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miércoles, 11 de septiembre de 2019

UN MUNDO LLENO DE FUTURO

UN MUNDO LLENO DE FUTURO
Nos dice Guerriero desde el titulo del libro que editó, recopilando diez crónicas periodísticas y en el habla mucho de innovación y, seguramente, tiene razón en todo lo que no tenga que ver con Educación. Ya saben, los que leyeron lo que antes escribimos que no estamos de acuerdo con la palabra, porque en educación los cambios son muy lentos y no tienen que ver con una persona en particular, sino con muchas. Para darles una idea: Vigotsky necesitó de muchos años, durante la Revolución Rusa, para describir la formación de la Zona de Desarrollo Próximo y durante muchos años fue olvidado. Piaget desde los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial seguía las pistas que vinculaban la herencia genética (como base) y los cambios orientados por el ambiente social y físico. Freire necesita de muchos de sus primeros años, luego de su paso por la Universidad, para hablar de Pedagogía de la Liberación, que es lo mismo a decir Autonomía. Y Gardner publica su trabajo sobre Inteligencias Múltiples en 1.983. Desde ese tiempo hasta ahora (2019) solo algunos locos egresados de carreras de la educación, en particular de las Ciencias Sociales, se dieron cuenta que el cambio educativo no pasa por los programas o por los recintos o por los planes o por la reforma de los sistemas, sino por enseñar pensamiento crítico mediante el método (o los métodos) de investigación en Ciencias Sociales y es probable que sea de igual beneficio en otras Ciencias. En definitiva durante muchísimo tiempo se fue diseñando una nueva forma de dar clase desde ambientes casi monacales o directamente retrógrados (sin querer implicar ninguna patología), para encontrarnos que hoy los Pedagogos hablan de ello, sin ningún oculta miento. Y todo ello no ocurre durante la vida de un solo ser humano, como si ocurre con la Innovación.
De todas formas el libro es muy bueno y por otra parte su autora no tiene por qué saber de esa prevención que tenemos con la palabra Innovación (que por otra parte se encuentra de moda) y sabemos que en algunos casos esa luz repentina y fulgurante nos acerca a la innovación, pero suponemos que faltan algunos tantos años, para que ello ocurra en Educación. Y con esto me acuerdo de un amigo ciclista, que sin quererlo se transformó en la fuente inocente de una confusión, cuando otro ciclo viajero, se sorprendió no del sobrenombre del primer amigo, sino que estuviésemos hablando de una Tortuga Voladora, creyendo que nos referíamos a una real (tiempo en el que puso en duda nuestra credibilidad y salud mental). Con los saludos que corresponden a nuestro amigo ciclo turista Diego, mas conocido como Tortuga Voladora, que sabemos que lee estos artículos.
Pero volviendo al libro UN MUNDO LLENO DE FUTURO - Diez crónicas de América Latina - Leila Guerriero (DE.) Juan Manuel Robles y otros, Planeta, Buenos Aires, 2017 es bueno demostrar que los que se encuentran desarrollando algo, sobre una idea, generalmente, son motorizados por cierta excitación que los obliga a poner las manos en el hacer, cosa que es similar a escribir y en eso no somos tan diferentes. Mirco Zimic en Perú, al margen que contaba con otra persona que lo obligaba a poner los pies sobre la tierra, Luzia Sinhá Moreira, con la religión, Simón y su esposa al que acicate aba su necesidad de ayudar a su pueblo, Luis Ricardo y los otros son impulsados por algo similar al frenesí que les relataba sobre a evaluación formativa, que suele presentarse cuando alguien se encuentra dispuesto a concretar un proyecto, o en este caso un examen, sabiendo que puede o que la valla no es tan alta.
Leila Guerriero: “No se puede confiar solamente en la inspiración”
Es, sin dudas, uno de los emblemas del periodismo narrativo en la región latinoamericana. Leila Guerriero, periodista y escritora argentina, acaba de publicar “Un mundo lleno de futuro” (Editorial Planeta), un libro del cual fue editora y que reúne diez crónicas hispanoamericanas escritas por distintos autores. En entrevista con AdEPA, adelanta algunas historias contenidas en su nueva obra y comparte su visión acerca de la escritura y de la formación de los periodistas.
Hace poco en una entrevista dijo que “la escritura se aprende leyendo”. ¿Cuánto de esto hay y cuánto de vocación y talento natural?
No todo lector se transforma en un escritor. No toda la gente que lee mucho quiere escribir, como no toda la gente que va al cine quiere dedicarse al cine ni toda la gente que va a la ópera quiere cantar ópera.
La vocación es algo un poco misterioso, no se sabe cómo surge. Ahora, una vez surgida esa vocación de escribir creo que hay mucho de eso, que vos llamás el talento. Como en todos los oficios y profesiones, hay gente que tiene un talento, predisposición natural o lo que fuere, que destaca por sobre encima de otro montón de gente que tiene esa vocación pero no tiene tanto talento.
Pero también creo que el talento no es algo sobre lo que vos te puedas acomodar panchamente y decir: “ah bueno, tengo talento entonces no lo trabajo”. Es como cualquier persona que tenga una profesión o un oficio relacionado con la creatividad, sea músico, sea pintor o sea lo que fuere, sabe que no puede confiar solamente en lo que llamamos la inspiración.
Si un pintor solo va a pintar cuando está inspirado, o un escritor solo va a escribir cuando está inspirado, no se logra tener una producción acorde con lo que uno necesita producir. Entonces, la inspiración, como decía aquel escritor, te tiene que agarrar trabajando. Yo creo que lo mismo pasa con el talento, tenés que nutrirlo. Y ahí entra la lectura como entran, para una persona que escribe, tantas otras cosas.
Creo que mucha gente que quiere escribir va buscando fórmulas, como la fórmula mágica de que alguien le diga: “para escribir bien tenés mezclar tantos adjetivos con tantos sustantivos con tantas frases largas, con tantas frases cortas, con tantos puntos aparte y ya. Escribís bien”. No existe eso.
Para ser periodista, ¿es necesario escribir bien?
Si sos periodista gráfico, sí.
Pero algunos dicen que el que sabe escribir, después sabe hablar, ¿qué pasa con los periodistas de radio y de televisión?
No necesariamente. Hay gente que escribe bien y hace bien radio y hace bien televisión y hay gente que no, como todo. Cada cosa necesita un saber específico. Hay gente mucho más diversa en su talento. A mí me parece que un buen periodista tiene que estar bien formado a nivel general.
Obviamente todos tienen que saber escribir. Un gran periodista de gráfica, no tiene por qué ser un gran periodista de televisión pero me parece que los dos tienen que compartir algo, que es la capacidad de tener una cabeza bien llena de referencias de todo tipo.
En la misma entrevista mencionada anteriormente dijo que uno empieza a escribir porque quiere hacer lo que hacen otros, ¿cómo se siente que ahora suceda a la inversa? Muchos deben escribir porque ven su obra y se inspiran.
En las ferias del libro uno se encuentra con gente, por ahí con periodistas jóvenes o gente que está cursando la carrera o gente que abandonó una carrera y que empezó a estudiar periodismo “porque leí tal libro tuyo”. Hay como una lejana referencia de que eso ocurra o de que uno tiene gente que lo lee y lo que uno hace puede llegar a funcionar como disparador para esas personas. Pero la verdad es que no tengo mucho registro de eso. Me parece agradable pero no lo siento como una responsabilidad.
Respecto de “Un mundo lleno de futuro”, se trata de 10 crónicas de autores hispanoamericanos, ¿hay algún hilo que las una?
El tema básico de lo que las une es el hecho de que son todas personas que desarrollaron algún emprendimiento basado en una necesidad o en una carencia que supieron detectar e inventaron, produjeron, o trajeron algo a la realidad para suplir esa carencia con mucha inventiva y también con mucho esfuerzo. Es gente que tuvo una idea y le puso el cuerpo a la idea y le invirtió tiempo, esfuerzo y dinero. Son todas crónicas relacionadas con ciencia, con tecnología, con salud. Además, no se lo puede ver como un libro puramente optimista porque todos los textos que reúne son textos que también cuentan cónicas un poco excepcionales. Son casos excepcionales.
Te pongo un ejemplo, hay una crónica en Colombia de un grupo de gente que desarrolló un pozo de agua para unos indígenas wayúu en la Guajira y a la vez en la misma crónica, en espejo, hay otra historia que narra cómo se instalaron unas plantas generadoras de electricidad en el medio de la selva.
Era gente que no conocía la electricidad. Pero salvo ese pozo de agua en la Guajira y salvo esa planta de energía en el medio de la selva, todo lo demás que rodea sigue sin agua y todo lo demás que rodea sigue a oscuras. Son crónicas que, de alguna forma, la contracara es que revelan las enormes carencias de la región, de América Latina y también un poco la ausencia del Estado en todo el continente.
¿Buscan despertar algún tipo de conciencia por parte de la sociedad o del Estado?
Visibilizan la solución pero también visibilizan la carencia, las dos cosas. Los efectos que eso produzca están más allá de las crónicas. Yo no creo que uno tenga que escribir para cambiar. Soy bastante escéptica en ese sentido. Los que modifican las situaciones son, precisamente, los protagonistas del libro. Los periodistas las cuentan. De ahí en más, de lo que pase con eso, creo que uno tiene menos control.
¿Tuvieron repercusiones?
Acabo de llegar de una gira por Bogotá y Quito, donde se presentó el libro que está casi recién salido, y lo que pude ver qué pasó con esas presentaciones en las que había uno de los protagonistas de las historias, es que estaban muy conmovidos con el hecho de que su historia hubiera llamado la atención de un periodista durante tanto tiempo y que terminara en un libro.
En Quito, que es una crónica que cuenta la historia de una escuela donde se integran personas sordas, había una de las chicas sordas en el público y estaba con uno de los profesores, de los impulsores del proyecto, y había una sensación de que estaban muy emocionados con esto. Pero más allá de eso no he tenido mucha devolución por parte de los protagonistas. Sí de los periodistas, que de repente te cuentan que tal se compró el libro, que leyó la crónica, que está emocionadísimo, que no paran de hablar de eso en el pueblo.
Como editora, ¿hasta qué punto se juega el estilo de escritura propio y se respeta el del redactor?
El editor lo que tiene que hacer no es pensar en cómo lo hubiera escrito él. Estas son todas crónicas en las que yo seleccioné a los periodistas porque los conozco, a muchos los he editado antes, me encanta como trabajan, son de los mejores periodistas de Latinoamérica y son periodistas además habituados a contar historias relacionadas con temas duros, conflictos, narcos, más crónicas latinoamericanas de temas duros. Los elegí específicamente porque no quería que este libro fuera una recopilación de historias ñoñas, ramplonas, de superación y de historias de vida. Estaba en las antípodas de lo que yo quería hacer,
Entonces, cuando vos encargás, contás con que lo que te van a ofrecer te va a parecer muy bueno. Y creo que en ese sentido el editor lo que tiene que hacer es como desaparecer detrás de la escritura del otro. No puede sugerir un estilo que no sea el estilo del periodista ni imponer soluciones que sean las que hubiera utilizado el editor. El momento de la edición es el momento de desaparecer detrás del estilo del otro, por supuesto, haciendo una lectura muy incisiva, muy a fondo, buscando lo que funciona, lo que no funciona, marcando, haciendo sugerencias, etc. Pero las soluciones las tiene que encontrar el autor porque sino, terminás borrando el estilo del otro detrás del estilo tuyo.
“Hay aquí diez historias relacionadas con, entre otras cosas, la innovación, la educación, la ciencia y la tecnología en América Latina, contadas por algunos de los mejores periodistas de la región con el pulso narrativo de las grandes crónicas; historias de gente que lo pasa bien, mal y peor, intentando curar lo que parece incurable, llevar agua donde no la hay, educación donde tampoco, haciendo brotar tecnología en sitios impensados.
Historias que hablan de las cosas extraordinarias que le pasan a la gente común y de las cosas comunes que hace la gente extraordinaria. [...] Este libro no es un libro de científicos ni de maestros ni de investigadores ni de ingenieros, aunque es un libro repleto de científicos y maestros e investigadores e ingenieros.
Es un libro sobre gente que vio, en medio del ruido y la confusión del tiempo presente, lo que nadie había visto: una necesidad, una falta, una carencia. Y tuvo el ingenio, la inteligencia, la ambición y la tozudez necesarias como para hacer algo con eso.”
Leila Guerriero
Crónicas de: Juan Manuel Robles, Arturo Lezcano, Juan Miguel Álvarez, Gabriela Alemán, Sol Lauría, Luján Román Aponte, Joseph Zárate, Miguel Prenz, César Bianchi, Javier Sinay.
Gente que hace
De 'Un mundo lleno de futuro' reúne crónicas sobre innovación y gente que cambia la vida de muchos. Compartimos la introducción que hizo Guerriero para "un libro repleto de esperanza sobre el porvenir de nuestra América".
Porque se trata de algo muy obvio, conviene recordarlo: no todo lo que está estuvo siempre. Hubo tiempos en los que no existían internet, ni el teléfono móvil, ni la televisión, ni el cine, ni los autos, ni el papel higiénico, ni el combustible, ni la imprenta, ni los picaportes, ni los aviones, ni las bicisendas, ni las bicicletas, ni las planchitas para el pelo, ni el plástico, ni el agua corriente, ni la aspirina. Hubo tiempos en los que la gente se moría de aburrimiento y de infecciones pasmosas por tan solo haberse raspado una rodilla. Tiempos nada lejanos en los que enfermedades que hoy son crónicas, como la diabetes o el VIH, eran un diagnóstico de muerte segura. En aquellos y en estos tiempos los inventos mayores —la penicilina— conviven con los inventos menores —las maletas con rueditas— y los intermedios —el GPS—, pero es muy difícil evaluar cuán revolucionario es un invento cuando uno es contemporáneo de él, y casi imposible predecir las ondas concéntricas que producirá —o no— expandiéndose hacia los confines de la historia. ¿Cómo saber cuáles de todas las cosas que se inventan hoy son las que nos cambiarán la vida mañana? ¿Cuál será la nueva imprenta, la siguiente vacuna Sabin, el próximo microscopio? ¿Y quiénes son las personas detrás de esos inventos: cómo se les ocurrieron esas cosas, qué desilusiones, desvelos, resistencias, entusiasmos, epifanías y fracasos tuvieron, tienen y tendrán que atravesar para obtener lo que buscan? ¿Por qué, además, no se quedaron en casa, tumbados en el sofá, aprovechando confortablemente los inventos que inventaron otros: la energía eléctrica, la tele?
Formalmente, este es un libro sobre proyectos de innovación. Pero, en verdad, es un libro sobre gente que tuvo una idea.
Un grupo de productores de té en el noreste argentino desarrolla, a partir de tractores tradicionales, cosechadoras de té altamente especializadas a costos razonables. Unos científicos en Perú encuentran un método simple para detectar la tuberculosis en segundos, y no en meses; una chica uruguaya que siempre soñó con viajar al espacio exterior inventa un chip que, colocado en las vacas, ayuda a prevenir enfermedades potencialmente graves en el ganado; un panameño de origen humilde imagina, mientras pasa la aspiradora en la oficina donde trabaja, un aparato que detecta la presencia humana cerca de los gigantescos montacargas de los puertos, y evita así que un mal movimiento de las máquinas aplaste a alguien; un trío de amigos peruanos ve lo obvio —que a nadie le gusta hacer filas interminables para pagar o comprar algo— e inventa una start-up para comprar entradas de cine por internet; unas científicas paraguayas se abocan a la tarea de encontrar medicamentos menos tóxicos para dos enfermedades de las que casi nadie habla y que afectan a buena parte de la población de su país, el mal de Chagas y la leishmaniasis; un grupo de científicos argentinos y cubanos desarrollan una vacuna contra el cáncer de pulmón que no cura, pero que permite una sobrevida de dos años en pacientes que ya han agotado todos los tratamientos disponibles; una mujer brasileña funda en 1959 en Santa Rita de Sapucaí, una ciudad pequeña de Minas Gerais, la primera escuela de América Latina destinada a formar técnicos en electrónica, y seis años más tarde, en la misma ciudad, se funda un instituto pionero en la formación de ingenieros eléctricos con especialización en telecomunicaciones y electrónica, y luego se instala una facultad de informática, y la ciudad deviene un Sillicon Valley brasileño: menos de cuarenta mil habitantes y ciento cincuenta empresas de tecnología, todas producto de ese efecto dominó educativo que termina produciendo un círculo virtuoso.
Este es un libro sobre gente que hace. Y a la que no todo le sale bien. Los productores de té pueden cosechar su té más eficazmente gracias a las cosechadoras diseñadas por ellos, pero el problema de fondo sigue siendo el mismo de toda la vida: los grupos monopólicos que producen, venden, distribuyen y exportan té y que los aplastan con su poderío. Los trabajadores de una escuela para sordos en una de las ciudades más pobres de Ecuador se esfuerzan para que más chicos sin audición se transformen en personas autosuficientes, pero se topan contra los prejuicios de los habitantes que la llaman «la escuela de los mongolitos».
Hay aquí diez historias relacionadas con, entre otras cosas, la educación, la ciencia y la tecnología en América Latina, contadas por algunos de los mejores periodistas de la región con el pulso narrativo de las grandes crónicas; historias de gente que lo pasa bien, mal y peor, intentando curar lo que parece incurable, llevar agua donde no la hay, educación donde tampoco, haciendo brotar tecnología en sitios impensados. Historias que hablan de las cosas extraordinarias que le pasan a la gente común y de las cosas comunes que hace la gente extraordinaria...
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