gobiernos de Salta y Tarija estuvieron en tensión por ello. entre emigrados unitarios por las guerras civiles con allegados al gobierno boliviano, lo que inquietaba a la administración rosista por su injerencia en un posible ataque. También existieron acusaciones cruzadas y ambiciones de políticos locales de anexar Potosí y Jujuy con el fin de ganar prestigio y conseguir los réditos del comercio altoperuano. 

Este último punto involucró en especial a las figuras de Fernando Campero Barragán y Alejandro Heredia. El primero fue heredero del Marquesado del Valle de Tojo, mayorazgo que desde principios del siglo XVII mantenía el dominio de un vasto territorio situado a ambos lados de la frontera argentinoboliviana, desde la Puna hasta las Yungas. A su vez, subordinaba a la población mediante el cobro de arriendo y la obligación de servicio personal, empero la prohibición de tal sistema de explotación servil desde tiempos coloniales6 . Campero tuvo una acción destacada en la guerra en apoyo a Santa Cruz al costear su ejército y participar como teniente coronel, con la intención de incorporar la Puna jujeña a la Confederación Peruano-Boliviana (Teruel, 2016). Heredia en cambio fue el gobernador de la provincia de Tucumán durante esos años movidos, y es considerado por varios estudiosos como el mayor impulsor de las enemistades fronterizas con el sueño de reactivar el comercio de mulas (Pavoni, 1981). 

Tras el asesinato de Facundo Quiroga se convirtió en líder federal, a fuerza de fomentar la militarización social y alianzas con provincias vecinas7 . Ser ungido por Rosas como Protector del Norte y Brigadier General le dio poder de intromisión en la política regional y estímulo para intentar avanzar sobre las rutas mercantiles ligadas al polo minero potosino y retener los territorios del 6 Aun cuando fue abolido expresamente tanto en Argentina como en Bolivia desde el inicio de los órdenes republicanos (1813 y 1825, respectivamente), el marquesado sometió a la población indígena y campesina al servicio personal en ambos lados de la frontera hasta la mitad del siglo XX (Teruel, 2016). 7 Los aliados más importantes fueron su hermano, Felipe Heredia y Pablo Alemán, gobernadores de Salta y Jujuy. De su extrema confianza, ambos lideraron sus propias tropas. 

89 antiguo Tucumán colonial. Con su aval, en febrero de 1837 Rosas cortó las relaciones comerciales con Bolivia y el 19 de mayo declaró la guerra. En esa fecha el norteño fue investido como “General en Jefe del Ejército Argentino de Operaciones contra el tirano Santa Cruz” (Macías, 2007, p. 31). Las batallas se dieron entre agosto de 1837 y agosto de 1838. En el terreno, la participación argentina en la guerra estuvo circunscripta casi exclusivamente a las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy, al igual que el sustento económico de la misma. Heredia había conformado un ejército entre 3500 y 5000 hombres dividido en varios frentes, pero era superado por sus oponentes. 

Las tropas bolivianas al mando de Otto Philipp Braun8 lograron ocupar desde el inicio gran parte de la Puna y Quebrada jujeña, Santa Victoria e Iruya por la escasa cantidad de soldados afectados a defender las fronteras. Ante el escenario desfavorable, los militares argentinos postergaron cualquier idea expansionista y adoptaron tácticas defensivas para frenar a las fuerzas enemigas y preservar los límites territoriales. Cosecharon algunas victorias en combates menores como en Humahuaca y Santa Bárbara en septiembre de 1837 y lograron replegar la ofensiva peruano-boliviana. Pero esta contaba con una mejor organización, en contraste con el ejército argentino que no tenía los medios suficientes para sostenerse. La falta de hombres, fusiles y dinero configuró la debilidad armamentística y logística del ejército argentino. 

Los pedidos de auxilio no eran respondidos ni por las otras provincias del noroeste ni por Buenos Aires, preocupada por sus conflictos con la Banda Oriental. Ante ese panorama se debió afrontar una guerra de guerrillas y escaramuzas orientada a la obtención de recursos, la usurpación de animales de gente local y la cooptación de nuevos soldados. La única incursión en suelo extranjero, ante el repliegue de Santa Cruz para combatir al ejército chileno, concluyó con 8 Otto Philipp Braun (1798-1869) fue un militar alemán, partícipe de las guerras de independencia americanas. Fue nombrado Comandante de las Operaciones del Frente Sur por Santa Cruz, encargado de enfrentarse tanto a las fuerzas chilenas como las de la Confederación Argentina. fracasos en Montenegro y en Iruya en junio de 1838. Estos determinaron la retirada de Heredia a Tucumán, donde sería asesinado meses después. Tal hecho provocó un clima de inestabilidad y levantamientos, que permitió el resurgimiento del poderío unitario en la región y el derrocamiento de los gobiernos de las provincias aliadas (Macías, 2007). Cabe destacar que pese al conflicto, ambos territorios funcionaban como una región integrada tanto por lo económico como por los lazos culturales y de parentesco desde tiempos remotos (Conti, 2011). Por ende, la guerra no contó con la aprobación popular ya que las consecuencias recayeron sobre la población local. No sólo los vecinos ilustres, sino que especialmente los campesinos e indígenas vieron afectada su vida cotidiana al tener que sostener materialmente al ejército con contribuciones, ganado y pasturas (Gil Montero, 2002). Además sufrieron el freno del crecimiento económico por la interrupción de transacciones mercantiles ante la ruptura diplomática entre los Estados. El rechazo se manifestó de múltiples maneras, por ejemplo, mediante la negación a contribuir, la deserción de las tropas o la sublevación, o la colaboración al bando contrario, entre otras estrategias (Davio, 2015; Macías, 2007). 

Por último, aunque la Confederación Argentina sufrió una derrota militar, parte de la historiografía afirma que se alcanzó una suerte de empate técnico al conseguir una victoria diplomática (Basile, 1943). La caída en Yungay y la disolución de la Confederación andina fueron festejados por Rosas como un triunfo propio. Posteriormente, se procedieron una serie de negociaciones diplomáticas entre los estados involucrados, pactándose en mayo de 1839 la devolución de los territorios ocupados por las tropas bolivianas a la Confederación Argentina. En contraposición, aquella desistió de volver a reclamar derechos e incurrir sobre Tarija. En síntesis, hasta aquí se realizó un resumen general de los hechos acontecidos en la Guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana. Ahora bien, al igual que en los sucesos descriptos, la reconstrucción de sus
 90 hechos no estuvo exenta de diferencias, intereses y disputas entre historiadores y académicos. De eso nos ocuparemos a continuación. 

LA GUERRA Y SU TRATAMIENTO HISTORIOGRÁFICO 

Para desentramar la operación historiográfica detrás de las narrativas de los hechos relatados, debemos presentar las fuentes seleccionadas en relación con las principales escuelas, para delinear las fases de tal operación. Abordar las diversas explicaciones permite divisar cambios y continuidades y evaluar de qué manera las producciones sobre el enfrentamiento fueron privilegiadas y condicionadas. A efectos analíticos, nos apoyamos en las clasificaciones y estudios sobre la Historiografía argentina de Galasso (2004), Di Meglio (2007) y Devoto y Pagano (2009). Observaremos entonces las siguientes corrientes: la Historiografía erudita, las Historiografías Provinciales, la Nueva Escuela Histórica, la Historiografía militar, el Revisionismo histórico, y la Renovación historiográfica. 

La disciplina en la Argentina se fundó en la segunda mitad del siglo XIX en el contexto de consolidación del Estado, en el cual las élites políticas e intelectuales buscaban legitimar el proyecto nacional anclando las raíces identitarias en un pasado común. Esta Historia, erudita, se centró en aspectos políticos y fue explícitamente liberal y centralista. Por ende, su lectura sobre los caudillos del Interior y Rosas era negativa, y la participación popular en los procesos del pasado fue ignorada. En cuanto al abordaje de la guerra como tema de estudio, las obras de Bartolomé Mitre sobre las guerras de independencia, con sus descripciones exhaustivas, se volvieron paradigma de la historia militar (Di Meglio, 2007). Sobre la fase procedimental, los investigadores recurrieron a un destacado trabajo heurístico, al recopilar gran cantidad de fuentes privadas y confeccionar apéndices documentales de magnitud para publicar (Galasso, 2004). Sin embargo, su tratamiento no era riguroso, dado que la disciplina aún no estaba institucionalizada y no había criterios de verificación claros para su manejo (Buchbinder, 1996). 

Los capítulos sobre la “Guerra con Bolivia” de Adolfo Saldías (1892) y de Francisco Centeno (1907, 1909) responden a ese movimiento, aunque con diferencias. Ambos estudiaron la dimensión política porque era lo esperable y porque tenía vínculo con sus profesiones (abogado y político uno, funcionario relaciones exteriores el otro). Los dos textos compilaron corpus de fuentes, en especial cartas oficiales, relativas a sus ámbitos de inserción. En torno a los temas de los discursos, se centraron en las figuras de Rosas, Santa Cruz y a las relaciones diplomáticas internacionales. Como causa de la guerra, ponderaron el vínculo entre unitarios y el líder boliviano, cargando las culpas a este último como instigador desde un sesgo nacionalistas. Más allá de las posibilidades habilitadas, podemos ver a su vez cómo el lugar social ejerce presiones para limitar narrativas, como ocurrió con el libro de Saldías, que desató enojos en el círculo académico y políticos por plantear una investigación objetiva de la Confederación Rosista, lo que le valió la crítica de sus pares. No obstante, no le impidió colaborar, por ejemplo, en la prestigiosa Revista de Derecho, Historia y Letras9 , donde Centeno editó sus contribuciones. Con el desarrollo incipiente de la disciplina, se extendió su interés por ella. Entre 1900 y 1930, se consolidó un movimiento alternativo de intelectuales provincianos dispuestos a debatir con la historiografía liberal dominante el lugar que debían ocupar las historias locales en la Historia oficial del país. Esta propuesta fue impulsada por academias provinciales, como la Universidad Nacional de Tucumán, y en ocasiones contaron con apoyo estatal. Las obras tuvieron diversidad temática e interpretativa, pero se fundamentaron en el estudio de documentos rescatados de los archivos regionales. Los autores realizaron una fuerte crítica a las visiones histórica porteñas y sus juicios negativos sobre el Interior, como también el rol histórico de las élites porteñas. Por sobre todo, el objetivo de esta corriente fue reivindicar Dirigida por Estanislao Zeballos, la revista fue publicada entre 1898 y 1923 y contó con la colaboración de miembros de la Junta de Historia y Numismática Americana. 91 el aporte provincial a la construcción de la nación, aunque tuvieron un alcance dispar (Buchbinder, 2009). 

Ese propósito guió a todos los escritos sobre la Guerra entre las Confederaciones que pueden admitirse en esta corriente, la que brinda más bibliografía. Desde Jujuy publicaron Joaquín Carrillo (1877) y Miguel Ángel Vergara (1937); desde Tucumán, Juan Terán (1910), Manuel Lizondo Borda (1939) y Carlos Páez de la Torre (1987); desde Salta, Atilio Cornejo (1962); y desde Catamarca, Armando Bazán (1986). Ellos dieron cuenta de los antecedentes, contextos y de las consecuencias del derrotero de las hostilidades, (algunos con más detalles como Terán y Vergara), a través del relevamiento de fuentes provinciales no usadas en las narrativas porteñas, arrojando nuevos datos sobre el pasado. Respecto al lugar de producción, varios proyectos contaron con apoyo gubernamental. Por ejemplo, el libro del abogado Carrillo fue elogiado y publicitado por Bartolomé Mitre, y la obra del presbítero Vergara fue alentada e impresa por el gobierno jujeño. Igualmente apoyaron las universidades, en especial las publicaciones por el centenario de los hechos, con el fin de posicionarse institucionalmente. Todas sopesaron las causas económicas y las aspiraciones bolivianas de anexar Jujuy como desencadenantes de la conflagración, y a su vez relegaron a Rosas para rescatar la figura de los caudillos locales y de Heredia en especial. Sin embargo, pese al surgimiento de nuevas explicaciones, la historiografía se mantuvo condicionada a la tradición de estudiar la historia política y ensalzar el componente nacional, pero replicado a una escala más local. En cuanto a los aspectos hermenéuticos, existieron diferencias entre los primeros investigadores y quienes publicaron en la segunda mitad del siglo pasado, surgida de la lectura más crítica y rigurosa de las fuentes. Esos nuevos procedimientos fueron establecidos luego una serie de cambios. La irrupción del radicalismo en la década de 1910 y la expansión de instituciones culturales y de educación superior, tuvieron su correlato historiográfico en el crecimiento de la Nueva Escuela Histórica, con representantes de la talla de Levene y Ravignani10 (Devoto y Pagano, 2009). Fue la primera escuela de profesionales de la Historia y modificó las condiciones materiales del ejercicio del oficio de historiador. El uso del documento de archivo se volvió vital en la construcción de conocimiento y se crearon revistas especializadas para impulsar la profesionalización (Buchbinder, 1996). Sobre los tópicos, los referentes militares fueron subordinados a los aspectos institucionales, económicos y legales, aunque se tendió a reivindicar a la figura de Rosas en conciliación con planteos mitristas (Galasso, 2004). De esta forma, la corriente dominó los estudios históricos durante las décadas posteriores, y todavía está vigente en algunos ambientes académicos, como la Academia Nacional de la Historia (en adelante ANH). 

Aquí puede situarse la obra de Enrique Barba (1938, 1949, 1962), historiador que se destacó en la Universidad Nacional de La Plata y en la de Buenos Aires, y llegó a presidir la ANH, centros neurálgicos de esta escuela. Su objeto de estudio fueron las relaciones de política exterior en el gobierno de Rosas, prestó atención a los conflictos en la frontera boliviana desde 1831 hasta después de la “Guerra con Bolivia” y a los vínculos con Chile. Si bien continuó las temáticas de sus predecesores, los cambios se perciben en el uso de fuentes de archivos porteños como los del Archivo General de la Nación (en adelante AGN). Con ello se pulieron las interpretaciones de las causas, ponderando el accionar de Rosas como hacedor de la guerra frente a un gobierno boliviano que buscaba evitar el conflicto armado. Aunque posteriores, en esta línea pueden incluirse las producciones de González Espul (1997) y Escudé y Cisneros (2000). Estos últimos, en su tomo enciclopédico sobre la historia de las relaciones exteriores, hacen una crítica hacia Barba y hacia otros historiadores provinciales por haber concluido que la guerra fracasó por la falta de sentir nacional de la población, cuando en realidad no existía el Estado ni la nación 10 Ambos historiadores fueron presidentes de los núcleos académicos más importantes de la época: la Academia Nacional de la Historia y el Instituto de Historia Argentina y Americana respectivamente. 

 Ese anacronismo, a nuestro entender, no solo muestra el desconocimiento sobre la historia regional y la porosidad de las fronteras por ser “imposible” de concebir ante los condicionamientos del lugar social de producción de las narrativas. Conjuntamente, opera en pos de intereses ideológicos de algunos autores de silenciar la participación indígena y campesina o mencionarla solo para endilgarles la derrota11, marcándolos como “otros” lejanos y bárbaros. Con al auge de la Nueva Escuela Histórica, la guerra como objeto de indagación quedó relegada al campo de la Historiografía militar. Fueron sus historiadores quienes investigaron de forma pormenorizada los combates, pero persistieron en el modelo mitrista y se limitaron a relevar aspectos operacionales y técnicos con un fin utilitario de ilustrar los principios tácticos para la enseñanza de los soldados (Rabinovich, 2017). De esta manera, se reprodujo de manera endogámica al interior de los circuitos castrenses, estancándose debido a la falta de interacción con otros abordajes. Pocas obras conceptualizaron a la guerra como problema, dado que se entendía como consecuencia de hechos de otro orden. 

Además, tanto los métodos como las fuentes utilizadas se mantuvieron casi inmutables hasta la década de 1970 (Di Meglio, 2007). Los textos del mayor Clemente Basile (1943), Félix Best (1960) y el coronel Emilio Bidondo (1979, 1982) sobre la “Guerra contra el mariscal Santa Cruz”, sufrieron esas limitaciones. Concentradas en cronologías precisas de los sucesos y en los análisis detallados sobre tácticas, técnicas, avances y retrocesos de las milicias, no prestaron atención a las demás dimensiones del conflicto. No obstante la cerrazón de los textos, los escritos de Bidondo fueron publicados en la revista Investigaciones y Ensayos de la ANH, y la investigación de Basile fue citada por todos los historiadores sucesores por ser la más completa sobre la Guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana, por lo que gozaron de cierto reconocimiento como fuentes de información. 11 Ello se percibe en particular en los textos ligados a los intereses políticos de las élites, como en los ejemplares de Carrillo y Vergara, donde se explicita la “moral dudosa” de esta población. Otra escuela marginada de los ámbitos académicos, pero con visibilidad en la vida política durante el peronismo fue el Revisionismo histórico. Se caracterizó por su activismo nacionalista y católico, pero por sobre todo por romper y oponerse con fervor a la versión liberal de la Historia Oficial (Devoto y Pagano, 2009). Al centrar sus análisis en los gobiernos de Rosas, convirtieron sus obras en una reivindicación de su figura, atacando a personajes históricos considerados antipatriotas y aliados del imperialismo británico. Pese a ello, mantuvieron en gran parte los criterios militares que habían fundado la Historia oficial y continuaron en las demás perspectivas. En este sentido se orientó el capítulo sobre la Guerra con Santa Cruz del libro de José María Rosa (1951), coherente con las interpretaciones anteriores que pusieron el foco en Rosas y sus relaciones internacionales, aunque desde una asumida lectura nacionalista y denuncia de los vínculos entre el líder de la Confederación Peruano-Boliviana con Inglaterra. Los estudios sobre las contiendas bélicas cobrarían primacía nuevamente con la 

Renovación del revisionismo histórico, de la mano de Tulio Halperin Donghi y los cuestionamientos a los límites disciplinares en las ciencias. Con su libro Revolución y guerra (1972), la guerra y la militarización se transformaron en factores explicativos decisivos de la Historia argentina. Su obra fue un hito de la historiografía en un clima de refundación del campo, a partir de la adopción de nuevos criterios metodológicos y temáticos como la historia rural y la historia política. Desde entonces, y con fuerza desde fines de la década de 1980, historiadores y académicos de otras ramas empezaron a abordar fenómenos ya trabajados, pero a partir de perspectivas interdisciplinarias y nuevos conceptos que habilitaron otros interrogantes. En particular en este último punto, fueron importantes los aportes de la Historia Cultural (Lorenz, 2015), la Historia Conceptual y los diálogos con la Antropología. Estos movimientos prestaron atención a la guerra como historia vivida, interesados en visibilizar cómo afectaron a los modos de funcionamiento social y la vida cotidiana de las personas, anclándolos en prácticas económicas, sociales, relaciones interpersonales, y también en la formación Caputo, CUADERNOS - SERIES ESPECIALES 8 (1): 85-96, 2020. 93 estatal. Los sectores populares como las plebes, el campesinado, las mujeres, los afrodescendientes e indígenas, entre otros, se transformaron en sujetos de estudio predilectos. Este cambio requirió reformular los procesos de producción, tanto en la selección de documentos como en las estrategias hermenéuticas, utilizando para ello nuevas fuentes más cercanas a las experiencias de los sujetos involucrados, trianguladas con las más clásicas (Rabinovich, 2015).


 La adopción de estas perspectivas cortó con una tradición historiográfica condicionada a las disputas de las minorías dirigentes y el impacto de sus actos (si Rosas o Santa Cruz eran déspotas o no, si Heredia era un federal subordinado a Rosas o rebelde, etc.), para mirar las dimensiones sociales, económicas y las consecuencias para los sujetos subalternos implicados. Inspirada en la labor de Halperín Donghi, Norma Pavoni (1981) fue la primera historiadora que analizó el devenir socioeconómico del noroeste argentino bajo el liderazgo de Heredia y el conflicto militar. Sin embargo, fue recién en nuestro siglo cuando a través del trabajo de Raquel Gil Montero (2002) que los estudios sobre la “guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana” incorporaron la historia regional común de larga duración entre el noroeste argentino y Bolivia, e indagaron el rol de los sectores campesinos e indígenas en ella. Eso auspició nuevas interpretaciones sobre los procesos de militarización, estudiados por Flavia Macías (2007) y Marisa Davio (2015), y sobre el papel de la dinámica de la pugna en la construcción de identidades, tema abordado por Matías Sánchez (2017). 

En estos estudios se utilizan fuentes antes dejadas de lado, como censos, causas judiciales, listas de revista, entre otras, contrastando documentación proveniente de distintos archivos. De esta manera, se demuestra que las problemáticas en torno a esta Guerra están lejos de agotarse... 85


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