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viernes, 9 de agosto de 2019

PEDAGOGÍA FEMINISTA

PEDAGOGÍA FEMINISTA
Cuando uno decide estudiar alguna carrera docente sabe que encontrará una mayoría de mujeres cursando, pero en general no se observan actitudes de discriminación y cuando practica la docencia se encuentra con verdaderos dinosaurios defensores de la misoginia (que no se con dice, con lo que se estimaba a priori de la profesión). Es de destacar que muchos de ellos ingresan a la docencia formando parte de ese cuarto (del total) de docentes sin formación docente y otros se mantuvieron escondidos o de perfil bajo, hasta que logran algún tipo de prestigio, solo por el paso del tiempo. Siendo un varón que hasta el día de la fecha gusta de las mujeres siempre me resultó denigrante el trato machista que se observaba en las escuelas, que se fue disimulando en relación con compañeras de trabajo y en contraposición fue creciendo vinculado con las alumnas, por parte de ese tipo de personajes que suelen hablar de las escolares amparados en un supuesto secreto profesional entre pares (y nunca elogiando sus pensamientos). Lamentablemente, también existe un numero importante de mujeres que avalan esas posturas. En alguna oportunidad una directora que había defendido actitudes de misoginia me solicitó en la sala de profesores que pase y comente una película donde se relataban los abusos de un docente sobre una alumna y dudé un segundo en aceptar hasta que una compañera (de indudable prestigio) se postuló como voluntaria, para acompañarme en el proyecto, pero siempre pensé en ello como una trampa, que no funcionó, por la agilidad de la compañera, pero también estoy seguro que tuvo que ver con el incidente de la calificación que ya comente.
No existe en mi pensamiento ninguna duda que debe darse una Pedagogía Feminista, para que se ponga coto a ese tipo de distorsiones y me agrada mucho que se encuentren en el camino, no solo por la anécdota de la autora, sobre el libro que le regalo su profesor, cuando tenia quince años, de indudable postura libertaria que no tiene nada que ver con el término compuesto hombre nuevo, que si tiene que ver con una tendencia ideológica muy en boga en esos años y alejada de la del autor mencionado (al menos de su etapa de mayor producción o madura), aunque en sus mismos escritos mencione un origen católico revolucionario, pero creo que ella misma sabe esto.
Volviendo a la conveniencia de una corriente pedagógica feminista, que sirva de marco referencial en las escuelas, me parece prudente que las violaciones de las leyes dejen de ser tratadas puertas adentro de las instituciones y los sistemas, por lo que no solo conviene una Pedagogía Feminista, sino que es necesario un organismo, que sea auxiliar de la justicia, que se ocupe de estos casos que luego terminan en acoso o en abusos, sin descuidar a los profesores o administrativos que gustan de los chicos y abusan de su autoridad, una cosa es la defensa de las cuestiones de género, la lucha contra la homofobia y otra bien diferente es el abuso y la violación de la ley en relación con los menores.
PEDAGOGIA FEMINISTA
LIBRO: HACIA UNA PEDAGOGÍA FEMINISTA: GÉNEROS Y EDUCACIÓN POPULAR (PDF)
abril 3, 2019 Reseñas América del Sur, Argentina, Otras Voces Destacadas
Argentina/ Autor: Claudia Korol (compiladora) / Fuente: Biblioteca EFD
La propuesta de este libro es aportar a la creación de una pedagogía que ayude a generar procesos de reflexión y nuevas prácticas, como momentos de interiorización-exteriorización no sólo de la experiencia inmediata y directa, sino también de procesos generales y particulares que atraviesan el aquí y ahora de las batallas contra la cultura patriarcal.
En el desarrollo de estas páginas se encontrarán artículos que intentan compartir algunos de los momentos vividos en el trabajo que realiza el Área de géneros de Pañuelos en rebeldía en estos últimos años, a través de talleres, encuentros y vivencias. Los diferentes escritos intentan reafirmar uno de los objetivos de la educación popular: la relectura de la realidad, de nuestras prácticas, del saber popular y de los contenidos de la cultura, haciendo posible una apropiación crítica de los mismos.
Links para la descarga:
(1):
Hacia-una-pedagogía-feminista-Géneros-y-educación-popular
(2):
https://drive.google.com/…/1ri-ZVerZQxD4XzVNvgsbLyROQe…/view
Fuente de la Imagen:
PARTE I Aprendizajes compartidos
“La educación como práctica de la libertad” Nuevas lecturas posibles Claudia Korol*
Cuando tenía quince años, un maestro me regaló el libro de Paulo Freire: La educación como práctica de la libertad. No sabía entonces que ese libro marcaría mi vida hasta tal punto… Lo supe muchos años después. En la dedicatoria, mi maestro, un joven de pelo largo, con rulos y sueños a tono con la época, hablaba del “hombre nuevo”. No era común entonces hablar de “la nueva mujer”. No teníamos -al menos muchas de las militantes y los militantes de entonces- la crítica del lenguaje necesaria para proponer esta apertura. Nosotras, mujeres, aspirábamos a ser algún día… “hombres nuevos”. Lo intentamos con pobres resultados por variadas razones (no necesariamente biológicas). A pesar de aquellos límites, ha sido valioso el intento de atravesar el discurso político e ideológico con un compromiso que implicaba a nuestros cuerpos, que nos obligaba a una actitud cotidiana que pretendía ser coherente con los valores del “mundo nuevo” que soñábamos. Era el intento de revolucionar no sólo la superestructura política, no sólo la estructura económico-social. Tratábamos de revolucionarnos también a “nosotros mismos” para volvernos sujetos de la historia, superando la alienación política, económica, social, cultural que nos deshumanizaba.
a de la libertad”. Sin embargo, era escasa la reflexión sobre la dimensión política de la vida cotidiana. Las organizaciones populares, especialmente las que se consideraban revolucionarias, se volvían conservadoras a la hora de establecer sus códigos morales, de mediar en las relaciones interpersonales, de construir jerarquías, de ordenar conductas. La “sociedad de hombres libres” que propusiera Marx, sería la coronación de nuestras luchas, y se realizaría plenamente después de “LA REVOLUCIÓN”, de la victoria final de los pobres del mundo, de los trabajadores, de los explotados, de los oprimidos (según cual fuera el grupo que caracterizara el horizonte deseable de la victoria). Después de la liberación de los oprimidos, tal vez podríamos pensar en la emancipación de las oprimidas… Había quienes sostenían que la sociedad de hombres libres incluía ya a las mujeres libres (innecesarias de nombrar por “economía del lenguaje”). Había quienes sospechaban que la libertad de la mitad de la humanidad, requeriría de algunas luchas más, que se proponían honestamente asumir… después de terminar con la explotación “del hombre por el hombre”. Tanto en la versión de la “liberación automática” de las mujeres, como en la idea de posponer esas batallas para después de la revolución socialista, subyacían enfoques que limitaban nuestras teorías y nuestras prácticas emancipatorias. El economicismo, el determinismo, la subestimación del lugar de la subjetividad en la transformación histórica, el mecanicismo, eran funcionales a la perpetuación de la cultura patriarcal. Postergada la emancipación de las mujeres para “después de LA REVOLUCIÓN”, resultaba utópico pensar en transformar a las organizaciones portadoras de esos proyectos, que se tornaban en un factor conservador y disciplinador de la personalidad, de los cuerpos, de las relaciones sociales. Las dicotomías propias del pensamiento Occidental y del positivismo impregnaban nuestras concepciones. La contradicción principal (capital-trabajo en la visión marxista clásica; imperialismo-nación en las posiciones que se reivindicaban como nacionalistas revolucionarias), se convertía casi de manera imperceptible en la contradicción única. Establecer cuál era la contradicción principal podía volverse un duelo sagrado, ya que de ahí se desprendían las acciones prácticas posteriores y tu identidad en el mundo. Eras internacionalista o nacionalista, clasista o feminista. Los “hombres nuevos” que queríamos ser teníamos demasiado de hombres viejos. Se sostenía un concepto de familia fuertemente asociado a la cultura patriarcal. La familia era el sostén del “revolucionario”, su apoyo, el lugar “del descanso del guerrero”. Las mujeres en las organizaciones políticas tenían un lugar secundario, de apoyo logístico, o valorizado por “ser la excelente compañera de…”. En el mejor de los casos, se admitía que una compañera audaz, valiente, era capaz de “luchar como un hombre”. Éste era uno de los grandes elogios a los que podíamos aspirar las mujeres que queríamos ser “hombres nuevos”. Se reproducía en los códigos morales aceptados, la normatividad heterosexual. Las expresiones que se apartaban de la misma quedaban debidamente “controladas” y silenciadas, vueltas prácticas clandestinas o directamente negadas al interior de las organizaciones. Vale recordar que en ese momento experiencias cuestionadoras de estos mandatos culturales como el FLH (Frente de Liberación Homosexual), o las propuestas de pequeños grupos de feministas, resultaban poco toleradas y en muchos casos banalizadas por las organizaciones de izquierda, revolucionarias, que cultivaban entre sus valores centrales “la virilidad”. Aún cuando la líbido estaba a flor de piel, cuando aprendíamos al mismo tiempo la revolución y el sexo, los y las militantes de aquel tiempo éramos subsidiarios/as de la cultura androcéntrica. Creábamos organizaciones desde la lógica patriarcal, heterosexual, atada a una moralidad pacata, que recibía la influencia directa de los mandamientos de la religión, fuera ésta católica o una profesión de fe atea. Nuestras iglesias/organizaciones, salvo excepciones, tenían sus verdades infalibles, sus dogmas, sus Papas, sus Inquisiciones. Se podría argumentar, para tranquilizar nuestra memoria y anclarla en el lugar de certezas de los gestos heroicos… ¡que éramos muy jóvenes! Y verdaderamente éramos muy jóvenes, lo que nos obliga a pensar por qué, siendo jóvenes, y coexistiendo con otros y otras jóvenes, tan jóvenes como nosotr@s, que intentaban probar el gusto de la libertad en la forma de vivir su sexualidad, o en organizaciones de vida comunitarias, cuestionando las concepciones tradicionales de familia o de escuela, tuviéramos tanta distancia unos de otros, unas de otras, mirándonos con desconfianza desde las respectivas trincheras de “verdades”. Claro que ésta es sólo una de las muchas miradas posibles. En toda historia hay más de una versión sobre los temas constitutivos de nuestra subjetividad. Es por lo tanto una propuesta abierta al diálogo con otras miradas que apunta a pensar, crítica y autocríticamente, cómo eran los procesos de formación política en nuestras organizaciones, en los que unos pocos depositarios del saber “iluminaban” a los militantes de base con la luz de sus creencias; suponiendo que estos militantes de base ya iluminados, tendrían como misión a su vez iluminar al pueblo. (Después fuimos sabiendo que el iluminismo es una concepción y una metodología que refuerza la alienación de quienes se supone que habitan en la “oscuridad de la ignorancia”, desvalorizando sus saberes, sus experiencias, sus prácticas sociales y reproduciendo sistemas de autoridad, en los que quienes están en la cúpula de la pirámide, saben, pueden, piensan, dicen, ordenan, y quienes están abajo no saben, no pueden, hacen, callan, obedecen). Es cierto que no había entonces crisis energética. La luz se desparramaba por todos los rincones, y nos encandilaba. Quien miraba al sol, no podía después observar las sombras, los matices, la diversidad de colores y de definiciones que habitaban nuestro camino y nuestra meta socialista. Pero además de este encandilamiento, había un proceso más complejo de invisibilización de aspectos completos del pensamiento y de la práctica de los propios revolucionarios o revolucionarias que nos precedieron. Así como en la historia oficial liberal, también en nuestras versiones las mujeres no aparecían más que por casualidad en los relatos. En el mejor de los casos se recordaban algunas frases de August Bebel o de Federico Engels para hablar de la emancipación de la mujer. No era sencillo conocer, y menos reconocerse, en figuras históricas como Flora Tristán, Rosa Luxemburgo, Alexandra Kollontai, Clara Zetkin, Frida Kahlo. El “marxismo oficial” las borraba o las dejaba como una mención, como una nota de color dentro de las biografías dignas de ser estudiadas. Tampoco era posible pensar en el aporte de las muchas mujeres del pueblo hacedoras de la historia, o en la creación colectiva de hombres y mujeres no célebres. Había una colonización cultural que reforzaba el eurocentrismo y un relato de la historia hecho como una sucesión escalonada de “grandes machos”, poseedores de aquello que las mujeres jamás podríamos tener. Estos procesos de formarnos y deformarnos nos marcaron, condicionaron nuestras prácticas, dejaron sellos indelebles de dogmatismos, rigideces, subproductos de un sistema de pensamiento dicotómico y jerarquizado, que en algunos casos llega acríticamente hasta nuestros días y hasta nuestras consignas. El “mundo nuevo” que soñábamos entonces se miraba en múltiples espejos “realmente existentes”, en los que quedaban demasiados reflejos de la alienación que criticábamos. Demasiados “hombre viejos” dirigiendo sus destinos, demasiadas huellas de la cultura patriarcal. Las experiencias que se nombraban como socialistas, o los procesos de liberación nacional, no habían planteado en su complejidad la batalla cultural contra el patriarcado. La “liberación de la mujer” se traducía en estas sociedades en la conquista de derechos que permitían un acceso más igualitario al trabajo, a la educación, a la salud; el cuidado de los hijos e hijas a cargo del Estado -en algunas ocasiones- y otros logros relevantes, pero que no alcanzaban para cuestionar a fondo los mandatos construidos milenariamente por una visión androcéntrica del mundo. Pensar y tratar de crear una “nueva mujer” hubiera implicado un cuestionamiento profundo al matrimonio por conveniencia entre el capitalismo y el patriarcado. A pesar de estos límites, vale la pena colocar entre lo ganado en aquellos esfuerzos, la percepción de que las revoluciones no requieren sólo de grandes teorías para ser realizadas, sino que nos desafían a crear personas libres, que conjuguen actos y palabras, teorías y prácticas, ideas y valores opuestos a los que reproducen la dominación. Personas libres y colectivos libres, no agrupados por el miedo, no unidos por el espanto o por mecanismos coercitivos de control. Personas y colectivos entramados en la complicidad y en la voluntad de escribir solidariamente una nueva manera de estar en el mundo... (pag. 9 a 13)
Hacia una pedagogía feminista Géneros y educación popular Pañuelos en Rebeldía EDITORIAL EL COLECTIVO Colección Cuadernos de Educación Popular
Hacia una pedagogía feminista - 1º 1a ed. - : El Colectivo, América Libre, 2007.
https://libros.metabiblioteca.org/…/Hacia%20una%20pedagog%C…
Revista Fuentes Humanísticas UAM-Azcapotzalco
Hacia una pedagogía feminista. Géneros y educación popular
Claudia Korol (Compiladora)
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