RESUMEN
El artículo analiza la Guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Peruano-Boliviana
(1836-1839) a través su tratamiento historiográfico. Mediante la lectura crítica de los libros y artículos
temáticos editados en Argentina desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, se pretende alcanzar dos
objetivos. Por un lado, dar cuenta del estado de conocimiento actual de esta guerra “poco conocida”, y por
otro, examinar las narrativas de los historiadores, sus cambios y continuidades a la luz de las principales
escuelas historiográficas. Se advierte que examinar los procesos de producción de conocimiento y
problematizar el rol de los historiadores como agentes involucrados en la (re)construcción de los hechos
es el puntapié inicial para develar los silencios y el complejo entramado de significaciones políticas,
ideológicas y de poder que subyacen a la producción histórica.
PALABRAS CLAVE: Guerra entre Confederaciones; Historiografía Argentina; Construcción de
conocimiento; Libros; Antropología Histórica.
Mariana Inés Caputo, Sección Etnohistoria, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires. Puán 480. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
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INTRODUCCIÓN
En los últimos años surgió, por parte de la Historia
académica, un renovado interés por el estudio del
rol de la guerra en la conformación de los Estados
nacionales. Desde estos abordajes se postula
como punto de partida que las luchas armadas
no sólo caracterizaron el largo período del siglo
XIX americano tras la crisis del orden colonial,
sino que además fueron uno de los factores más
determinantes y condicionantes del marco de
contingencia en el que se desarrollaron los Estados
(Pro Ruíz, 2012). De esta manera, los fenómenos
militares recobraron la importancia que habían
tenido en los comienzos de la disciplina, pero
ahora integrados a las más diversas problemáticas
y ponderados en sí mismos como objeto de estudio.
Así, los investigadores buscan demostrar cómo
estos hechos afectaron el funcionamiento social,
prácticas económicas, relaciones interpersonales,
actores sociales involucrados, entre otras
dimensiones que definen los derroteros de una
sociedad (Gelman, 2005; Rabinovich, 2015).
No obstante esta atención, algunos acontecimientos
bélicos se mantienen marginados de las
producciones historiográficas o son abordados
parcialmente como parte de procesos más
amplios y generales. Este pareciera ser el caso
del conflicto entre la Confederación Argentina y
la Confederación Peruano-Boliviana, acaecido en
el noroeste argentino y sur boliviano entre 1836 y
1839.
Los pocos especialistas que escribieron sobre
ese episodio visibilizaron el desconocimiento o
menosprecio hacia esta guerra y su papel en la
política del país, y por ello la bautizaron como
guerra “poco conocida” (Basile, 1943; Pavoni,
1981; Sánchez, 2017).
El siguiente trabajo pretende realizar un primer
acercamiento a la producción académica y no
académica argentina sobre la guerra entre la
Confederación Argentina y la Confederación
Peruano-Boliviana con dos propósitos. Por un
lado, dar cuenta del estado de conocimiento sobre
este suceso y por otro, ahondar en sus narrativas al
situarlas históricamente en relación a las distintas
corrientes historiográficas y sus condiciones de
creación.
Ello permitirá comenzar a vislumbrar
el lugar que la disciplina le dio al hecho, cuáles
aspectos fueron destacados y cuáles silenciados.
Con ese fin, se expondrán sintéticamente los
sucesos socio-históricos del conflicto, para
examinar, a la luz de los diversos contextos de
producción, el conjunto de la bibliografía sobre
los acontecimientos y reflexionar sobre la (re)
construcción de conocimiento. Pero antes es
pertinente presentar las fuentes de la investigación
y los criterios de selección y análisis, subrayando
las limitaciones a las que nos enfrentamos en la
tarea.
MATERIALES Y METODOLOGÍA
La investigación se sostiene en la lectura crítica de
fuentes, en nuestro caso, textos académicos y no
académicos editados en Argentina que abordaron
la Guerra entre la Confederación Argentina y la
Confederación Peruano-Boliviana. De ellos se
destacan cuatro: dos íntegramente dedicadas a la
contienda y otras dos que la desarrollaron en detalle
aunque no fuera su propósito principal. Entre las
primeras obras están Una Guerra poco conocida
de Clemente Basile (1943) y Nación e identidad
durante la guerra contra la Confederación PeruanoBoliviana (1836-1839) de Matías Sánchez (2017).
Entre las segundas, Jujuy bajo el signo federal
de Miguel Ángel Vergara (1938) y El Noroeste
argentino en la época de Alejandro Heredia de
Norma Pavoni (1981). Mas la bibliografía es
escasa y se trata, en mayor medida, de capítulos
de libros o artículos de revistas científicas. Pero
en conjunto, las publicaciones datan desde 1877
hasta la actualidad. Por lo tanto, brindan un
marco significativo para entender los procesos de
producción historiográfica en la larga duración
y para captar cambios y continuidades en las
interpretaciones de los hechos.
Para este artículo se seleccionaron aquellos
escritos que han tratado la Guerra entre las
Confederaciones a través de, por lo menos, un
apartado especial dentro de la obra. No se tuvieron
en cuenta aquellos trabajos publicados únicamente
en páginas web ya que requeriría un procedimiento
particular de abordaje.
Del mismo modo, como el
objeto de estudio está centrado a la historiografía nacional, solo se indagaron textos publicados en
nuestro país1
. Con tales criterios, entonces, se
delimitó un corpus de fuentes viable y confiable2
.
El marco teórico-metodológico se cimienta en la
noción de operación historiográfica de Michel de
Certeau, que a pesar de ser revisada por diversos
autores, es aún una referencia ineludible en los
estudios de la historia de la historiografía por el
potencial que ofrece para la interpretación y la
crítica (Zeitler, 2015). Parte de considerar a la
Historia como una práctica, ya que construye su
conocimiento en la acción. El “hacer” involucra
una serie de fases3
imbricadas entre sí que
influyen en el proceso. A saber: el lugar social
de producción, es decir, presiones y privilegios
que establece la disciplina y sus instituciones en
un contexto social particular que habilita ciertas
narraciones y prohíbe otras; los procedimientos
analíticos, o sea, las distintas técnicas que
transforman la materia del pasado en Historia; y
el proceso de construcción del texto mismo en
la escritura, que coacciona los resultados de las
investigaciones y oculta el proceso de su propia
creación (De Certeau, 1985). Asimismo, el aporte
se complejiza con el enfoque de Paul Ricoeur,
que pone en diálogo las condiciones estructurales
mencionadas con las representaciones e intereses
individuales de los autores (Ricoeur, 2008; Zeitler,
2015).
En este sentido, buscamos vincular lo escrito
sobre la Guerra entre las Confederaciones con las
corrientes historiográficas a las cuales adscriben
1 Eso no implica desconocer la importancia de los
distintos ámbitos de producción de la Historia y el aporte
de autores extranjeros, que en posteriores avances se
prevé contemplar. Concordamos con Trouillot en que
para comprender la narración histórica como un todo
es necesario ver la pluralidad de lugares donde se
produce la Historia, más allá de la academia y de una
fragmentación nacionalista (2017).
2 Por cuestiones de accesibilidad, ya que algunos libros
han tenido poca tirada y se encuentran desperdigados
en distintas bibliotecas provinciales, hasta aquí se ha
relevado el 90 % de la bibliografía.
3 El concepto de “fase” fue propuesto por Ricoeur para
evitar equívocos de la sucesividad de las operaciones, y
de la relación infraestructura-estructura, ya que las tres
son bases una de la otras (2008).
los sujetos y las escuelas dominantes de la época de
generación de las obras. Para ello será necesario,
aparte de estudiar el lugar social de producción en
cuestión, reparar en sus instituciones, sus abordajes
metodológicos y el espacio dado a las luchas
armadas en el plano discursivo, como también
la inserción de los historiadores en la disciplina
y sus propios intereses.
Al tratar con fuentes que
no fueron escritas para responder a nuestros fines,
debemos “leerlas entre líneas”, atendiendo a la
información que dejan entrever sobre el proceso
de producción de las narrativas y la que omiten o
silencian (Nacuzzi, 2002). A partir de esos datos,
podremos comparar similitudes y diferencias en
las interpretaciones de la guerra estudiada, lo que
posibilitará desenmascarar de manera primaria
el ejercicio diferencial de poder que posibilita
e imposibilita ciertos discursos, lo que habilita
su cuestionamiento y el surgimiento de nuevas
interpretaciones (Trouillot, 2017).
LA GUERRA ENTRE LA CONFEDERACIÓN
ARGENTINA Y LA CONFEDERACIÓN
PERUANO-BOLIVIANA
Como se señaló antes, la Guerra entre ambas
confederaciones se inscribió dentro de los procesos
de formación de los Estados sudamericanos
y enfrentó entre 1836 y 1839 a dos proyectos
distintos. De un lado, uno integracionista, ideado
y liderado por Andrés de Santa Cruz, prestigioso
político boliviano y militar que pretendía cumplir
la anhelada unidad latinoamericana de San Martín
y Bolívar. De corta duración, la Confederación
Peruana-Boliviana nació como una congregación
de tres entidades políticas, el Estado Nor-Peruano,
el Sud-Peruano y la República de Bolivia, sobre
la base de un mercado interno que pretendía
integrar los territorios históricamente unidos y
que restableciera los viejos circuitos mercantiles
(Méndez, 2000). Mas no contó con gran consenso
y se vio debilitada por pujas internas y externas
(Barragán, Lema Garret & Mendieta Parada,
2015). Por otro lado, un modelo más localista o
nacional como el argentino, nacido con la intención
de asentar un orden político federal estable. La
Confederación Argentina, además de refrenar
la sangrienta disputa contra los unitarios, buscó regular las relaciones interprovinciales y garantizar
las autonomías locales pero bajo supremacía de
Buenos Aires y de Juan Manuel de Rosas, delegado
de las relaciones exteriores desde 1835 (Salvatore,
1998). En el plano internacional, se caracterizó
por perseguir la independencia política pero tuvo
una fuerte dependencia económica con metrópolis
como Gran Bretaña (Halperin Donghi, 1993).
Asimismo Chile, cuyo proyecto de conformación
estatal era similar al argentino, encontró en la
Confederación Peruano-Boliviana una amenaza a la
integridad nacional. En el caso trasandino el temor
se debió esencialmente a motivos económicos, ya
que ponía en jaque su predominio sobre el comercio
del Pacífico. Aunque este trabajo no aborda la
participación chilena por cuestión de espacio, es
indispensable para entender el fenómeno.
Chile
fue el Estado que inició la contienda, promovida
por su Ministro de Guerra Diego Portales, quien
mantuvo contacto con Rosas pese a no establecer
un tratado formal de común acuerdo. Además, fue
el claro ganador del conflicto. En alianza con las
élites comerciales peruanas que veían en Santa
Cruz un intruso4
, lograron la victoria en la Batalla
de Yungay, hecho que desembocó la caída del líder
boliviano y el abrupto final de su proyecto político
a comienzos de 1839 (Barragán et al., 2015).
En cuanto a la declaración de guerra por parte de
la Confederación Argentina, se esgrimieron varias
causas. Entre ellas, las viejas disputas territoriales
por la cuestión de Tarija5
o los vínculos políticos
4 Durante esos años se gestó en Perú un nacionalismo
criollo, proyecto ideológico de la élite limeña opositora
a la Confederación, que definía la peruanidad por la
exclusión y desprecio hacia el indio. Así, Santa Cruz
era tildado “intruso” más por su origen indio que por ser
boliviano (Méndez, 2000).
5 Tarija fue una región disputada entre Argentina
y Bolivia durante años. Quedó bajo las órdenes del
Virreinato del Río de la Plata en 1776 y en 1807 fue
anexada a la Intendencia de Salta del Tucumán. En
principio, apoyó las declaraciones independentistas,
pero fue convertido en bastión realista y escenario de
las guerras durante casi quince años. Liberado el Alto
Perú en 1825, Salta reclamó sus derechos sobre ella.
Sin embargo, triunfó en 1826 la facción de tarijeños que
deseaba integrarse a la República Boliviana (Mata &
Figueroa, 2005). Hasta 1839, los gobiernos de Salta y
Tarija estuvieron en tensión por ello.
entre emigrados unitarios por las guerras civiles con
allegados al gobierno boliviano, lo que inquietaba
a la administración rosista por su injerencia en un
posible ataque. También existieron acusaciones
cruzadas y ambiciones de políticos locales de
anexar Potosí y Jujuy con el fin de ganar prestigio
y conseguir los réditos del comercio altoperuano.
Este último punto involucró en especial a
las figuras de Fernando Campero Barragán y
Alejandro Heredia.
El primero fue heredero del Marquesado del Valle
de Tojo, mayorazgo que desde principios del siglo
XVII mantenía el dominio de un vasto territorio
situado a ambos lados de la frontera argentinoboliviana, desde la Puna hasta las Yungas. A su
vez, subordinaba a la población mediante el cobro
de arriendo y la obligación de servicio personal,
empero la prohibición de tal sistema de explotación
servil desde tiempos coloniales6
. Campero tuvo
una acción destacada en la guerra en apoyo a
Santa Cruz al costear su ejército y participar como
teniente coronel, con la intención de incorporar la
Puna jujeña a la Confederación Peruano-Boliviana
(Teruel, 2016).
Heredia en cambio fue el gobernador de la
provincia de Tucumán durante esos años movidos,
y es considerado por varios estudiosos como el
mayor impulsor de las enemistades fronterizas con
el sueño de reactivar el comercio de mulas (Pavoni,
1981).
Tras el asesinato de Facundo Quiroga se
convirtió en líder federal, a fuerza de fomentar
la militarización social y alianzas con provincias
vecinas7
. Ser ungido por Rosas como Protector
del Norte y Brigadier General le dio poder de
intromisión en la política regional y estímulo para
intentar avanzar sobre las rutas mercantiles ligadas
al polo minero potosino y retener los territorios del
6 Aun cuando fue abolido expresamente tanto en
Argentina como en Bolivia desde el inicio de los
órdenes republicanos (1813 y 1825, respectivamente),
el marquesado sometió a la población indígena y
campesina al servicio personal en ambos lados de la
frontera hasta la mitad del siglo XX (Teruel, 2016).
7 Los aliados más importantes fueron su hermano,
Felipe Heredia y Pablo Alemán, gobernadores de Salta
y Jujuy. De su extrema confianza, ambos lideraron sus
propias tropas.
89
antiguo Tucumán colonial. Con su aval, en febrero
de 1837 Rosas cortó las relaciones comerciales
con Bolivia y el 19 de mayo declaró la guerra. En
esa fecha el norteño fue investido como “General
en Jefe del Ejército Argentino de Operaciones
contra el tirano Santa Cruz” (Macías, 2007, p. 31).
Las batallas se dieron entre agosto de 1837 y
agosto de 1838. En el terreno, la participación
argentina en la guerra estuvo circunscripta casi
exclusivamente a las provincias de Tucumán, Salta
y Jujuy, al igual que el sustento económico de la
misma. Heredia había conformado un ejército
entre 3500 y 5000 hombres dividido en varios
frentes, pero era superado por sus oponentes.
Las
tropas bolivianas al mando de Otto Philipp Braun8
lograron ocupar desde el inicio gran parte de la
Puna y Quebrada jujeña, Santa Victoria e Iruya por
la escasa cantidad de soldados afectados a defender
las fronteras. Ante el escenario desfavorable, los
militares argentinos postergaron cualquier idea
expansionista y adoptaron tácticas defensivas
para frenar a las fuerzas enemigas y preservar los
límites territoriales. Cosecharon algunas victorias
en combates menores como en Humahuaca y
Santa Bárbara en septiembre de 1837 y lograron
replegar la ofensiva peruano-boliviana. Pero esta
contaba con una mejor organización, en contraste
con el ejército argentino que no tenía los medios
suficientes para sostenerse.
La falta de hombres, fusiles y dinero configuró
la debilidad armamentística y logística del
ejército argentino.
Los pedidos de auxilio no eran
respondidos ni por las otras provincias del noroeste
ni por Buenos Aires, preocupada por sus conflictos
con la Banda Oriental. Ante ese panorama se debió
afrontar una guerra de guerrillas y escaramuzas
orientada a la obtención de recursos, la usurpación
de animales de gente local y la cooptación de
nuevos soldados. La única incursión en suelo
extranjero, ante el repliegue de Santa Cruz
para combatir al ejército chileno, concluyó con
8 Otto Philipp Braun (1798-1869) fue un militar
alemán, partícipe de las guerras de independencia
americanas. Fue nombrado Comandante de las
Operaciones del Frente Sur por Santa Cruz, encargado
de enfrentarse tanto a las fuerzas chilenas como las de
la Confederación Argentina.
fracasos en Montenegro y en Iruya en junio de
1838. Estos determinaron la retirada de Heredia a
Tucumán, donde sería asesinado meses después.
Tal hecho provocó un clima de inestabilidad y
levantamientos, que permitió el resurgimiento del
poderío unitario en la región y el derrocamiento
de los gobiernos de las provincias aliadas (Macías,
2007).
Cabe destacar que pese al conflicto, ambos
territorios funcionaban como una región integrada
tanto por lo económico como por los lazos
culturales y de parentesco desde tiempos remotos
(Conti, 2011). Por ende, la guerra no contó con
la aprobación popular ya que las consecuencias
recayeron sobre la población local. No sólo los
vecinos ilustres, sino que especialmente los
campesinos e indígenas vieron afectada su vida
cotidiana al tener que sostener materialmente al
ejército con contribuciones, ganado y pasturas
(Gil Montero, 2002). Además sufrieron el freno
del crecimiento económico por la interrupción
de transacciones mercantiles ante la ruptura
diplomática entre los Estados. El rechazo se
manifestó de múltiples maneras, por ejemplo,
mediante la negación a contribuir, la deserción
de las tropas o la sublevación, o la colaboración
al bando contrario, entre otras estrategias (Davio,
2015; Macías, 2007).
Por último, aunque la Confederación Argentina
sufrió una derrota militar, parte de la historiografía
afirma que se alcanzó una suerte de empate técnico
al conseguir una victoria diplomática (Basile,
1943). La caída en Yungay y la disolución de
la Confederación andina fueron festejados por
Rosas como un triunfo propio. Posteriormente,
se procedieron una serie de negociaciones
diplomáticas entre los estados involucrados,
pactándose en mayo de 1839 la devolución de
los territorios ocupados por las tropas bolivianas
a la Confederación Argentina. En contraposición,
aquella desistió de volver a reclamar derechos e
incurrir sobre Tarija.
En síntesis, hasta aquí se realizó un resumen general
de los hechos acontecidos en la Guerra entre la
Confederación Argentina y la Confederación
Peruano-Boliviana. Ahora bien, al igual que en
los sucesos descriptos, la reconstrucción de sus
90
hechos no estuvo exenta de diferencias, intereses y
disputas entre historiadores y académicos. De eso
nos ocuparemos a continuación.
LA GUERRA Y SU TRATAMIENTO
HISTORIOGRÁFICO
Para desentramar la operación historiográfica
detrás de las narrativas de los hechos relatados,
debemos presentar las fuentes seleccionadas
en relación con las principales escuelas, para
delinear las fases de tal operación. Abordar las
diversas explicaciones permite divisar cambios
y continuidades y evaluar de qué manera las
producciones sobre el enfrentamiento fueron
privilegiadas y condicionadas. A efectos analíticos,
nos apoyamos en las clasificaciones y estudios
sobre la Historiografía argentina de Galasso (2004),
Di Meglio (2007) y Devoto y Pagano (2009).
Observaremos entonces las siguientes corrientes:
la Historiografía erudita, las Historiografías
Provinciales, la Nueva Escuela Histórica, la
Historiografía militar, el Revisionismo histórico, y
la Renovación historiográfica.
La disciplina en la Argentina se fundó en la
segunda mitad del siglo XIX en el contexto de
consolidación del Estado, en el cual las élites
políticas e intelectuales buscaban legitimar el
proyecto nacional anclando las raíces identitarias
en un pasado común. Esta Historia, erudita, se
centró en aspectos políticos y fue explícitamente
liberal y centralista. Por ende, su lectura sobre los
caudillos del Interior y Rosas era negativa, y la
participación popular en los procesos del pasado
fue ignorada. En cuanto al abordaje de la guerra
como tema de estudio, las obras de Bartolomé
Mitre sobre las guerras de independencia, con sus
descripciones exhaustivas, se volvieron paradigma
de la historia militar (Di Meglio, 2007). Sobre la
fase procedimental, los investigadores recurrieron
a un destacado trabajo heurístico, al recopilar
gran cantidad de fuentes privadas y confeccionar
apéndices documentales de magnitud para publicar
(Galasso, 2004). Sin embargo, su tratamiento
no era riguroso, dado que la disciplina aún no
estaba institucionalizada y no había criterios de
verificación claros para su manejo (Buchbinder,
1996).
Los capítulos sobre la “Guerra con Bolivia” de
Adolfo Saldías (1892) y de Francisco Centeno
(1907, 1909) responden a ese movimiento, aunque
con diferencias. Ambos estudiaron la dimensión
política porque era lo esperable y porque tenía
vínculo con sus profesiones (abogado y político
uno, funcionario relaciones exteriores el otro).
Los dos textos compilaron corpus de fuentes, en
especial cartas oficiales, relativas a sus ámbitos de
inserción. En torno a los temas de los discursos,
se centraron en las figuras de Rosas, Santa Cruz
y a las relaciones diplomáticas internacionales.
Como causa de la guerra, ponderaron el vínculo
entre unitarios y el líder boliviano, cargando las
culpas a este último como instigador desde un
sesgo nacionalistas. Más allá de las posibilidades
habilitadas, podemos ver a su vez cómo el lugar
social ejerce presiones para limitar narrativas, como
ocurrió con el libro de Saldías, que desató enojos
en el círculo académico y políticos por plantear
una investigación objetiva de la Confederación
Rosista, lo que le valió la crítica de sus pares. No
obstante, no le impidió colaborar, por ejemplo,
en la prestigiosa Revista de Derecho, Historia y
Letras9
, donde Centeno editó sus contribuciones.
Con el desarrollo incipiente de la disciplina, se
extendió su interés por ella. Entre 1900 y 1930,
se consolidó un movimiento alternativo de
intelectuales provincianos dispuestos a debatir
con la historiografía liberal dominante el lugar que
debían ocupar las historias locales en la Historia
oficial del país. Esta propuesta fue impulsada por
academias provinciales, como la Universidad
Nacional de Tucumán, y en ocasiones contaron
con apoyo estatal. Las obras tuvieron diversidad
temática e interpretativa, pero se fundamentaron
en el estudio de documentos rescatados de los
archivos regionales. Los autores realizaron una
fuerte crítica a las visiones histórica porteñas y sus
juicios negativos sobre el Interior, como también
el rol histórico de las élites porteñas. Por sobre
todo, el objetivo de esta corriente fue reivindicar Dirigida por Estanislao Zeballos, la revista fue
publicada entre 1898 y 1923 y contó con la colaboración
de miembros de la Junta de Historia y Numismática
Americana. 91
el aporte provincial a la construcción de la nación,
aunque tuvieron un alcance dispar (Buchbinder,
2009).
Ese propósito guió a todos los escritos sobre la
Guerra entre las Confederaciones que pueden
admitirse en esta corriente, la que brinda más
bibliografía. Desde Jujuy publicaron Joaquín
Carrillo (1877) y Miguel Ángel Vergara (1937);
desde Tucumán, Juan Terán (1910), Manuel
Lizondo Borda (1939) y Carlos Páez de la Torre
(1987); desde Salta, Atilio Cornejo (1962); y
desde Catamarca, Armando Bazán (1986). Ellos
dieron cuenta de los antecedentes, contextos y de
las consecuencias del derrotero de las hostilidades,
(algunos con más detalles como Terán y Vergara),
a través del relevamiento de fuentes provinciales
no usadas en las narrativas porteñas, arrojando
nuevos datos sobre el pasado. Respecto al lugar de
producción, varios proyectos contaron con apoyo
gubernamental. Por ejemplo, el libro del abogado
Carrillo fue elogiado y publicitado por Bartolomé
Mitre, y la obra del presbítero Vergara fue alentada
e impresa por el gobierno jujeño. Igualmente
apoyaron las universidades, en especial las
publicaciones por el centenario de los hechos, con
el fin de posicionarse institucionalmente. Todas
sopesaron las causas económicas y las aspiraciones
bolivianas de anexar Jujuy como desencadenantes
de la conflagración, y a su vez relegaron a
Rosas para rescatar la figura de los caudillos
locales y de Heredia en especial. Sin embargo,
pese al surgimiento de nuevas explicaciones,
la historiografía se mantuvo condicionada a
la tradición de estudiar la historia política y
ensalzar el componente nacional, pero replicado
a una escala más local. En cuanto a los aspectos
hermenéuticos, existieron diferencias entre los
primeros investigadores y quienes publicaron en
la segunda mitad del siglo pasado, surgida de la
lectura más crítica y rigurosa de las fuentes.
Esos nuevos procedimientos fueron establecidos
luego una serie de cambios. La irrupción del
radicalismo en la década de 1910 y la expansión
de instituciones culturales y de educación
superior, tuvieron su correlato historiográfico en
el crecimiento de la Nueva Escuela Histórica,
con representantes de la talla de Levene y
Ravignani10 (Devoto y Pagano, 2009). Fue la
primera escuela de profesionales de la Historia y
modificó las condiciones materiales del ejercicio
del oficio de historiador. El uso del documento
de archivo se volvió vital en la construcción de
conocimiento y se crearon revistas especializadas
para impulsar la profesionalización (Buchbinder,
1996). Sobre los tópicos, los referentes militares
fueron subordinados a los aspectos institucionales,
económicos y legales, aunque se tendió a
reivindicar a la figura de Rosas en conciliación con
planteos mitristas (Galasso, 2004). De esta forma,
la corriente dominó los estudios históricos durante
las décadas posteriores, y todavía está vigente en
algunos ambientes académicos, como la Academia
Nacional de la Historia (en adelante ANH).
Aquí puede situarse la obra de Enrique Barba
(1938, 1949, 1962), historiador que se destacó
en la Universidad Nacional de La Plata y en
la de Buenos Aires, y llegó a presidir la ANH,
centros neurálgicos de esta escuela. Su objeto de
estudio fueron las relaciones de política exterior
en el gobierno de Rosas, prestó atención a los
conflictos en la frontera boliviana desde 1831
hasta después de la “Guerra con Bolivia” y a los
vínculos con Chile. Si bien continuó las temáticas
de sus predecesores, los cambios se perciben en
el uso de fuentes de archivos porteños como los
del Archivo General de la Nación (en adelante
AGN). Con ello se pulieron las interpretaciones
de las causas, ponderando el accionar de Rosas
como hacedor de la guerra frente a un gobierno
boliviano que buscaba evitar el conflicto armado.
Aunque posteriores, en esta línea pueden incluirse
las producciones de González Espul (1997) y
Escudé y Cisneros (2000). Estos últimos, en
su tomo enciclopédico sobre la historia de las
relaciones exteriores, hacen una crítica hacia
Barba y hacia otros historiadores provinciales
por haber concluido que la guerra fracasó por la
falta de sentir nacional de la población, cuando
en realidad no existía el Estado ni la nación
10 Ambos historiadores fueron presidentes de los
núcleos académicos más importantes de la época:
la Academia Nacional de la Historia y el Instituto de
Historia Argentina y Americana respectivamente.
Ese anacronismo, a nuestro
entender, no solo muestra el desconocimiento
sobre la historia regional y la porosidad de las
fronteras por ser “imposible” de concebir ante los
condicionamientos del lugar social de producción
de las narrativas. Conjuntamente, opera en pos
de intereses ideológicos de algunos autores de
silenciar la participación indígena y campesina
o mencionarla solo para endilgarles la derrota11,
marcándolos como “otros” lejanos y bárbaros.
Con al auge de la Nueva Escuela Histórica, la
guerra como objeto de indagación quedó relegada
al campo de la Historiografía militar. Fueron
sus historiadores quienes investigaron de forma
pormenorizada los combates, pero persistieron en
el modelo mitrista y se limitaron a relevar aspectos
operacionales y técnicos con un fin utilitario de
ilustrar los principios tácticos para la enseñanza de
los soldados (Rabinovich, 2017). De esta manera,
se reprodujo de manera endogámica al interior de
los circuitos castrenses, estancándose debido a
la falta de interacción con otros abordajes. Pocas
obras conceptualizaron a la guerra como problema,
dado que se entendía como consecuencia de hechos
de otro orden.
Además, tanto los métodos como las
fuentes utilizadas se mantuvieron casi inmutables
hasta la década de 1970 (Di Meglio, 2007).
Los textos del mayor Clemente Basile (1943), Félix
Best (1960) y el coronel Emilio Bidondo (1979,
1982) sobre la “Guerra contra el mariscal Santa
Cruz”, sufrieron esas limitaciones. Concentradas
en cronologías precisas de los sucesos y en los
análisis detallados sobre tácticas, técnicas, avances
y retrocesos de las milicias, no prestaron atención
a las demás dimensiones del conflicto. No obstante
la cerrazón de los textos, los escritos de Bidondo
fueron publicados en la revista Investigaciones y
Ensayos de la ANH, y la investigación de Basile
fue citada por todos los historiadores sucesores
por ser la más completa sobre la Guerra contra
la Confederación Peruano-Boliviana, por lo que
gozaron de cierto reconocimiento como fuentes de
información.
11 Ello se percibe en particular en los textos ligados
a los intereses políticos de las élites, como en los
ejemplares de Carrillo y Vergara, donde se explicita la
“moral dudosa” de esta población.
Otra escuela marginada de los ámbitos académicos,
pero con visibilidad en la vida política durante
el peronismo fue el Revisionismo histórico. Se
caracterizó por su activismo nacionalista y católico,
pero por sobre todo por romper y oponerse con
fervor a la versión liberal de la Historia Oficial
(Devoto y Pagano, 2009). Al centrar sus análisis
en los gobiernos de Rosas, convirtieron sus obras
en una reivindicación de su figura, atacando a
personajes históricos considerados antipatriotas
y aliados del imperialismo británico. Pese a ello,
mantuvieron en gran parte los criterios militares que
habían fundado la Historia oficial y continuaron en
las demás perspectivas. En este sentido se orientó
el capítulo sobre la Guerra con Santa Cruz del
libro de José María Rosa (1951), coherente con las
interpretaciones anteriores que pusieron el foco
en Rosas y sus relaciones internacionales, aunque
desde una asumida lectura nacionalista y denuncia
de los vínculos entre el líder de la Confederación
Peruano-Boliviana con Inglaterra.
Los estudios sobre las contiendas bélicas cobrarían
primacía nuevamente con la
Renovación del
revisionismo histórico, de la mano de Tulio
Halperin Donghi y los cuestionamientos a los
límites disciplinares en las ciencias. Con su
libro Revolución y guerra (1972), la guerra y
la militarización se transformaron en factores
explicativos decisivos de la Historia argentina. Su
obra fue un hito de la historiografía en un clima
de refundación del campo, a partir de la adopción
de nuevos criterios metodológicos y temáticos
como la historia rural y la historia política. Desde
entonces, y con fuerza desde fines de la década de
1980, historiadores y académicos de otras ramas
empezaron a abordar fenómenos ya trabajados,
pero a partir de perspectivas interdisciplinarias
y nuevos conceptos que habilitaron otros
interrogantes. En particular en este último punto,
fueron importantes los aportes de la Historia
Cultural (Lorenz, 2015), la Historia Conceptual
y los diálogos con la Antropología. Estos
movimientos prestaron atención a la guerra como
historia vivida, interesados en visibilizar cómo
afectaron a los modos de funcionamiento social
y la vida cotidiana de las personas, anclándolos
en prácticas económicas, sociales, relaciones
interpersonales, y también en la formación
Caputo, CUADERNOS - SERIES ESPECIALES 8 (1): 85-96, 2020.
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estatal. Los sectores populares como las plebes, el
campesinado, las mujeres, los afrodescendientes e
indígenas, entre otros, se transformaron en sujetos
de estudio predilectos. Este cambio requirió
reformular los procesos de producción, tanto en la
selección de documentos como en las estrategias
hermenéuticas, utilizando para ello nuevas fuentes
más cercanas a las experiencias de los sujetos
involucrados, trianguladas con las más clásicas
(Rabinovich, 2015).
La adopción de estas perspectivas cortó con
una tradición historiográfica condicionada a las
disputas de las minorías dirigentes y el impacto
de sus actos (si Rosas o Santa Cruz eran déspotas
o no, si Heredia era un federal subordinado a
Rosas o rebelde, etc.), para mirar las dimensiones
sociales, económicas y las consecuencias para
los sujetos subalternos implicados. Inspirada
en la labor de Halperín Donghi, Norma Pavoni
(1981) fue la primera historiadora que analizó el
devenir socioeconómico del noroeste argentino
bajo el liderazgo de Heredia y el conflicto militar.
Sin embargo, fue recién en nuestro siglo cuando
a través del trabajo de Raquel Gil Montero
(2002) que los estudios sobre la “guerra entre
la Confederación Argentina y la Confederación
Peruano-Boliviana” incorporaron la historia
regional común de larga duración entre el
noroeste argentino y Bolivia, e indagaron el
rol de los sectores campesinos e indígenas en
ella. Eso auspició nuevas interpretaciones sobre
los procesos de militarización, estudiados por
Flavia Macías (2007) y Marisa Davio (2015),
y sobre el papel de la dinámica de la pugna en
la construcción de identidades, tema abordado
por Matías Sánchez (2017).
En estos estudios
se utilizan fuentes antes dejadas de lado, como
censos, causas judiciales, listas de revista, entre
otras, contrastando documentación proveniente de
distintos archivos. De esta manera, se demuestra
que las problemáticas en torno a esta Guerra están
lejos de agotarse...
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“UNA GUERRA POCO CONOCIDA”
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Guerra de la Confederación Argentina con ...
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